Este hábito de los padres brillantes contribuye a desarrollar en sus hijos: motivación, audacia, paciencia, determinación, capacidad de sobreponerse y la habilidad de crear y tomar ventaja de las oportunidades
Los buenos padres preparan a sus hijos para recibir aplausos; los padres brillantes los preparan para afrontar sus derrotas. Los buenos padres educan la inteligencia lógica de sus hijos; los padres brillantes educan su sensibilidad.
Estimula a tus hijos a tener metas, a tener éxito en la escuela, en el trabajo y en sus relaciones sociales, pero no te detengas ahí. Ayúdalos a no tener miedo de sus fracasos. No hay podio sin derrota. Mucha gente no llega al podio no porque no sea capaz, sino porque no ha aprendido a superar sus fracasos a lo largo del camino. Mucha gente no puede brillar en el trabajo porque se rinde al primer obstáculo.
Algunas personas no tienen éxito porque no han tenido la paciencia de aceptar un “no”, porque no tienen la osadía de enfrentar algunas críticas ni la humildad para reconocer sus errores.
La perseverancia es tan importante como la habilidad intelectual. La vida es un largo camino con curvas impredecibles y derrapones inevitables. La sociedad nos prepara para los días de gloria, pero los días de frustración son los que dan significado a esa gloria.
Revelando madurez, los padres brillantes son modelos para una vida victoriosa. No piensan que una vida exitosa sea una vida infalible. Ganar no siempre significa estar en lo correcto. Por eso es que son capaces de decir a sus hijos: “Me equivoqué”, “lo siento” y “te necesito”. Son fuertes en sus convicciones, pero flexibles para admitir sus fragilidades. Los padres brillantes muestran que las flores más hermosas son las que florecen después de los más crudos inviernos.
Los padres que no tienen el coraje de reconocer sus errores nunca enseñarán a sus hijos a enfrentarse a sus propios errores y a crecer con ellos. Los padres que admiten que siempre tienen la razón nunca enseñan a sus hijos a trascender sus propios fracasos. Los padres que nunca se disculpan jamás enseñarán a sus hijos a lidiar con la arrogancia. Los padres que no revelan sus miedos siempre tendrán dificultad para enseñar a sus hijos a encontrar, a través de la pérdida, la oportunidad de ser más fuertes y experimentados. ¿Hemos actuado así con nuestros hijos, o sólo hemos desempeñado las obligaciones triviales de la educación?
La vida es un contrato de riesgo. Los jóvenes necesitan vivir este contrato apreciando los retos y no tratando de escapar de ellos. Si se intimidan por la derrota y las dificultades, el fenómeno RAM registrará miles de experiencias en su memoria que propiciarán el complejo de inferioridad, la baja autoestima y la sensación de incapacidad. ¿Cuál es la consecuencia de esto?
Un joven con baja autoestima se sentirá disminuido, incapaz de tomar riesgos y transformar sus metas en realidad, y puede experimentar un envejecimiento emocional prematuro. La juventud debe ser la mejor época para el placer, aun cuando tenga sus propios desasosiegos, pero muchas personas son gente vieja en cuerpos jóvenes. Ser anciano no significa ser viejo; de hecho, mucha gente anciana, que está feliz y motivada, es emocionalmente más joven que muchos de los jóvenes actuales.
¿Cuál es la característica de una emoción envejecida, sin condimento ni motivación? La incapacidad para contemplar la belleza y una intensa capacidad para quejarse, porque nada los satisface por mucho tiempo. La gente con una emoción envejecida se queja de su cuerpo, sus ropas, sus amigos, la falta de dinero, la escuela o incluso de haber nacido.
La capacidad de quejarse es el fertilizante de la miseria emocional, y la capacidad de agradecimiento es el combustible de la felicidad. Mucha gente joven hace una gran cantidad de cosas para tener una migaja de placer. Suplican por un mendrugo de la alegría aunque vivan en palacios.
