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Relacionarse, no relacionarse


EL AMOR es un estado de conciencia en el que te sientes jubiloso, en
el que tu ser baila. Algo empieza a vibrar, a irradiar desde tu centro; algo
empieza a palpitar a tu alrededor. Empieza a llegar a la gente: puede
llegar a las mujeres, a los hombres, a las piedras, los árboles y las
estrellas.
Cuando hablo del amor, me refiero a un amor que no es una relación
sino un estado del ser. Recuérdalo: siempre que empleo la palabra
«amor» me refiero a un estado del ser, no a una relación. La relación no
es sino un aspecto secundario. Pero la idea que se suele tener del amor es
básicamente la relación, y no se reduce a eso.
Necesitas las relaciones porque no puedes estar solo, porque aún no
eres capaz de meditar. La meditación es imprescindible para que puedas
amar de verdad. Deberíamos ser capaces de estar solos, completamente
solos, y felices. Entonces se puede amar. Entonces tu amor ya no es una
necesidad sino un compartir. Entonces compartirás, y compartir es
maravilloso.
Pero lo que suele ocurrir en el mundo es lo siguiente: no tienes
amor, la persona a la que tú crees amar tampoco tiene amor en su ser, y
ambos os pedís amor mutuamente. ¡Dos mendigos mendigándose! De ahí
derivan el conflicto, la lucha, la continua pelea entre los amantes, por cosas triviales, absurdas. Pero así y todo, no paran de pelearse.
La pelea de la que procede todo es que el marido piensa que no
recibe lo que tiene derecho a recibir, y lo mismo ocurre con la mujer. La
mujer piensa que la han engañado y otro tanto piensa el marido. ¿Dónde
está el amor? Nadie se molesta en dar, pero todos quieren recibir. Y si lo
que buscan todos es recibir, nadie lo recibe y todos se sienten perdidos,
vacíos, tensos.
No existen cimientos, y has empezado a construir el templo por el
tejado. Se desmoronará en cualquier momento. Y sabes muy bien cuántas
veces se ha desmoronado tu amor, pero sigues haciendo lo mismo una y
otra vez.
¡Vives en tal inconsciencia! No ves lo que le has estado haciendo a tu
vida y a la de los demás. Actúas de una forma automática, como un robot,
repitiendo las viejas pautas, sabiendo perfectamente que ya lo has hecho
antes. Y también sabes cuál es el resultado, y en el fondo sabes que va a
pasar lo mismo, porque no hay ninguna diferencia. Te preparas para la
misma conclusión, el mismo desmoronamiento. Si puedes aprender algo
del fracaso en el amor, es ser más consciente, más meditativo. Y cuando
hablo de meditación me refiero a la capacidad de ser feliz en soledad. Son
muy pocos los que pueden sentirse contentos sin razón alguna,
simplemente por estar sentados en silencio, felices. Los demás pensarán
que estás loco, porque la idea de la felicidad consiste en que proviene de
otra persona. Conoces a una mujer maravillosa, o a un hombre
maravilloso y te sientes feliz. ¿A solas en tu habitación y tan contento, tan
feliz? ¡Debes de estar loco! La gente pensará que te has drogado, que
estás colocado.
¡Pues sí, la meditación es el LSD definitivo! Supone liberar tus
propios poderes psicodélicos, desencadenar tu propio esplendor, que
estaba preso. Y te sientes tan feliz, tan jubiloso en tu ser, que no
necesitas ninguna relación. Puedes relacionarte con la gente… y esa es
precisamente la diferencia entre relacionarse y una relación.
La relación es una cosa: te aferras a ella. Relacionarse es una
corriente, un movimiento, un proceso. Conoces a una persona, la quieres,
porque tienes tanto amor que ofrecer… y cuanto más das, más tienes.
Has de entender esta extraña aritmética del amor, que cuanto más das,
más tienes, algo contrario a las leyes económicas del mundo exterior. Una
vez que lo hayas comprendido, si quieres recibir más amor y más alegría,
das y compartes, y después simplemente compartes. Y te sientes
agradecido a quienquiera que te permite compartir tu alegría, con ella o
con él. Pero no es una relación; es como el fluir de un río.
El río pasa junto a un árbol, le dice hola, lo nutre, le da agua… y
sigue su curso, su baile. No se aferra al río. Y el río no dice: «¿Adonde
vas? ¡Estamos casados! Si pensabas abandonarme, ¿por qué has bailado
así a mi alrededor? ¿Por qué me has alentado?» No; el árbol colma al río
con sus flores, profundamente agradecido, y el río sigue fluyendo. Llega el
viento y danza alrededor del árbol y sigue corriendo. Y el árbol le da su
fragancia al viento.

