El Pesimismo Esencial
Cuando uno atraviesa un estado de ánimo pesimista, melancólico, está pasando por una versión suave de un desorden mental más grave: la depresión.1 La depresión es el pesimismo agudo, y para comprender el pesimismo, que es un fenómeno sutil, tenemos que observar su grado más extremo, la depresión. Ésta es la técnica que utilizó David Macaulay para mostrarnos cómo funcionan los pequeños artefactos de todos los días.2 En uno de sus libros más vendidos, por ejemplo, nos muestra cómo funciona un reloj de pulsera, dibujando el mecanismo de un reloj inmenso, enorme, cuyas distintas partes son claramente visibles y fácilmente identificables, llevando al lector a dar un paseo por el interior de la maquinaria. De manera similar, un estudio de la depresión puede aclarar mucho acerca del pesimismo. La depresión, desde luego, merece que se la estudie por sí misma, pero también puede servir mucho para revelar con qué tienen que vérselas las personas que se encuentran con ese trastorno mental al que llamamos pesimismo.
Casi todos hemos pasado alguna vez por una depresión y sabemos cómo envenena nuestras vidas. Para algunos se trata de una experiencia inusual, que se nos viene encima sólo cuando se desmoronan de un golpe nuestras mejores esperanzas. Para muchos de nosotros, es algo más familiar, un estado de ánimo que nos afecta cada vez que algo nos sale mal. Y, finalmente, para otros, la depresión es una compañía constante, que les arrebata todo el gozo de los mejores momentos y ensombrece todo hasta teñirlo de un negro indeleble.
La depresión era un misterio hasta no hace mucho tiempo. Quiénes corrían los mayores riesgos, de dónde provenía, cómo curarla… todo eran enigmas. Hoy, gracias a veinticinco años de investigaciones científicas en las que participaron y participan cientos de psicólogos y psiquiatras de todo el mundo, ya conocemos algo así como el esbozo de una respuesta para tantas preguntas.
La depresión se presenta bajo tres aspectos, en tres formas. La primera es la que denominamos depresión normal, y es la que casi todos conocemos mejor. Surge el dolor y el sentimiento de pérdida que forman parte inevitablemente del hecho de pertenecer a especies sapientes, a criaturas que piensan en el futuro. No conseguimos los trabajos que deseamos. Nuestras acciones bajan. La persona amada nos rechaza; mueren nuestros familiares. Damos malas conferencias y escribimos malos libros.
Envejecemos. Cuando se produce alguno de estos hechos, lo que sucede a continuación es predecible: nos sentimos tristes y desvalidos. Nos volvemos pasivos, aletargados. No podemos sino pensar en negras perspectivas y en que carecemos de la inteligencia suficiente para arreglar las cosas. Ya no hacemos bien nuestro trabajo, y empezamos a faltar con frecuencia. Perdemos el interés que teníamos en cosas que nos daban satisfacciones, y ya no disfrutamos de las comidas, las amistades, el sexo. No podemos dormir.
Pero, pasado un cierto tiempo y gracias a uno de esos benevolentes misterios de la naturaleza, empezamos a sentirnos mejor. La depresión normal es en extremo común: es como un resfriado. He descubierto que aproximadamente el 25 por 100 de nosotros alguna vez pasa por un período de depresión, por lo menos en una forma suave.
Las otras dos clases de depresión son las denominadas alteraciones o desórdenes depresivos: la depresión unipolar y la bipolar. Son las que suministran el trabajo de todos los días a los psicólogos y psiquiatras clínicos. Lo que determina cuál es la diferencia entre ambas formas es si llevan implícito o no un factor maníaco. La
manía es una condición psicológica que ofrece un grupo de síntomas que parecen ser lo contrario de la depresión: desmedida euforia, grandiosidad, conversaciones frenéticas, actos desmesurados y una autoestima exagerada.
