UN ESPACIO MÁS ALLÁ DE LA RAZÓN
Como la magia parece tan extraña a ella, la parte racional de nuestra mente suele tener mucho miedo a la parte no racional. La sola palabra “mágico” tiene, para la mayoría, un tono siniestro, relacionado con todo lo oscuro, peligroso, escalofriante y salvaje. Pero la amenaza ha sido muy exagerada. Pasamos gran parte de la vida en ese espacio que está más allá de la razón. Si yo digo “te amo”, la onda de sonido de mi voz rebota contra tu tímpano, provocando una vibración que el oído interno convierte en señal eléctrica. Este impulso se transmite por
las neuronas hasta el centro cerebral del habla y tú pones cara de satisfacción.
La razón lo sabe todo sobre este viaje, exceptuando el último paso, que es el más importante. ¿Por qué te complace que yo te ame? ¿Por qué esos impulsos eléctricos del cerebro tienen un significado? Si digo una frase diferente, como “Tienes cáncer terminal”, los mismos impulsos físicos llevan mi voz a tu centro cerebral del habla, pero entonces quedas destrozado. Científicamente las señales son casi idénticas, pero los resultados que producen no podrían ser más distintos. El electroencefalograma no puede descifrar el significado de la
actividad cerebral; los garabatos del gráfico no dicen nada sobre lo que distingue al amor del odio, el júbilo del dolor, la inspiración del tedio. Las emisiones generadas por los swamis profundamente inmerso s en la buenaventura crean patrones muy parecidos a los de un ataque
epiléptico; el voltaje generado por el sistema nervioso de un poeta no es necesariamente menor que el de un psicópata.
El significado se escurre entre los dedos de la ciencia, y eso proporciona a toda persona interesada por los significados un buen motivo para tomar en serio la magia. El prejuicio materialista de la ciencia la lleva a desdeñar lo que no se pueda contactar directamente con los sentidos. Sin embargo, la naturaleza ha reservado una enorme región para cosas que no se pueden ver, tocar ni pesar. Quien haya visto a una bandada de golondrinas alzar vuelo en el crepúsculo habrá notado que giran y giran juntas, desviándose en ángulos imposibles en un
abrir y cerrar de ojos. ¿Cómo hace cada pájaro para girar en el preciso instante en que lo hacen los otros? Los científicos han establecido que no hay una actuando como líder: el impulso es compartido, de algún modo, por todas las golondrinas al mismo tiempo. La magia está en cada una, pero también entre ellas, por sobre ellas y alrededor. Es fluida e invisible, como el aire, pero aún más.
Existe un misterio similar si pienso una palabra al azar: “archipiélago”. Para que yo piense esa palabra, millones de células cerebrales tienen que actuar con una medida exacta en el momento exacto. No hay una célula aislada que imagina la palabra y la pasa a las otras: aparece en todas partes al mismo tiempo. Al fin de cuentas, ¿dónde estaba escondida la palabra archipiélago mientras yo no la pensaba? La localización del espacio mental es tan elusiva como el espacio exterior al universo.
Dado lo inconcebible del espacio mental, bien podríamos asegurar que es enteramente mágico. Se puede programar un ordenador para que juegue al ajedrez a la altura de los grandes maestros, pero ellos, a diferencia de los maestros de verdad, no se cansan, no tienen inspiraciones brillantes ni rabietas, no gozan de la victoria ni se deprimen con la derrota. Un maestro enfurecido se negó a jugar en un torneo, a menos que le pusieran un helado de ananá junto al tablero. Eso resulta inconcebible para la inteligencia de imitación de un ordenador, pero es demasiado humano. En eso consiste tener mente. Si un ordenador se convirtiera en el ajedrecista más grande de la historia, los humanos seguirían disfrutando de toda la diversión.
Por lo tanto, el pensamiento mágico no se presenta como una desviación de la razón, sino como un modo de hurgar más allá de esta, en un espacio más lleno de vida y de sentido.
Para nosotros es tan natural como la racionalidad y tal vez más. El bebé, al nacer, está totalmente centrado en sí mismo; por lo tanto, no es sorprendente que iniciemos la vida pensando siempre de un modo mágico. El día en que naces, comienzas a contemplar el mundo que nació contigo. Pronto aparece en tu campo visual un peculiar objeto volador, suave y de aspecto casi gomoso. No te relacionas con este objeto hasta el día en que haces un descubrimiento extraordinario. Incitado por un intenso deseo del pecho o del biberón, tienes el impulso de tomarlo. Al actuar siguiendo este impulso no probado antes, el aparato que se aferra al pecho es ese mismo objeto… y entonces comprendes: la entidad que pende frente a tus ojos es tuya y está a tus órdenes. Has adquirido una mano.
