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En el principio de los tiempos, Dios estaba en todas partes en un estado de pureza absoluta, y en dicha pureza Ello era un vacío sin conciencia específica. En esencia, Dios no se conocía a Sí mismo en conciencia, en Su existencia mayor. Por eso Dios instituyó patrones de creación. Creó universos dentro de los cuales había objetos de apariencia sólida (que llamamos planetas) y materia menos sólida (que llamamos espacio). Todo eso es Dios en sus diferentes manifestaciones. Y Dios estableció un plan mediante el cual cada una de las partes debía conocer a las demás partes a través de la experiencia. Así entonces, el Alma, que es más directamente la chispa de Dios, evolucionó y se le dio la oportunidad de tener la experiencia de todos los niveles, estratos, planos, reinos de experiencia y de ser. Un Alma puede habitar cualquier forma que desee.
Su trabajo, su razón de ser es tener la experiencia de todo lo que pueda en todos los niveles que le sea posible, de tal suerte que su conciencia de su naturaleza divina pueda irse ampliando. El Alma que lo ha experimentado todo es Dios, es una con Dios. La experiencia de Dios es inconmensurable y compleja; el Alma, por ende, invierte una cantidad de tiempo enorme evolucionando a través de los planos de la experiencia para adquirir conciencia y conocimiento de su naturaleza divina.
Déjame ilustrarte esta idea relatándote la historia de un Alma que decidió dejar el cielo, el reino del Alma. Un día que estaba un tanto aburrida se dijo: “Y ahora serás una roca”. Y dicho y hecho, se transformó en una roca. Sin embargo, se metió en un problema porque se sintió un poco aislada; no había ninguna otra roca a su alrededor y no se podía mover por sí misma. No obstante, se sentía feliz porque la naturaleza del Alma es dichosa. La roca era más pesada que cualquier otra cosa a su alrededor y comenzó a hundirse en áreas cada vez más densas, hasta que llegó a un lugar llamado Tierra. Aterrizó y sacudiéndose un poco exclamó: “¡Vaya! Realmente soy una roca”.
Como no sabía qué hacer a continuación se dijo: “Creo que aprenderé a tener paciencia”. Y se quedó
allí durante mucho tiempo. Y con el correr de miles de años, la erosión la pulverizó. Entonces dijo: “Qué interesante, soy mucho
más libre ahora”. No era tan libre, porque entonces se dio cuenta de que el suelo la había absorbido y que ahora había sido asimilada por un árbol. Esto era un poco mejor que ser roca; al menos podía mecerse a sol y gozar de la brisa, lo que la hizo sentirse realmente
fantástico. Pensó: “¡Qué fabuloso! La verdad es que estoy teniendo una experiencia maravillosa. Creo que aprendí a tener paciencia siendo una roca. Pienso que ahora voy a aprender lo que es el crecimiento gradual”.
Así que formó parte del árbol durante mucho tiempo, hasta que un día decidió ser una de sus frutas.
Llegado el momento, la fruta maduró, cayó al suelo y se pudrió. Apareció un gusano de esos que se alimentan de la fruta, el que bien pronto desarrolló alas y descubrió que podía volar. Y el Alma dijo: “¡Qué lindo! He aprendido la paciencia y el crecimiento gradual; ahora sólo tengo que aprender a elevarme”.
Así que comenzó a volar, pero mientras volaba apareció un pájaro y se la engulló. El Alma dijo: “¡Qué bien! Ahora soy más grande y puedo volar mucho más alto”. Al poco tiempo vino un animal y se tragó el pájaro. El animal no era capaz de volar, pero podía correr a toda
velocidad. Entonces el Alma dijo: “Creo que aprenderé a desplazarme sobre la Tierra”. Descubrió que su nueva forma era fuerte y vivió mucho tiempo en ella. Pero, finalmente, esa forma superó la Tierra y el Alma descubrió que tenía una nueva forma: la humana.

A través de muchas vidas como ser humano, el Alma descubrió que tenía una libertad de acción mayor que nunca, aunque en este cuerpo físico ya no pudiera volar.
Se dio cuenta de su propia realidad: de que siempre fue un Alma y que había tenido un sinnúmero de experiencias. Se dio cuenta de que había tenido la experiencia de todas esas otras realidades, pero que jamás había llegado a ser una de ellas; de hecho, siempre había sido lo que era: un Alma, una parte de Dios. Descubrió que la fuerza del Alma es mucho mayor que la fuerza física de una bestia, y comprendió que su ser era muchísimo más majestuoso que el monarca más magnífico de todo el mundo. Descubrió que su reino no está en la Tierra ni
pertenece aquí. Así que, después de muchas vidas se dijo: “No pertenezco a este lugar”, y simplemente abandonó el cuerpo físico y pasó directamente al Reino del Alma, su hogar. Se le dio una bienvenida como corresponde a la realeza; hizo su aparición magníficamente y se sentó al trono, porque era reina y soberana de su comarca. Ésta es la alegoría de la evolución del Alma.
En realidad, la evolución del Alma es mucho más compleja, pero la narración anterior describe su esencia.
Dentro de nuestro universo existen cinco planos o reinos que nosotros llamamos planos inferiores o planos negativos, no en el sentido de algo “malo”, sino negativos como el polo de una batería que tiene un polo negativo y otro positivo; juntos crean la corriente eléctrica. En forma similar, los planos de existencia tienen polos positivos y negativos.
