El aullido: la resurrección de la Mujer Salvaje
La Loba
Tengo que confesarles que yo no soy como uno de esos teólogos que se adentran en el desierto y regresan cargados de sabiduría. He recorrido muchas hogueras de cocinar y he esparcido cebo de angelote en toda suerte de dormitorios.
Pero, más que adquirir sabiduría, he sufrido embarazosos episodios de Giardiasis, E. coli 1, y amebiasis. Ay, tal es el destino de una mística de la clase media con intestinos delicados.
He aprendido a protegerme de todos los conocimientos o la sabiduría que haya podido adquirir en el transcurso de mis viajes a extraños lugares y personas insólitas, pues a veces el viejo padre Academo*, como el mítico Cronos, sigue mostrando una fuerte propensión a devorar a sus hijos antes de que hayan alcanzado la capacidad de sanar o sorprender. El exceso de intelectualización puede desdibujar las pautas de la naturaleza instintiva de las mujeres.
Por consiguiente, para fomentar nuestra relación de parentesco con la naturaleza instintiva, es muy útil comprender los cuentos como si estuviéramos dentro de ellos y no como si ellos estuvieran fuera de nosotros. Entramos en un cuento a través de la puerta del oído interior. El relato hablado roca el nervio auditivo que discurre por la base del cráneo y penetra en la médula oblonga justo por debajo del puente de Varolio. Allí los impulsos auditivos se transmiten a la conciencia o bien al alma, según sea la actitud del oyente.
Los antiguos anatomistas decían que el nervio auditivo se dividía en tres o más caminos en el interior del cerebro. De ello deducían que el oído podía escuchar a tres niveles distintos. Un camino estaba destinado a las conversaciones mundanas. El segundo era para adquirir erudición y apreciar el arte y el tercero permitía que el alma oyera consejos que pudieran servirle de guía y adquiriera sabiduría durante su permanencia en la tierra.
Hay que escuchar por tanto con el oído del alma, pues ésta es la misión del cuento.
Hueso a hueso, cabello a cabello, la Mujer Salvaje regresa. A través de los sueños nocturnos y de los acontecimientos medio comprendidos y medio recordados.
La Mujer Salvaje regresa. Y lo hace a través de los cuentos.
* Héroe ateniense al que estaba dedicado un bosque sagrado donde Platón fundó su Academia y donde solían reunirse los filósofos de Atenas. (N. de la T.) Inicié mi propia migración por Estados Unidos en los años sesenta, buscando un lugar donde pudiera asentarme entre los árboles, la fragancia del agua y las criaturas a las que amaba: el oso, la raposa, la serpiente, el águila y el lobo.
Los hombres exterminaban sistemáticamente a los lobos en el norte de la región de los Grandes Lagos; dondequiera que fuera, los lobos eran perseguidos de distintas maneras. Aunque muchos los consideraban una amenaza, yo siempre me sentía más segura cuando había lobos en los bosques. Por aquel entonces, tanto en el oeste como en el norte, podías acampar y oír por la noche el canto de las montañas y el bosque.
Pero, incluso en aquellos lugares, la era de los rifles de mira telescópica, de los reflectores montados en jeeps y de los cebos a base de arsénico hacían que el silencio se fuera propagando por la tierra. Muy pronto las Montañas Rocosas se quedaron casi sin lobos. Así fue como llegué al gran desierto que se extiende mitad en México y mitad en Estados Unidos. Y, cuanto más al sur me desplazaba, tanto más numerosos eran los relatos que me contaban sobre los lobos. Dicen que hay un lugar del desierto en el que el espíritu de las mujeres y el espíritu de los lobos se reúnen a través del tiempo. Intuí que había descubierto algo cuando en la zona fronteriza de Texas oí un cuento llamado “La Muchacha Loba” acerca de una mujer que era una loba que a su vez era una mujer. Después descubrí el antiguo relato azteca de los gemelos huérfanos que fueron amamantados por una loba hasta que pudieron valerse por sí mismos.
Y, finalmente, de labios de los agricultores de las antiguas concesiones de tierras españolas y de las tribus pueblo del sudoeste, adquirí información sobre los hueseros, los viejos que resucitaban a los muertos y que, al parecer, eran capaces de devolver la vida tanto a las personas como a los animales. Más tarde, en el transcurso de una de mis expediciones etnográficas, conocí a una huesera y, desde entonces, ya jamás volví a ser la misma. Permítanme que les ofrezca un relato y una presentación directos.
La Loba
Hay una vieja que vive en un escondrijo del alma que todos conocen pero muy pocos han visto. Como en los cuentos de hadas de la Europa del este, la vieja espera que los que se han extraviado, los caminantes y los buscadores acudan a verla.
