La Naturaleza del Estrés
En la sección anterior hablé del estrés en términos generales. Si aplicamos nuestra comprensión de la bioenergética a la relación entre el estrés y la enfermedad, el primero debería definirse energéticamente. Pero primero vamos a ver su uso común, que proviene de la mecánica. En la física el estrés indica la actividad de una fuerza que somete a un cuerpo o a un objeto al desgaste o la deformación. Harold G. Wolfe, cuyo libro Stress and Disease (El estrés y la enfermedad) fue publicado en 1953, define el estrés como «la interacción entre el entorno externo y el organismo». El desgaste es el efecto sobre el organismo. A continuación añade: «La magnitud del desgaste y la capacidad del organismo para resistirlo determinan si se restablecerá o no la homeostasis o se producirá una ‘‘ruptura’’, con perturbación y muerte ».
Para Wolfe, la naturaleza de la reacción del organismo al estrés dependía de su experiencia pasada. Así, un individuo podía reaccionar a un
estrés agobiante con una artritis mientras que otro podía desarrollar una colitis ulcerosa. Hans Seyle, que también estaba estudiando la reacción del organismo al estrés, sostenía una perspectiva ligeramente distinta. Creía que esta reacción no era específica, es decir, que el organismo reaccionaba de la misma forma ante todos los agentes independientemente de su naturaleza.
Esta reacción consistía en una hiperactividad del córtex suprarrenal, una contracción del timo y de los nódulos linfáticos y el desarrollo de úlceras gástricas. Llamó a esta respuesta la reacción de alarma. En consecuencia, definió el estrés como el estado corporal «manifestado por un síndrome específico que consiste en todos los cambios no específicos inducidos en un sistema biológico». No veo que haya un desacuerdo básico entre estas dos perspectivas. Creo que existe una reacción no específica al estrés y otra específica.
Podemos centrarnos en cualquiera de estos aspectos.
El enfoque del estrés de Seyle explicado anteriormente lo describe como un fenómeno negativo. Pero como la vida no existe sin estrés, ni podría hacerlo, esa visión es muy limitada. En un libro de 1974 titulado Stress Without Distress (El estrés sin distrés). Seyle modificó su postura. Distinguió entre estrés y distrés, identificando este último con patología. El estrés sin distrés, afirmó, no es dañino para el organismo e incluso puede usarse de forma constructiva. La mayoría estaríamos de acuerdo con la distinción entre ambos términos. Hay muchas situaciones estresantes que aceptamos como desafiantes y emocionantes. Superar un desafío con frecuencia produce una profunda satisfacción. Por ejemplo, mucha gente descubre que manejar un barco durante un temporal, aunque es estresante, constituye una experiencia que fomenta el bienestar. Otros, sin embargo, pueden asustarse en esta situación y quedar exhaustos con la experiencia. Obviamente si uno puede enfrentar la situación con cierta tranquilidad, el resultado es positivo.
Si no, la situación se vuelve traumática y el distrés lleva a la enfermedad. En la misma línea de esta distinción Seyle modificó su anterior definición de estrés y lo redefinió como «la reacción no específica del cuerpo ante cualquier exigencia a la que se le someta».
Esta respuesta no específica solo puede ser el gasto de energía del organismo como respuesta a las exigencias a las que se ve sometido. Las fuerzas naturales del entorno, como la gravedad y el tiempo, exigen constantemente un gasto de energía por parte del organismo. Incluso el simple mantenimiento de las funciones vitales requiere un gasto de energía.
Hace falta energía para mantener el corazón latiendo, los músculos contrayéndose, los riñones filtrando, etc. Como subrayó Albert Szent-Gyorgyi, se necesita energía para mover la máquina de la vida. En ese sentido estamos siempre bajo el estrés. Pero el cuerpo vivo puede lidiar con este estrés y con el provocado por otros agentes porque continuamente produce energía mediante sus procesos metabólicos. De hecho, los organismos, hasta que envejecen, producen un exceso de energía para crecer, para las necesidades reproductivas y para crear una reserva. Mientras el cuerpo tenga bastante energía para satisfacer las exigencias a las que está sometido, permanecerá libre de distrés. Una situación provoca distrés cuando requiere más energía de la que dispone el cuerpo. Del mismo modo, cualquier fuerza exterior que
interfiera en la capacidad del cuerpo para producir energía puede llevarlo al distrés. Así, una interferencia seria con la respiración crea una sensación inmediata de distrés.
