ESTACIÓN DE LA LLUVIA
La lluvia tiene un vago secreto de ternura,
algo de somnolencia resignada y amable,
una música humilde se despierta con ella
que hace vibrar el alma dormida del paisaje.
(…)
La nostalgia terrible de una vida perdida,
el fatal sentimiento de haber nacido tarde,
o la ilusión inquieta de un mañana imposible
con la inquietud cercana del color de la carne.
El amor se despierta en el gris de su ritmo,
nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre,
pero nuestro optimismo se convierte en tristeza
al contemplar las gotas muertas en los cristales.
Y son las gotas: ojos de infinito que miran
al infinito blanco que les sirvió de madre.
Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio
y le dejan divinas heridas de diamante.
Son poetas del agua que han visto y que meditan
lo que la muchedumbre de los ríos no sabe.
¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni vientos,
lluvia mansa y serena de esquila y luz suave,
lluvia buena y pacifica que eres la verdadera,
la que llorosa y triste sobre las cosas caes!
(…)
Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena,
tristeza resignada de cosa irrealizable,
tengo en el horizonte un lucero encendido
y el corazón me impide que corra a contemplarte.
¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman
y eres sobre el piano dulzura emocionante;
das al alma las mismas nieblas y resonancias
que pones en el alma dormida del paisaje!
Fragmentos de “Lluvia”, Federico García Lorca
Regreso al útero
La estación de la lluvia se parece al invierno y puede manifestarse en cualquier momento de la vida personal. Comienza cuando empezamos a experimentar ese frío en el alma que nos hace sentir vulnerables y nos impulsa a buscar refugio. Es una estación de recogimiento, intimidad y contemplación. El descenso de la temperatura, la creciente oscuridad, los días más cortos, nos inducen a replegarnos, a experimentar la soledad y el silencio.
Es un tiempo en que desearíamos encontrar un lugar seguro y protegido donde cobijarnos, estar rodeados por un entorno de paz y amor incondicional, es decir, regresar al útero. Este arquetipo de la maternidad, cuyo latido representa la vida, era en las antiguas culturas europeas análogo a lo que en nuestro mundo simbólico actual significa el corazón. En aquellos pueblos que basaban su cosmovisión en la celebración de la vida el útero no solo representaba la matriz de la diosa de donde provienen todos los seres vivos, sino que además recordaba la matriz sagrada de donde surge la vida humana. Como el tránsito por la estación de invierno es una experiencia dura y solitaria, no es raro que inconscientemente busquemos algo semejante al útero para resguardarnos. Puede ser el espacio cálido de nuestro hogar, una cama blanda y tibia, o una tina de agua caliente en penumbras, que evoque la sensación de estar sumergidos en el líquido
amniótico.
El símbolo del desnudo, tan recurrente en los sueños, también puede ser asociado con esta estación ya que mirar los árboles sin hojas recuerda la propia desnudez, lo que somos debajo de la ropa, detrás de las máscaras, de los nombres, de los cargos y de los roles. Quizás por eso resulta tan difícil pasar por el invierno, porque nos obliga a mirar hacia adentro, a tomar conciencia de los pensamientos y sentimientos que en el verano estuvieron volcados hacia afuera.
El frío y la falta de luz generalmente producen efectos negativos en el estado de ánimo. Esto se ha comprobado en zonas demasiado nubladas y lluviosas, en las que el número de depresiones y suicidios es muy superior a otras regiones donde abunda la presencia del sol.
Con frecuencia la soledad y el silencio se confunden con la desolación. Sin embargo, así como el útero además de proporcionar protección también nutre y estimula el desarrollo, del mismo modo las temporadas invernales proporcionan una oportunidad de para lograr un crecimiento. Recordemos la fase de crisálida en la metamorfosis de la mariposa, cuando la oruga necesita permanecer un tiempo inmóvil para permitir su transformación.
Los procesos de maduración a menudo requieren tiempo y paciencia. Un ejemplo muy curioso que ilustra este concepto es el del bambú japonés. Cuando se siembra su semilla, durante los primeros tiempos no se ve nada, incluso podría pensarse que la semilla es infértil y jamás germinará. Pero durante el séptimo año, en un período de solo seis semanas, la planta puede llegar a crecer más de 30 metros. Si alguien desconoce este proceso podría sorprenderse y exclamar “¡Cómo creció tanto en solo seis semanas!”, pero la realidad es que demoró siete años y seis semanas en desarrollarse. Durante todo ese tiempo el bambú estuvo fortaleciendo un complejo sistema de raíces que luego le permitirán sostener este extraordinario crecimiento. De igual manera, cuando nos replegamos durante los silenciosos tiempos del invierno, podemos pensar que nada está sucediendo y frustrarnos. No obstante, si en esos momentos recordamos el ciclo de maduración del bambú japonés, podemos confiar que seguramente algo nuevo está en gestación aunque todavía no lo podamos ver.
Elemento Agua
Y después
de los fuegos ahogados, quemados
por las matemáticas del espejo,
las liturgias del desorden
y otros templos
de mundos, demonios y carne,
cuando ya el crepúsculo es oro
que baña los restos heroicos
de naufragios por venir
y la noche de hielo se presiente próxima,
me apresura la inaplazable sed
de volver al agua,
al origen mismo donde se fraguara
el hierro de la vida.