Las habilidades motrices más complejas, tales como tocar el violín o hacer gimnasia, se desarrollan a partir de la misma base. Un deseo se extiende hasta cierta región desconocida y vuelve con un informe; descubre qué es posible y qué no lo es. Utilizando esa información, la
mente cambia ligeramente de actitud; cuando llega el próximo informe la noticia ha cambiado: ahora es más lo posible, o menos; la nueva posición del dedo en el puente del violín permite una mayor flexibilidad o no la permite. De un modo u otro, la mente se ha renovado.
La capacidad de la mente para extender su influencia parece ilimitada, aun cuando se enfrenta a obstáculos imposibles. El renombrado psiquiatra escocés R. D. Laing cuenta en su último libro, Wisdom, Madness and Folly la notable anécdota de Jacqueline du Pré, la célebre violoncelista británica que murió de esclerosis múltiple antes de cumplir los cincuenta años.
Trágicamente, du Pré fue afectada por la enfermedad cuando tenía veintiocho años; su carrera musical terminó muy pronto, pues no tardó en perder la capacidad de coordinar los dos brazos. Pasó un año en el cual no tuvo ningún contacto con el violoncelo.
Sin embargo, una mañana despertó completa e inexplicablemente curada. No sólo había recuperado su coordinación muscular, sino que su habilidad musical estaba intacta. Corrió a un estudio y grabó maravillosas interpretaciones de Chopin y Franck que, no es necesario decirlo, no había podido practicar por todo un año. Su remisión duró cuatro días, al terminar los cuales volvió a su anterior estado de incapacidad.
Es difícil negar que, en esos cuatro días, du Pré estuvo totalmente liberada de su enfermedad, pero desde el punto de vista médico esto no tiene sentido. La esclerosis múltiple causa daños orgánicos progresivos en el sistema nervioso; las vaina grasa que cubre cada
célula nerviosa, llamada mielina, se destruye en zonas diseminadas al azar por todo el cerebro y la médula espinal. En algunos pacientes el proceso degenerativo lleva hasta cincuenta años; otros quedan incapacitados a las pocas semanas de declararse la enfermedad.
Du Pré se hallaba ya en la etapa en que sus neuronas dañadas estaban físicamente fuera de funcionamiento.
¿Cómo pudo recobrarse? ¿Cómo hizo un sistema nervioso que no podía mover un brazo recuperar, de la noche a la mañana, el dominio de los movimientos increíblemente exactos y delicados que se requieren para tocar el violoncelo?
Ella no mejoró por sólo pensado; tampoco parece que el coraje y la fuerza de voluntad hayan desempeñado un nuevo papel. De algún modo trascendió su enfermedad tan por completo que se alteró la realidad.
Para coronar este relato, Laing recuerda que él ayudó a un paciente a crear ese mismo efecto mágico, aunque sólo por un momento. El paciente era un hombre de unos treinta y ocho años, que llevaba algún tiempo reducido a una silla de ruedas. “Definitivamente presentaba el cuadro clínico de alguien afectado por una esclerosis múltiple bien establecida”, escribe Laing “Sólo por ver qué pasaba, lo hipnoticé y le dije que se levantara de su silla de ruedas y caminara. Lo hizo… por algunos pasos. Habría caído si no lo hubieran sostenido y ayudado a
volver a su silla.”
“Quizás aún estuviera caminando”, cree Laing, “si yo no hubiera perdido el valor (y él también) después de esos tres o cuatro pasos; se suponía que el hombre estaba imposibilitado de caminar desde hacía más de un año.” Este argumento implica que, por un momento, Laing
permitió a su paciente entrar en un espacio donde su esclerosis múltiple no existía. Las neuronas destrozadas actuaron como si estuvieran sanas o dejaron de contar, de algún modo totalmente misterioso. Cualquiera de las dos ideas conduce a lo mismo: la parálisis dependía, no sabemos hasta qué punto, del estado de conciencia del paciente.
Esta conclusión enfurecería a un científico inflexible, pero todos estaríamos paralizados si los pensamientos no tuvieran una invisible fuerza animadora. Esto adquiere pa. tética evidencia en los casos de autismo. El autismo, palabra que deriva de raíces latinas que significan “centrado en sí mismo” o “independiente”, es una rara dolencia infantil, que sólo se diagnosticó en 1943; afecta apenas a un bebé entre más de diez mil y a cuatro varones por
cada niña. Su causa aún es motivo de debate. Las viejas teorías psicológicas culpaban a la “madre-refrigerador”, pero estas han cedido paso a teorías biológicas, que aducen un desequilibrio químico o tal vez una lesión física en el cerebro del niño.
