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El aire es el protagonista de la estación de los vientos. Cuando el alma se conecta con este elemento se intensifica el poder de la mente, la reflexión, el pensamiento, la espiritualidad. Su naturaleza incorpórea, transparente, intangible, se asocia a lo sagrado, a la imagen del cielo, a la omnipresencia de Dios.
El viento es la fuerza activa del aire y el hecho de ser perceptible a pesar de ser invisible lo asemeja a las características de la divinidad. El “ruaj” es un soplo divino, capaz de dar vida y conectar sutilmente al ser con las profundidades del alma. El relato bíblico de la creación dice que Yahveh “sopló sobre el hombre para infundirle el espíritu” (Gén., 2,7). Y en Pentecostés, el Espíritu Santo se manifiesta primero como “el viento impetuoso (Hech., 2,2) al que seguirán las lenguas de fuego”. Para los chinos, también el soplo “k’i” constituye la energía vital. En el antiguo Egipto, el refrescante viento del norte procede de la garganta del dios Amún. Y el nombre del dios sumerio “Enlil” significa “soplo de viento”. Así mismo, en el islam, el viento es un principio de orden cósmico presente en la estructura del mundo. En todos los tiempos se ha concedido al aire una importancia fundamental para la vida terrenal y espiritual. A nivel físico, se sabe que los seres humanos podemos vivir cerca de un mes sin comida y sobrevivir algunos días sin agua, pero no podemos resistir más de tres minutos sin aire. Así de trascendente es nuestra relación con este elemento. Respirar es la acción que determina la vida o la muerte. Mientras permanecemos en el útero la madre respira por nosotros, pero cuando llegamos al mundo aumenta el contenido de oxígeno en la sangre, los pulmones se expanden en la caja torácica y, desde entonces, comienza el ciclo de la respiración que nos mantiene vivos. Respirar es nuestro primer acto autónomo.

Sin oxígeno no hay vida. De él depende nuestra vitalidad y en gran medida el estado físico y psicológico. Si este elemento es escaso o está contaminado, disminuye la resistencia a las enfermedades, aumenta la fatiga, el nerviosismo y la irritabilidad. Como una forma de hacer conciencia respecto a la importancia del aire, la Organización mundial de la Salud instauró el “Día del aire puro” (17 de noviembre) con el propósito de aunar fuerzas para frenar la degradación ambiental que está afectando a las grandes ciudades, con graves consecuencias para la vida humana y los ecosistemas. El valor del aire para sustentar la vida no tiene precio y es un bien que nos pertenece a todos, por lo tanto, tenemos la responsabilidad de cuidarlo.
La forma de respirar no solo influye en la actividad física, sino que también afecta los estados mentales. Esto se evidencia en la respiración regular y profunda que se da durante el sueño, en la respiración agitada de quien está muy asustado o en la suspensión de la respiración de alguien que se encuentra impactado o en estado de shock. En el ámbito espiritual, se sabe que la respiración puede hacernos más conscientes del presente y del propio cuerpo. Conectarse con el ritmo lento de la inspiración y de la exhalación tiene un efecto relajante y disminuye la velocidad del proceso del pensamiento, por eso se utiliza como una técnica en la meditación para facilitar la conexión con el espíritu. Si durante algunos minutos se respira profundamente, los pensamientos se aquietan y la mente se aclara. Esto ayuda mucho a encontrar el silencio y la paz, tan necesarios para el alma.
La conexión con el ritmo de la respiración permite sintonizarse con el ritmo de la naturaleza y genera un estado de armonía interior. El sonido de las olas del mar, del agua corriendo por un riachuelo o del viento sacudiendo los árboles, ayuda mucho a lograr este propósito.

