Prevenir la Enfermedad, manejar el Estrés
He explicado cómo el estrés viene de una situación que exige un gasto de energía al organismo. Si este tiene suficiente energía para satisfacer esa exigencia, no hay problema. El problema surge cuando la exigencia es excesiva.
En ese caso la reacción normal y saludable es alejarse de la situación.
Todos los animales siguen este patrón de comportamiento, que se rige por el principio del placer y el dolor. Vivir nos resulta placentero cuando tenemos suficiente energía para satisfacer las exigencias de la vida. Cuando las exigencias son excesivas o nos falta energía, el estrés se vuelve distrés, que es doloroso. El principio del placer y el dolor nos dice que todos los organismos buscan el placer e intentan evitar el dolor.
Los seres humanos están también gobernados por otro principio llamado el principio de la realidad, que afirma que una persona prescindirá del placer y tolerará el dolor si cree que dicho comportamiento le llevará a un placer mayor o a evitar un dolor mayor en el futuro. Debido a este principio la gente no siempre se aleja de las situaciones estresantes o dolorosas. Un niño pequeño enfrentado a unos padres hostiles que lo castigan no puede retirarse físicamente de esa situación. Estar solo le da más miedo que el dolor que debe soportar. Pero esta sumisión no alivia el efecto de la conmoción resultante de la hostilidad o del castigo.
Hay una alternativa a la huida. Si uno tiene la energía y la fuerza suficientes, puede luchar contra el agresor, lo cual, si tiene éxito puede impedir el dolor y el estrés. La lucha o la huida son las reacciones animales básicas ante las situaciones estresantes o dolorosas. Tanto en la lucha como en la huida se movilizan las reservas de energía mediante la acción de la adrenalina para hacer frente a la emergencia. Estas emergencias en el mundo animal suelen ser de corta duración: el ataque de un depredador, por ejemplo. La presa escapa y la emergencia llega a su fin.
Por lo general, no hay escapatoria a la hostilidad de los padres. El niño se ve obligado a ceder a sus exigencias. En el nivel físico no puede escapar ni luchar pero mentalmente puede hacer ambas cosas. Puede retirarse de una situación si corta su contacto con la realidad. La manera de hacerlo es retirar energía de la periferia del cuerpo. Se trata de un patrón esquizoide o esquizofrénico y también es el equivalente de una conmoción. El individuo esquizofrénico permanece en un estado más o menos permanente de conmoción que le hace insensible a la realidad. Por eso, en ese estado, el estrés vital o el de la realidad no le afecta, y así no desarrollará una enfermedad psicosomática como las descritas anteriormente. Las autopsias de esquizofrénicos revelaron que tienen el corazón y los vasos sanguíneos como los de los jóvenes. El precio que pagan por su protección del estrés es estar alejados de la vida. Su existencia transcurre en una especie de limbo, no están muertos ni tampoco completamente vivos. Al retirarse limitan su capacidad de absorber energía, su respiración es muy superficial. Mencioné antes que el individuo esquizofrénico no es tan susceptible a los resfriados como los demás porque permanece en lo que podríamos llamar un estado de congelación. Sin embargo, su respiración deficiente aumenta la probabilidad de que con el paso de los años sufra una neumonía. En el pasado, antes de que existieran los antibióticos, era frecuente que fallecieran por esta enfermedad.
La forma de luchar fisiológicamente es tensar el cuerpo para que pueda aguantar el castigo sin venirse abajo. Externamente el niño parece que se ha sometido; por dentro se pone rígido para resistirse a las exigencias de sus padres. Esta tensión y rigidez de los músculos puede ser localizada o generalizada pero en ambos casos significa «no lo haré» en el lenguaje del cuerpo.
Pero al hacer esto el conflicto se interioriza, ya que con su sumisión explícita el ego del niño incorpora las exigencias de los padres como objetivos válidos. Así, una parte del ego, el superego o ego ideal, manda que se alcancen estos objetivos, mientras que otra, la resistencia suprimida, lucha para que no se consigan. El niño también acepta la racionalización y la justificación de sus progenitores por su actitud negativa, es decir, si fuera como desean sus padres, ellos lo querrían. Este es el patrón habitual del neurótico, que acepta la realidad tal y como la declaran sus padres y se esfuerza en satisfacer sus exigencias. Será como le exigieron sus padres. Pero todo lo que en realidad puede hacer es erigir una fachada de conformidad, ya que por dentro es justo lo contrario.
