¿Existe el estrés?
Sí, por supuesto, pero desde hace décadas se habla mucho, tal vez demasiado, acerca de él. Esta palabra anglosajona se ha difundido hasta resultarnos sumamente familiar, cuando no trillado, cosa que nos ha hecho olvidar su verdadero significado: presión. El estrés, esa presión sobre un ser humano en todas sus facetas —mental, espiritual y, por supuesto, física— tiene una consecuencia. Se trata de la ansiedad, una sensación molesta y llamativamente contagiosa, una inquietud del cuerpo cuya procedencia y finalidad se ignoran, pero que se instala en la persona y provoca una sensación generalizada de gran incomodidad. La ansiedad es la expresión de ese pequeño miedo
que suele acompañarnos a diario en nuestras vidas. Por desgracia, uno no siempre es consciente de que las presiones sociales y la falta de conciencia del propio cuerpo provocan la aparición espontánea de inquietud física, que con el tiempo deriva en síntomas muy variados en el organismo. Cuando ello ocurre, la persona entra en un círculo vicioso de presión-ansiedad-síntoma.
Un disgusto puede dar lugar a un fuerte dolor de cuello o espalda, o también provocar vértigos, mareos o malestares digestivos, que desviarán nuestra atención del motivo original causante del disgusto. El pequeño miedo hecho ansiedad ahora ha pasado a ser un mero síntoma, de forma que se demorará la resolución del disgusto que lo desencadenó todo, sencillamente porque estamos acostumbrados a no pensar en la causa original de los problemas de nuestras relaciones sociales.
Los disgustos surgen de los conflictos afectivos con nuestros seres más cercanos y queridos, o con nuestra propia soledad, que puede ser tanto fuente de paz como de sufrimiento. Tampoco cabe olvidar la influencia de la actividad laboral y el sentimiento que nos inspira, que puede ser fuente de sentimientos de culpa, sentido del ridículo, intolerancia a la crítica propia y ajena, y emociones de humillación.
El miedo que invade el cuerpo adopta la forma de síntoma físico y suplanta al disgusto y la causa de este, los conflictos afectivos. Por ello es un gran error pensar que las molestas tensiones musculares son únicamente una simple contracción sostenida del músculo como respuesta a un esfuerzo o una mala postura. Las tensiones musculares son formas muy primitivas de comunicación tanto hacia el exterior, la sociedad que nos rodea, como hacia nuestro propio interior.
Es importante tener en cuenta que, en los meses de vida intrauterina, el feto no se diferencia de la madre, un proceso que solo ocurre a partir de los primeros años de vida.
El feto habita en un mundo acuoso que percibe mediante la piel y los músculos. Una vez desarrollados estos, constituyen su principal medio de comunicación y las sensaciones corporales se transforman en su forma primaria de intercambio social. Esta relación se pone de manifiesto más claramente después del nacimiento, cuando el bebé siente la división de la totalidad que formaba con su madre.
Un sencillo ejemplo de esta situación es el hecho de que la angustia del recién nacido solo se calma con el contacto del cuerpo de quien consideraba su parte total. En esa división de la totalidad, antes de sentir angustia hay ansiedad, una especie de temor, un miedo mínimo que reclama volver a aquello que era un todo, un lugar seguro. Así comienza a establecerse un diálogo entre las tensiones físicas de ambos cuerpos, las del bebé y las de la madre. Este diálogo de tensiones apacigua, comunica seguridad y protección, mientras que su ausencia genera un mínimo de miedo y da lugar a ansiedades. Es interesante destacar que no importa el sexo del bebé: siempre hay un anhelo inconsciente de volver al cuerpo gestador, que es un cuerpo femenino.
Siguiendo con ejemplos sencillos, en los meses subsiguientes este intercambio de tensiones musculares como forma de diálogo se extiende al padre, a los familiares y a los lazos afectivos cercanos; es común observar que el bebé se pone en tensión o llora en brazos de un desconocido, y cómo en toda situación desconocida se observa un rastro de ansiedad.
Con el correr del tiempo se produce la comunicación visual y auditiva, y las tensiones musculares se transforman en gestos expresivos a través de la cara y los brazos hasta desarrollar la forma más sofisticada de comunicación entre las personas, el lenguaje verbal, que nos caracteriza como seres humanos.
A pesar de esto, las tensiones musculares siempre estarán presentes en nuestro cuerpo como forma primitiva de comunicación. Ello da lugar al lenguaje corporal, en ocasiones peculiar de las distintas etnias, pueblos o naciones y, más aún, de cada persona como individuo.
Las expresiones faciales de alegría o de tristeza, la postura abatida o excitada, se producen exclusivamente con el tono muscular; son verdaderos gestos corporales.
Los músculos como órganos de expresión
Todo movimiento muscular consta de dos etapas: en primer lugar la tónica, que imprime al cuerpo el mínimo de tensión muscular necesario para realizar la segunda etapa, llamada contracción fásica. Esta consiste en el desplazamiento de los segmentos corporales, apoyados en una estructura postural sostenida por el tono muscular.
