A veces es diferente…
“La vida fluye como los ríos y nadie puede bañarse dos veces en la misma agua.”
Rabindranath Tagore
La mayor parte de las veces se reproduce el modelo del carácter bifásico de la enfermedad que supone una primera fase de estrés y otra, a partir de la solución del conflicto, que es de reparación de los tejidos. Son la fase fría y la fase caliente. Con frecuencia este proceso se desarrolla sin tan siquiera darnos cuenta de lo que está ocurriendo en nuestro cuerpo y, si dejáramos que la naturaleza hiciera su trabajo, el transcurso de las fases pasaría a ser algo totalmente previsible y normal en nuestras vidas. Tengamos en cuenta que así sería siempre y cuando dispusiéramos de todo lo necesario en el terreno, es decir, en el cuerpo físico.
Hemos visto cómo todo el programa llamado enfermedad se inicia con un conflicto biológico, producto del desencuentro de necesidades entre el exterior –que nos presenta algo que no esperamos y lo vivimos de forma dramática– y el interior –que anhela estabilidad. Es la manera de vivir el conflicto lo que provoca un aumento del estrés de una tonalidad muy específica que es captada por el cerebro y que, metafóricamente hablando, le corresponde a la función de un determinado órgano. Éste órgano, que ha sido llamado para colaborar en el proceso de ayuda conjunta para la supervivencia, cambia de comportamiento y hace más o menos tejido o más o menos función para permitir la solución biológica del conflicto. Ante la orden del cerebro, se activa la enfermedad en el cuerpo y ésta evoluciona según la necesidad biológica específica. Para ello se requiere de la acción del sistema nervioso simpático (fase fría) o parasimpático (fase de reparación o caliente).
El pasaje de la fase fría a la fase caliente se producirá cuando de forma consciente o inconsciente la persona pueda degradar, disminuir o traspasar el conflicto. Esto supone encontrar la solución al conflicto internamente de forma intelectual, espiritual, a nivel psicológico o de manera práctica, supone entonces encontrar la solución en la realidad exterior. Una vez se encuentra la salida al problema, se da el pistoletazo de inicio para que el proceso caliente comience.
Los síntomas de la fase caliente son muy característicos, suelen apreciarse (pus, enrojecimiento, hinchazón, endurecimiento, etc.), ser molestos y son fastidiosos porque son de tipo infeccioso o inflamatorio. Se considera que son síntomas de enfermedad aguda. Otras veces los síntomas de reparación pasan desapercibidos, por ejemplo, cuando se produce un quiste. La duración de esta fase está en relación a la intensidad y la duración del conflicto biológico, pero también se tienen en cuenta otros elementos como los recursos que
disponga la persona a nivel físico, su actividad psíquica, la comprensión de la causa de la enfermedad, su convencimiento o certeza sobre la curación y la tranquilidad con la que pueda vivir las manifestaciones y también su propia vida.
El entorno inmediato, la familia y los amigos, tiene una gran importancia para que la persona que está atravesando un proceso más o menos agudo pueda sentirse tranquila y confiada en que la Naturaleza hará lo propio. Por ello, es primordial que las personas cercanas le puedan aportar seguridad, protección, calma, confianza en los recursos de la persona y también en sus decisiones, pero sobre todo es importante la manera de vivir y de percibir la vida del propio sujeto implicado. Hallar en el interior los recursos para vivir de manera distinta los conflictos que se presentan cada día y los que son excepcionales, aprender a ver la misma situación desde distintas ópticas para
no categorizar todo en bueno-malo y sobre todo aprender a escuchar las señales biológicas, sentir el cuerpo, percibir las sensaciones corporales del momento en el que se atraviesa un instante de conflicto, son acciones que ayudan a desactivar o prevenir las enfermedades.
Aprovechamos el caso de María para ver cómo vive un conflicto de cada una de las etapas de la biología y cómo finaliza cada uno:
De los 7 a los 10 años María pasó por varios episodios de faringitis con fiebre, mucosidad, dolor y que acababan con tos seca.
Era un dolor de garganta que le raspaba, quemaba y que le llegaba hasta los oídos.