La diferencia básica entre la actitud del esquizofrénico y la del neurótico es que mientras que la del primero representa una retirada de energía de la superficie y de la realidad, en el neurótico se invierte una gran cantidad de energía en fabricar una apariencia superficial que se hace pasar por la verdadera realidad. Por eso, vimos que una persona que padecía colitis ulcerosa, alguien del tipo de carácter oral, ha creado una fachada que niega sus necesidades, su dependencia y su miedo de caer, mientras que alguien que desarrolla artritis, básicamente alguien del tipo de carácter rígido, no reconoce su agresividad negativa y muestra una fachada de atención y desvelo
por los demás. Recientemente trabajé con una joven que padecía lupus eritematoso.
Esta es una enfermedad que podría describirse acertadamente como autodestructiva en la que una parte del cuerpo, el sistema inmunológico, parece reaccionar negativamente a sus propios tejidos. En su caso los síntomas eran debilidad, inflamación pulmonar, una erupción facial y trastornos oculares. Su fachada era la de ser «la niña buena de papá». Su papel requería una inhibición de su sexualidad, una supresión de sus deseos románticos y una negativa a reconocer su rabia contra su padre y los hombres en general. A cambio esperaba obtener el amor y la protección de su padre y de otros hombres con quienes salió. Nunca había conseguido esto de ninguno de ellos. Sí consiguió promesas tácitas de amor y de protección que nunca se cumplieron. Aun así creía en ellas e invertía su energía en el esfuerzo
de hacerlas realidad.
Mientras pudiera mantener la fachada, estaría en la fase de resistencia y sin síntomas de enfermedad. Sin embargo, tenía que soportar un gran nivel de estrés porque mantener la fachada requería de mucha abnegación y le exigía una energía considerable. Estaba a punto de llegar a la fase de agotamiento.
Y sufrió una conmoción. La traicionó un hombre que ocupaba la posición de la figura paterna. A juzgar por su reacción, fue una conmoción
grave porque al día siguiente de producirse estaba en el hospital con fiebre alta. La cortisona logró controlar lentamente su afección y desaparecieron los síntomas pero el estrés que sufrió posteriormente los reactivó.
En la terapia que siguió conmigo hizo algunos progresos, se sentía más fuerte y mejor. Como terapeuta, me convertí en esa figura paterna que se suponía que debía protegerla y amarla. A cambio ella sería mi niña pequeña.
Ser terapeuta implica mucho más que ser amoroso y protector con los pacientes: tenía que examinar en detalle su actitud neurótica y hacerla enfrentarse a ella. Cuando lo hice, se sintió traicionada y sus síntomas reaparecieron de una forma más leve. Fue otra conmoción. Cuando estuve fuera durante el verano, su ira hacia mí hizo que se recrudecieran sus trastornos oculares. Y sin embargo, solo a base de esas conmociones y de la reaparición de su enfermedad fue capaz de discernir el patrón que la hacía propensa a esta enfermedad.
El mantenimiento de una fachada predispone a la persona a una dolencia somática porque le impone al cuerpo un estrés constante. Uno intenta ser lo que no es, y esto deforma la personalidad y el cuerpo. Cuando la deformación (el estrés) persiste durante bastante tiempo, la estructura interna del organismo se viene abajo. No es la fachada la que se viene abajo, sino los tejidos del cuerpo. La fachada se mantiene incluso a costa de la integridad estructural. En el caso de la esquizofrenia, lo que se rompe bajo el peso abrumador del estrés es la superficie de la personalidad, mientras que sus órganos están protegidos internamente. Se puede expresar de otra manera.
En la esquizofrenia la ruptura es mental o psíquica y en las neurosis es física o somática. Esto se ve claramente en el caso del cáncer.
He relacionado el cáncer con la desesperación. La víctima del cáncer casi nunca reconoce su desesperación. Mantiene una fachada de valor y de esperanza casi hasta el mismo final. Muere por dentro mientras por fuera mantiene una fachada de interés por la vida. Por otro lado el esquizofrénico nunca está lejos de su desesperación. No puede manejarla mejor que el paciente de cáncer pero no intenta superarla. Al mantenerse retirado, muere por fuera mientras mantiene un núcleo de integridad por dentro.
