Relación entre la enfermedad, el órgano afectado y la persona.
Si Freud hubiera sabido de la existencia del sistema inmunológico, el descubrimiento de las endorfinas, de los avances de la psico neuroinmunologia, con cuánta mayor seguridad hubiera podido afirmar que aunque no se encontraran lesiones responsables en muchos cuadros clínicos, las personas merecen ser atendidas y por lo menos escuchadas para saber que les dolía y les dificultaba la vida. El no tenia experiencias biológicas que avalan su decir. Esto lo dedujo de la observación y el análisis (no psicoanálisis, en ese tiempo) de sus pacientes. Tuvo que describir un “aparato psíquico”, , que pudo haber supuesto de muchos otros modos. Eso no es en absoluto relevante. Lo esencial es haber demostrado que existía algo no visible y demostrable anatómicamente. Haber convencido a esa docta concurrencia de expertos sobre el ser humano, que algo así como el Inconsciente existe. No es que antes no se hubiera hablado de algo similar. Incluso el nombre se usó mucho antes. Lo importante es que fue él quien incorpora este conocimiento trascendental al estudio del hombre.
Sucedió como con William Harvey, a quien se le considera el descubridor de la circulación de la sangre, porque fue capaz de demostrar cómo ocurría esto dentro de nuestro cuerpo, es decir, consiguió que en el Colegio Médico de Londres le creyeran, aunque no podían comprobar que lo que afirmaba era efectivo, ya que lo que W. Harvey describe era el fruto de largas observaciones en autopsias, en animales y en numerosas personas. Sus observaciones lo hicieron cuestionar lo descrito hasta esa fecha. Dijo lo esencial y que no puede ser rebatido: la sangre circula, y en todos nuestros vasos sanguíneos hay sangre; que la sangre que sale del corazón va por las arterias y que la que vuelve lo hace por las venas. Y que la sangre pasa varias veces por los mismos sitios A nadie se le ocurriría criticar el que creyera que la diferencia entre la sangre arterial y la venosa es que esta última tiene menos espíritus. Máxime cuando demostró fehacientemente que los llamados espíritus formaban parte de la sangre de un modo indisoluble, “como el calor del agua caliente”. Si ahora decimos que tiene más oxigeno y menos anhídrido carbónico y que estos elementos
no se encuentran tan indisolublemente unidos a ella -porque le
podemos separar-, no me es claro que hemos ganado en comprensión; posiblemente si en información y posibilidad de diagnosticar
algo. Perdimos el hermoso concepto de lo indisoluble. Tampoco nos pondremos a discutir o siquiera comentar el que dijera que
sangre iba en tanta cantidad a los pulmones porque tenía que refrigerarse. Ahora sabemos a qué va la sangre a los pulmones. Treinta
años después de la presentación de W. Harvey, se descubrió cómo eran realmente los pulmones. Y ahora sabemos cómo es el proceso del intercambio gaseoso en ellos. Sabemos tanto más que los Antiguos y somos tanto menos sabios!
¿Qué pasa con los genios como Freud, que hablaron y escribieron sobre aspectos tan sutiles y esenciales del ser humano: Aspectos relacionados con la existencia. Con el ser vivo en con los demás y con su entorno, que terminaron aislándolos relación parecer, sus en sistemas cerrados a los que no es fácil acceder, Al parecer, sus seguidores, con el fin de preservar el mensaje, los encierran y atrapan en sus propias palabras. Los congelan, al dejar su discurso cerrado a los nuevos aportes de las últimas generaciones. Ellos mismos, los más fieles seguidores, se quedan un poco empantanados escarban do en las palabras y los conceptos -de aquel a quien admiran esperan de él respuestas imposibles. Y es así que alguien come Freud, que luchó tan encarnizadamente con las religiones, termina, aparentemente, creando una. Eso me cautivó y maravilló de Osho, su inmensa sabiduría. Su capacidad para desconcertar a aquel que lo quisiera transformar en un dios. Su decir una cosa en la mañana y la opuesta en la noche. ¡Ideas! ;Todas pueden ser posibles! Él respondía al que le preguntaba y desde la pregunta ya sabía cuál respuesta estaba implícita. Considero la Gestalt como una brillante nieta del psicoanálisis, o mejor dicho, de Freud. Perls, su descubridor, pertenece a la primera generación de seguidores. Sus analistas eran jóvenes, conocieron a Freud. Y entre los analistas de esa época varios se permitieron tener ideas diferentes. Ninguno dejó de creer que el inconsciente existía, que era dinámica y que la motivación última de nuestros actos no era tan simple como pretendíamos. Tampoco olvidaron que los sueños en la vía regia al inconsciente, que aportaban material que hasta podría hacer sospechar de un Inconsciente Colectivo, como lo hizo Jung. En todo caso Freud no parecía estar muy dispuesto a aceptar que sus hijos lo sobrepasaran. Y hay que admitirlo, no era en absoluto un padre perfecto Me pregunto: qué puede obligarnos a suscribir sus errores? No es bastante acaso lo que aportó, como para aceptar las contribuciones de sus geniales hijos, sin tener que apartarnos de él? Lo que pretendo ahora es devolverle a Freud su abuelidad: es demasiado hermoso ser abuelo para que lo priven de ello. En sus diversas luchas con el psicoanálisis, todas las psicoterapias se han quedado sin sus más eminentes ancestros y al prescindir de ellos han demorado más de lo necesario en corregir el rumbo que equivocadamente señalaron algunos de los más eminentes y geniales seguidores de Freud.