La gran contribución de Seyle a nuestra comprensión del estrés es la formulación del síndrome general de adaptación (SGA). En varios experimentos demostró que cuando el organismo está expuesto a un estrés insoportable, responde, como indiqué con anterioridad, con una hiperactividad del córtex suprarrenal, una contracción del timo y de los nódulos linfáticos, y el desarrollo de úlceras gástricas. A esta respuesta inicial la llamó «reacción de alarma». Si el estrés continúa, el organismo desarrolla una resistencia a él. La reacción de alarma desaparece. El organismo ha realizado una adaptación aparentemente adecuada a la situación estresante. Seyle denominó a esta segunda reacción «fase de resistencia». Sin embargo, si la situación sigue sin cambiar llega un momento en el que la resistencia del organismo se colapsa. Agota su reserva de lo que Seyle llama su «energía de adaptación» y muere. A esta tercera fase del SGA le dio el nombre de «fase de agotamiento». Seyle mostró que toda situación de estrés (estrés abrumador), independientemente de la naturaleza del agente estresante, producía la misma secuencia de eventos. Por ejemplo, cuando se expone a un animal de laboratorio a un frío excesivo, responde con una reacción de alarma. La exposición continuada produce una adaptación, y aparentemente el animal tolera el frío sin efectos negativos. Sin embargo, esta tolerancia es limitada. Con el tiempo la resistencia disminuye y el animal sucumbe.
El SGA describe un proceso energético. Sin embargo, reformular ese concepto en términos energéticos requiere alguna clarificación de la secuencia anterior de eventos que rodean un estrés o una lesión abrumadores. Este tipo de estrés o de lesión constituye una amenaza a la integridad del organismo, que reacciona conmocionándose. Ahora bien, lo que causa la conmoción es la retirada de energía y de sangre de la periferia del cuerpo o de la zona amenazada o atacada. Sin el concepto de conmoción es difícil entender la aparente reacción exagerada del organismo a un estímulo más bien inocuo como los alérgenos o el hecho de comentar unos problemas emocionales. Si la lesión es lo bastante grave, la conmoción puede ser fatal. Si no lo es, el cuerpo se recupera de ella e intenta cambiar o controlar la situación estresante.
La respuesta psicológica a la conmoción es la reacción de alarma. El cuerpo moviliza su energía para enfrentarse a la amenaza. La energía y la sangre regresan a las áreas conmocionadas o traumatizadas causando inflamación y dolor. El desarrollo de la fiebre es también una expresión de movilización de la energía.
Si no se puede controlar ni solucionar la situación estresante, el organismo se adapta a ella a base de usar continuamente la reserva de energía.
La adaptación elimina la experiencia del distrés, pero el cuerpo sigue bajo un estrés considerable; y aunque no está enfermo, tampoco se siente cómodo.
Como se emplea la reserva de energía para mantener la adaptación, una conmoción adicional podría conducir a la enfermedad. En cualquier situación nuestra resistencia tiene un límite. Cuando se gasta la reserva de energía, surge el estado de agotamiento, que con frecuencia acaba en una enfermedad terminal.
En La bioenergética, mi anterior ensayo, señalé que la función principal de las glándulas suprarrenales es la movilización de la reserva de energía para lidiar con el estrés o con el distrés. La adrenalina, procedente de la médula de la glándula tiene un efecto rápido. Las hormonas corticoides del córtex presentan una acción más lenta pero más duradera.
