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El crepúsculo
De qué constan las lunas del tiempo hecho ocaso
de tardes que no vuelven a derivar en noches,
qué materiales suspendidos de un único momento
permanecen sonámbulos en la luz de aquellas horas.
Queda detenido el gesto interior del recuerdo,
el sentido y las formas, la exactitud intensa
del brillo del crepúsculo en los ojos conmovidos.
Cómo invadir las cosas en un relevo de ecos
de un grave corazón sobre todo el espacio,
la música de las llamas que ardieron pensativas
sobre tanta distancia y horizonte y altura.
(…)
De qué forma la nostalgia es un vacío crepúsculo
donde el cuerpo adivina un dolor frente al tiempo,
de qué lugar los ojos transmigran el recuerdo
de una ardiente salud, cuando el amor fluía
interminable sabia reverdeciendo el alma,
cuando el placer mordía un cielo por la sangre
una luna en la tarde que diluye la belleza.
Queda el amor en las cosas, desde las tardes, en el tiempo,
frente a la noche, en líquidos que desvelan la muerte.
Un color triste y profundo, encendido y espeso,
una sombra violenta que centellea en lo alto,
un espíritu oscuro como un cuerpo olvidado
que atraviesa una llama de purpúrea presencia.
Qué abismal para los ojos tanta hermosura.
Qué vértigo en el tiempo, qué locura infinita
frente al mar, esta muerte que calcina y consume
hasta la totalidad de las estrellas del fin que brillarán en la sangre.
Fragmentos de “Poema crepuscular”, Miguel Anxo

La hora de la nostalgia

El crepúsculo vespertino es el último periodo de claridad que se produce al ponerse el
sol. Es un momento en que la luz se difunde en distintas direcciones, coloreando las
nubes y formando arreboles rojizos, anaranjados, amarillos, lilas y azules.
La inagotable creatividad del cielo al atardecer y su deslumbrante belleza provoca un
intenso deseo de capturar el momento. De ahí las innumerables obras de arte originadas
en este instante tan hermoso y tan fugaz: fotografías, conciertos, pinturas y poemas.
Además, el sonido de las hojas crujiendo bajo nuestros pasos y el murmullo del viento
que nos envuelve crean un ambiente muy especial de nostalgia y melancolía. Esta
sensación suele describirse como una añoranza, como un pesar por algo que se ha
perdido o por el anhelo de una situación pasada que ya no existe, lo cual inevitablemente
nos remite a los continuos cambios de la vida. Cuando el sol se aleja y desaparece ante
nuestros ojos, nos recuerda que con él se va algo que ya no volverá.
En los poemas de su libro Crepusculario, Neruda habla de estas sensaciones: “Claros
atardeceres de mi lejana infancia / que fluyó como el cauce de una aguas tranquilas / Y
después un pañuelo temblando en la distancia / Bajo el cielo de seda la estrella que titila /
Nada más. Pies cansados en las largas errancias / y un dolor, un dolor que remuerde y se
afila /…Y a lo lejos campanas, canciones, penas, ansias…”
La palabra crepúsculo también se utiliza como sinónimo de ocaso, concepto que
indica declinación y debilitamiento. Se habla del ocaso de la vida cuando está llegando a
su fin y del ocaso de las civilizaciones cuando decaen y se acaban. Ambos términos
aluden al final de un proceso o a una etapa que termina.
En la naturaleza el ocaso del sol ocurre cuando, debido al movimiento de rotación de
la tierra, atraviesa el horizonte y pasa del hemisferio visible al no visible. Este fenómeno
es muy similar a lo que ocurre con el tránsito del alma durante esta estación.
Muchas veces nos encontramos sumergidos en la nostalgia y no queda más que
aceptar que lo que ha partido con el viento de la tarde no regresará. Sin duda habrá otros
días y otros atardeceres, llegarán otros amores, surgirán nuevos proyectos, pero el alma
sabe que ese día, ese instante del tiempo se ha ido para siempre. Milan Kundera
describió este sentimiento así: “El crepúsculo de la desaparición lo baña todo con la
magia de la nostalgia”.

Los hoyos negros
Los vientos son fuerzas transformadoras que pueden hacernos más livianos y
permitirnos volar, o bien, desarmar los esquemas preconcebidos y derrumbar las viejas
estructuras que nos sostienen. Esto se puede percibir como una amenaza o como una
oportunidad de renovación de las antiguas creencias y hábitos que confundimos con
nuestra esencia.
En muchos casos se aprenden e incorporan programas mentales como defensa o
como escondite para ocultar aquello que genera vulnerabilidad o desaprobación.
Entonces, presentamos una fachada socialmente aceptable para lograr un sentido de
pertenencia, conseguir aceptación o impresionar a quienes nos rodean. Pero todo esto
puede derrumbarse al llegar la temporada de tornados, que puede arrastrarnos hacia
algún hoyo negro del cual resulte difícil salir.
“Salvando las distancias, podríamos establecer algunas comparaciones entre los
‘agujeros negros’ del universo y la mente humana. Según los científicos un agujero negro
es una región del espacio-tiempo de la cual nada puede escapar debido a la enorme
intensidad de su gravedad. ¿Qué podríamos resaltar respecto a ambos agujeros negros?
Lo principal es que presentan una enorme capacidad para retener toda la materia
contenida en su interior, así como muchos conflictos psicológicos cobran tal fuerza e
intensidad que consumen todas las energías de la persona que sufre. No son fáciles de
observar desde el exterior. Son tan negros que no pueden captarse a simple vista o con
un telescopio y solo se pueden sentir los efectos gravitacionales producidos por su
enorme masa. De igual manera, no hay áreas orgánicas o físicas en las que podamos
ubicar los problemas mentales, pero sí somos conscientes de sus consecuencias (…) A su
vez, absorben cualquier objeto con masa que caiga en su campo gravitacional. Y las
personas con problemas psicológicos están tan ensimismadas que hacen que todo gire a
su alrededor, pudiendo succionar cual vampiros emocionales a todos aquellos con los que
se relacionan.”
Es interesante observar la analogía que se da entre este fenómeno psicológico y lo que
ocurre a nivel físico con los agujeros negros del universo. Ellos no son realmente hoyos y
no están vacíos, sino que —al igual que la psique— están llenos de una gran cantidad de
material comprimido en un espacio extremadamente pequeño.
Los hoyos negros constituyen áreas oscuras del universo donde la gravedad es tan
fuerte que ni siquiera la luz atrapada puede salir. De modo que si el alma entra en este
tipo de espacios su energía es absorbida y su luz es consumida, lo que puede generar
diversas enfermedades y estados depresivos. En ellos se nubla el discernimiento, se agota
la fuerza para seguir adelante y, en los casos más graves, incluso se puede acabar la
motivación para seguir viviendo.

Cuando se llega a una situación de esta naturaleza, es necesario preguntarse: ¿de
dónde viene esta opresión? ¿Nos sentimos atrapados en una situación particular?

¿Qué limitación de nuestra personalidad nos tiene atados? ¿Cómo podemos modificar nuestras
estructuras internas para hacernos más flexibles a los cambios? ¿Dónde están los apegos
que no podemos soltar? ¿Qué es lo que no queremos asumir? ¿Estamos dispuestos a
aceptar aquello que no podemos controlar?