La submucosa faríngea corresponde a los órganos que han derivado del endodermo a nivel embriológico, o sea, que reaccionan “haciendo más” tejido en fase de estrés y que, desde el momento en que la persona encuentra la solución, se inicia la inflamación reparadora del órgano. El conflicto asociado en el caso del dolor e inflamación de la garganta es de “no conseguir atrapar un bocado”. Entiéndase la noción de bocado extenso, que cada uno asignará a lo que desee o anhele y se le resista o no llegue con facilidad.
Por ejemplo, si un niño quiere salir a jugar, ir a nadar a la piscina, tomar un helado, mirar la tele en lugar de hacer deberes o comprarse algo y no lo consigue, es su garganta la que estará en estrés esperando que eso llegue. Sin embargo, desde el momento en que se resuelva en el exterior o en el interior, la garganta se relajará, los tejidos iniciarán la reparación mediante la inflamación y aparecerá el dolor. Para un adulto, el bocado también puede ser muchas cosas: un trabajo, una actividad, un viaje, una persona, una reunión o un objeto.
En el caso de María, de sus 7 a sus 10 años, vivieron serias dificultades económicas en su familia, ya que su padre había muerto y su madre a duras penas conseguía pagar todos los gastos mensuales, lo que imposibilitaba la realización de gastos extraordinarios. María no pudo asistir a muchos cumpleaños de sus amigas porque no contaban con dinero para un regalo o no se podía comprar la ropa que le gustaba y que sus amigas lucían y se intercambiaban. Esa era la tónica de sus días, pero en contadas excepciones su madre conseguía algo extra y con ese poco más de dinero, se podía dar algún capricho. Justo un tiempo después, le aparecía el fastidioso dolor de garganta. Finalmente, esos molestos dolores desaparecieron de su vida y sólo esporádicamente, cuando siente que no puede atrapar algo, le reaparecen.
Cuando tenía 14 años, justo después de su primera menstruación, comenzó a notar pequeños quistes en sus mamas, sobre todo en la izquierda.
Los senos son órganos de la 2ª etapa de la biología derivados del mesodermo antiguo que responden a un conflicto de querer proteger a la prole (relación materno filial/ madre hija/o), de darles el alimento para ayudarles a sobrevivir y darles seguridad. Es el llamado conflicto de nido estricto (lado izquierdo para una persona diestra) o nido amplio (lado derecho en una persona diestra).
Por esa época vivió un momento muy triste cuando su perra, lo único que le quedaba de su familia de origen, que tanto había acompañado a su madre durante el tiempo que duró su enfermedad, comenzó a debilitarse, estuvo 4 meses enferma y finalmente murió
en sus brazos. María estaba desconsolada, nada le convencía, ni tan siquiera la idea de que su tía le trajera otra mascota.
Esta joven tuvo la experiencia de sentir que “no podía proteger y salvar al animal” que tanto amaba y al cabo de un tiempo, cuando poco a poco comenzó a distraerse y olvidarse del animal, los quistes fueron desapareciendo y nunca más regresaron. Como vemos en este caso, los nódulos o quistes (hacer más células) ocurre en fase de estrés y desaparecen durante la reparación.
Sobre los 16 años María tuvo una época en la que se sentía muy cansada, le faltaba el aire cuando corría, dormía más que de costumbre y su tía estaba preocupada por el estado semidepresivo en el que la veía, así que le llevó al médico, quien le indicó la realización de una analítica. Resultado: anemia.
La disminución de glóbulos rojos o de la hemoglobina que estos transportan responde a conflictos de la 3ª etapa de la biología o capa
embrionaria Mesodermo Nuevo que por lo general llevan el título de conflictos de falta de rendimiento, de no llegar al objetivo y sentir desvalorización de sí mismo (relacionado con los huesos en los que en su interior se encuentra la médula ósea roja). En algunos casos, esta sensación de falta de rendimiento y autodesvalorización se asocia a la falta de autoestima.
