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DEL CIELO QUE ENFERMA Y LA TIERRA QUE SANA

Lo que aquí se dice del cielo describe lo que en la familia y en la red familiar, como comunidades de personas unidas por el destino, conduce a enfermedades graves, a accidentes o al suicidio; y lo que se dice de la tierra pretende describir lo que, a veces, logra
dar otro rumbo a estas suertes.
Enfermedades graves o accidentes y suicidios en el seno de la familia o de la red familiar son desencadenados por procesos que se entrelazan con imágenes del cielo, de sufrimiento y de expiación en lugar de otras personas, de un reencuentro después de la muerte, y de inmortalidad personal. Estas imágenes seducen a un pensar y desear y actuar mágicos, en los que el enfermo o el moribundo cree que, a través del sufrimiento deliberadamente aceptado, puede redimir a otros de su sufrimiento, aunque este forme parte de su destino.
Las observaciones y las comprensiones del trabajo con constelaciones familiares que se describen a continuación ayudan a desenmascarar tales ideas enfermizas para superarlas de una forma sanadora.

A esta comunidad de personas unida por el destino –en la que obran estas ideas fatales– pertenecen los hermanos, los padres y sus hermanos, los abuelos, a veces algún bisabuelo, y todos los que hicieron sitio para uno de estos miembros de la familia.
Entre los que hicieron sitio cuentan los cónyuges anteriores de los padres y de los abuelos, o las relaciones comparables a un matrimonio, por ejemplo, los novios anteriores.
Asimismo, forman parte todos aquellos por cuya desaparición o desgracia otros pudieron acceder a este grupo o tuvieron alguna ventaja en otro ámbito. En esta comunidad unida por el destino todos se hallan atados a todos. Donde más fuerza cobra el vínculo creado por el destino es de hijos a padres, entre hermanos y entre marido y mujer. Asimismo, se crea un vínculo especial desde las personas que entraron en el sistema posteriormente hacia aquellos que hicieron sitio para ellos, especialmente si estos tuvieron una suerte difícil: por ejemplo, el vínculo que se desarrolla entre los hijos de un segundo
matrimonio de un hombre hacia su primera mujer, que murió de parto. El vínculo es menos fuerte de padres a hijos, o de aquellos que hicieron sitio a los que les siguieron en ese lugar: por ejemplo, de una novia anterior del marido a su mujer posterior.

Por este vínculo, pues, los posteriores y más débiles pretenden sujetar a los anteriores y más fuertes para que estos no se vayan, o, si ya se fueron, desean seguirles. Por este vínculo, los aventajados pretenden asemejarse a los que sufren la desventaja.
Así pues, los hijos sanos quieren parecerse a sus padres enfermos, y los pequeños, inocentes, a los grandes, culpables. Por este vínculo, los sanos se sienten responsables de los enfermos; los inocentes, de los culpables; los felices, de los desdichados, y los vivos, de los muertos.
Por tanto, los que reciben la ventaja están dispuestos a arriesgar y a ofrecer tanto su salud como su inocencia, su vida como su felicidad por la salud, la inocencia, la vida y la felicidad de otros, ya que albergan la esperanza de poder asegurar o salvar la vida y la felicidad de otros miembros de esta comunidad, renunciando a su propia vida y a su propia felicidad. Y esperan poder recuperar y restablecer la vida y la felicidad de otros, aunque ya
estén perdidas.
Así pues, del vínculo y del amor que este vínculo comporta, en la comunidad de la familia y de la red familiar nace la necesidad imperiosa de llegar a un equilibrio entre la ventaja de unos y la desventaja de otros, entre la inocencia y la felicidad de unos y la culpa y la desdicha de otros, entre la salud de unos y la enfermedad de otros, y entre la vida de unos y la muerte de otros. Es esta necesidad la que lleva a una persona a desear también la desdicha donde otro miembro de su sistema fue desdichado; donde otro cayó enfermo o contrajo una culpa, una persona sana o inocente también enferma o se hace culpable, y, donde una persona querida murió, otra persona próxima a ella desea morir también.
En el seno de esta comunidad tan estrechamente unida por el destino, el vínculo y la necesidad de compensación llevan a la participación y a la imitación de la culpa y de la enfermedad de otros, de su destino y de su muerte. Asimismo, se intenta pagar la salvación de otros con la desgracia propia; la curación de otros, con la propia enfermedad; la inocencia de otros, con la culpa o la expiación propia, y la vida de otros, con la propia muerte.

