Estación de las Flores
Yo la encontré por mi destino,
de pie a mitad de la pradera,
gobernadora del que pase,
del que la vea.
Y ella me dijo: “Sube al monte
Yo nunca dejo la pradera,
y me cortas las flores blancas
como nieves, duras y tiernas”
Me subí a la ácida montaña,
busqué las flores donde albean,
entre las rocas existiendo
medio dormidas y despiertas.
(…)
Y sin mirarse la blancura,
ella me dijo: “Tú acarrea
ahora solo flores rojas.
Yo no puedo pasar la pradera.
Trepé las peñas con el venado,
y busqué flores de demencia,
las que rojean y parecen
que de rojez vivan y mueran.
(…)
Pero mirándome, sonámbula,
me dijo: Sube y acarrea
las amarillas, las amarillas.
Yo nunca dejo la pradera”
Subí derecho a la montaña
y me busqué las flores densas,
color de sol y de azafranes…
Fragmentos de “La flor del aire”, Gabriela Mistral
Volver a nacer
El término primavera se compone de “prima” (primer) y “vera” (verdor). Es decir que su llegada se anuncia con las primeras hojas y con los brotes de las semillas
guardadas bajo la tierra que al germinar salen a la luz llenando de vida los paisajes.
Al comenzar la estación de las flores el mundo cambia de color, las marmotas salen de sus madrigueras, los peces vuelven a sus territorios, migran las aves y muchas especies comienzan los rituales de cortejo.
Cuando las nubes se desplazan y el sol aparece nuevamente para entibiar el alma, se produce una grata sensación de bienestar. Con el regreso del sol nos sentimos más vitales, puesto que el clima influye directamente en el organismo y en el estado de ánimo.
Incluso el carácter se ve afectado por las condiciones climáticas y la cantidad de luz que hay en el ambiente. Hay personas que sufren el síndrome conocido como “desorden afectivo estacional”, que se deprimen en invierno y se recuperan con la exposición a la luz solar. Por eso en las regiones donde abunda el sol la gente es más extravertida, le gusta salir y hacer actividades en contacto con los demás.
En muchas ocasiones el alma se encuentra en primavera sin darse cuenta. A veces la suavidad y calidez de esta estación parece ser el estado natural de la existencia y no apreciamos toda su belleza en su real magnitud. Cuando estamos verdaderamente despiertos en la estación de las flores es cuando hemos pasado antes por un crudo invierno y percibimos cada rayo de sol como un regalo divino. Pero, ¿qué hace pasar el alma del invierno a la primavera? ¿Qué ocurre cuando de pronto esas nubes oscuras que cubrían el cielo comienzan a desplazarse y permiten entrar nuevamente la luz y el calor del sol a nuestra atmósfera? ¿Por qué aquello que nos hacía sufrir y permanecer en las tinieblas de pronto se esfuma o disminuye de intensidad?
Las respuestas a esta interrogante son múltiples y han sido objeto de estudio permanente de la psicología. Por un lado, están los factores externos que sin duda
influyen en el ánimo, no solo en lo que se refiere al clima físico, sino al medio ambiente humano que incluye las relaciones y las compensaciones que recibimos por el esfuerzo cotidiano (afecto, dinero, estímulo, reconocimiento). Todos somos permeables a las circunstancias y estas pueden tener efectos determinantes en el cambio de una estación a otra. A veces, cosas tan simples como una carta o una llamada pueden provocar el paso a una nueva estación.
También acontecimientos globales pueden gatillar estados internos de temor o de esperanza. Desde luego después de un terremoto, una guerra, un accidente nuclear o una crisis mundial, es difícil mantener el sol dentro del alma. En cambio, cuando las circunstancias son favorables y permiten realizar un sueño, o bien, cuando ocurre algo que promete mejorar la calidad de vida, obviamente el entusiasmo aumenta y hace mirar el mundo con otros ojos.
Por otra parte, también pueden gatillarse cambios de estación desde adentro. La primavera llega al alma cuando interiormente ocurre algo que permite recuperar la
confianza en nosotros mismos y en la perfección del universo. Esto puede ocurrir al contemplar el mar o un cielo lleno de estrellas, al liberar la mente con prácticas de meditación, al conectamos con la energía divina a través de la oración o, simplemente, al creer nuevamente en el amor y en la nobleza de los seres humanos.
La esperanza de un renacimiento, el anhelo de reinventarse, la recuperación de la propia fuerza, es la sensación predominante en esta época. Por eso el enamoramiento suele asociarse con ella, porque es una emoción intensa que nos devuelve la juventud, la vitalidad y el entusiasmo por la vida.