Los jóvenes que se vuelven maestros de la queja tienen una enorme desventaja competitiva. Difícilmente conquistarán un espacio social y profesional. ¡Alértelos!
Dado que los jóvenes entienden lo que es la memoria de una computadora, compárela con la memoria humana. Dígales que a cada queja la acompaña un alto grado de tensión y que es almacenada en la memoria con un estatus privilegiado por el fenómeno RAM, lo cual destruye lentamente la alegría emocional. Los mejores años de su vida son sofocados, por lo que pierden gradualmente su sonrisa, su impulso y su motivación.
Guíe a sus hijos para que encuentren grandes razones para ser felices con las pequeñas cosas. Una persona emocionalmente superficial necesita grandes eventos para sentir placer; una persona profunda lo encuentra en las cosas ocultas, en los fenómenos aparentemente imperceptibles, como el movimiento de las nubes, el ballet de las mariposas, el abrazo de un amigo, el beso de un ser querido, una mirada de complicidad y la sonrisa de solidaridad de un extraño.
La felicidad no viene por casualidad; la felicidad viene del entrenamiento. Entrene a sus hijos para que sean excelentes observadores. Caminen por campos y jardines, miren el surgimiento de las flores y descubran juntos la belleza sutil. Llenen sus ojos con la hermosura que los rodea.
Enseñe a los jóvenes a apreciar los momentos simples, la fuerza que viene de la pérdida, la seguridad que florece en el caos y la grandeza que emana de los pequeños gestos. Las montañas están formadas por ocultos granos de arena.
Los niños serán más felices si aprenden a contemplar la belleza tanto en los momentos de gloria como en los de fracaso, en las flores de la primavera y en las hojas muertas del invierno. ¡Este es el gran reto de la educación emocional!
Para muchas personas, la felicidad es la locura de los psicólogos, el delirio de los filósofos y la alucinación de los poetas; nunca han entendido que los secretos de la felicidad se ocultan en las cosas simples y anónimas, tan distantes y tan cercanas a ellas.
Este hábito de los padres brillantes contribuye a desarrollar en sus hijos: respeto por la vida, esperanza, perseverancia, motivación, determinación y capacidad de cuestionarse a sí mismos, de superar los obstáculos y fracasos.
Los buenos padres toleran algunos errores de sus hijos; los padres brillantes nunca se rinden para combatirlos, incluso si sus hijos los desilusionan, cometen errores, no los valoran y se sumergen en los valles de los trastornos emocionales.
El mundo puede no tener fe en nuestros hijos, pueden pensar que no lograrán nada en la vida, pero si somos padres brillantes y creemos en ellos, tratamos de ver lo que nadie ve y buscamos el oro detrás de sus fracasos, habrá dulzura detrás de la arrogancia, sensibilidad detrás de la agresividad y amor por la vida en un joven que contempla suicidarse. ¿Es usted capaz de encontrar esto?
Los padres brillantes son sembradores de ideas y no son dominantes con sus hijos. Labran el terreno de su inteligencia y esperan que un día sus semillas germinen. Puede haber desolación durante la espera, pero si las semillas son buenas, un día germinarán. Aun si los hijos consumen drogas, no tienen respeto por la vida y desprecian su futuro, un día regresarán.
Quizás algunos padres estén llorando mientras leen este libro. Llorando porque sus hijos están pasando por crisis profundas. Algunos de ellos no se dejan ayudar, se aíslan dentro de su mundo enfermo, son autosuficientes y maestros de la necedad. ¿Qué deben hacer?
¿Rendirse? ¡No!
Un magnífico ejemplo a seguir se ilustra en la parábola del hijo pródigo. El comportamiento del padre fue de una sabiduría única. Veamos.
El hijo abandonó al padre, pero el padre nunca abandonó al hijo. El padre rogó a su hijo que se quedara. Sus lágrimas no lo conmovieron. Se fue y poco a poco gastó su fortuna. El padre no lo criticó, y simplemente esperó por él.
