La Enfermedad en Descodificación Biológica Original
“Nuestros cuerpos son jardines en los que hacen de jardineros nuestras voluntades.”
William Shakespeare
En este paradigma la enfermedad no existe, es una solución. La única solución que ha encontrado nuestro cerebro arcaico cuando detecta un peligro: estrés es igual a peligro. Quizás sea muy atrevido hacer esta afirmación a sabiendas de que hay gente que sufre mucho con su o sus enfermedades, así como con los problemas asociados a los tratamientos que se realizan para intentar eliminar la enfermedad. Pido disculpas anticipadas si alguien se siente molesto por esta forma de explicar los síntomas. En todo caso propongo también una invitación a verlo de una manera distinta a la común u “oficial”, a comprobarlo y a creer solo lo que cada uno acepte creer.
Como decía Carl Jung “no estamos aquí para sanar la enfermedad, sino que la enfermedad viene a sanarnos”.
Me permito aclarar a qué me refiero con tal afirmación: la enfermedad no existe, sino que es una solución a cómo hemos vivido un conflicto. No existe tal como hemos creído durante tantísimos años en los que nos aseguraron que los síntomas son el resultado de un desgaste, un fallo orgánico, de la genética, una avería o la respuesta a algo exterior, un factor externo, que lo altera. Es la forma que tiene la medicina oficial para explicar el origen: encontrar la causa que ocasiona una enfermedad para eliminarla. La propuesta es la siguiente:
usa otra lógica para entender la aparición de una disfunción en el sistema cuerpo. Usa la lógica bio-lógica que nos dice que:
Existe un programa previsto en la naturaleza que da respuesta al estrés vivido, para el que no hubo una reacción adecuada, con el objetivo de dar a la persona un margen de tiempo para encontrar una solución. Es la última posibilidad de evacuar el estrés. Este programa es tan sabio que hace en cada instante lo que la persona necesita. Para cada situación genera más o menos células o más o menos función. Es un programa que pide ser comprendido para sanar y no atacado o combatido. Una vez que se ha pasado el estrés, llega una segunda fase en la que las células saben cuál es la acción a realizar, lo que permite la reparación de los tejidos, es decir, que la Naturaleza prevé volver al equilibrio cuando el cuerpo se ha desgastado.
Si en fase de estrés se construyeron más células (por ejemplo, tumor de estómago, de hígado o de alveolo pulmonar) es lógico pensar que después de encontrar una solución, el cuerpo elimine el sobrante, aquello que ya no es necesario. Lo mismo pasa si en fase de estrés el cuerpo consideró que era lógico hacer menos células y provocó una disminución de los tejidos, como en el caso de una osteoporosis. En el momento en que se supera el conflicto de no llegar a un rendimiento que genera desvalorización en relación a uno mismo, que en este caso afectaría al hueso, comienza la reconstrucción del tejido haciendo más células.
Este programa está maravillosamente coordinado entre la psique, el sistema nervioso y el órgano diana. En otras palabras, la enfermedad es la actuación de emergencia biológica que pone en marcha el cerebro cuando cree estar en una situación de vida o muerte. ¿Qué le hace creer que está en una situación de peligro? La dichosa psique con su manera de ver y responder a las situaciones cotidianas dentro de las que pueden aparecer las situaciones de conflicto biológico.
El cerebro es eficiente, aunque no actúe de forma inteligente. Podemos decir que el cerebro es obediente, cumple a la perfección cubriendo las necesidades descubiertas, aunque el resultado sea una enfermedad porque, al contrario que nosotros los humanos, nuestro cerebro no interpreta que tener una enfermedad sea un problema, sino que encuentra una alternativa para salir del atolladero en el que está la persona.
Por ejemplo, una persona vive una situación de miedo en la que se quedó petrificado o rígido como una piedra y el cerebro, al detectar el miedo paralizante, da la orden a la zona precisa del cuerpo que habla ese lenguaje metafórico y funcional: la zona motriz. La respuesta como enfermedad podría ser una alteración o fallo en la conexión neuromuscular. Si el miedo vivido fuera extremo, como una situación de pánico que deja sin habla, con la tonalidad de terror o de no poder expresar, la respuesta estará en la laringe.
El Dr. Hamer explica que la enfermedad es el resultado de nuestro paso por las distintas etapas evolutivas que se han atravesado a lo largo de toda la existencia de los seres vivos y que las mismas soluciones adaptativas que encontraron los órganos de otros seres vivos son las que pone en marcha el cuerpo humano siguiendo un orden, siguiendo el sentido biológico. ¿Por qué?
Porque nuestro cuerpo tiene toda la información de esos procesos guardada a nivel celular. ¿Y cuándo se tuvieron que adaptar los órganos? Cuando estuvieron expuestos a situaciones de tensión que activaban las reacciones de supervivencia. La enfermedad es lo que se denomina una respuesta a una emergencia biológica.
