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El Sexo

La búsqueda del amor, la aspiración de alcanzarlo, no es una acción positiva o un acto abierto de acudir aun, lugar determinado y extraerlo… Un escultor se hallaba tallando una roca. Alguien que había ido a ver cómo se hace una estatua, observó que no había indicio alguno de una estatua. Sólo había una roca que era tallada aquí y allá con cincel y martillo. El hombre preguntó: “¿Qué estás haciendo? ¿No vas a hacer una estatua? He venido a ver cómo se hace una estatua, pero veo que estás rompiendo una roca”. El artista respondió: -La estatua se halla oculta en su interior. No es necesario hacerla. Sólo hay que quitar cantidades de piedra inútil que están pegadas a ella, y la estatua aparecerá”. “Una estatua no se fabrica: es descubierta, es revelada, es traída a la luz”.

El amor se halla encerrado en el interior del hombre: sólo hay que liberarlo. No se trata de producirlo: hay que descubrirlo. Sin embargo1 ¿con qué nos hemos cubierto, qué es lo que le impide salir? Trata de preguntarle a un médico qué es la salud. Es algo muy extraño el hecho de que ningún médico en el mundo pueda decirte qué es la salud. Aun cuando toda la ciencia médica se basa en la salud, ¿no hay acaso nadie que pueda decirte qué es la salud? Si le preguntas a un doctor, te responderá que puede decirte lo que son las enfermedades, lo que son los síntomas; puede que conozca diferentes términos técnicos para cada una y todas las enfermedades, y también puede prescribir la cura…

¿Pero la salud? Acerca de la salud no tiene idea. Sólo puede decir que la salud es aquello que permanece cuando no está presente ninguna enfermedad. Esto se debe a que la salud se halla oculta en el interior del hombre: trasciende sus posibilidades de definición. La enfermedad proviene de afuera, y por tanto, puede ser definida; la salud proviene de nuestro interior, por lo tanto no puede ser definida. Se resiste a la definición. Sólo podemos decir que la salud es la ausencia de enfermedad. Eso está bien, ¿Pero es ésta la definición de salud? En ella, no se dice nada respeto a la salud en sí. El hablar acerca de la ausencia de enfermedad nos dice algo acerca de la enfermedad, no acerca de la salud. Y la verdad es que no es necesario crear la salud. O bien se halla oculta por la enfermedad o aparece si la enfermedad desaparece, se retira o es expulsada. La salud se encuentra en nuestro interior; la salud es nuestra naturaleza.

El amor se halla en nuestro interior. El amor es nuestra naturaleza intrínseca. Es un completo error pedirle al hombre que dé amor. El problema no consiste en crear amor, sino en indagar y descubrir los motivos por los cuales no logra manifestarse. ¿Cuál es el obstáculo? ¿La dificultad? ¿Dónde está el dique que lo refrena? Si no existen barreras, el amor aparecerá. No es necesario persuadirle o guiarle. Cada hombre se hallará lleno de amor si no existen barreras de cultura errada o de tradiciones degradantes y dañinas. Nada puede sofocar al amor, el amor es inevitable. El amor es nuestra naturaleza.

El Ganges fluye desde los Himalayas. Su corriente de agua es fuerte y fluida. No solicita un pase de transeúnte, no le pregunta a un sacerdote por el camino hacia el océano. ¿Has visto alguna vez a un río en un cruce de caminos, solicitándole a un policía las indicaciones para llegar al océano? Por muy lejos que el mar se encuentre, por oculto que esté, es seguro que el río hallará el camino. Eso es inevitable. Tiene el impulso interno. No tiene ninguna guía de indicaciones, pero es 1totalinente seguro que llegará a su destino. Hará grietas en las montañas, cruzará el llano, atravesará el campo e irá velozmente en pos del océano, debido a un deseo insaciable, a una impresionante energía que posee en lo más profundo de su corazón. Sin embargo, ¿qué pasaría si el hombre interpone obstáculos en su camino? ¿Si los seres humanos construyen diques? Un río supera, atraviesa las barreras naturales, que en realidad no constituyen un verdadero obstáculo para él, pero si el hombre crea barreras, si ingenieros humanos construyen diques que lo atraviesen, es posible que el río nunca llegue al océano. Uno debiera tener presente la obvia diferencia en esta situación. El hombre, la inteligencia suprema de la creación, puede impedir, si así decide, que el río llegue al mar.