En eso consiste relacionarse. Si la humanidad llega algún día a la
edad adulta, madura, así será el amor: personas que se conocen,
comparten, siguen andando, sin sentimiento de posesión, ni de
dominación. En otro caso, el amor es simplemente una lucha de poder.

ALGUNOS ESCOLLOS


La gente tiene miedo de la gran música, de la gran poesía, de la
intimidad profunda. Las historias amorosas de las personas son fortuitas.
No profundizan en el ser del otro porque tienen miedo, el temor a
reflejarse en el estanque del ser del otro. Y en ese estanque, en ese
espejo del ser del otro, si no te encuentras, si el espejo está vacío, si no
refleja nada, ¿entonces qué?


La costumbre de la reacción


UNA REACCIÓN procede del pasado, una respuesta del presente.
Reaccionas con formas del pasado. Alguien te insulta y el viejo mecanismo
se pone en funcionamiento. En el pasado, cuando te insultaban actuabas
de cierta manera, y ahora actúas igual. No respondes a ese insulto y esa
persona, sino que repites una vieja costumbre. No has mirado a esa
persona y el nuevo insulto —tiene un sabor distinto—; funcionas como un
robot. Tienes cierto mecanismo en tu interior, aprietas el botón y dices:
«Este hombre me ha insultado» y reaccionas. La reacción no es la situación real, sino una proyección. Has visto el pasado en ese hombre.