Colores otoñales

Pacha Pulai


Las estaciones no son solo períodos de tiempo marcados en el calendario. Ellas tienen aromas, temperaturas, colores y ritmos que se relacionan con los estados internos. En otoño se percibe el olor de las hojas secas, el aire se vuelve tibio y el movimiento disminuye de velocidad.
Los cambios se reflejan en las hojas que se van decolorando, pasando del verde a los ocres, amarillentos y rojizos, y después cubren el suelo mimetizándose con las tonalidades terracota de la tierra.
Como sabemos, cada color representa una parte del espectro lumínico, de manera que está conformado por una energía vibratoria que tiene una frecuencia específica y dependiendo de su longitud de onda afecta de distintas maneras, produciendo sensaciones sutiles de las que normalmente no somos conscientes.
Esta época genera una impresión cromática muy especial. Las personalidades melancólicas o los períodos cargados de nostalgia llevan a la identificación con estas tonalidades y motivan a elegirlas para la vestimenta y los ambientes.
Esta gama de colores se conoce como sepia y son variaciones de un color marrón grisáceo que caracteriza el paisaje otoñal. Su nombre proviene de un pigmento que deriva de un molusco marino llamado sepia que cuando se encuentra en peligro expulsa esta tinta por sus aberturas laterales dejando un rastro oscuro que le permite ocultarse, de modo que se trata de una estrategia de evasión.
En la pintura, este colorante se utiliza como pigmento de las aguadas, que son capas muy livianas para teñir la pintura con un velo tenue y transparente como el aire, a los retratos y paisajes una atmósfera de nostalgia que recuerda los paisajes de otoño.
El sentimiento provocado por los colores otoñales ha sido expresado en múltiples formas en la cultura popular, una de ellas es la música. Así se refleja en la letra de “Dulce otoño” interpretado por ZPU: “… marrón y anaranjada es la nostalgia/ y el futuro es la ocasión para dar gracias/ tantas como veces te has sentido afortunado y, / tantas como veces recibiste lo que has dado/ y es pecado dejar pasar el momento/ y algunos se me escaparon/ en mi reloj de arena el tiempo/ es algo relativo todo lo que esquivo/ es parte de lo que me hace sentir vivo”.
Cuando el alma se encuentra en un período otoñal las hojas que vuelan alrededor se asocian con las posesiones en la vida y al verlas caer se siente como algo que se va y queda atrás. Esta experiencia se puede vivir como un desprendimiento que limpia y conduce a un estado más liviano, o como un despojo, lo que lleva a conectarse con la pérdida irreversible que sugieren los cambios.


El crepúsculo


De qué constan las lunas del tiempo hecho ocaso
de tardes que no vuelven a derivar en noches,
qué materiales suspendidos de un único momento
permanecen sonámbulos en la luz de aquellas horas.
Queda detenido el gesto interior del recuerdo,
el sentido y las formas, la exactitud intensa
del brillo del crepúsculo en los ojos conmovidos.
Cómo invadir las cosas en un relevo de ecos
de un grave corazón sobre todo el espacio,
la música de las llamas que ardieron pensativas
sobre tanta distancia y horizonte y altura.
(…)
De qué forma la nostalgia es un vacío crepúsculo
donde el cuerpo adivina un dolor frente al tiempo,
de qué lugar los ojos transmigran el recuerdo
de una ardiente salud, cuando el amor fluía
interminable sabia reverdeciendo el alma,
cuando el placer mordía un cielo por la sangre
una luna en la tarde que diluye la belleza.
Queda el amor en las cosas, desde las tardes, en el tiempo,
frente a la noche, en líquidos que desvelan la muerte.
Un color triste y profundo, encendido y espeso,
una sombra violenta que centellea en lo alto,
un espíritu oscuro como un cuerpo olvidado
que atraviesa una llama de purpúrea presencia.
Qué abismal para los ojos tanta hermosura.
Qué vértigo en el tiempo, qué locura infinita
frente al mar, esta muerte que calcina y consume
hasta la totalidad de las estrellas del fin que brillarán en la sangre.