Es circunspecta, a menudo peluda y siempre gorda, y, por encima de todo, desea evitar cualquier clase de compañía. Cacarea como las gallinas, canta como las aves y por regla general emite más sonidos animales que humanos. Podría decir que vive entre las desgastadas laderas de granito del territorio indio de Tarahumara. O que está enterrada en las afueras de Phoenix en las inmediaciones de un pozo. Quizá la podríamos ver viajando al sur hacia Monte Albán en un viejo cacharro con el cristal trasero roto por un disparo. O esperando
al borde de la autovía cerca de El Paso o desplazándose con unos camioneros a Morella, México, o dirigiéndose al mercado de Oaxaca, cargada con unos haces de leña integrados por ramas de extrañas formas. Se la conoce con distintos nombres: La Huesera, La Trapera y La Loba.
La única tarea de La Loba consiste en recoger huesos. Recoge y conserva sobre todo lo que corre peligro de perderse. Su cueva está llena de huesos de todas las criaturas del desierto: venados, serpientes de cascabel, cuervos. Pero su especialidad son los lobos.
Se arrastra, trepa y recorre las montañas y los arroyos en busca de huesos de lobo y, cuando ha juntado un esqueleto entero, cuando el último hueso está en su sitio y tiene ante sus ojos la hermosa escultura blanca de la criatura, se sienta junto al fuego y piensa qué canción va a cantar.
Cuando ya lo ha decidido, se sitúa al lado de la criatura, levanta los brazo sobre ella y se pone a cantar. Entonces los huesos de las costillas y los huesos de las patas del lobo se cubren de carne y a la criatura le crece el pelo. La Loba canta un poco más y la criatura cobra vida y su fuerte y peluda cola se curva hacia arriba.
La Loba sigue cantando y la criatura lobuna empieza a respirar. La Loba canta con tal intensidad que el suelo del desierto se estremece y, mientras ella canta, el lobo abre los ojos, pega un brinco y escapa corriendo cañón abajo. En algún momento de su carrera, debido a la velocidad o a su chapoteo en el agua del arroyo que está cruzando, a un rayo de sol o a un rayo de luna que le ilumina directamente el costado, el lobo se transforma de repente en una mujer que corre libremente hacia el horizonte, riéndose a carcajadas. Recuerda que, si te adentras en el desierto y está a punto de ponerse el sol y quizá te has extraviado un poquito y te sientes cansada, estás de suerte, pues bien pudiera ser que le cayeras en gracia a La Loba y ella te enseñara una cosa… una cosa del alma.
Todos iniciamos nuestra andadura como un saco de huesos perdido en algún lugar del desierto, un esqueleto desmontado, oculto bajo la arena. Nuestra misión es recuperar las distintas piezas. Un proceso muy minucioso que conviene llevar a cabo cuando las sombras son apropiadas, pues hay que buscar mucho. La Loba nos enseña lo que tenemos que buscar, la fuerza indestructible de la vida, los huesos.
La tarea de La Loba se podría considerar un cuento milagro, pues nos muestra lo que puede ser beneficioso para el alma. Es un cuento de resurrección acerca de la conexión subterránea con la Mujer Salvaje. Nos promete que, si cantamos la canción, podremos conjurar los restos psíquicos del alma salvaje y devolverle su forma vital por medio de nuestro canto. La Loba canta sobre los huesos que ha recogido. Cantar significa utilizar la voz del alma. Significa decir la verdad acerca del propio Poder y la propia necesidad, infundir alma a lo que está enfermo o necesita recuperarse. Y eso se hace descendiendo a las mayores profundidades del amor y del sentimiento hasta conseguir que el deseo de relación con el Yo salvaje se desborde para poder hablar con la propia alma desde este estado de ánimo. Eso es cantar sobre los huesos. No podemos cometer el error de intentar obtener de un amante este gran sentimiento de amor, pues el esfuerzo femenino de descubrir y cantar el himno de la creación es una tarea solitaria, una tarea que se cumple en el desierto de la psique.
Vamos a estudiar a La Loba propiamente dicha. En el léxico simbólico de la psique, el símbolo de la Vieja es una de las personificaciones arquetípicas más extendidas del mundo. Otras son la Gran Madre y el Padre, el Niño Divino, el Tramposo, la Bruja o el Brujo, la Doncella y la Juventud, la Heroína—Guerrera y el Necio o la Necia. Y, sin embargo, una figura como La Loba se puede considerar esencial y efectivamente distinta, pues es el símbolo de la raíz que alimenta todo un sistema instintivo.
Continuaremos con este magnífico viaje el Domingo que viene .. Buena Semana ! 💔