Apegados a la seguridad


NINGUNA RELACIÓN es segura. No está en la naturaleza de las
relaciones que haya seguridad, y si existe alguna así, perderá todo su
atractivo. Por tanto, se trata de un problema para la mente. Si quieres
disfrutar de una relación, tiene que ser insegura. Si se convierte en algo
seguro, completamente seguro, no puedes disfrutarla: pierde todo el
encanto, todo el atractivo. Como la mente no queda satisfecha ni con esto
ni con lo otro, está siempre en conflicto, en estado de caos. Necesita una
relación viva y segura, pero es imposible, porque una persona viva o una
relación viva o cualquier cosa viva ha de ser impredecible. No se puede
prever lo que va a ocurrir al momento siguiente. Y porque ese momento
es impredecible, es intenso.
Has de vivir ese momento con la mayor intensidad posible, porque
quizá no llegue otro momento. A lo mejor ya no estás ahí, o el otro no
está ahí. O tal vez los dos estéis ahí, pero no la relación. Quedan abiertas
todas las posibilidades. El futuro siempre está abierto; el pasado, siempre
cerrado. Y entre medias está el presente, un solo momento del presente,
siempre tembloroso, agitado. Pero así es la vida. Temblar y agitarse
forman parte de la vida: la vacilación, la oscuridad, la vaguedad.
El pasado está cerrado. Todo ha ocurrido y ya no se puede cambiar
nada, de modo que todo ha quedado cerrado. El futuro está abierto: no se
puede predecir nada. Y entre medias está el presente, con un pie en el
pasado y otro en el futuro. Por eso, la mente mantiene la dicotomía, una
división. Siempre está dividida, esquizofrénica.
Has de entender que las cosas son así y que no se puede hacer nada.
Si quieres mantener una relación muy segura, tendrás que amar a un
muerto, pero no lo disfrutarás. Eso es lo que le ocurre a un amante
cuando pasa a marido: un marido es un amante muerto, como una esposa
es una amante muerta. El pasado lo es todo, y el pasado decide el futuro.
Si eres la esposa de alguien, no tienes futuro: el pasado seguirá
repitiéndose, con todas las puertas cerradas. Si eres el marido de alguien
no tienes futuro; estás confinado, en una prisión.
Se busca sin cesar la seguridad, pero cuando se encuentra resulta
aburrida. No hay más que ver las caras de los casados. Han encontrado la
tan deseada seguridad, y todo ha ido a parar a su cuenta corriente, las
leyes, y los abogados y los tribunales se encargarán de que todo quede
asegurado. Pero se ha perdido todo el encanto, toda la poesía: ya no hay
romanticismo. Están muertos: se limitan a repetir el pasado, a vivir de
recuerdos.
No hay más que oír cómo hablan los que están casados. La mujer
dice que su marido ya no la quiere como antes, y hablan de momentos
pasados, de su luna de miel y tal. ¡Qué tontería! Aún estás viva. Este
momento puede ser una luna de miel. Este momento se puede vivir, pero
tú hablas del pasado e intentas repetirlo.
La seguridad jamás satisface, y en la inseguridad hay miedo, miedo a
perder la relación, pero eso forma parte del estar vivo. Todo puede
perderse, no hay nada cierto y por eso todo es tan hermoso. Y por eso no
puedes retrasar nada ni un solo momento: si deseas amar a una persona,
ámala aquí y ahora. Ámala, porque nadie sabe qué pasará dentro de un
momento. Dentro de un momento quizá no exista ninguna posibilidad para el amor, y te arrepentirás el resto de tu vida. Podrías haber amado,
podrías haber vivido. Entonces te arrepentirás, sentirás remordimientos y
una profunda culpa, como si te hubieras suicidado.
La vida es incierta, y nadie puede cambiar esto. No hay forma de que
sea de otra manera. Y es bueno que nadie pueda hacerla segura, porque
entonces estaría muerta. La vida es frágil, delicada, y se interna
continuamente en lo desconocido: ahí reside su belleza. Hay que ser
valiente, aventurero, apostar para moverse con la vida. De modo que
apuesta. Vive este momento y vívelo plenamente. Dentro de un momento,
ya se verá. Estarás allí para abordarlo —como estuviste en el pasado y lo
estarás en el futuro— y serás más capaz porque tendrás más experiencia.
Por tanto, no se trata de si el otro estará allí en el momento
siguiente, sino que, si está disponible para ti en este momento, ámalo. No
desperdicies este momento pensando en el futuro y preocupándote por él,
porque es una actitud suicida. No dediques ni un solo pensamiento al
futuro, porque no se puede hacer nada al respecto y es una completa
pérdida de energía. Ama a esta persona y que ella te ame.
Así lo veo yo: si vives el momento plenamente, existen todas las
posibilidades de que al momento siguiente la persona siga estando
disponible. Y digo que es posible: no puedo prometer nada. Pero hay más
posibilidades, porque el momento siguiente procederá del momento
presente. Si has amado a esa persona y se siente feliz y la relación ha
sido una experiencia hermosa, un éxtasis, ¿por qué iba a dejarte?
Si no dejas de preocuparte, la estás obligando a dejarte. Y si has
desperdiciado este momento, el momento siguiente surgirá de ese
desperdicio: estará podrido. Así es como puedes predecirte: siempre se
cumplen tus profecías. Al momento siguiente dices: «Ya decía yo desde el
principio que esta relación no duraría. Ahora queda demostrado.»
Entonces te sientes bien, en cierto modo; piensas que has sido listo y
previsor. En realidad has sido estúpido, porque no es que hubieras
predicho nada. Has forzado el acontecimiento porque has desperdiciado el
tiempo y la oportunidad que se te habían concedido. De modo que ama a
la persona y olvídate del futuro. Déjate de tonterías y no pienses en el
futuro. Si puedes amar, ama. Si no puedes, olvida a esa persona, busca a
otra, pero no pierdas el tiempo.
La cuestión no consiste en este amante o el otro, sino en el amor. El
amor satisface, y las personas son excusas. Pero todo depende de ti,
porque lo que hagas con una persona lo seguirás haciendo con otra.
Si haces feliz a una persona, ¿por qué habría de dejarte? Pero si la
haces desdichada, ¿por qué no habría de dejarte? Si la haces desdichada,
¡yo la ayudaría a que te dejara! Pero si la haces feliz, nadie puede
ayudarla a dejarte, porque no tendría sentido: lucharía contra el mundo
entero por ti.
Así que sé más feliz. Emplea el tiempo de que dispones, sin pensar
en el futuro; el presente es suficiente. Desde este mismo momento,
intenta vivir este momento. Emplea este momento en no preocuparte,
sino en vivir. Las pequeñas cosas pueden ser muy hermosas. Querer un
poco, compartir un poco: eso es la vida.