En la naturaleza existe una unidad fundamental, una armonía. Las obstrucciones, los aparentes obstáculos que se ven en la naturaleza, son desafíos para despertar la energía; cumplen la función de toques clarinete que despiertan aquello que se halla latente en el interior. No existe desarmonía en la naturaleza. Cuando sembramos una semilla parece ser que la capa de tierra que se haya sobre la semilla la está presionando, le está impidiendo crecer. Es así como parece ser; pero en realidad, esa capa de tierra no constituye una obstrucción. Sin esa capa, la semilla no puede germinar: la tierra presiona a la semilla a fin de ablandarla, desintegrarla y transformarla en un árbol joven. Aparentemente, la tierra está sofocando a la semilla, pero la tierra está realizando la labor de un amigo. Esta es una operación clínica.

Si una semilla no se transforma en una planta, pensamos que la tierra puede no sería apropiada o que la semilla no ha tenido suficiente agua o suficiente luz solar. No culpamos a la semilla. Sin embargo, si no se producen flores en la vida del hombre, afirmamos que el hombre es el responsable de ello. Nadie piensa en abonos de mala calidad, falta de agua o de luz solar, y hace algo en consecuencia. En este caso, todo se limita a acusar al hombre de “maligno”. Y es así que la planta del hombre se ha quedado subdesarrollada; es reprimida por una actitud  inamistosa, no ha logrado alcanzar el estado de florecimiento.

La naturaleza es una armonía rítmica, pero la artificialidad que el hombre ha impuesto sobre ella, la ingeniería que ha llevado a cabo sobre ella; el conocimiento mecánico que ha arrojado a la corriente, han creado obstrucciones en muchos lugares, han detenido el flujo… Y el río es culpado: El hombre es malo, la semilla es venenosa… Quiero atrae tu atención hacia el hecho de que los obstáculos fundamentales han sido construidos por el hombre, creados por él mismo; de otro modo, el río  del amor podría correr libremente y llegar al océano de Dios. El amor es algo inherente al hombre. Si los obstáculos son eliminados con discernimiento, el amor podrá fluir. El amor podrá elevarse hasta alcanzar a Dios, al Sublime Supremo.

¿Cuáles son estas imposiciones hechas por el hombre?

En primer lugar, la obstrucción más obvia ha sido la oposición respecto al sexo, el oprobio de la pasión. Esta prohibición ha destruido la posibilidad de que el amor nazca en el hombre. Y la simple verdad es que el sexo es el punto de partida del amor. El sexo es el inicio del viaje en pos del amor. El origen, el Gangotri del Ganges del amor es el sexo, la pasión, y todo el mundo se comporta como si éste fuese el enemigo. Todas las culturas, todas las religiones, todos los gurus, todos lo profetas y videntes han atacado a este Gangotri, a esta fuente, y el río se ha quedado detenido allá arriba. El vocerío público siempre ha dicho que el sexo es un pecado, es irreligioso: el sexo es veneno. Nunca nos damos cuenta de que, en último término, es la misma energía sexual la que viaja y llega al océano del amor. El amor es la transformación de la energía sexual. El amor florece de la semilla del sexo.

Si ves un trozo de carbón, no se te ocurriría pensar que ese carbón, si es transformado, se convierte en diamante. Los elementos presentes en el carbón son los mismos que en el diamante. En esencia no existe diferencia fundamental entre los dos. Después de ser sometido a un proceso de miles de años, el carbón se convierte en diamante. Pero al carbón no se le otorga importancia alguna: aun si se le almacena en una casa, se le pone en un lugar en que no sea visto por los visitantes; y los diamantes, por otra parte, se llevan alrededor del cuello, sobre el pecho, de modo que todo el mundo pueda verlos. El diamante y el carbón son los mismos, aun cuando los puntos de la jornada del mismo elemento. ¿Y sin embargo, es acaso obvia en alguna parte del mundo esta afinidad interna entre ellos? Si te transformas en un enemigo del carbón, lo que sería muy natural, dado que a primera vista el carbón sólo puede ofrecer hollín negro, la posibilidad de su transformación en diamante finalizaría en ese punto. Ese mismo carbón podría haberse transformado en un diamante; sin embargo, odiamos al carbón, y de allí la anulación de cualquier posibilidad de progreso posterior.

