@ MAIL DE PERLA PARA MARGARITA
ASUNTO: CARTA 1
LAS HERIDAS PRIMIGENIAS I: BRUMA ENTRE LA CONFUSIÓN, EL MIEDO Y LA TRISTEZA
“¡Qué envidia ser un refrigerador!… él no siente nada..” pienso mientras lo observo fijamente y escucho el ruido monótono de su motor.
Tengo seis años de edad y hago esta reflexión, una mañana, sentada en el desayunador, moviendo nerviosamente mis pies que cuelgan de la silla, mientras mi mirada vaga por el resto de los muebles de la cocina, sintiéndome sola, muy solita, aun rodeada de los seres que conforman mi familia.
La noche anterior había sido como una de tantas, muy difícil… Fui a dormir a mi recámara, que quedaba justo arriba de la cocina. Comparto la habitación con mi hermana mayor, pero ella —al igual que mis otros hermanos— son mucho más grandes. Y entonces se van… salen, se arreglan, tienen amistades, novios, novias,
ocupaciones…
Yo soy pequeña, la más pequeña… no salgo. Esa noche, al igual que muchas otras, poco antes de quedarme dormida escucho asustada, desde mi cama, las señales de la tormenta que se avecina: mi padre comienza a levantar la voz más y más, de pronto ya está gritando, manoteando sobre la mesa, profiriendo insultos a mi madre… la voz de ella casi no se escucha, pero lo que dice o lo que calla, ciertamente lo va irritando más y más… y así, la tormenta se desata embravecida…
Me cubro bajo las cobijas buscando refugiarme y encontrar protección sin hallarla, mis sollozos se ahogan y allí estoy retorciendo mis manitas y sintiendo una angustia que me inunda y me rebasa… me duele el estómago y quisiera no estar allí… pero ¿qué puedo hacer a mis seis años de edad?
“¿Por qué? ¿Por qué tiene que ser así?” me pregunto. No hay respuesta. Sigo llorando, asustada y temblando, hasta que me quedo dormida llena de tristeza y desasosiego…
A la mañana siguiente, mamá está llorosa, triste, mientras me peina y me sirve el desayuno, me dice una a una, como quien desgrana una fruta, todas las cosas tan horribles e insultantes que le dijo aquella figura a la que tanto admiro y quiero, pero que no entiendo por qué trata tan terriblemente a esa pobre y débil mujer que es mi madre. Todo es confuso, y muy, muy triste… Cuando acaba de atenderme y de “informarme”, mamá se va de la cocina y me quedo perpleja e infinitamente triste, observando y, de algún modo, envidiando al refrigerador…
Ese día, papá casi no habla, está ronco de tanto gritar… Cuando nos volvemos a reunir los tres alrededor de la mesa, entre ellos no se dirigen la palabra… El ambiente es tan enrarecido, tan tenso, tan desagradable… yo pretendo que nada pasa, y trato de hablar sobre cualquier cosa, pues pienso que tengo el “deber” de aligerar la atmósfera. En situaciones así, papá me escucha y comienza una pequeña conversación, pero mamá no abre la boca, toma su alimento con una mirada vacía, llena tan sólo de una insondable tristeza, y yo me siento muy culpable de verla tan desolada y excluida de la plática.
A veces, cuando ya ha pasado la última refriega y las cosas vuelven a “la normalidad”, estamos los tres cenando en la mesa, de repente mamá opina algo, y él le grita y la calla tan groseramente que siento ganas de desaparecer, ganas de reclamarle y exigirle que no la trate así, pero no hago nada, no puedo hacer nada, y
me siento tan cobarde y tan desleal hacia mi madre siguiendo la conversación como si no pasara nada. Me trago mi enojo y mi vergüenza, junto con mi chocolate caliente y mi pan. Y con esa triste sensación, me voy a dormir deseando soñar que no vivo en ese lugar.
En fin, Margarita, sé que estás muy ocupada y no quiero extenderme más por hoy.