El comienzo de esta estación ha sido celebrado en todos los tiempos y en todas las regiones del mundo. Las festividades comienzan en el equinoccio de primavera, que ocurre en el mes de marzo en el hemisferio norte y en septiembre en el hemisferio sur, y en ellas la gente inunda los espacios de música y color, impregnando todo de alegría por el regreso del sol.
En España, la llegada de la primavera se celebra realizando fiestas y coloridos desfiles con atuendos típicos de cada zona. En Polonia se conserva una tradición pagana, que consiste en llevar por las calles una esfinge de la diosa Marzanna para celebrar el final o la muerte del invierno. En México, el 21 de marzo llegan miles de personas a la Pirámide del Sol en Teotihuacán para recibir el sol en su cima. En China, la celebración del año nuevo se conoce como la Fiesta de la Primavera. Durante ese período, siguiendo una antigua tradición, millones de personas viajan a reunirse con sus familias de origen y adornan las puertas y paredes de sus casas con elementos que tienen dibujado el símbolo “fu” que significa prosperidad, buena fortuna y felicidad. Es decir, el deseo de una vida plena y un futuro mejor.
En nuestro país, a comienzos del siglo XX también se empezó a celebrar la Fiesta de la Primavera organizada por la federación de estudiantes de la Universidad de Chile. En Santiago, durante más de 40 años desfilaron por la Alameda coloridos carros alegóricos, se eligieron reinas, se escribieron canciones y poemas. Asimismo en regiones y pueblos más pequeños se celebró con entusiasmo en plazas y calles la llegada de esta estación.
Hasta hoy día se recuerda que en Temuco a un joven llamado Neftalí Reyes (Pablo Neruda) que fue premiado en el concurso de 1921 con su Canción de fiesta que decía: “… un Pierrot de voz ancha que desata / mi poesía sobre la locura / y yo, delgado filo / de espada negra entre jazmín y máscaras / andando aún ceñudamente solo / cortando multitud con la melancolía / del viento Sur, bajo los cascabeles / y el desarrollo de las serpentinas”. Posteriormente, esta costumbre comenzó a desperfilarse hasta que finalmente desapareció, fundamentalmente, por razones políticas. En la actualidad, sin embargo, ha comenzado a revivir esta idea y en el mes de noviembre se han vuelto a realizar actividades artísticas y culturales con el fin de resucitar esta hermosa tradición.
La primavera es un espacio de abundancia todo parece posible, el ambiente se llena de luz y comenzamos a ver cosas que estaban ahí pero en las tinieblas no podíamos percibir. En la estación de las flores se pone de manifiesto la gratuidad e infinita capacidad creativa de la naturaleza. Para Jung, las flores son una imagen del alma y constituyen un símbolo femenino de belleza, de sencillez y de entrega desinteresada.
Además, tienen un carácter efímero y sutil, como las más elevadas expresiones del espíritu.
En libros sagrados como la Biblia las flores suelen simbolizar estas virtudes: “Mirad los lirios del campo, cuan bellos y hermosos son / Dios los viste de hermosura / con más gloria que a Salomón… No te afanes por riquezas / que no hay tesoro mayor / que ser una flor del campo / para morada de Dios”. (Mateo 6: 28).
En la mitología hinduista se dice que de una “flor de loto” que crecía del ombligo de Vishnú (que dormía sobre el agua) nació Brahma, el creador del mundo. De ahí que la imagen de esta flor es el símbolo de la espiritualidad. Y en el taoísmo, la “flor de oro” espiritual que crece desde la coronilla representa la más alta iluminación mística.
Las flores son símbolo de inocencia, alegría y gratitud. En la tradición cristiana, el cáliz de la flor abierto hacia arriba indica la recepción de los dones de Dios, el gozo de la naturaleza en el Paraíso. Y también, el brote de flores a partir de una vara seca —como en las varas floridas de José y de Aarón— es interpretado como una esperanza de la bendición divina.
En México, la diosa Xochiquétzal tenía una corona de flores en la cabeza y un ramo de flores en la mano en representación de la sexualidad y la fertilidad. Dentro de la lírica azteca, la vida de las flores era considerada una metáfora de la vida humana: “Las flores brotan y brotan, crecen y brillan. De tu interior surgen los cantos de las flores… Como una flor de verano, así se recrea y florece nuestro corazón. Nuestro cuerpo es como una flor, que florece y rápidamente se marchita… Feneced sin cesar y volved siempre a florecer, oh flores, que tembláis y caéis y os convertís en polvo…”.