En el caso de la anemia, la vivencia conflictual aparece cuando se acepta hacer lo que quiere la familia (los padres o sustitutos), para no hacerles sufrir, lo que conlleva la sensación de desvalorización. Es como partirse en dos y no poder sostenerse a sí mismo/a. Cuando en la vida nos imponemos hacer lo que los otros quieren es porque no nos damos el lugar que nos corresponde o no prevalecen nuestras necesidades ante la de los demás. Para nuestra realidad biológica es como si no tuviéramos derecho a existir, a tomar el oxígeno para vivir.
Esto es lo que le ocurrió a María de adolescente, justo cuando ella debía decidir qué quería estudiar para apuntarse en el bachillerato
correspondiente y su tía le insistía en que hiciera estudios de peluquería para continuar con el negocio que ella regenteaba.
Nunca le había atraído nada de lo relacionado con el salón tocador de su tía, pero ¡cuánto le costaba decírselo! No quería hacerle daño, así que no se atrevía a decirle nada y acababa angustiándose por dentro. Finalmente se decidió a hablar con su tía y mantenerse en
su opinión. Definitivamente quería estudiar Psicología en la Universidad y haría lo que fuera para conseguir materializar su deseo. ¿Quizás quería entender todo lo que había pasado en su vida y en la vida de los padres y familiares? ¿Quizás ansiaba entender el funcionamiento de los humanos para ver que puede ser diferente?
Tres o cuatro semanas más tarde, ya estaba animada y no recordaba su cansancio ni su falta de aire. ¡Todo volvía a ser respirable!
Cuando su madre murió, María hizo un cambio de vida bastante radical en muchos aspectos ya que dejó su casa, su colegio, sus amigos, su barrio, sus costumbres y se marchó a vivir con su tía cambiando de colegio y también de amigos. Fue una época difícil que, además del dolor de la muerte de su madre, tuvo como factores estresantes la separación de todo lo que antes estuvo en su vida.
Cuando llegó al nuevo colegio lo hizo con la cara, los brazos y las manos muy rojas, la piel reseca y tensa. Los nuevos compañeros se reían de ella y le llamaban “tomatito” por su rojez. Su tía le ponía crema hidratante cada día y a veces conseguía una mejora, pero en
otros momentos volvía a disparase la sequedad y a esta le seguía días en que la piel se descamaba. La piel, específicamente la zona que corresponde a la epidermis, deriva del Ectodermo y responde a conflictos de la 4ª etapa de la biología vinculados a las situaciones de separación. Esta vivencia provoca en fase de estrés una ulceración de la epidermis que deberá rellenarse en fase de vagotonía. La consecuencia es que aparecerá más piel, o lo que se conoce con el nombre de eccema.
Este síntoma ha estado presente en su vida, ha ido apareciendo de tanto en tanto, y siempre ha seguido los tratamientos que le han
aconsejado los dermatólogos y ha procurado hidratarse la piel, pero María no ha conseguido eliminar totalmente este “problema”.
¿Quizás sea entonces la solución a un conflicto de separación?
Todos estos síntomas tienen una aparición y una desaparición previsible. Entendamos que digo previsible para la NMG y la Descodificación Biológica.
La curación es posible y a veces menos, es más: cuanta menos intervención haya, mejor será para el organismo. Lo interesante es el trabajo sobre el conflicto biológico vivido, ya que después la sanación es espontánea.
Si se produce un corte en la piel (lata, cuchillo, papel…), una erosión o una quemadura, el organismo aportará a la zona donde esté la lesión todo lo necesario para sanarla. ¿Qué ha hecho para curarse? Nada. Es el cuerpo el que lo ha hecho todo ya que dispone de todos los recursos para mantener la integridad y el equilibrio. Desde el exterior podría no hacerse nada y la zona se restablecería igualmente, pero los seres humanos casi siempre tomamos cartas en el asunto e intentamos por todos los medios encontrar una solución.
Ante una lesión, limpiamos, desinfectamos, cubrimos la zona, protegemos, destapamos, ponemos apósitos o cremas, aspiramos la ampolla, incluso a veces ingerimos algún medicamento. Aunque la mirada no cure, solemos mirar la lesión de vez en cuando para asegurarnos de que todo va bien.