Cualquiera que sea la causa, el niño autista no presenta casi respuesta al mundo exterior y a otras personas. Si se lo pone en un columpio y se lo hamaca, puede parecer que participa levemente en la experiencia, pero vuelve a la apatía en cuanto dejamos de impulsado para que se hamaque solo. Si se le arroja una pelota, no levantará las manos para tomada ni para protegerse del golpe. Puede pasar gran parte de su tiempo libre en movimientos repetitivo s y mecánicos llamados “meneo”. De algún modo, la chispa del deseo se ha perdido en el oscuro y serpenteante laberinto del estar absorto en sí mismo.
A veces se lo puede inducir a regresar. Una vez vi una videofilmación de niños autistas que, a los tres o cuatro años de edad, aún no habían aprendido a caminar. Encerrados en sus mundos herméticos, sólo podían ponerse de pie si se les proporcionaba un objeto en el cual apoyarse. De otro modo caían de inmediato y no trataban de volver a levantarse. Para ayudar a estos niños se ideó algo ingenioso.
Primero se pusieron dos sillas a tres metros de distancia, conectadas por una soga fuerte.
Cada niño fue incitado a asirse de la soga y dar unos pocos pasos. Al cabo de un tiempo, ya dominada esta tarea, el niño podía caminar de una silla a la siguiente sin caer. A continuación se sustituyó la cuerda gruesa por una levemente más fina. Una vez más, el niño se asió de la soga y caminó de una silla a la otra. En cada día sucesivo se empleó una soga algo más fina, sin que el niño notara la diferencia. Por fin caminó “sostenido” por un endeble cordel.
Aquí viene el toque genial. Para liberar a los niños de la rutina mecánica de caminar de una silla a la siguiente, los experimentadores entregaron a cada uno un trozo de cordel para que lo llevaran en la mano. Seguros de que aún contaban con ese apoyo, los niños pudieron
caminar libremente.
Ese instante de desprendimiento tiene algo de magia. Al ver a esos niños recién liberados, que andaban por primera vez por el cuarto de juegos, me pregunté cuántos pequeños vacíos me separan de la libertad, vacíos que parecen abismos enormes e infranqueables, sólo porque no tengo un trozo de cordel que me sirva de puente.
El subestimado pensamiento mágico, aquel pensamiento que muchos insisten en lo fútil, innecesario y hasta dañino, para el ser humano, sin reconocer que es precisamente este pensamiento mágico el motor de los saltos cuanticos que la humanidad ha experimentado en todas las épocas.
En lo concerniente a los vínculos humanos y sus relaciones, el pensamiento mágico también hace su extraordinario aporte esta vez con la salud mental, emocional y física, dándonos una comprensión más profunda y refrescante sobre lo que implica sanar.
Solo algunos aún siguen pensando incluso con soberbia (y aquí debo exponer tanto a psicólogos como psiquiatras y médicos) que el pensamiento mágico es banal y obstaculiza los avances de estas disciplinas sin darse cuenta que son ellos quienes lo hacen con sus anquilosadas y caducas percepciones de lo que es real o de lo que se trata el Sanar; quedando así en una zona periferica muerta y estéril, pues ni avanzan ni retroceden, ni piensan de forma realista ni de forma mágica, más bien piensan de forma ilusoria, falsa, errónea; esta zona periférica ha sido responsable de los fuertes cuestionamientos y desconfianza hacia estas disciplinas por parte de la humanidad (y con toda la razón). Sin embargo, bendito sea el cuestionamiento que sobre ellas recaen y en sus representantes, ya que inevitablemente genera los movimientos necesarios para su desarrollo. Y dichos movimientos son congruentes con la Vida misma pues ¿qué es la Vida sino un perpetuo movimiento?
Gracias por este comentario tan importante querido Jaime, sobre todo viviendo desde el punto de vista de lo que tu profesión significa en estos temas.. Trascender tu pensamiento y conservar lo importante de la psicología es magia pura !!
Es increíble el poder de la palabra dentro de nuestro pensamiento. Nuestra mente tiene un poder inagotable, dependiendo de los estímulos que nos hayan dado dentro de nuestro proceso de formación (permanente), de nuestra forma de relacionarnos con el entorno, amistades, relaciones familiares o afectuosas… Somos lo que creemos, por eso la importancia de saber utilizar las palabras para referirnos a nosotros mismos y los demás.
Son los “no puedo, no puedes” los que van limitando poco a poco nuestra capacidad de ser y hacer todo aquello que nace de nuestra imaginación.
Abrazos. Muy feliz de reencontrarme con las emociones y con unos seres tan bellos.
Qué alegría me das ! Doy gracias porque llegaste .. por permitirnos compartir tu divina presencia ..