Un ejemplo en la evolución lo encontramos en la salida del agua de los peces y la necesidad de protección de la piel para evitar la deshidratación. La biología da un resultado adecuado: la aparición de un caparazón que protege de las inclemencias y agresiones del exterior. Podemos ver un paralelismo entre este ejemplo y cuando hoy una persona vive una situación de estrés de la tonalidad de agresión, insulto o atentado a su integridad. La reacción puede aparecer en la zona de la dermis, ya que ésta es la encargada de la protección de nuestro cuerpo. ¿Cómo lo hará? Con un crecimiento de células de la dermis a modo de escudo protector igual que los animales.
El estrés de un conflicto biológico provocará un desencuentro entre la estabilidad y comodidad interna de la persona, y lo que le está ocurriendo en el exterior. ¿Por qué se viven situaciones de estrés? Porque naturalmente tenemos necesidades biológicas que no siempre se pueden satisfacer. También podemos hacer otra lectura y pensar que es la vida la que nos hace propuestas a través de experiencias que nos mueven de nuestra zona de confort, de nuestro espacio de protección, que nos sacuden del lugar conocido para que experimentemos algo diferente: exigen cambio y evolución. Seguir haciendo más de lo mismo es poco sano como individuos y como sociedad.
Es involucionar. Para vivir con salud hay que estar en coherencia y armonía en las distintas esferas de nuestra existencia. Supone vivir experiencias, tener la reacción que nuestra psique considera adecuada ante ellas, poder expresar y vaciar la tensión que se acumula de forma sana, liberar la angustia visceral y poder cubrir las necesidades descubiertas. Por lo tanto, la enfermedad es una parte indisoluble de la vida de la persona cuando algo le golpea y no puede dar respuesta. Expresa a través del cuerpo lo que no ha podido vaciar de otra manera.
Cada uno tiene una idea sobre su paso por la Tierra, pero es posible que franqueemos por al lado de los momentos sagrados de nuestra existencia de una forma distraída, en algunos instantes con dolor. Lo que está claro es que cuando una persona se enferma, nada es igual y todo es molesto. Hasta una pequeña herida producida por un corte en la punta de un dedo nos recuerda nuestra fragilidad y vulnerabilidad. Si alguna vez te has cortado con un papel sabes de qué hablo. Cuanto más nos sacude la enfermedad, más se asemeja a un proceso que nos acerca a las grandes preguntas de nuestra existencia: ¿qué es la vida?, ¿qué es la muerte?, ¿cuál es el sentido de la vida propia?
Comprender el sentido de la enfermedad nos ayuda a ver cómo estamos viviendo y cuán lejos estamos del centro de nuestro ser. Como dice Morris, el protagonista de Martes con mi viejo profesor: “cuando aprendes a morir, aprendes a vivir” (Albom, 1999).
Quizás lo que nos ocurre es que solemos razonar de manera antinatural y no en términos de supervivencia. Tememos morir y, protegiéndonos de la muerte, nos olvidamos de vivir. Creemos que la vida tiene que ser lineal, sin problemas y cuando éstos se presentan nos sentimos víctimas de las circunstancias y las queremos eliminar cuanto antes. Nos molestan las complicaciones y deseamos vivir siempre en la zona de confort, en nuestra preciada (¿y precaria?) comodidad, en el maravilloso positivo alejándonos de lo negativo. Pero negativo o positivo son solo clasificaciones. La enfermedad es la expresión de una desarmonía entre nuestro interior y el exterior, entre nuestro ser y lo que deseamos vivir y lo que la existencia prevé para nosotros.
El síntoma nos habla para decirnos que algo no funciona bien en nuestro caminar. El síntoma que tanto ansiamos eliminar tan solo es un mensaje. En su origen está el conflicto biológico y lo podemos vivir como la ocasión y la oportunidad para ser tocados en un lugar de nuestro interior, en el que hemos estado mucho tiempo protegidos, o podemos continuar sintiéndonos víctimas con mala suerte.
Por ejemplo, un joven va en moto un día de lluvia. El coche que va delante frena en una esquina y él se ve obligado a hacer lo mismo. Resbala, se cae de la moto y, en consecuencia, se tuerce la rodilla. Puede ser que todo quede en un accidente o incidente con poca trascendencia. Solo una anécdota más de la que el joven se olvide rápidamente. Es posible que el resbalón haya ocurrido porque el suelo estaba mojado, porque la moto no frena bien, porque el de adelante frenó de golpe, porque… Pero también es posible que este joven consiga hacerse las preguntas adecuadas para aprender de ese maravilloso instante en el que la vida le muestra a través de este incidente que algo de su cotidianidad tiene que tener un antes y un después; o que algo se le está resbalando; o que él se siente resbalar en el camino de su juventud, que todo va muy rápido y a veces es desconocido y da miedo; o tantas otras posibles hipótesis más. Todos hemos sido jóvenes y sabemos cuánto dolor nos ha provocado un traspié en la vida. Sólo con la distancia se ven los eventos en su verdadera magnitud. ¡Y qué evolución más maravillosa puede llegar a ocurrir cuando se consigue descubrir la historia que hay detrás de la historia!