En este ensayo estoy especialmente interesado en el estrés emocional y en cómo ese estrés conduce al distrés y a la enfermedad. La pregunta que surge espontáneamente es: ¿de qué manera difiere el estrés emocional del estrés físico? El primero actúa como el segundo en su efecto sobre el cuerpo en el hecho de que exige un gasto de energía. Una diferencia que puedo ver es que no es posible cuantificar la cantidad de estrés emocional en una situación determinada. Sin embargo se han hecho estudios de la relación entre los cambios vitales y la enfermedad que sugieren que ciertas situaciones constituyen agentes estresantes más poderosos que otros y es más probable que produzcan una enfermedad. Me refiero a los estudios de Thomas H. Holmes presentados en Psychosomatics. Basándose en estos estudios se creó una tabla que contiene cuarenta y tres cambios vitales que van desde la muerte del cónyuge, con 100 unidades, hasta ser despedido del trabajo, con 42, pasando por la Navidad, con 12, o las multas de tráfico, con 11. El autor señala: «Se observó que varias enfermedades coincidían con un cambio vital de elevada magnitud [… ] si alguien ha tenido más de 300 unidades de cambio vital en el año anterior y se pone enfermo al siguiente año, es probable que desarrolle una diabetes, una esquizofrenia, un ataque cardiaco o un cáncer, en lugar de un dolor de cabeza, una mononucleosis, una reacción de ansiedad o asma». Los cambios vitales pueden ser muy estresantes, no solo por las emociones que suscitan sino en gran medida porque exigen una producción cada vez mayor de energía para lidiar con la nueva situación vital. Holmes descubrió que el estrés de las situaciones vitales estaba estrechamente ligado a la enfermedad. Por ejemplo, cuando un individuo con alergia al polen, entraba en una habitación con un nivel elevado de polen desarrollaba unos síntomas ligeros de alergia. Unos veinte minutos después, se le pedía que hablara de una situación familiar altamente conflictiva. Su alergia al polen se acentuaba con síntomas marcados. En otro caso se desarrolló un dolor de espalda al comentar unas situaciones delicadas. Holmes declara: «Conforme comenzó la entrevista, observamos la génesis de la tensión muscular registrada en el miograma y, tras un breve periodo, la notificación del dolor de espalda. Al cambiar de tema y tratar de asuntos neutrales la tensión muscular disminuyó y desapareció el dolor».
Aunque estos estudios son válidos para demostrar la conexión directa entre el estrés emocional y la enfermedad, dejan sin responder algunas preguntas muy importantes. La magnitud de los cambios vitales no es el único factor que produce la enfermedad. Incluso entre quienes estaban en el nivel alto en cuanto a la magnitud de los cambios vitales solo un 80% desarrolló una enfermedad. Por otro lado, el 30% de las personas con cambios vitales bajos enfermó. La primera pregunta es: ¿por qué algunos enferman mientras que otros en una situación similar no lo hacen? La respuesta obvia es que alguna gente tiene una capacidad mayor para soportar las situaciones vitales que podrían producir estrés en otros. Hablando en términos generales, la diferencia está en la cantidad disponible de energía. La segunda pregunta tiene que ver con el tipo de enfermedad que la gente desarrolla como consecuencia del estrés. El paciente con dolor de espalda no desarrolla alergia al polen. Como observa Holmes: «La actitud del paciente con dolor de espalda ante su situación era bastante distinta del paciente que estaba llorando: este quería salir corriendo […] pero no podía actuar; estaba inmóvil con los músculos esqueléticos preparados para el movimiento». Creo que una incapacidad para gritar o llorar predispone a problemas de sinusitis y alergia al polen, y que la actitud del paciente o lo que llamamos la estructura de su carácter es lo que le hace propenso a ciertas enfermedades.
Para entender cómo la estructura del carácter se suma al estrés vital tenemos que ver el estrés como una «fuerza opresora o impulsora». La palabra está relacionada con el latín strictus, que significa «contracción». En la bioenergética estamos familiarizados con las contracciones. Cada tensión muscular crónica representa una contracción del organismo. Estas contracciones deforman el cuerpo y, por tanto, producen estrés en él. Su desarrollo responde a la formación del superego y son los equivalentes somáticos de las órdenes y amonestaciones paternas. Así, la amonestación «no le levantes la mano a tus padres» puede llegar a integrarse en la estructura corporal de alguien en forma de tensiones musculares crónicas en el hombro que le impiden levantar el brazo por completo. Las amonestaciones del superego forman parte de la educación de todos los niños. Aquello que debe y no debe hacer se graba de tal manera en la mente del niño que termina convirtiéndose en parte de su carácter. «No llores», «no grites», «no te toques», «estate quieto», «ponte erguido» o «mete la barriga para dentro» son algunas de las exigencias que normalmente le hacemos a un niño que requieren un gasto de energía y por tanto crean estrés. Se gasta energía en la acción muscular para bloquear un impulso (fuerza opresora) o para asumir una postura (fuerza impulsora).