Fragmento de “Volver al agua”, Luis Eduardo Aute
Somos seres de agua
Cuando el alma está pasando por una estación de agua se encuentra en un período inestable, especialmente influido por las emociones.
El agua es un elemento que posee gran contenido simbólico. Para comprender su significado es importante tener presentes sus características. Es fluida, informe y
cambiante, tiene ritmos y profundidades que la hacen misteriosa y peligrosa a la vez. En el mundo de los sueños se considera como reflejo del inconsciente, de los deseos y temores más ocultos. Además, pertenece al reino de lo femenino, es una fuerza gestora y fecundante de la propia naturaleza que ha sido vinculada al origen y a la supervivencia de los seres vivos. Al hecho de sumergirse en el agua se le otorga un doble significado. Por un lado, implica el regreso a lo primigenio. Y por su capacidad para limpiar y borrar ha sido concebida también como factor purificador. Por eso, se ha utilizado en múltiples ritos y ceremonias tan antiguos como el bautismo cristiano, donde el ser se limpia del pecado, o en el tradicional baño hinduista en las aguas del río Ganges. En antiguas ceremonias mexicanas la comadrona también lavaba cuidadosamente al recién nacido no solo por motivos higiénicos, sino para que el agua lo limpiara de todas las culpas y males provenientes de sus antepasados. Estos rituales vinculados al agua eran practicados por el pueblo y también por el rey sacerdote. En la ciudad de Tenochtitlán había tres lugares de baños sagrados y en la fiesta de Xochiquetzal todos debían bañarse al amanecer para evitar las enfermedades sexuales y de la piel.
Son muchos los mitos que especulan acerca de los orígenes de la vida misma, sugiriendo que esta habría comenzado en el agua. En Mesopotamia, por ejemplo, los principales dioses estaban vinculados con ella: Apsu representaba las aguas dulces y Tiamat, su pareja femenina, simbolizaba las aguas saladas del océano. Se decía que la creación había surgido del cuerpo dividido de Tiamat. Estas antiguas teorías estarían siendo confirmadas en la actualidad por investigaciones científicas que aseguran que las primeras células vivientes aparecieron en el agua. También en la cultura céltica se veneraban las “fuentes sagradas” que manaban de las profundidades de la tierra, porque se consideraba que sus aguas eran un regalo de los dioses y se relacionaban con la “madre tierra” proveedora de abundancia. La diosa Sulis representada junto a la fuente termal de Bath, en Inglaterra, es un ejemplo de esta creencia. La interacción con el agua, sin embargo, no siempre tiene una connotación positiva ya que también puede ser un elemento que disuelve y ahoga. Los diluvios, por ejemplo, son mencionados en diversos mitos que hablan de la aniquilación de ciertas formas de vida para dar pasos a nuevos ciclos de creación.
En la poesía y en los sueños el agua es uno de los símbolos más recurrentes por estar fuertemente vinculada con las emociones y la intuición. Los movimientos del agua, al igual que los estados emocionales, están sujetos a numerosas influencias y por este motivo suelen vincularse a otros factores que gravitan sobre ellos, como la luna y las estaciones del año.
Nuestra relación con el agua no es solo externa o simbólica, sino que representa una conexión vital tanto a nivel individual como planetario. Al nacer nuestro cuerpo tiene un 75% de agua y cerca del 70% en la edad adulta. Aproximadamente el 60% de ella se encuentra en el interior de las células (agua intracelular) y el resto (agua extracelular) es la que circula en la sangre y baña los tejidos. Además, habitamos un planeta acuático, que también está compuesto en sus tres cuartas partes por agua. Desde el vientre materno somos seres de agua. Por eso, muchos psicólogos afirman que relacionarse con el agua significa volver a la génesis y vincularnos con nuestro origen. “El agua potencia la conexión con nuestras emociones y transmite conciencia de armonía y unidad con los elementos de la naturaleza y con todos los seres vivos”, afirma la educadora M. Isabel Gacitúa. Con el fin de divulgar este conocimiento y llevar a la práctica los beneficios que tiene la relación agua-ser humano, la fundación CetHums7 creó un lugar al que llaman “Ciudad Bioceánica” que consiste en una plataforma hexagonal donde se realizan actividades inspiradas en los cantos y sonidos de los cetáceos (delfines y ballenas), cuyo propósito es invitar a volver al océano e ir al reencuentro con nuestra propia naturaleza acuática. Dentro de este espacio se trabaja con música y movimientos corporales para que todos aquellos que ingresen a él puedan
experimentar una nueva conciencia ecológica y emocional desde el vínculo con el agua.
La conexión con este elemento es tan vital que las culturas antiguas crearon rituales como forma de agradecimiento por sus múltiples beneficios. En la cosmovisión andina, por ejemplo, el agua es considerada como un ser vivo. Las fuentes de agua son como las venas y el agua que circula por ellas representa a la sangre. Por eso, se realizan ceremonias como acto de reciprocidad con las bondades del agua: en ellas los sacerdotes, junto a campesinos y pastores, ofrecen a las lagunas y montañas nevadas los mejores alimentos, además de velas, flores, dulces, licores y cigarros, y estos son enterrados en lugares especiales como ofrendas a Dios.