La depresión bipolar siempre se acompaña de episodios maníacos; por eso suele llamarse a esos pacientes maníaco-depresivos (pues la manía es uno de los polos y la depresión es el otro).3 Los que sufren depresión unipolar no tienen nunca episodios maníacos. Hay otra diferencia entre las dos, y es que la depresión bipolar es mucho más hereditaria. Entre dos gemelos idénticos, si uno tiene depresión bipolar hay un 72 por 100 de posibilidades de que también la contraiga el otro. (Esto vale sólo para el 14 por 100 en el caso de los gemelos no idénticos. Estos gemelos no están vinculados más estrechamente que cualesquiera de sus otros hermanos, pero ocurre que han nacido casi a la misma hora y los criaron simultáneamente los mismos padres, de modo que la comparación entre los dos tipos de hermanos nos ayuda a separar lo que es aprendido de lo que es genéticamente heredado.) La depresión bipolar responde a la medicación, en concreto, al carbonato de litio. En más del 80 por 100 de los casos de depresión bipolar, el litio podrá aliviar la manía en gran medida y, en proporción algo menor, también aliviará la depresión. A diferencia de las depresiones unipolar y normal, los maníaco-depresivos son enfermos y esa forma de depresión se considera una alteración biológica que se trata clínicamente.
La cuestión se suscita cuando se trata de dilucidar si la depresión unipolar, que también es una alteración, y la depresión normal se encuentran relacionadas. En mi opinión, se trata de la misma cosa, y difieren sólo en el número de los síntomas con que se acompañan y en su gravedad. A una persona puede diagnosticársele depresión unipolar y pasar a la categoría de enferma, mientras que otra, aunque padezca agudos síntomas de depresión normal, quizá no llegue a ser considerada enferma. Hay una diferencia muy sutil entre ambas. Podría radicar en el grado de disposición de las personas para acudir a una terapia, o en la aceptación o no de que uno está enfermo. Pero nada más.
Mi punto de vista difiere fundamentalmente de la opinión médica prevaleciente, en virtud de la cual la depresión unipolar es una enfermedad y la depresión normal
solamente una desmoralización pasajera sin interés clínico. Este punto de vista predomina a pesar de la absoluta falta de pruebas de que la depresión unipolar sea
algo más que una depresión normal particularmente grave. Nadie ha establecido fehacientemente qué clase de diferencia hay entre ambas formas.
El argumento decisivo, entiendo yo, es que la depresión normal y la unipolar se reconocen de la misma manera. Ambas implican los mismos tipos de cambio negativo: en el pensamiento, el humor, el comportamiento y las respuestas físicas.
Me viene a la memoria una alumna que tuve, a la que llamaré Sophie. Ingresó en la Universidad de Pensilvania con un excelente expediente académico. Se había
destacado siempre, como delegada de curso, siempre era ella quien hacía los discursos, y dirigía a las animadoras de las secciones deportivas de su instituto. Al
parecer, le bastaba con desear algo para obtenerlo. Sus notas fueron excelentes y obtenidas sin esfuerzo, y todos los chicos competían por ser sus preferidos. Era hija única, adorada por sus padres, ambos profesionales; los éxitos de la niña eran sus éxitos y sus fracasos les dolían en el alma. Sophie era la Chica de Oro para todos sus compañeros, que así la habían apodado. Cuando la conocí, en una terapia, cuando cursaba el preuniversitario, ya no era la Chica de Oro. Ahora tanto su vida amorosa como sus estudios estaban al borde del caos, y se la veía muy deprimida. Como ocurre con la mayoría de los deprimidos, venía en busca de terapia no por haber sufrido algo traumático, sino después de una serie de contratiempos acumulados a lo largo de varios meses. Dijo sentirse «vacía». Creía que para ella no había esperanza porque «no podían quererla», porque «carecía de talento» y era «un despojo». Las clases le resultaban muy aburridas, todo el sistema académico era «una conspiración para acabar con ella», en particular su creatividad, y la actividad feminista que desarrollaba ahora se le antojaba como «un fraude carente de sentido». En su último semestre había tenido notas muy bajas. Le resultaba imposible ponerse a trabajar. Cuando se sentaba
delante de su escritorio para empezar las tareas, le resultaba imposible decidir con cuál debía comenzar. Se quedaba mirando la pila de libros y cuadernos largo rato y terminaba lanzando un suspiro de desaliento antes de encender el televisor. Estaba viviendo con un vago crónico. Se sentía explotada y desprovista de todo valor cuando hacían el amor, y por otra parte su actividad sexual, que antes era muy satisfactoria, ahora casi le causaba disgusto.