Los planos o reinos “negativos” son los siguientes: El reino etérico, que se relaciona con el nivel inconsciente de la conciencia del ser humano El reino mental, que se relaciona con la mente del ser humano
El reino causal, que se relaciona con el nivel emocional del ser humano
El reino astral, que se relaciona con la imaginación del ser humano
El reino físico, que se relaciona con la sustancia material de la experiencia del ser humano.
El reino físico es el más denso de todos. El Alma, expresándose mediante diversas formas, puede encarnar en cualquiera de esos reinos en cualquier punto de su viaje. La experiencia del Alma en cualquiera de los planos negativos, a excepción del reino físico, es más restringida o se limita sólo al plano específico en que se encuentra. Pero gracias a la forma humana en el plano físico, la conciencia del Alma es multidimensional y tiene la oportunidad única de experimentar todos los planos negativos simultáneamente.
Mediante la forma humana, el Alma no sólo es capaz de tener la experiencia de todos los planos negativos, sino además, de experimentar de manera directa los planos positivos que existen más allá de los negativos.
El reino del Alma es el primero de los planos positivos. Éste es el primer nivel en el cual el Alma es consciente de su naturaleza verdadera, de su ser en un estado de pureza total y de unidad con Dios. Hay también muchos otros reinos ascendentes del Espíritu puro más arriba
del plano del Alma. Todos ellos están involucrados en la realización más consciente y más profunda del Alma y del Espíritu y de Dios, hasta que el Alma finalmente disuelve su individualidad hacia una unidad mayor con el Dios supremo de todo lo existente. Estos reinos de
Espíritu puro realmente desafían toda posibilidad de explicación mediante el vocabulario terrenal. Para poder comprenderlos es necesario tener la experiencia de ellos.
No hay palabras: sólo puede decirse que son una realidad y que en cada uno existe el potencial, así como el derecho
heredado de conocerlos algún día como una experiencia directa y consciente. El Alma tiene su hogar en el reino del Alma. De ese
reino ha venido. En más de un sentido, el Alma es una extranjera en los reinos inferiores. En su interior existe siempre la intención de volver a su hogar, de retornar al reino positivo del Espíritu. El Alma encarna en los planos inferiores o negativos con el propósito de tener la
experiencia de esas partes de Dios. En su viaje descendente hacia los planos inferiores adquiere la forma o “cuerpo” de cada plano, etérico, mental, causal y físico. Cada forma es más pesada y más densa que la anterior. La forma física es el último cuerpo que se adquiere y es el más denso. La forma física trae aparejados varios niveles de conciencia:
Un inconsciente (donde se acumula la memoria, donde pueden originarse los sueños, y donde muchos patrones de conducta se transforman en hábitos automáticos);
Una mente (usada para registrar eventos y para grabar y reproducir información); emociones (donde se genera y se almacena energía para usarse según se instruya); y una imaginación (expresiones que pueden ser positivas o negativas, y que pueden enaltecer u obstaculizar
nuestras experiencias).
Al asumir estos distintos aspectos, que son todos un reflejo de los planos negativos, el Alma se mantiene como el único aspecto positivo entre todos los negativos (repito: no “malos” sino “negativos”). El Alma se transforma en la parte más débil de la forma física, porque su función es experimentar los planos inferiores a través de la forma física.
La forma física está equipada también con: Un ser consciente (el que se levanta en la mañana, conduce el automóvil para ir a trabajar, lee el periódico, estudia reportes financieros, habla con amigos, etc.); un ser básico (que controla las funciones del cuerpo y lo dirige mediante hábitos bien aprendidos, y que es muy parecido a un niño de cuatro o cinco años que impone sus deseos y voluntad al ser consciente); y
Un ser superior (que hace las veces de guardián, dirigiendo al ser consciente hacia esas experiencias que serán para su bien mayor, puesto que conoce el destino de la vida de la forma física y trata de cumplirlo).
El ser consciente es el “capitán del barco” y puede ignorar o invalidar lo que el ser básico y el ser superior digan. En la mayoría de los casos, el ser superior actuará velando por el progreso y evolución del Alma, dirigiendo a la conciencia humana hacia las experiencias que necesita para su “educación”. El ser básico actúa principalmente para preservar el cuerpo. Se resiste a cualquier cosa que pueda dañarlo, lastimarlo
o destruirlo. El ser consciente es la parte más propensa a quedar atrapada en las ilusiones de la imaginación, la mente, las emociones y el glamour del mundo físico, creando situaciones que retrasan la evolución del Alma.
Si una conciencia humana se impone sobre otra (causándole daño, dolor o sufrimiento mediante acciones físicas, patrones de pensamientos, palabras, deshonestidad, engaño, estafas, manipulación emocional o de cualquier otra forma) se la hará responsable de ello y se le brindará la oportunidad de despejar su acción para lograr equilibrarla nuevamente. Nadie tiene derecho a lastimar o dañar a otro de manera alguna. Si éste es el caso, la acción debe ser equilibrada; es la ley de causa y efecto. Si causas desequilibrio, el efecto se manifiesta en que dicho desequilibrio vuelve a ti. Y por ser tú el creador de lo sucedido tienes que corregirlo. En esencia, ésta es la acción del karma. Es una acción imparcial y justa. Y es la creación de situaciones kármicas lo que instituye el proceso de la reencarnación.

Pacha Pulai