¿Qué pasa si la persona piensa “esta lata esta vieja”, “esto tiene gérmenes”, “ese cuchillo está oxidado”, “peligro, la ampolla se puede infectar”? Que se activarán todos los miedos. Miedo es igual a estrés, por lo que al día siguiente la persona se encontrará con una herida que ha dado respuesta a esos recelos. La zona aparecerá con la lesión más inflamada, más dolorida, tardará mucho en cubrir el ciclo de curación y todo aumentará al mismo ritmo que aumenta la preocupación y el miedo. Pensar, en este caso, es activar un conflicto de miedo y es justo el miedo lo que impide que el cuerpo haga su trabajo completamente.
Seguimientos posibles
A menudo los síntomas se reparan y desaparecen muy rápidamente como acabamos de ver en los ejemplos anteriores, pero otras veces empeoran e incluso pueden ser incapacitantes, cronificarse o llevar al agotamiento y la muerte. ¿Qué es lo que hace que una enfermedad haga un recorrido u otro?
¿Qué es lo que condiciona la curación o el empeoramiento de un síntoma o enfermedad?
En primer lugar, la curación completa depende de haber llegado o no a una solución, ya que es la condición sine qua non para iniciar la reconstrucción de los tejidos. Si recordamos que en fase de reparación los propios síntomas pueden colocar a la persona en estrés nos daremos cuenta de que el proceso puede sufrir interrupciones. Pero ¿qué otras cosas pueden supeditar la sanación? La actividad conflictual mediante nuestros pensamientos, pongámosle por nombre, negativos (miedo, angustia, terror al síntoma, etc.).
A veces ocurre que un síntoma desaparece un tiempo y, sin saber ni cómo ni por qué, reaparece. En ese caso nos podremos preguntar qué ha pasado en nuestra vida que seguimos desenfocados/as. ¿Hemos escuchado y tomado en cuenta el mensaje que viene a través del síntoma? La enfermedad como solución de supervivencia intenta aportar un equilibrio que no hemos encontrado en nuestro interior, en nuestra alma y es ese sufrimiento el que necesita ser resignificado. Abrir los ojos hacia la vida para darnos otra oportunidad. Podemos decir que, por no haber encontrado el sentido de la enfermedad, no podemos crecer y evolucionar y no se pasa el ciclo completo de la enfermedad. Trascender la zona de conflicto es una medida preventiva ya que no es necesario volver al mismo punto una y otra vez. Esto es lo ideal.
El protagonista de la película Vivir, de Akira Kurosawa (1952), Kanji Watanabe, quien tiene cáncer gástrico, escucha de su amigo escritor después de conocer el diagnóstico: “la desgracia tiene otro lado bueno, la desgracia enseña al hombre la verdad…el cáncer le abrió los ojos hacia la vida…Es usted un hombre maravilloso…los hombres son frívolos, ellos se dan cuenta de qué bella es la vida cuando se enfrentan a la muerte y que tienen una oportunidad para recuperar el tiempo perdido…gozar de la vida es el deber del hombre. Malgastarla es una profanación de Dios”. Es una película que se convierte en un canto a la vida muy poético y bello.
Cambiar la manera de ver la vida es salud, es armonía.
La enfermedad aguda es la respuesta a una necesidad de cambio inmediato, un primer aviso de una urgencia psíquica no resuelta. La enfermedad crónica es la repetición hasta la perpetuación de una dificultad existencial. Es encontrarse todos los días con la misma piedra.
Otros ejemplos sobre el estancamiento de los síntomas que no llegan a la sanación completa, además de las enfermedades crónicas, son las llamadas situaciones recidivantes o las alergias. Veamos un caso de reactivación de síntomas en las glándulas mamarias. Si una mujer (con menor frecuencia un hombre) vive su vida queriendo proteger a la prole, de darles alimento, ayudando a sobrevivir a todos, dando seguridad es probable que, cuando los suyos sufran, ella viva un conflicto de nido que active la zona encargada de la protección del otro y el síntoma se manifieste a través de una patología mamaria. Puede ser desde una mama fibrosa, quistes, nódulos, mastosis,
hasta un tumor ductal o un adenocarcinoma o cualquier otra patología en los senos según sea la intensidad del conflicto biológico.