Había elegido como asignatura la filosofía, y se sentía particularmente atraída por el existencialismo. Aceptaba la doctrina de que la vida es absurda… y también eso la llenaba de aflicción.
Cuando le recordé que había sido una excelente estudiante y una joven muy atractiva, se echó a llorar. «¡A usted también lo engañé!», exclamó.
Según he dicho hace un momento, uno de los cuatro criterios que se siguen para definir la depresión es un cambio negativo en el modo de pensar. Esto quiere decir que usted piensa de una forma cuando está deprimido y otra cuando no lo está.
Cuando uno se encuentra deprimido se traza un cuadro hostil de sí, del mundo y del futuro. Para Sophie el futuro se le presentaba totalmente desprovisto de esperanza y lo atribuía a su falta de valía.
Cuando uno se halla deprimido, hasta el obstáculo más pequeño se presenta como una cumbre insuperable. Se piensa que cualquier cosa que se toque se vendrá abajo.
Se cuenta con una infinita cantidad de razones para explicarse que los propios éxitos no son sino otros tantos fracasos. Aquella pila de libros y cuadernos en el escritorio de Sophie para ella tenían la forma y el aspecto del Himalaya. Aaron Beck, uno de los más prominentes terapeutas del mundo, tenía un paciente que, en medio de una profunda depresión, se las había arreglado para empapelar una cocina. Pues bien, aquel paciente consideró su éxito un fracaso:
Terapeuta: ¿Por qué no considera que haber empapelado la cocina es un logro?
Paciente: Porque las flores no están bien alineadas.
Terapeuta: ¿Terminó usted el trabajo?
Paciente: Sí.
Terapeuta: ¿Su cocina?
Paciente: No, le ayudé a un vecino a empapelar su cocina.
Terapeuta: ¿Él hizo la mayor parte del trabajo y usted colaboró?
Paciente: No, en realidad yo, lo hice casi todo. Él no sabía.
Terapeuta: ¿Hizo algo mal? ¿Volcó el cubo de la cola? ¿Estropeó algunos rollos?
¿Lo dejó todo peor que antes?
Paciente: No, el único problema era que las flores no estaban bien alineadas.
Terapeuta: ¿En qué medida podría decir que no estaban alineadas?
Paciente: (mientras separa casi imperceptiblemente los dedos): Más o menos así.
Terapeuta: ¿Le pasó con todos los rollos?
Paciente: No…, en dos o tres.
Terapeuta: ¿Sobre un total de cuántos?
Paciente: Fueron veinte o veinticinco tiras.
Terapeuta: ¿Alguien más se dio cuenta?
Paciente: No. Mi vecino dijo que estaba encantado.
Terapeuta: ¿Advirtió el defecto cuando dio unos pasos atrás y lo observó todo
terminado?
Paciente: Bueno, en realidad no fue así.
El paciente consideraba que un trabajo muy bien hecho era un fiasco porque, según su opinión, sencillamente nada que hiciera estaba bien.
En el fondo de todo modo de pensar deprimido hay una pauta explicativa pesimista. El concepto negativo del futuro, de uno mismo y del mundo es algo que surge de considerar permanentes, ingobernables, las causas de las adversidades, y de considerar desde la perspectiva opuesta las causas de lo bueno. Sophie, la joven deprimida que estaba tratando, echaba las culpas de sus fracasos a su falta de valía, a no ser atractiva y a la carencia de todo propósito que tenía su existencia. Aquel empapelador aficionado consideró un pequeñísimo detalle en la alineación de las flores como símbolo de la visión negativa que tenía de sí mismo.