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Otro caso es el de una mujer que ha vivido protegiéndose de algo que no sabe qué es. Lo manifiesta a través del miedo al sufrimiento
y al dolor, concretamente el miedo a la enfermedad y al dolor físico. Para evitar cualquier situación de desprotección, cuenta con un buen seguro médico, se hace todas las posibles revisiones médicas, se vacuna y ante un síntoma mínimo acude a ver al facultativo para que elimine el síntoma, no sin antes haber realizado cuanto estudio complementario sea viable. Un día, haciéndole un estudio habitual, encuentran de “casualidad” una pequeña mancha en un órgano. Se lo comentan y entra en pánico. A pesar de que la biopsia de esa zona “extraña” dio negativo, en poco tiempo vivió un terror profundo: el miedo a la enfermedad. Poco después, le diagnostican un tumor de ganglios linfáticos no Hodking. Si nos fijamos en su historia familiar, en la generación de su abuelo paterno murieron 2 hermanos pequeños menores de 6 años por sendas enfermedades que no pudieron ser tratadas. Por lo tanto, en su memoria, estar enferma es igual a morir.
En estos dos casos, ¿las personas son víctimas o partícipes de su historia? A nadie le apetece aprender mediante accidentes o enfermedades y es por esto que cuando aparecen nos resistimos a vivirlos, pero no dejan de estar presentes. Lo que se resiste, ¡persiste! Lo que se trae a la consciencia y se vive en el cuerpo se desintegra.
Comprender cuál es el hilo de nuestra vida y cómo los eventos han estado para enseñarnos algo, nos ayudará a vivir con mayor coherencia. Se trata también de oírnos en nuestras necesidades y respetarlas.
“Aquellos que no aprenden nada de los hechos desagradables de sus vidas, fuerzan a la conciencia cósmica a que los reproduzca tantas veces como sea necesario para aprender lo que enseña el drama de lo sucedido. Lo que niegas te somete. Lo que aceptas te transforma.” Carl Jung.
Un conflicto biológico o bioshock nos coloca en un espacio desagradable, en el que nos convertimos en seres de los primeros tiempos. Nuestro inconsciente biológico cree estar en situación de peligro total, por lo que reacciona en términos de vida o muerte siguiendo la lógica de la supervivencia. Para poder entenderlo es necesario visitar la parte más arcaica de nuestro sistema nervioso, la que tramita cada uno de nuestros instantes y que vive el momento presente, el único tiempo que existe. Todos conocemos las sensaciones asociadas al nerviosismo antes de una reunión, un examen, una discusión, un momento de dolor, un accidente, etcétera. Todas ellas, están gestionadas por el sistema nervioso vegetativo o autónomo. Continuar hoy en el presente viviendo bajo automatismos y comportamientos reptilianos que se han convertido en inadaptados solo puede abocarnos a un resultado: la enfermedad.
En el caso de María, vive una situación de estrés con el sentir de que le han arrebatado algo que le pertenece, un bocado que ya era suyo, que ya estaba en plena digestión imaginaria y con el que contaba de forma segura e inequívoca, lo que activó en ella un
programa de “atrapar el bocado”. En el instante mismo del conflicto biológico no pudo poner en marcha ninguna reacción que solucionara el problema que se había presentado. Aparentemente sintió desconcierto, rabia, ira, luego tristeza y, como en su cabeza rondaba el pensamiento de la historia vivida día y noche, cambiaba de emoción según las ideas que surgían. Por momentos sentía compasión por su tía y soltaba la rabia, aunque en otros se revolvía contra lo que pasó, gritaba, lloraba, pateaba sin que nada cambiara.
En cambio, lo que vivió como emoción visceral profunda, lo que realmente sintió en su interior, se quedó clavado sin ser consciente
de ello.
Así es como su cuerpo organizó el programa temporal llamado enfermedad para salvaguardarla. Podemos preguntarnos ¿por qué
su cuerpo ha hecho más células en el páncreas? Porque ha entendido que había una carencia en un sentido vital, así que haciendo más células consigue provocar más secreción de enzimas pancreáticas que tienen como función disolver las “grasas”.
Precisamente, lo que María ha vivido es muy “graso”.