Los Espejismos
La estación de las flores es una etapa luminosa en la cual todo parece brillar. Sin embargo, como ya sabemos, todas las estaciones del camino tienen un aspecto
enriquecedor y a la vez esconden algún peligro. La estación primaveral se asemeja al enamoramiento, que nos llena de emoción y de esperanza, pero también puede engendrar falsas expectativas que no llegan a hacerse nunca realidad.
Tras el brillo deslumbrante existe la posible amenaza de dejarse encandilar por “maya”, la ilusión. El mayor engaño de la primavera es hacernos creer que —en esta dimensión— ese estado de regocijo puede ser permanente, cuando en realidad solo se trata de una tregua en el camino. Esta es una estación de descanso para el alma y, por muy confortable que parezca, es necesariamente transitoria puesto que si nos quedáramos anclados en ella no podríamos crecer ni avanzar.
En sánscrito, la palabra maya significa imagen ilusoria o espejismo. Se piensa que cuando el ser está bajo su influencia se olvida de su naturaleza divina y se desorienta. En la literatura hinduista se dice que maya confunde a las personas para que busquen la felicidad donde no se encuentra, especialmente en los logros y actividades del mundo material, que son inestables y efímeros. En el Bhagavad-gita se plantea que aun el conocimiento del hombre más inteligente puede ser perturbado por Maya y en consecuencia “ser sacado de esta ilusión —que de algún modo ha dominado la raza humana— es la meta de todo esfuerzo”.
En términos científicos, un espejismo es una imagen virtual o ilusión óptica en la que los objetos lejanos aparecen reflejados en un plano liso, como si se estuviera contemplando una superficie líquida que, en realidad, no existe. Objetos distantes también pueden aparecer verticalmente estirados en un efecto conocido como
alargamiento. Debido a que la altura es uno de los factores usados por el cerebro para juzgar la distancia, los objetos alterados de este modo pueden parecer más cerca o más lejos de lo que realmente están. Una forma especial de alargamiento es conocido como el “fenómeno Morgana”, cuyo nombre proviene de la hermana del legendario rey Arturo, quien se decía que con sus poderes mágicos era capaz de crear castillos en el aire.
La ingenuidad de construir “castillos en el aire” es equivalente a hacerse ilusiones sin fundamento y esto puede representar una potencial amenaza en esta estación del alma. Podemos salir decepcionados, heridos y frustrados, por tener falsas expectativas respecto a personas y situaciones que no son más que fantasías creadas por nuestra imaginación.
La polaridad indica que la contraparte de la ilusión es, inevitablemente, la desilusión. Este problema está en la base de ciertos estados de aflicción que se producen en primavera y también en períodos de fiestas familiares como la Navidad y el Año Nuevo.
Son épocas en que la gente se llena de expectativas respecto a sentirse realizados y acompañados por seres queridos, en un tiempo donde se supone que debe reinar la paz y el amor. Entonces, si esto por algún motivo no ocurre la decepción es muy grande y puede originar severos cuadros depresivos.
Cuando nos damos cuenta de que con frecuencia sentimos frustración porque lo que sucede no corresponde a lo que deseamos o imaginamos resulta positivo preguntarse: ¿dónde está el autoengaño? ¿Tenemos la tendencia a construir castillos en el aire? ¿Somos capaces de hacer un ajuste de expectativas aceptando ciertas situaciones y personas tal como son? ¿Estamos creando fantasías para evitar asumir la realidad? ¿Hay algo que no queremos ver? ¿Es posible —a pesar de las circunstancias— mantener un estado de esperanza?
La primavera del alma
Esta época evoca la añoranza de una vida en armonía con la naturaleza. Es un tiempo de retorno en el cual el suelo recupera poco a poco su firmeza, ofreciéndonos la posibilidad de construir una realidad diferente y proyectarnos al futuro. Como hemos visto antes, esta estación simboliza la reactivación de algo que estaba latente pero permanecía oculto tras las nubes del invierno. Con el regreso de la luz se hacen visibles aspectos de la realidad que estaban presentes, pero que no podíamos ver.
La primavera se asocia con las etapas de la infancia o de la juventud porque ellas están llenas de asombro, entusiasmo, vitalidad, deseos de aprender y crear mundos nuevos. Sin embargo, esta sensación puede repetirse en otros momentos de la vida cuando sentimos la intensidad del amor o iniciamos una nueva aventura que nos desafía. La sensación de renovación en este tiempo del alma es poderosa y se pone en marcha gracias a algo nos conmueve, reconectándonos con el sentido y con la magia de la existencia. Cuando el mundo se llena de colores y el cielo vuelve a cubrirse de azul intenso, visualizamos que de un momento a otro la vida puede pasar de ser algo gris a ser algo luminoso y bello. El detonante de este cambio puede ser una buena noticia, el anuncio de un embarazo, una invitación inesperada, un viaje o una satisfacción laboral.
En general, todas las experiencias que nos impulsan a confiar en que es posible renacer después de una muerte aparente son las que nos permiten llegar a esta estación. Esta época está envuelta en una especie de magia que responde a la búsqueda del ser humano de un poder sobrenatural que le ayude a conseguir lo que está más allá de sus posibilidades o a superar obstáculos que le parecen imposibles de sobrepasar. Desde que somos niños tenemos la necesidad de crear mundos imaginarios y de creer que existen respuestas o soluciones mágicas para lo que no somos capaces de comprender o controlar. Este deseo ha dado origen a mitos y leyendas desde tiempos remotos que nos hablan de un espacio sagrado designado por filósofos herméticos y alquimistas, como el Alma del Universo, donde la naturaleza conforma una totalidad mayor a la suma de sus partes.
El encanto primaveral es en cierto modo una creación del imaginario colectivo donde proyectamos nuestro anhelo de alcanzar ese estado que los cristianos llaman Paraíso y los budistas denominan como Nirvana. Su poder pertenece a otra esfera de la realidad, puesto que es capaz de transformar la dureza del invierno en la calidez del verano. En la mitología universal, representa la lucha entre dos deidades opuestas y complementarias en la que el bien triunfa sobre el mal. En este caso, como el sol vence al frío y a las tinieblas del invierno, le atribuimos a la primavera la capacidad extraordinaria de lograr una victoria de la vida sobre la muerte.
Un espectáculo que da cuenta de esta magia es el desierto florido que ocurre en la región de Atacama, al norte de Chile. Este extraño y hermoso fenómeno se presenta en primavera solamente durante los años lluviosos, cuando caen algunos milímetros de agua. Un poco de humedad basta para que millones de semillas y bulbos, que hasta entonces han permanecido en estado de latencia, germinen por una sola vez dando origen a una verdadera explosión de colores en medio de un área desértica que se caracteriza por su extrema aridez. Este milagro de la naturaleza tiene un gran impacto emocional entre las personas que tienen el privilegio de observarlo porque pone en evidencia, por una parte, que hay realidades ocultas a nuestros ojos que están presentes, y por otra, el carácter impredecible de ciertos cambios que más allá de toda lógica pueden dar vida a manifestaciones maravillosas e inesperadas que transforman el paisaje de un momento a otro. Esta es la esencia de la esperanza que inspira esta estación. Por eso, el mensaje más importante que nos deja el encuentro con la primavera es la confianza en la posibilidad de renacer. Ella nos muestra que, aun cuando durante los períodos invernales no somos capaces de visualizar ni comprender lo que está sucediendo, siempre hay algo que se está gestando en nuestro interior y que en algún momento se va a expresar a través de una oportunidad, un encuentro, una decisión, una nueva mirada.