La segunda indicación para reconocer tanto la depresión bipolar como la normal es un cambio negativo en el humor. Cuando uno se deprime, se siente terriblemente mal: triste, desazonado, sumido en un pozo de desesperación. Puede llorar hasta agotar las lágrimas; en sus peores momentos, Sophie era capaz de pasarse horas tiradas en la cama, sollozando. Pero la vida seguía siendo muy triste. Actividades
que antes fueron muy agradables, placenteras, se convirtieron en inutilidades desprovistas de toda atracción. Los chistes y las bromas dejan de ser cosas
divertidas para convertirse en insoportables ironías.
Por lo general, un humor deprimido no es continuo, sino que cambia durante el día. Lo típico es que ese humor se encuentre en los niveles más bajos al despertar.
Se imponen en ese pensamiento todos los recuerdos de contratiempos pasados y se considera que seguramente el nuevo día habrá de traer más desdichas. Ese es el humor del deprimido en los primeros momentos del día. Si esa persona se queda en la cama, lo más probable es que ese humor no la abandone. El hecho de levantarse y afrontar una nueva jornada mejora las cosas, y el humor habitualmente mejora con las horas, aunque volverá a empeorar un poco en los niveles bajos del descanso básico y el ciclo activo (BRAC, según la sigla en inglés), un lapso que generalmente media entre las tres y las seis de la tarde. Cuando cae la noche quizá sea el momento menos deprimido de todo el día. Lo peor viene después, entre las tres y las cinco de la madrugada.
No es precisamente la tristeza la única modalidad de humor propia de la depresión; también suele presentarse con frecuencia la ansiedad y la irritabilidad.
Pero, cuando la depresión se torna muy intensa, parecen esfumarse tanto la ansiedad como la hostilidad para que el sufriente se vuelva torpe y vacío. El tercer síntoma de la depresión es el referido al comportamiento. Tres son los síntomas de comportamiento de un depresivo: pasividad, indecisión y tendencias suicidas.
Muchas veces los depresivos ni siquiera pueden iniciar una tarea, por rutinaria que sea, y al primer obstáculo prefieren darse por vencidos. Un novelista, por
ejemplo, se detiene en el primer párrafo de la obra que piensa escribir. Y, si finalmente empieza a escribir, abandona tan pronto comete un error, por pequeño que sea. Después de eso, suele ocurrir que se levante de su silla y abandone el libro durante un mes.
Cuando se presentan alternativas, el deprimido no puede decidir. Por ejemplo, alguien que esté padeciendo un acceso de depresión podrá levantar el teléfono para
pedir que le manden una pizza. Si del otro lado de la línea le preguntan si la quiere sencilla o con algún aditamento, se quedará sin saber qué decir, paralizado, mirando al receptor. Pasarán unos segundos de indecisión y quizá termine colgando el teléfono. Así le pasaba a Sophie cuando no podía iniciar sus tareas: ni siquiera decidía con qué materia empezar.
Muchos depresivos piensan en el suicidio. Por lo general, ello se debe a uno de estos motivos, cuando no a ambos; el primero es la renuncia a reaccionar, y entonces quieren ponerle un punto final. El otro es el deseo de manipular a los otros: quieren que se los vuelva a amar, o vengarse, o tener la última palabra en una discusión.
La depresión se acompaña a menudo de síntomas físicos: cuanto más grave la depresión, más son los síntomas. Disminuye el apetito. No se puede ingerir alimento. Y también cesa el deseo sexual: no puede hacerse el amor. En el caso de Sophie, antes le parecía que el sexo era algo maravilloso, el punto máximo de su relación con aquel hombre con el que vivía, y terminó considerándolo algo repugnante. Hasta el sueño se altera: el despertar llega muy temprano, y comienzan las vueltas y más vueltas en la cama, tratando sin éxito de volver a conciliar el sueño. Hasta que suena el despertador y no hay otro remedio que empezar la nueva jornada, no solamente con la misma depresión, sino también exhausto.
Estos cuatro síntomas, cambios negativos en el pensamiento, el humor, el comportamiento y la respuesta física, permiten diagnosticar la depresión, unipolar o normal. Para que alguien pueda considerarse un deprimido no es indispensable contar con los cuatro síntomas, y tampoco hace falta que uno en particular se halle presente. Sin embargo, cuanto mayor sea el número de síntomas, más certeza se tendrá de que nos hallamos frente a una depresión.
