Conceptualización de la Imagen Corporal
El cuerpo es lo más cercano y lo más externo de nuestro ser. Nos traslada y procesa información procedente del exterior o exteroceptiva. El cuerpo también es contenido. Reúne información interna o interoceptiva (y propioceptiva). Es nuestro recipiente, el continente de nuestro yo. Es, sobre todo, el vehículo de conexión y participación con los actores y escenarios en los que nos desenvolvemos. Este espacio corporal, interno y externo; objetivo, subjetivo, e intersubjetivo, se sustenta en una consciencia de entidad personal y una experiencia vital (de Preester y Knockaert, 2005; Pera, 2006; Raich, 2001). A su vez, nuestras experiencias vitales están condicionadas por este espacio (corporal) en el que nos ha tocado vivir (Cash, 2004). Así las cosas, continente y contenido se resumen conceptualmente en nuestro autoconcepto fisico o identidad física y somática: “soy castaño, peso 78 kg, mis ojos son de color claro, mi piel…” (por ejemplo, para una
descripción de rasgos corporales externos). Y también del espacio interno: “la emoción de una noticia me hace notar enseguida el corazón con toda su fuerza”, “a menudo siento acidez en el estómago”, 11 me recupero rápido de cualquier enfermedad”, “resisto bien el esfuerzo físico”.
Tiene, como se ha dicho, un lado externo, un límite reconocible con el exterior, objetivable, la apariencia, sobre la que opino y opinan, es decir, la tarjeta de visita que nuestro cuerpo presenta de forma habitual y reconocible para los demás. Conlleva asimismo una valoración emocional. Este examen de nosotros mismos, influido por la evaluación de los demás condiciona, al menos en parte, nuestra estima, nuestro amor propio o, dicho de otro modo, nuestra autoestima, en este caso dirigida al cuerpo y su aspecto, la autoestima corporal: “me gusta mi pelo”, “dicen que hago siempre este gesto simpático cuando sonrío”, “tengo arrugas y unas sombras en la piel que me desagradan”, “enseguida me pongo colora da, todos se dan cuenta”, “me han dicho siempre que este pequeño lunar es atractivo”, “mi nariz es muy grande, sé que es lo primero que ven de mí”.
Es difícil definir la imagen corporal porque es un constructo multidimensional e interactivo (Veale y Neziroglu, 2010). Es una parte de nuestra identidad global y tiene que ver con el desarrollo de nuestra autoconsciencia. De hecho, se alude a la imagen corporal cuando la persona hace consciente su propio cuerpo, por ejemplo al mirarse ante un espejo o al apreciar con el tacto las características de su piel. Es el cuerpo como objeto (Pérez Álvarez, 2012).
La imagen corporal se conforma a partir de la interacción con los demás, con la valoración social interiorizada (Cash y Fleming, 2002; Tantleff-Duran y Lindner, 2011). Se inscribe en la idea o definición general de nosotros mismos (autoconcepto global), tanto desde el punto de vista más corporal (una parte de la identidad física o autoconcepto físico, componente cognitivo), como del componente subjetivo o emocional ligado a nuestro autoconcepto físico (autoestima corporal). A su vez, esta autoestima corporal se relaciona con el ideal corporal que me representa (no siempre estoy atractiva, generalmente tengo buena figura, he conseguido fortalecer mis músculos, etc.) versus el ideal que los demás (o la sociedad) suscitan o favorecen en mí.
La imagen corporal es una representación mental compleja (con su correlato y organización neural), multifacética, estable, aunque en continua actualización acerca de nuestro cuerpo y su experiencia emocional. Dada su relación con el autoconcepto (físico), sus contenidos abarcan desde la estatura, la figura o silueta, el peso, el sexo, el funcionamiento corporal, la activación fisiológica y emocional o el mo vimiento, a la forma de moverse, de relacionarse, el grado de expresión de la masculinidad o feminidad, de nuestras habilidades y competencias, o el estado físico y de salud.
Resumidamente se suele referir la imagen corporal como las experiencias perceptivas, subjetivas y actitudes sobre el propio cuerpo, particularmente sobre la apariencia física (Jakatdar, Cash y Engle, 2006; Pruzinsky y Cash, 2002). La integración de los aspectos más externos y visibles para los demás, junto con la perspectiva más interna e idiosincrásica, dan el sentido de
corporalidad al ser humano.
Dicho de otra manera, la apariencia física es una característica percibida, experimentada o sentida, e integrada del ser humano en lo que llamamos imagen corporal. Por tanto, esta representación mental es marcadamente subjetiva, se alimenta del modo en que nos sentimos con respecto al cuerpo, cómo lo valoramos, apreciamos y opinamos, cómo nos comportamos con él, cómo estimamos o suponemos que los demás lo perciben y reaccionan ante él (y de lo que en una determinada sociedad se considera atractivo). El desarrollo de la imagen corporal lo es asimismo del autoconcepto global (y físico), por ejemplo, a lo largo del proceso de maduración y el de envejecimiento normales, por una anomalía corporal congénita, la aparición de una discapacidad, la presencia de dolor crónico, el impacto del cambio en el aspecto físico por una enfermedad, haber sufrido abusos sexuales, entre otras muchas posibilidades.
La subjetividad de la imagen corporal influye en la actitud que se tiene hacia el cuerpo, pues puede hallar discrepancias entre la asunción o internalización de un ideal general o social (cultural), el yo-(corporal) ideal y el yo-(corporal) actual, lo que necesariamente repercute en el bienestar y la calidad de vida del ser humano. Es decir, apariencia e imagen corporal no son sinónimos: una persona puede desarrollar una imagen corporal negativa aunque no lo sea su aspecto o apariencia (de forma consensuada); y lo contrario también es cierto: una persona cuya apariencia no responda al estereotipo de belleza donde se socializa puede tener una imagen corporal positiva de sí misma. En consecuencia, una imagen corporal favorable es aquella en la que se experimentan sentimientos positivos sobre la propia corporalidad y de autoconfianza en las situaciones sociales (Grogan, 2008).
A menudo, la importancia del ideal de belleza resulta un favorecedor de insatisfacción y preocupaciones acerca de la apariencia. Como se verá más adelante, cuando las personas experimentan sus cuerpos de forma poco atractiva, indeseable, o se rechazan y avergüenzan de sí mismas, se alude a alteraciones de la imagen corporal (Gilbert y Miles, 2002). Pueden dirigirse a la apariencia en general, a diversas funciones del cuerpo, o a una parte en particular del aspecto corporal.
La imagen corporal ha de entenderse por su posibilidad de cambio, aunque con diferente impacto en según qué momento del desarrollo evolutivo del ser humano, con diferente nivel de consciencia (o autoconsciencia), e integrada en el conjunto del sí mismo o Self (concepto que aglutina el autoconcepto global, la autoestima, la conducta y la propia imagen corporal o autoimagen).