Simplemente te he querido compartir algunos de los recuerdos que surgen cuando evoco mis inicios dentro del núcleo familiar del cual provengo. He sido muy tímida, bastante depresiva aunque siempre con un deseo indomable de querer ser feliz, de “encontrarle la cuadratura al círculo”. Recuerdo una frase de Ibargüengoitia, uno de mis escritores favoritos que dice: “El destino quiso que yo no fuera feliz, pero a mí
no se me dio la gana”. Así me siento justamente. A pesar de todo lo vivido, sufrido o padecido, quiero ser como tú dices “mi mejor versión”. Mis relaciones de pareja han sido a veces felices y a veces un desastre pero siempre la mar de complicadas; me he divorciado y tengo un hijo adolescente al que trato de educar lo mejor que
puedo yo sola. Soy bastante joven aún y deseo tanto ponerle un ritmo distinto a mi vida, más acompasado y sereno internamente. Soy una guerrera de luz, una caminante pertinaz que aferrada como una pequeña hormiga a su sendero, trata y trata nuevamente de encontrar el mejor modo para hacer el recorrido. Creo que ya es
tiempo y estoy decidida a florecer, por mí, por mi hijo, por mi pareja (cuando llegue la adecuada) y por la huella que desearía dejar en mi fugaz paso por esta Tierra.
Me gustaría mucho que me orientaras para entender de qué manera este tipo de experiencias y el entorno donde crecí afectaron mi forma de ver el mundo y me han llevado a manejar mis problemas hoy como adulta, no de la mejor manera, creo yo.
Supongo que lo vivido me ha marcado, pero no veo claramente cómo, en dónde y de qué forma. Es como si viera mi pasado, desde niña hasta el día de ayer, un tanto entre la bruma. Sobre todo, quisiera tener recursos internos para dejar ya de repetir las mismas reacciones, bastante neuróticas me parece, que tengo una y otra vez. Te he oído mencionar muchas veces esto del famoso “niño interior” pero no acabo de comprender bien a bien qué quieres decir con ello. Esperaré con gran interés tus comentarios al respecto.
¡Mil gracias y hasta pronto!
Perla
Cuando Margarita leyó este primer relato de Perla, sintió una gran empatía y compasión por aquella pequeñita que —al igual que millones de niños en el mundo— le toca padecer las relaciones deformadas y torcidas de adultos lastimados a su vez desde su infancia. Y que, en una absurda rueda del destino, vuelven a hacer lo mismo cuando a su vez les corresponde a ellos convertirse en padres.
—¡Tenemos que parar esta locura!, dijo para sí, sabiendo, sintiendo que esa era su misión: ir sacando de sus “calabozos” a tantos Niños Internos atrapados en los cuerpos de adultos dolidos y dolientes, víctimas de sus padres y a su vez victimarios de sus hijos. ¡Basta ya, por Dios! Tomó una profunda inspiración y de inmediato se dispuso a contestarle a Perla. Quería ayudarla a entender dónde y cómo se originaron sus heridas y, sobre todo, darle la pista para desenredar su madeja y comenzar a sanar: decirle lo fundamental de ir al rescate de su Niña Interior, ir a liberar, a recuperar en amor a la dulce, triste y asustada Perlita.
@ MAIL DE MARGARITA A PERLA
ASUNTO: RESPUESTA CARTA 1
EL CONCEPTO DE NIÑO INTERIOR Y LO CRUCIAL DE SU RESCATE
Querida Perla:
Primero que nada, quiero agradecer tu apertura para contarme tus vivencias y recuerdos de pequeñita. Al leer esta primera carta, recordé lo que dice Neruda cuando empieza el relato de sus memorias:
Estas memorias o recuerdos son intermitentes y a ratos olvidadizos, porque así precisamente es la vida…
Leí tu carta con enorme respeto y atención y creo que, efectivamente, lo que te diga aquí puede aplicarse al caso de muchísimas personas que han crecido en hogares con familias disfuncionales, las cuales —desafortunadamente— son una inmensa mayoría.
Cuando los pequeñitos crecen en medio de adultos lastimados, frustrados, enojados, no entienden qué pasa, crecen confundidos, inseguros y tristes. Creo que eso te pasó a ti, como les ha pasado a muchos. Te explicaré con más calma.
El interés que muestras por querer conocerte más, por entender el origen de tus reacciones es maravilloso, fundamental para todo aquel que decide empezar su propio proceso de transformación hacia el SER maduro, o sea, generar lo que llamo la “autogestación”, es decir, atreverte a romper el molde donde te formaste en la
familia y con las circunstancias en las que te tocó crecer, lo que significa dejar atrás tus creencias limitantes, tus respuestas automáticas, tus enganches a situaciones recurrentes, tus heridas del pasado… para darte a luz a ti misma, desde la LUZ de tu conciencia, decidiendo evolucionar bajo tu libre albedrío.
Esta capacidad de decidir cómo enfrentas lo que la vida te pone, esto que hace que tomes una actitud convencida a convertirte en tu mejor versión, es el combustible indispensable para
Ser Mejor Ser