MIDA SU DEPRESIÓN
¿En qué medida se encuentra usted deprimido en este momento?
Quiero que ahora realice un test de la depresión muy difundido, desarrollado por Lenore Radloff en el Centro de Estudios Epidemiológicos del Instituto Nacional de
Salud Mental. Esta prueba, denominada CES-D (por Centro de Estudios Epidemiológicos-Depresión,5 según la sigla en inglés), abarca todos los síntomas de la depresión. Lo que debe hacer ahora es rodear con un círculo la respuesta que, según su parecer, sea la que mejor describe cómo se ha sentido durante la última
semana.
Durante la semana pasada
1. Me sentí molesto por cosas que habitualmente no me molestan.
0. Rara vez o nunca (menos de un día).
1. En algún momento (1-2 días).
2. Durante un tiempo (3-4 días).
3. La mayor parte del tiempo (5-7 días).
2. No tenía ganas de comer; tenía muy poco apetito.
0. Rara vez o nunca (menos de un día).
1. En algún momento (1-2 días).
2. Durante un tiempo (3-4 días).
3. La mayor parte del tiempo (5-7 días).
3 . Sentí que era imposible aliviar mi tristeza, aunque trataran de ayudarme
familiares y amigos.
0. Rara vez o nunca (menos de un día).
1. En algún momento (1-2 días).
2. Durante un tiempo (3-4 días).
3. La mayor parte del tiempo (5-7 días).
4. Me parecía que no era tan bueno como los otros.
0. Rara vez o nunca (menos de un día).
1. En algún momento (1-2 días).
2. Durante un tiempo (3-4 días).
3. La mayor parte del tiempo (5-7 días).
5. Me costaba mantener la atención en lo que estaba haciendo.
0. Rara vez o nunca (menos de un día).
1. En algún momento (1-2 días).
2. Durante un tiempo (3-4 días).
3. La mayor parte del tiempo (5-7 días).
6. Me sentía deprimido.
0. Rara vez o nunca (menos de un día).
1. En algún momento (1-2 días).
2. Durante un tiempo (3-4 días).
3. La mayor parte del tiempo (5-7 días).
7. Tenía la sensación de que todo lo que hacía era un esfuerzo.
0. Rara vez o nunca (menos de un día).
1. En algún momento (1-2 días).
2. Durante un tiempo (3-4 días).
3. La mayor parte del tiempo (5-7 días).
8. No esperaba nada del futuro.
0. Rara vez o nunca (menos de un día).
1. En algún momento (1-2 días).
2. Durante un tiempo (3-4 días).
3. La mayor parte del tiempo (5-7 días).
9. Pensaba que mi vida era un fracaso.
0. Rara vez o nunca (menos de un día).
1. En algún momento (1-2 días).
2. Durante un tiempo (3-4 días).
3. La mayor parte del tiempo (5-7 días).
10. Me sentía temeroso.
0. Rara vez o nunca (menos de un día).
1. En algún momento (1-2 días).
2. Durante un tiempo (3-4 días).
3. La mayor parte del tiempo (5-7 días).
11. Dormía intranquilo.
0. Rara vez o nunca (menos de un día).
1. En algún momento (1-2 días).
2. Durante un tiempo (3-4 días).
3. La mayor parte del tiempo (5-7 días).
12. No era feliz.
0. Rara vez o nunca (menos de un día).
1. En algún momento (1-2 días).
2. Durante un tiempo (3-4 días).
3. La mayor parte del tiempo (5-7 días).
13. Hablaba menos que de costumbre.
0. Rara vez o nunca (menos de un día).
1. En algún momento (1-2 días).
2. Durante un tiempo (3-4 días).
3. La mayor parte del tiempo (5-7 días).
14. Me sentía solo.
0. Rara vez o nunca (menos de un día).
1. En algún momento (1-2 días).
2. Durante un tiempo (3-4 días).
3. La mayor parte del tiempo (5-7 días).
15. Los demás me eran hostiles.
0. Rara vez o nunca (menos de un día).
1. En algún momento (1-2 días).
2. Durante un tiempo (3-4 días).
3. La mayor parte del tiempo (5-7 días).
16. No disfrutaba de la vida.
0. Rara vez o nunca (menos de un día).
1. En algún momento (1-2 días).
2. Durante un tiempo (3-4 días).