Incluir el cuerpo en el psicoanálisis era algo a lo que Freud jamás se hubiera opuesto. Lo que para él era claro es que no quería acercarse a las personas con mirada médica. No quería incluir la nueva disciplina dentro de los tratamientos médicos. ¿Cuál era su Freud era vindico, pero uso orar temor con la medicina? Acaso no había hecho todos sus descubrimientos manteniendo y mezclando sus observaciones con colegas médicos, como por ejemplo su dilecto amigo Flies, que se movía en un plano estrictamente anatómico y fisiológico?
Yo me atrevo a adelantar que el gran temor de Freud era que un tratamiento. Para él la transferencia y la resistencia eran los elementos claves para el tratamiento. Sin embargo, ocurrió que pronto aparecieron discípulos tan brillantes que olvidaron lo esencial y de golpe transformaron el análisis en una disciplina médica. Por ejemplo Reich, quien percatándose o no de ello, desde sus descripciones de la “armadura corporal” y la relación con el “carácter ” también en psicoanálisis se hiciera una especie de semiología en la que -prescindiendo del discurso del paciente-se pudiera orientar un tratamiento. Para él la trascendencia y la resistencia eran elementos claves para el tratamiento. Sin embargo, ocurrió que pronto aparecieron discípulos tan brillantes que olvidaron lo esencial y de golpe transformaron el análisis. En una disciplina médica. Por ejemplo Reich, quien percatándose o no de ello, desde sus descripciones de la ” armadura corporal” y de la relación con el “carácter” enseñó una disciplina en la que la mirada del terapeuta es una mirada médica, (sea médico o no el terapeuta ).
De ahí para adelante han florecido todos los modos de ver, corregir y orientar el cuerpo, y como dice David Szyniak en una clara crítica de este modo de hacer análisis, hay terapeutas “que hacen unas lecturas corporales maravillosas”.
Y mientras tanto a los psicoanalistas se los sigue criticando por su prescindencia del cuerpo. Ellos, a su vez, con razón no pue den aceptar como psicoterapia una serie de formas de cura que puede ser una medicina alternativa eficiente, no una cura al estilo que proponía Freud; algo que hace al ser humano alguien más libre.
Y eventualmente ocurrió lo que nadie hubiera querido que ocurriera: al defender el discurso y la propuesta real de Freud, se llegó casi al extremo de negar la presencia del cuerpo. Como ocurrió con los que podían considerarse sus más fieles seguidores, los que junto con Lacan aprendieron nuevamente a leer al maestro. Y los que entendieron la relación del hombre con las enfermedades, de la forma como quisieron o pudieron, persistieron en la búsqueda de relaciones causales, e inventaron una nueva especialidad en medicina: La “Medicina Psicosomática”, con la cual se definió había enfermedades que que lo psíquico era determinante y en las otras en que no tenía intervención alguna.
Con este criterio le oí decir a un eminente oncólogo chileno a una paciente de 28 años que le habían diagnosticado la enfermedad de Hodgkin (cáncer ganglionar): “Esta es una enfermedad genética. Tu tienes que cumplir el tratamiento y lo que sientas o piense respecto no tiene ninguna importancia. En tu caso hay un 80% sobrevida”. Con lo cual sigue agregando algunos de los exámenes que aún restaba hacerle y terminó su discurso. Todo esto frente al padre y la madre de la paciente, ambos médicos. Tal vez este un caso extremo de omnipotencia médica, sin embargo, es consecuencia al menos en parte de una mala comprensión de lo que se denominó lo “psicosomático”. La búsqueda de causas psíquicas como determinantes de todas las enfermedades en las que no se encontraba una causa orgánica llegó a su apogeo y desde ahí se empezó a aceptar que posiblemente el factor psíquico estaba siempre presente. Grandes médicos, que conocían el psicoanálisis, recomendaban definitivamente la presencia de un psicólogo, por ejemplo, en un equipo oncológico, aunque no siempre sabían cómo podría funcionar o qué podía hacer un psicoanalista con un paciente con cáncer. Se suponia que revisar o conocer conflictos podría ayudar a la mejoría, sin embargo esto no se comprobó y encarecía aún más el ya costoso tratamiento. En más de un caso se relacionó lo mortal de la enfermedad con lo insostenible de muchas situaciones de vida, lo que llenaba de culpas a familias enteras. Para aquellos de nosotros que habíamos aprendido a priorizarnos de la famosa “causalidad psicológica”, siguiendo a los más connotados existencialistas, como Sartre y después Merleau Ponty, el hibrido de la medicina psicosomática nos sobrepasaba, y yo vi concierto entusiasmo las relecturas que Lacan hacía de Freud. Me pareció preferible que los lacanianos no se ocuparan del cuerpo, a que lo hicieran del modo que venía ocurriendo. Sin embargo, por caótica y en apariencia poco eficiente que fuera la famosa Medicina Psicosomática, logró un objetivo en forma contundente: las personas empezaron a exigir que los terapeutas ayudaran de alguna manera a enfrentar o entender sus enfermedades. Y sin traicionar a Freud y sin inventar una nueva especialidad en medicina, tenemos que acercarnos a lo que las personas necesitan. |