Sin embargo, hay que reconocer que la estructura del carácter neurótico no se desarrolla por las exigencias de los padres, a menos que estas exigencias vayan acompañadas por la amenaza de castigo declarada explícita o implícitamente. Y en la mayoría de los casos se asigna bastante castigo ya sea de un modo físico o retirando el amor y el contacto para convertir la amenaza en una realidad para el niño. Pero bajo el castigo o la amenaza de castigo subyace la hostilidad de los padres, que el niño vive como una amenaza a su supervivencia si no accede a las exigencias de sus progenitores.
Por lo general los padres no son conscientes de su hostilidad porque racionalizan su comportamiento. Pero el niño la percibe, y se convierte en el elemento estresante de la situación. La hostilidad se puede expresar en una mirada, en un comportamiento frío o en una agresión física. El niño se asusta, incluso llega a sentir terror. El sentir miedo de sus padres supone una conmoción para su organismo. El terror es en realidad un estado de conmoción.
Permitidme añadir que la amenaza implícita de castración asociada con la situación edípica es otra conmoción para el organismo. El fenómeno de la conmoción denota la acción de un estrés abruma dor, un trauma, que pone al cuerpo en un estado de distrés. La respuesta del cuerpo es la reacción de alarma del SGA. Pero la situación estresante no cambia y por eso el niño se ve forzado a una adaptación formando un superego.
Esto indica que ahora el niño está en la fase de resistencia y que ha dejado de sentir distrés. Se enfrenta a la situación usando su voluntad, un mecanismo de emergencia que moviliza las reservas de energía del cuerpo.
El estrés existe ahora en forma de tensiones crónicas musculares que deforman el organismo.
Las tensiones musculares crónicas sirven para suprimir impulsos prohibidos y peligrosos de la conciencia y de la expresión. De hecho, están
encerrados para que uno no tenga que gastar energía consciente para protegerse de ellos. Es como meter en prisión a un criminal peligroso al que se puede vigilar empleando menos energía una vez que está tras las rejas. Pero no hay ninguna prisión que pueda evitar una fuga. Y ningún superego, por fuerte que sea, puede librar al individuo del posible peligro de que ese impulso suprimido escape. Este impulso es una expresión de la fuerza vital del individuo y, por tanto, está buscando constantemente liberarse. Cualquier rotura de la estructura defensiva debida a un estrés adicional o a otras fuerzas puede elevar la posibilidad de esa liberación. La posibilidad puede ser lo bastante fuerte como para suscitar el miedo que sentía al principio y llevar al cuerpo a un estado de distrés. Esta es la posibilidad que hace que hablar de conflictos emocionales sea tan estresante para mucha gente. Las conmociones de este tipo, si se repiten o son lo suficientemente intensas, trastocarán la adaptación de una persona.
El efecto inmediato de suprimir los impulsos es restringir la vida del individuo. La tensión muscular crónica es como un corsé que limita la respiración del que la sufre y reduce su energía. Al mismo tiempo el individuo está sometido a la presión cultural de alcanzar alguna meta que le brindará el amor que necesita. De este modo no solo se restringe su producción de energía sino que además está sujeto a exigencias adicionales que requieren un gasto de energía. Para la mayoría de la gente que se encuentra en esta situación el estrés es muy intenso. Explica las quejas casi universales de fatiga y cansancio. Es inevitable, como demostró Seyle, que de la fase de resistencia se pase a la de agotamiento. El individuo se queda sin energía para seguir adelante. Enferma. La enfermedad puede ser leve o grave. Puede sufrirse un resfriado común o cualquier otra de las enfermedades psicosomáticas habituales como la artritis, los trastornos gastrointestinales, la presión sanguínea alta, los accidentes cardiovasculares, el cáncer, el lupus eritematoso, la migraña, etc. Pero también puede crearse una depresión grave o un brote psicótico si está más predispuesto a la enfermedad mental. La enfermedad suele sacar a la persona de la situación estresante inicial, lo que le permite recuperar y recobrar su energía. Por supuesto crea más estrés, en la forma del proceso de la enfermedad. En el próximo capítulo veremos algunos aspectos de la relación entre estas enfermedades y la estructura del carácter y el estrés.