3. La mayor parte del tiempo (5-7 días).
17. Tenía accesos de llanto.
0. Rara vez o nunca (menos de un día).
1. En algún momento (1-2 días).
2. Durante un tiempo (3-4 días).
3. La mayor parte del tiempo (5-7 días).
18. Me sentía triste.
0. Rara vez o nunca (menos de un día).
1. En algún momento (1-2 días).
2. Durante un tiempo (3-4 días).
3. La mayor parte del tiempo (5-7 días).
19. Tenía la sensación de ser desagradable para los demás.
0. Rara vez o nunca (menos de un día).
1. En algún momento (1-2 días).
2. Durante un tiempo (3-4 días).
3. La mayor parte del tiempo (5-7 días).
20. No podía mantenerme atento.
0. Rara vez o nunca (menos de un día).
1. En algún momento (1-2 días).
2. Durante un tiempo (3-4 días).
3. La mayor parte del tiempo (5-7 días).
En esta prueba obtener la puntuación es bastante sencillo. Sume los números de cada respuesta correspondientes a la línea elegida. Cuando no pueda decidir entre dos de esos números incluya en la suma el mayor. La puntuación que obtendrá estará entre 0 y 60.
Antes de interpretar la puntuación convendrá saber que no por haber alcanzado una cifra muy elevada usted tiene una depresión. El diagnóstico depende de otros factores, como el tiempo que lleva teniendo esos síntomas, y podrá llegarse a él únicamente después de una entrevista prolongada con un psicólogo o un terapeuta competente. La prueba que acaba de hacer más bien sirve para proporcionar una indicación precisa del nivel de síntomas depresivos que tiene usted en este momento.
Si la puntuación no ha pasado de 9, entonces decididamente se encuentra usted entre los no deprimidos, por debajo de la habitual en la mayoría de los adultos. Una puntuación de 10 a 15 lo sitúa entre los deprimidos leves, y de ahí hasta 24 se podrá considerar una persona moderadamente depresiva. Cuando pase de 24 ya deberá pensar en que su depresión podría ser grave.
Ahora bien, si por puntuación estuviera usted en la horquilla de los gravemente depresivos o si, cualquiera que fuese la puntuación, además pensara usted en el suicidio, lo más conveniente será que acuda de inmediato a consultar con un especialista en salud mental. Si la puntuación lo situara entre los moderadamente
depresivos y además quisiera quitarse la vida, también sería conveniente que consultara pronto con un profesional. Si está dentro de la horquilla de los moderadamente depresivos, vuelva a hacer el test dentro de un par de semanas. Si la puntuación sigue estando en las mismas cifras, entonces será conveniente que consulte con un profesional
Cuando usted estaba haciendo la prueba, probablemente habrá advertido que usted mismo o alguien a quien ama padecen de manera recurrente de esta enfermedad tan común. No se sorprenda, casi todo el mundo, incluso quienes no padecen depresión, saben de alguien que sí tiene los síntomas, ya que en la actualidad podríamos decir que el mundo civilizado está padeciendo una epidemia de depresión sin parangón en la historia. Cuando el doctor Gerald Klerman era director de la Agencia de Salud Mental contra el Abuso de Alcohol y Drogas, un organismo del gobierno norteamericano, acuñó un término exacto para calificar los tiempos que vivimos cuando dijo que ésta era la Edad de la Melancolía.
Gracias Doctor Martin Selligman
La idea con este artículo es que puedas aprender a ser tu propio observador y siempre que no puedas controlar una situación no dudes en pedir ayuda ! Pide ayuda ” Siempre .. siempre hay almas a tu alrededor para ayudarte a superar cualquier situación difícil por la que estés pasando ..