No estoy intentando decir que la enfermedad mental sea mejor o peor que la somática. Ninguna de ellas es salud, que es lo que queremos. He escrito extensamente sobre los problemas de la enfermedad mental en otras publicaciones. Aquí, me gustaría centrarme en las enfermedades psicosomáticas y en el problema del estrés inapropiado. Pero si queremos tratarlas o prevenirlas, tenemos que conocer las dinámicas de la energía que subyacen bajo estas enfermedades.
Todos sabemos que el estilo de vida de la sociedad moderna nos crea un estrés enorme. Nos somete a grandes exigencias, en ocasiones excesivas.
Estas exigencias son, hablando en términos generales, producir, conseguir y lograr objetivos: el éxito, el poder y la fama. Para alcanzar estas metas, hace falta dedicar prácticamente toda nuestra energía a esa tarea. Esto es especialmente cierto porque además se trata de una cultura muy competitiva. La gente que está comprometida con alcanzar las metas de esta cultura no tiene lugar en sus vidas para sentimientos. Para tener ese empuje que impulsa a alcanzar el éxito, es preciso desarrollar una estructura de personalidad rígida basada en la supresión de todos los sentimientos, entre ellos la sexualidad.
La persona se vuelca en la acción, en lograr objetivos, en rendir. En la mayoría de las familias el entrenamiento para esta vida empieza en los primeros años de la niñez.
La supresión de los sentimientos se logra mediante la contracción muscular que pone al cuerpo en un estado de tensión. Aunque la tensión
crea el empuje, al contraer la respiración también se reduce la energía corporal.
El resultado es que quienes generan ese empuje son candidatos a terminar sufriendo un colapso nervioso. Este análisis sugiere solo una manera de evitar la enfermedad, y es revertir el patrón de esta cultura. Hay que reducir el impulso o el empuje para alcanzar el éxito e incrementar la vida del cuerpo expresada mediante el sentimiento. Debemos comprender que esa búsqueda de éxito es un intento de compensar nuestra sensación interior de fracaso como hombres o mujeres. Es un esfuerzo para convencer a nuestros padres y al mundo de que nos merecemos que nos quieran a pesar de que no nos sintamos dignos de amor. Pero, por mucho que lo intentemos o por más
éxito que tengamos, nunca llegaremos a sentirnos queridos ni dignos de que alguien nos quiera y sucumbiremos a la desesperación que nos negamos a admitir.
La clave de la salud es vivir plenamente la vida del cuerpo. Esto significa que sentir es más importante que hacer, que ser libre es más importante que ser rico y que el presente siempre es más importante que el futuro. No se trata de negar que el principio de realidad tenga alguna validez. Pero al sacrificar el presente en aras del futuro debemos asegurarnos de que la promesa de la ganancia futura no sea una quimera, una ilusión que nunca podremos alcanzar. En términos del cuerpo, no hay éxito ni fracaso. La vida es para vivirla, y viviéndola envejecemos y morimos. Pero cuando se pospone la vida hasta que se alcance el éxito —«Lo logró»—, el final siempre es trágico.
Vivir la vida del cuerpo significa estar en contacto con los propios sentimientos y ser capaz de expresarlos. Esto requiere que el cuerpo esté todo lo libre que sea posible de esas tensiones musculares crónicas que nos afectan a todos. Tenemos que sentir lo que ocurre en nuestros cuerpos. Solo seremos capaces de hacerlo si nos tomamos un tiempo para trabajar con ellos y sentir nuestras piernas y el suelo, ser conscientes de nuestra postura y de nuestra respiración. Para mí esto significa seguir un programa constante de bioenergética durante el resto de mi vida. Ese tipo de programa puede ayudarme enormemente a mantener mi energía a un nivel óptimo.
Al tratar con situaciones que crean un estrés indebido, es fundamental tener el valor de retirarse físicamente de ellas. Tememos retirarnos porque lo sentimos como una derrota. Seguimos ahí porque lo contrario parecería un fracaso. Debemos emplear nuestra voluntad y superar esos miedos y debilidades aparentes para probar nuestro valor. Luchamos contra un destino que se vuelve más inevitable a medida que intentamos evitarlo. Realmente somos nosotros quienes creamos esas situaciones estresantes que a la larga nos destrozan.