Fragmentos de “Poema crepuscular”, Miguel Anxo

La hora de la nostalgia


El crepúsculo vespertino es el último periodo de claridad que se produce al ponerse el sol. Es un momento en que la luz se difunde en distintas direcciones, coloreando las nubes y formando arreboles rojizos, anaranjados, amarillos, lilas y azules.
La inagotable creatividad del cielo al atardecer y su deslumbrante belleza provoca un intenso deseo de capturar el momento. De ahí las innumerables obras de arte originadas en este instante tan hermoso y tan fugaz: fotografías, conciertos, pinturas y poemas.
Además, el sonido de las hojas crujiendo bajo nuestros pasos y el murmullo del viento que nos envuelve crean un ambiente muy especial de nostalgia y melancolía. Esta sensación suele describirse como una añoranza, como un pesar por algo que se ha perdido o por el anhelo de una situación pasada que ya no existe, lo cual inevitablemente nos remite a los continuos cambios de la vida. Cuando el sol se aleja y desaparece ante nuestros ojos, nos recuerda que con él se va algo que ya no volverá.
En los poemas de su libro Crepusculario, Neruda habla de estas sensaciones: “Claros atardeceres de mi lejana infancia / que fluyó como el cauce de una aguas tranquilas / Y después un pañuelo temblando en la distancia / Bajo el cielo de seda la estrella que titila /
Nada más. Pies cansados en las largas errancias / y un dolor, un dolor que remuerde y se afila /…Y a lo lejos campanas, canciones, penas, ansias…”
La palabra crepúsculo también se utiliza como sinónimo de ocaso, concepto que indica declinación y debilitamiento. Se habla del ocaso de la vida cuando está llegando a su fin y del ocaso de las civilizaciones cuando decaen y se acaban. Ambos términos aluden al final de un proceso o a una etapa que termina.
En la naturaleza el ocaso del sol ocurre cuando, debido al movimiento de rotación de la tierra, atraviesa el horizonte y pasa del hemisferio visible al no visible. Este fenómeno es muy similar a lo que ocurre con el tránsito del alma durante esta estación.
Muchas veces nos encontramos sumergidos en la nostalgia y no queda más que aceptar que lo que ha partido con el viento de la tarde no regresará. Sin duda habrá otros días y otros atardeceres, llegarán otros amores, surgirán nuevos proyectos, pero el alma sabe que ese día, ese instante del tiempo se ha ido para siempre. Milan Kundera describió este sentimiento así: “El crepúsculo de la desaparición lo baña todo con la magia de la nostalgia”.


Los hoyos negros


Los vientos son fuerzas transformadoras que pueden hacernos más livianos y permitirnos volar, o bien, desarmar los esquemas preconcebidos y derrumbar las viejas estructuras que nos sostienen. Esto se puede percibir como una amenaza o como una oportunidad de renovación de las antiguas creencias y hábitos que confundimos con nuestra esencia.
En muchos casos se aprenden e incorporan programas mentales como defensa o como escondite para ocultar aquello que genera vulnerabilidad o desaprobación.
Entonces, presentamos una fachada socialmente aceptable para lograr un sentido de pertenencia, conseguir aceptación o impresionar a quienes nos rodean. Pero todo esto puede derrumbarse al llegar la temporada de tornados, que puede arrastrarnos hacia algún hoyo negro del cual resulte difícil salir.
“Salvando las distancias, podríamos establecer algunas comparaciones entre los ‘agujeros negros’ del universo y la mente humana. Según los científicos un agujero negro es una región del espacio-tiempo de la cual nada puede escapar debido a la enorme intensidad de su gravedad. ¿Qué podríamos resaltar respecto a ambos agujeros negros?
Lo principal es que presentan una enorme capacidad para retener toda la materia contenida en su interior, así como muchos conflictos psicológicos cobran tal fuerza e intensidad que consumen todas las energías de la persona que sufre. No son fáciles de observar desde el exterior. Son tan negros que no pueden captarse a simple vista o con un telescopio y solo se pueden sentir los efectos gravitacionales producidos por su enorme masa. De igual manera, no hay áreas orgánicas o físicas en las que podamos ubicar los problemas mentales, pero sí somos conscientes de sus consecuencias (…) A su vez, absorben cualquier objeto con masa que caiga en su campo gravitacional. Y las personas con problemas psicológicos están tan ensimismadas que hacen que todo gire a su alrededor, pudiendo succionar cual vampiros emocionales a todos aquellos con los que se relacionan.”
Es interesante observar la analogía que se da entre este fenómeno psicológico y lo que ocurre a nivel físico con los agujeros negros del universo. Ellos no son realmente hoyos y no están vacíos, sino que —al igual que la psique— están llenos de una gran cantidad de material comprimido en un espacio extremadamente pequeño.
Los hoyos negros constituyen áreas oscuras del universo donde la gravedad es tan fuerte que ni siquiera la luz atrapada puede salir. De modo que si el alma entra en este tipo de espacios su energía es absorbida y su luz es consumida, lo que puede generar diversas enfermedades y estados depresivos. En ellos se nubla el discernimiento, se agota la fuerza para seguir adelante y, en los casos más graves, incluso se puede acabar la motivación para seguir viviendo.
Cuando se llega a una situación de esta naturaleza, es necesario preguntarse: ¿de dónde viene esta opresión? ¿Nos sentimos atrapados en una situación particular? ¿Qué limitación de nuestra personalidad nos tiene atados? ¿Cómo podemos modificar nuestras estructuras internas para hacernos más flexibles a los cambios? ¿Dónde están los apegos que no podemos soltar? ¿Qué es lo que no queremos asumir? ¿Estamos dispuestos a aceptar aquello que no podemos controlar?