Cada día esperaba que su hijo aprendiera en la escuela de la vida las lecciones que no había aprendido de él.
Finalmente, la gran victoria. El dolor, la pérdida y la inseguridad del muchacho rompieron la cáscara de las semillas que el padre había sembrado. Así, su personalidad fue silenciosamente lapidada. ¿El resultado? Regresó. Había dejado la protección de su padre y adquirido profundas cicatrices en el alma, pero era más maduro y experimentado.
El padre vio a su hijo caminando a la distancia. Corrió a su encuentro, hondamente conmovido. No lo condenó, no dijo nada, sabía que las palabras eran innecesarias. Estaba seguro que las experiencias que había tenido su hijo gritaban en su interior. Sólo lo besó y dio una fiesta en su honor. El amor es incomprensible. El hijo nunca volvió a ser el mismo.
Deberíamos ser poetas en la batalla de la crianza. Podemos llorar, pero nunca debemos desalentarnos. Podemos ser heridos, pero nunca debemos dejar de luchar. Deberíamos ver lo que nadie ve: un tesoro enterrado en las piedras del corazón de nuestros hijos.
Los padres solían ser autoritarios; hoy en día, los hijos lo son. Los maestros solían ser héroes para sus alumnos; hoy en día, son las víctimas de sus estudiantes. A los jóvenes no les gusta que los contradigan. Nunca en la historia habíamos visto a los adultos ser tan dominados por los niños y los jóvenes. Los hijos se comportan como reyes cuyos deseos deben ser cumplidos de inmediato.
En primer lugar, los padres deben aprender a no tener miedo de decir “no” a sus hijos. Si ellos no escuchan un “no” de sus padres, no estarán preparados para escuchar un “no” de la vida. No tendrán oportunidad de sobrevivir.
En segundo lugar, cuando los padres dicen “no” a sus hijos, no deben ceder al chantaje y a la presión que éstos ejercen. De otro modo, sus emociones se volverán un balancín: serán dóciles un momento y explosivos al siguiente; estarán felices un momento y malhumorados al siguiente. Si son inestables y chantajistas en un medio social, serán excluidos del mismo.
En tercer lugar, los padres deben dejar muy claro que puntos son negociables y que límites no lo son. Por ejemplo, irse a la cama después de medianoche durante la semana de escuela es inaceptable y, por lo tanto, no negociable. Por otra parte, se puede negociar la cantidad de tiempo para Internet y para los juegos.
Si los padres incorporan los hábitos de educadores brillantes que he mencionado, serán capaces de contradecir, establecer límites y eliminar el temor a decir “no” a sus hijos. Sus reproches, berrinches y crisis no serán destructivos, sino constructivos.
Vivimos en tiempos difíciles. Las reglas y el consejo psicológico ya no parecen ser eficientes. En todo el mundo, los padres se sienten perdidos, sin un centímetro de terreno para caminar y sin herramientas para penetrar en el mundo de sus hijos. De hecho, conquistar el planeta psíquico de nuestros hijos es tan complejo como conquistar su planeta físico. Actuar con base en la inteligencia es un arte que pocos aprenden.
Me gustaría aclarar que los hábitos de los padres brillantes revelan que nadie se gradúa en la educación de los hijos. Aquellos que dicen “yo sé” o “no necesito la ayuda de nadie” ya han sido derrotados de antemano. Para educar, siempre debemos aprender y conocer la palabra paciencia en toda su plenitud. Quienes no tienen paciencia se rinden; quienes no pueden aprender, tampoco pueden encontrar rutas inteligentes. Infortunados son los psiquiatras que no aprenden de sus pacientes. Infortunados son los maestros que no aprenden de sus alumnos y no renuevan sus herramientas. La vida es una gran escuela que enseña poco a aquellos que no saben leerla.
Como la vida es una gran escuela, los padres deben tratar de entender los hábitos de los maestros fascinantes que describiré a continuación. Les serán útiles en su viaje. Los padres y los maestros son socios en la fantástica tarea de educar.