Como mencionábamos antes, se trata de un conflicto de nido estricto (mama del lado izquierdo para una persona diestra por relación materno filial/ madre hija/o) o de nido amplio (lado derecho en una persona diestra por relación con colaterales). Si la persona presenta una patología mamaria de tipo glandular (adenoma) y hace los tratamientos alopáticos pertinentes sin llegar a desactivar el conflicto biológico vivido –que es lo más frecuente– o incluso antes de tener la patología se hace una amputación de los senos “preventiva”, es probable que siga haciendo patologías en la misma zona porque éstas estarán expresando la manera de vivir de esta mujer, que seguirá siendo protectora, dadora, ofrecerá seguridad y alimento a todos (pareja, padres e hijos) al tiempo que se olvida de sí misma. Es la típica persona cuidadora, “sufridora” que responde al arquetipo de la Madre.
Cualquier persona que atraviesa un proceso de enfermedad si sigue viviendo de la misma manera o no ha conseguido cambiar el sentido que pone sobre las experiencias de la vida, es lógico suponer que dará las mismas respuestas biológicas y tendrá el mismo comportamiento ante circunstancias similares, por lo que no podemos pretender que la reacción física sea distinta.
Vivir las mismas experiencias nos lleva a vivir los mismos resultados. Esto da lugar a enfermedades recidivantes que aparecen de tanto en tanto en la vida de la persona, por lo general poco después de haber acabado la convalecencia.
Desde que hay un acontecimiento hay un sentido otorgado al evento, ya que ningún evento tiene un sentido en sí mismo, sino que el sentido se lo da el inconsciente biológico.
Cambiar el sentido que se le da a la vivencia, permite cambiar la estructura sobre la que se soporta la experiencia, aunque la historia no
cambie. Cuando una misma realidad es observada desde distintas ópticas, la vivencia interior se modifica, podemos aprender a posicionarnos en otro lugar en las siguientes situaciones similares y, en resumen, habremos hecho un cambio de mirada que nos permitirá evolucionar y trascender lo que estamos viviendo.
Cambiar la manera de vivir requiere despojarse de antiguos disfraces, de viejas presentaciones y escaparse de los roles o funciones que tanto han alimentado al ego. Es ir a visitar nuestra sombra con mucho cuidado y protección y mover el formato sobre el que se asienta nuestra personalidad y nuestra manera de reaccionar en la vida.
Sin embargo, pueden ser muchos los factores que impiden llegar a un equilibrio para estar sanos. Otro motivo es la costumbre de estar mal, a pesar de que estar mal no es normal. No siempre se hace evidente el malestar, ya que puede ocurrir que la persona se haya acostumbrado a vivir en una zona de conflicto e incluso que lo haya identificado con la manera de ser y no llegue a discernir a nivel consciente que está viviendo algo traumático, que está en crisis, aunque sea de intensidad baja o que la experiencia le está saturando lentamente.
Podemos oír a personas decir: “soy diabética”, “soy artrítica”, “soy epiléptico”, “soy hipertenso”. La persona identificada con “tal o cual enfermedad” se presenta con el título de la enfermedad y la siente como parte de su identidad. Recordad que la enfermedad es una solución a una manera de vivir y por lo tanto no forma parte de una manera de ser. Cuando no se identifica el conflicto y lo sigue repitiendo, la persona no puede pasar a fase de solución definitiva, sino que entra y sale del proceso sin acabarlo.
En cualquier caso, si la enfermedad se bloquea durante la fase de vagotonía, miraremos lo que ha cambiado o lo que se ha aprendido para que se haya iniciado la fase caliente, teniendo en cuenta que sigue habiendo una tensión latente porque se ha vuelto a la fase activa. Si hay una lucha interna, la persona pasará una vez más a la fase de estrés. Lucha puede significar tener miedos, angustias, enfado contra la enfermedad o contra uno mismo, negación o muchas otras formas de no estar en armonía. Todas ellas reactivan la tensión interna regresando a la fase fría o activa.