Existen expresiones populares directamente ligadas a la postura y el tono corporal: todos hemos oído o dicho frases como «sacar pecho ante la adversidad», «bajar la cabeza» o «tener la cabeza erguida», «el miedo le aflojó las rodillas», «es un tipo tenso» o «necesito relajarme», «con los dientes apretados» y tantas otras. Todas ellas aluden a diferentes estados de tensión muscular y surgieron de la observación y el saber popular, que no sigue una metodología científica pero no por ello contiene menos verdad, como
ya veremos más adelante.
Todos los estados emocionales se manifiestan a través de los músculos, que deberíamos considerar verdaderos órganos de expresión. Por otra parte, son muy susceptibles a la presión social y sobre todo al lenguaje hablado. En efecto, la palabra atraviesa el cuerpo y deja huella en su tono muscular, que entre muchas otras cosas, primordialmente refleja la ansiedad.
Con el paso de los años, la acumulación de tensiones expresivas no solo moldea nuestro cuerpo a nivel muscular, sino que también modifica los ejes de los huesos y la consistencia de los cartílagos, y confiere rigidez o flexibilidad excesiva a los ligamentos y
tendones.
La falta de conciencia del cuerpo se advierte en la torpeza de los movimientos cotidianos. Por otra parte, la rigidez del cuello denota claramente cómo se ha ido perdiendo flexibilidad y la capacidad de girar e inclinarse adelante y atrás sin esfuerzo.
Como prueba, le propongo que intente usted llevar el mentón hacia la parte superior del pecho y observará cuánta tensión tiene su cuello. ¿Es realmente necesaria? Seguramente no, pero no es algo que dependa de su voluntad consciente. La vida moderna, cargada de presiones por la búsqueda del éxito y por el miedo al fracaso, nos lleva a estar muy pendientes del funcionamiento del mundo exterior y desatender la marcha y estado de nuestro cuerpo.
¿Qué le resulta a usted más fácil? ¿Agacharse en posición de cuclillas o aparcar el coche? Recordemos que la posición de cuclillas es la forma más natural de «aparcar» nuestro cuerpo en la tierra para reflexionar o descansar. Pese a ello, a partir del invento de la silla hemos abandonado esta posición y hoy casi nos es imposible realizarla, porque nuestros músculos ya no están adaptados a la flexibilidad que requiere, aunque lo natural era la flexibilidad que proporcionaba la posición de cuclillas. Esa es la posición ideal para estirar la parte inferior de la espalda y la región de los glúteos, cuyos músculos suelen estar en tensión debido a su determinante función cuando uno está de pie o camina.
La revolución industrial y el estallido de la tecnología cambiaron definitivamente las posturas cotidianas de los seres humanos. Ya no sería lógico desprendernos de la silla, pero sí convendría fabricarlas en función del cuerpo y no solamente según criterios estéticos y decorativos.
Siempre estamos a tiempo de conocer la auténtica capacidad de movimientos de nuestro cuerpo y tratar de mantenerla libre de tensiones musculares para toda la vida.
Desafortunadamente, no nacemos con un manual de instrucciones para aprender a mover nuestro cuerpo, pero sí existen métodos de autoconciencia de las estructuras y de las funciones del movimiento corporal: a través de ejercicios y manipulaciones podemos contrarrestar tanto la presión social como la que nosotros mismos ejercemos sobre nuestro cuerpo.
Somos el cuerpo, necesitamos conocerlo, explorarlo, tomar conciencia de sus movimientos y mantener ese aprendizaje una vez realizado. La falta de flexibilidad corporal remite con la práctica de ejercicios de tipo postural, de los muchos y muy buenos que afortunadamente existen, desde el tradicional yoga, pasando por Pilates, Feldenkrais, Eutonia entre otros, de demostrados resultados y largas trayectorias.
En mi experiencia profesional he desarrollado y utilizo desde hace décadas mi propio trabajo de gimnasia postural con mis pacientes. Los años me han demostrado que cuando se resuelve una problemática física por desajustes tensionales, producto de prolongados
estados de ansiedad, es preciso realizar una rutina metódica de ejercicio corporal descontracturante y reconciliadora del estado de tensión óptimo del cuerpo para evitar recaídas, no solo dolorosas sino generadoras de ansiedad. Si una persona conoce su cuerpo y sus posibilidades reales de movimiento y tensiones musculares adecuadas, cuenta con una herramienta muy valiosa para frenar la invasión de ese estado de agitación corporal que produce la ansiedad.
Por otra parte, desde el punto de vista químico no podemos eludir nuestra responsabilidad en cuanto a la alimentación, porque si los componentes químicos del cuerpo no están en orden, difícilmente podremos corregir nuestros defectos posturales solamente mediante el ejercicio de la voluntad. Una persona mal alimentada carecerá de energía suficiente para realizar determinados movimientos; la falta de elementos minerales esenciales (potasio, magnesio y calcio) en el organismo no puede compensarse únicamente con intenciones intelectuales.
El movimiento físico es la expresión más clara de la vida de un ser. Mientras el músculo cardíaco bombee y el músculo diafragmático nos haga respirar más allá de nuestra voluntad, algo es seguro: estamos vivos. Pero nadie puede gozar de una vida plena si se encuentra atado por rígidas cadenas musculares.