La enfermedad sigue al alma
Dado que esta necesidad de semejanza y compensación anhela la enfermedad y la muerte, por así decirlo, la enfermedad sigue al alma. Por tanto, aparte de la ayuda médica en un sentido más estricto, la sanación requiere también la ayuda de personas que conocen las necesidades del alma, bien sea que el médico mismo reúna ambos aspectos, bien sea que otra persona complemente el trabajo médico, atendiendo la psique. Ahora bien, mientras el médico se esfuerza por curar la enfermedad a través de su tratamiento, el psicoterapeuta más bien se retiene, ya que, lleno de asombro, se halla ante fuerzas con las que le parecería
arrogante competir. Así pues, intenta cambiar un destino fatal estando en sintonía con estas fuerzas, convirtiéndose más bien en su aliado que en su enemigo. A este respecto quisiera referir un ejemplo:

«Mejor que sea yo que tú»
Durante una hipnoterapia, una joven paciente de esclerosis múltiple se vio a sí misma de niña, arrodillada delante de la cama de su madre paralítica, formulando interiormente este propósito: «Querida Mamá, mejor que sea yo que tú».
Para los demás participantes del grupo fue una experiencia profundamente conmovedora ver cuánto una hija ama a sus padres, y la mujer joven se sentía en paz consigo misma y con su suerte. Una participante, sin embargo, no pudo soportar ese amor dispuesto a tomar sobre sí enfermedades, dolores e incluso la muerte por el bien de la madre. Le dijo al terapeuta:
–¡Deseo de todo corazón que puedas ayudarle!
El terapeuta se quedó perplejo; para él fue como si lo hubiera deshecho todo, ya que cómo es posible que alguien trate el amor de la hija como si fuera algo malo. ¿Acaso no heriría el alma de la hija, agravando su sufrimiento en vez de aliviarlo? ¿Acaso la hija no guardaría aún más celosamente su amor a la madre, aferrándose aún más apasionadamente a su esperanza y a su propósito, surgidos en aquel momento, de salvar a la madre amada a
través de su propio sufrimiento?
Aún quisiera presentar otro ejemplo más. En un grupo, una mujer joven, que también padecía de esclerosis múltiple, configuró su familia de origen y la trama relacional que reinaba en su seno. Así pues, había la madre y, a su izquierda, el padre. Enfrente de ellos se encontraba la paciente, como hija mayor; a su izquierda, el hermano siguiente, que murió de un paro cardíaco a los 14 años, y, a la izquierda de este, el hermano más joven.
Partiendo de esta constelación, el terapeuta le pidió al representante del hermano muerto que saliera por la puerta, lo cual, en una constelación familiar, significa morir. En el momento en el que salió por la puerta, la cara de la hija se iluminó de golpe, y también la madre se sintió mucho mejor. Después, el terapeuta envió fuera al hermano menor, y, después, al padre, porque había notado que también ellos tendían a salir del sistema. En cuanto habían salido todos los hombres –lo cual significa que todos estaban muertos–, la madre se enderezó con un gesto triunfante, quedando claro que era ella la que se sabía presa de la muerte –cualquiera que fuera el motivo–, y también, cuán aliviada se sentía al ver que otros estaban dispuestos a tomar sobre sí la muerte en lugar de ella.
A continuación, el terapeuta volvió a llamar a los hombres, y, en su lugar, envió fuera a la madre. De repente, todos se sintieron librados de la obligación de participar en el destino de la madre, y se encontraban bien.
El terapeuta, sin embargo, sospechaba que también la esclerosis múltiple de la hija podría estar relacionada con el hecho de que la madre se sintiera obligada a morir. Por tanto, hizo entrar nuevamente a la madre, la puso al lado del padre, y llevó a la hija al lado de ella. A continuación, le dijo a la hija que mirara a la madre con amor y que le dijera a los ojos y a la cara: «Mamá, yo lo hago en tu lugar». Al pronunciar estas palabras, la cliente se puso radiante, y el significado y la finalidad de su enfermedad quedaron claros para todos los presentes.

Experiencia relatada por Bert Hellinger