La tía de María es una mujer que, según sus propias palabras, ha “padecido” dolores en los dedos de las manos de forma intermitente. Ha tenido temporadas buenas y épocas de más dolor e incapacidad. A veces se despierta por la mañana con los dedos entumecidos y le cuesta mucho poner sus manos en actividad. Para ella y para su médico, estas molestias tienen su origen en el hecho de que usa sus manos constantemente en la peluquería: peines, tijeras, secador, estar mucho de pie sin descansar inclinando la cabeza. Todas ellas tienen los puntos asegurados para ser los responsables de sus molestias. Una tanda de antiinflamatorios, fisioterapia, ejercicios y a continuar hasta la siguiente vez.
¿Qué pasaría si además de hacer estos tratamientos esta señora se preguntara cuál ha sido el momento en que se ha sentido que lo que hacía con sus manos no estaba bien? ¿Cuándo pensó que hubiera podido esmerarse un poco más para tener otro resultado? En esos momentos de descontento, estaría atravesando la fase de estrés o activa. Cuando se olvide del tema o alguien le diga lo bien que trabaja, comenzará con la fase de reparación de los tejidos y en ese momento aparecerá la inflamación en las manos que a su vez le provocará dolor. Cuando la tía de María se da cuenta de los síntomas que han aparecido –inflamación, dolor, incapacidad funcional– es cuando se vuelve a preocupar, pero ahora por los propios síntomas, sin darse cuenta de que tiene que permitir la sanación y de esta manera sus manos volverán a funcionar estupendamente. Es un círculo vicioso que necesita tener una brecha para que escape la tensión, ya que solo así se podrá completar la fase de curación y volver al estado normal. Comprender el conflicto, tener mucha paciencia, poner alivio a través de medios naturales, pero sobre todo entender la función del dolor permite salir del bucle sin sufrir recaídas y traspasar la situación.
Podemos cansarnos de tener un síntoma recurrente que cada dos por tres aparece en nuestra vida. Es como una hierba que queremos arrancar, pero que de tanto en cuanto aparece en nuestro jardín cuando ya creíamos que había desaparecido: si no se saca la mata de hierba de raíz, volverá a salir. Sin embargo, para llegar a la raíz se necesita hacer un trabajo interior profundo que permita el cambio de mirada. Si alguien repite un mismo síntoma, aunque sea con escasa frecuencia, es porque sigue viendo la vida con las mismas gafas. Como dice el Dr. Jean Lerminiaux (2009), “la recaída no existe en el sentido habitual que lo entendemos. En efecto, es un nuevo conflicto que resurge y por ello la patología se manifiesta”.
Una recidiva es la aparición del mismo síntoma un tiempo después de haber vuelto a la normotonía, por lo que la persona tiene que haber vivido la misma tonalidad conflictual. A nivel orgánico hay desgaste y a nivel cerebral se ven varios Focos de Hamer sobre la misma zona.
Una recidiva es lo que vive María en su piel con la aparición del eccema de forma recurrente. Hemos visto que la epidermis responde a un conflicto de separación y de pérdida de contacto y que, en fase de estrés, la piel se ulcera, se enrojece, hay menos sensibilidad y con frecuencia, asociado a estos síntomas, hay pérdida de memoria, olvidos, despistes. La biología es magnífica y ha previsto que, para evitar el dolor de saber que no hay un contacto, lo mejor es no sentir (hiposensibilidad) y olvidarse, que son justamente los síntomas que vive una persona en fase de estrés de un conflicto de separación. En fase de vagotonía la piel se rellena, pica y aparecen las escamas de piel dando lugar al cuadro de eccema. ¿Por qué vive un síntoma que aparece de tanto en cuanto? Porque cada vez que se separa o siente que se separa de forma real, imaginaria, virtual o simbólica activa un conflicto muy conocido para ella y para su familia: haber perdido el contacto.
¿Cuántas veces María sintió la separación con todas las pérdidas y cambios que tuvo que realizar en su vida?
Cuando no hay una vuelta al equilibrio natural, la enfermedad aguda se transforma en una enfermedad crónica, es decir, una enfermedad que permanece en el tiempo.