Sólo la energía del sexo puede florecer en amor; pero todo el mundo, incluyendo a los grandes pensadores del hombre, está en su contra. La oposición no permite que la semilla germine. El palacio del amor es saboteado en la etapa de construir los cimientos. La hostilidad en contra del sexo ha destruido la posibilidad del amor. Al carbón se le quita la posibilidad de transformarse en diamante. Es debido a este concepto fundamental erróneo que nadie siente la necesidad de atravesar las etapas de aceptación, desarrollo y transformación del sexo. ¿Cómo podemos transformar algo de lo cual somos enemigos, ante lo cual nos oponemos, con lo cual estamos en guerra constante?

Al hombre se le ha impuesto una lucha constante en contra de su energía. Se le enseña a luchar en contra de la energía sexual, a oponerse a las tendencias sexuales. La mente es veneno; por lo tanto, lucha en su contra. Pero la mente está en el hombre y el sexo también. Y sin embargo, se espera del hombre que se encuentre libre de conflictos internos; se espera de él que tenga una existencia armoniosa. Debe luchar en contra de los conflictos y también hacer la paz con ellos, esas son las enseñanzas. Por un lado, haz que el hombre se vuelva loco, y por el otro, construye manicomios para someterlo a tratamiento. Esparce los gérmenes de la enfermedad y construye, paralelamente, los hospitales para curarla.

Otra consideración importante es que el hombre no puede ser separado del sexo. El sexo es su punto primario: es de allí de donde nace. Dios ha aceptado la energía del sexo como el punto de partida de la creación. Los “grandes hombres” lo consideran un pecado, y el mismo Dios no lo considera así. Si Dios considera el sexo como un pecado, significa que no hay pecador más grande que Dios en este mundo, en el universo. ¿Has pensado alguna vez que el florecimiento de una planta es una expresión de pasión, un acto sexual? Un pavo real danza en toda su gloria, y un poeta hará una canción de ello. Un santo también se sentirá lleno de júbilo. Pero ellos no saben que la danza es también una expresión abierta de pasión; es también, en lo fundamental, un acto sexual. ¿A quién desea agradar el pavo real con su danza? El pavo está llamando a su amada, a su pareja. Las aves, el cucú, cantan; un hombre llega a la adolescencia, una muchacha se transforma en una mujer; ¿qué es todo esto? ¿Qué juego es éste? Todos éstos son índices de amor, energía sexual. Estas son formas transformadas del sexo, expresiones del amor. Burbujean con energía, reconocen y aceptan al sexo. La vida. La vida entera: todos los actos, actitudes, tendencias, todos los florecimientos corresponden a la energía sexual primaria. La religión  cultura están volcando, en la mente del hombre, veneno en contra del sexo: intentan crear un conflicto, una guerra. El hombre se halla luchando en contra de su energía primaria, y de ese modo se ha vuelto débil y extraño, tosco y vulgar, falto de amor y lleno de nada.

Debemos ser amigos, y no enemigos del sexo. El principio del sexo debiera ser elevado a alturas más puras. Un sabio, mientras bendecía a la pareja de recién casados, le dijo a la novia: “Que seas madre de diez niños y que, finalmente, tu esposo se transforme en tu décimo primer hijo”. Si la pasión es transformada, la esposa puede transformarse en una madre; si la lascivia es transcendida, el sexo puede transformarse en amor. Sólo la energía sexual puede florecer en una fuerza amorosa, pero hemos llenado al hombre de oposición hacia el sexo. El producto neto de esto es que el amor no florece, porque ésta es una etapa posterior, que sólo puede ser posible si se acepta el sexo. El amor no pudo crecer debido a la oposición cerrada. Al contrario: el sexo, agitándose en el interior de la consciencia del hombre, se halla enturbiado por la sexualidad. La conciencia moral del hombre se está volviendo más y más sexual. Nuestras canciones, poemas, pinturas e incluso las figuras de ídolos en el templo están virtualmente centradas en torno al sexo, porque nuestra mente también se halla rotando en torno al eje sexual. ¡Ninguno de los animales del mundo es tan sexual como el hombre! El hombre es sexual por todas partes, por donde quiera que se le mire; despierto o dormido, en sus modales así como en su etiqueta. Siempre está obsesionado por el sexo.

Debido al rechazo, la oposición, la supresión, el hombre se halla arruinado en su interior. No podría liberarse de aquello que es la raíz de la vida; pero debido a sus constantes conflictos internos, todo su ser se ha vuelto neurótico. Está enfermo. Esta obvia inundación de la sexualidad en el ser humano se debe a los mal llamados líderes y santos. Ellos son los culpables de esto, y la posibilidad de que el amor florezca seguirá siendo nula hasta que el hombre se libere de estos profesores, directores de escuelas, custodios, vanguardistas y sus pseudo­sermones. El sexo se ha transformado en una obsesión, en una enfermedad, en una perversión. Está envenenado debido a la condenación a que ha sido sometido. Desde su más tierna edad a los niños se les enseña que el sexo es pecado. A las niñas se les dice, a los niños se les advierte, que el sexo es pecado. Una niña crece. Un niño crece. Viene la adolescencia. Contraen matrimonio. Y así se inicia un viaje a la pasión, con la convicción establecida de que el sexo es pecado. A la muchacha también se le dice que su esposo es un dios. ¿Cómo puede reverenciar como a un dios a alguien que la conduce al pecado? Al muchacho se le dice que ella es su esposa, su pareja, su compañera. Las escrituras afirman que la mujer es la entrada al infierno, una fuente de pecado. El muchacho tiene un infierno vivo como compañera de vida. El muchacho piensa: “¿Es ésta mi amada mitad? ¿Mi amada mitad destinada al infierno, orientada al pecado? ¿Cómo puede haber armonía en su vida? Las enseñanzas tradicionales han destruido la vida marital del mundo entero. Cuando existen prejuicios acerca de la vida marital, cuando ésta se halla envenenada, no existe la posibilidad del amor. Si marido y mujer no pueden amarse libremente el uno al otro, lo que es inherente y muy natural, ¿quién va a amar a quién?

Esta angustiosa situación, este amor turbulento, puede ser purificado, se puede elevar a alturas tan grandiosas que puede romper todas las barreras, resolver todos los complejos y sumergirlos en regocijo puro y divino. Esta cosa sublime es posible. Pero si la misma semilla es destruida, si es secada, envenenada, ¿qué puede crecer de ella? ¿Cómo podría llegar a ser una rosa de amor supremo?

Lo que deseo decir es esto: que el sexo es divino. La energía básica y primaria del sexo tiene en sí el reflejo de Dios. Esto es evidente, pues tiene la energía para crear una nueva vida. Y ésta es la fuerza más grande y misteriosa. Deja de ser su enemigo. Si deseas una lluvia de amor en la vida, renuncia al conflicto con el sexo. Acepta el sexo con alegría, reconoce su cualidad sagrada. Recíbelo con gratitud y acéptalo más y más profundamente. Te sorprendería el descubrir cuán sagrada se revela la lujuria sexual cuanto más le brindas una sagrada aceptación. Y, cuanto más pecaminosa e irreverente sea tu actitud, más feo y pecaminoso se reflejará el sexo. Cuando uno se acerca a la esposa, debería tener una sensación sagrada, como si estuviera acudiendo a un templo. Y cuando la esposa se acerca al marido, debiera sentirse llena de reverencia, como si se acercara a Dios. Pues en el sexo los amantes viven el coito, y esa etapa se halla muy cercana al templo de Dios, en donde El se manifiesta en una creativa variedad de formas.

 

Pacha Pulai