La Represión de la Emoción. La Ilusión
La pérdida de la capacidad de sentir conocida como depresión está estrechamente relacionada con la emoción de la tristeza. El término describe lo que sucede, una depresión de todas las funciones vitales y la pérdida correspondiente de sensación y de motivación. Por otro lado, la depresión es un sentimiento, ya que sentimos nuestra capacidad de respuesta disminuida.
Cuando la amenaza de perder un objeto de amor produce un dolor tan intenso que pone en peligro la integridad del organismo, la conciencia niega la catástrofe que está a punto de producirse y la reemplaza con una ilusión.
La ilusión sirve para mantener el espíritu contra lo que a la persona le parece una pérdida irreparable. La ilusión es el antídoto de la desesperación, lo contrario de la desesperanza. Su función se explica en The Betrayal of the Body. Dos ejemplos ilustrarán su conexión con la depresión.
Un niño desesperado por conseguir el amor de sus padres puede crearse la ilusión de que si se vuelve famoso, el mundo, como símbolo de sus progenitores, le adorará y le querrá. Durante toda su vida intentará desesperadamente alcanzar su sueño, sin darse cuenta de que está actuando bajo una ilusión, ya que la fama nunca trae el amor verdadero. En circunstancias similares otro niño puede crearse la ilusión de que la obediencia y la productividad le asegurarán la recuperación del amor perdido. En ambos casos el sacrificio del placer que la ilusión exige hace del éxito una victoria sin sentido.
Más tarde o más temprano la burbuja estallará, el sueño se desvanecerá y se derrumbará la ilusión. Con las energías exhaustas en una maniobra desesperada por hacer realidad una visión imposible, ambos niños se deprimirán.
Desconocedores de la ilusión a la que han subordinado todo sentimiento, no logran entender la causa de su depresión.
He presentado aquí el concepto de depresión por su conexión directa con la tristeza y con otras emociones. La persona deprimida no está ni triste, ni enfadada, ni asustada y tampoco es hostil. Está, específicamente, deprimida, lo que significa que sus procesos corporales están deprimidos. Su apetito está disminuido, su motilidad reducida y su respiración restringida.
Las consecuencias inmediatas de esta disminución del funcionamiento vital son un metabolismo energético reducido y una pérdida de tonalidad emocional en el cuerpo. La depresión puede tratarse psicológicamente liberando las emociones reprimidas, y físicamente activando las funciones corporales.
Lo más eficaz es combinar ambos enfoques.
Cuando se estimula la respiración de los pacientes deprimidos mediante los ejercicios apropiados, empiezan a llorar. Lo sorprendente es que muchos de estos pacientes no ven ninguna razón para ello. No se sienten tristes.
Puede que incluso me pregunten: «¿Por qué estoy llorando?». Esta pérdida de sensibilidad es la base de su depresión. Cuando la respiración se vuelve más abdominal mediante la terapia física continuada, el llanto se hace más profundo y se transforma en un sollozo rítmico que restaura la motilidad del cuerpo y alivia la depresión. Gradualmente los pacientes sienten la tristeza que subyace en su ser y comprenden mejor la pérdida que la provocó. Una persona triste no está deprimida porque mientras que la depresión deja fríos e insensibles a quienes la padecen, una persona triste es cálida y se siente viva. Aceptar la tristeza abre la puerta a la experiencia del placer. Reactivar
los sentimientos de placer y dolor le permite al paciente reaccionar emocionalmente con miedo e ira a los traumas que le infligieron dolor y le causaron el problema. Con la restauración de la capacidad de sentir se supera la necesidad de crear ilusiones y la tendencia a la depresión.
Las Emociones Mezcladas
Los seres humanos pueden distinguir muchos sentimientos que son mezclas de las emociones sencillas descritas anteriormente. La compasión, por ejemplo, combina el afecto y la tristeza. El Webster’s International Dictionary define la raíz de esta palabra como «soportar o sufrir con otro». Sin un sentimiento de afecto que vincule a una persona con otra, el sufrimiento de los demás nos dejaría fríos. Nos identificamos con individuos hacia los
que sentimos afecto y podemos compartir su pesar porque conocemos el nuestro. La compasión significa «con sentimiento hacia alguien». Esto también abarca la pena. Nuestra compasión se extiende a otra persona en apuros; nuestra pena es una respuesta a su dolor.
El fenómeno de la empatía, estrechamente conectado con el sentimiento de la compasión, nos permite percibir lo que otros están sintiendo. La comprensión empática tiene lugar en el cuerpo. Somos sensibles a los movimientos rítmicos de los cuerpos ajenos si los nuestros están vivos y sensibles, es decir, si nuestra actividad rítmica se produce de forma tranquila y libre. El cuerpo vivo vibra como un diapasón. Por tanto, tiene la capacidad para resonar en armonía con otros cuerpos. Lo que percibimos a través de la empatía es la resonancia en nuestro cuerpo al responder a la vibración de los otros. Una persona rígida carece de esta capacidad.
Quienes comparten un sentido de comunidad se sienten afectados los unos por los otros. Dentro de una comunidad los sentimientos son contagiosos.
Nos entristecemos en presencia de una persona triste y nos sentimos elevados en presencia de una persona dichosa. Sin embargo, como la compasión, la comprensión empática solo se extiende a aquellos por quienes sentimos algún afecto. Los sentimientos dolorosos y las emociones que se derivan de ellos —el miedo, la ira y la hostilidad— bloquean la comprensión empática. Y cuando los sentimientos están suprimidos por tensiones crónicas la sensación de empatía disminuye.
El placer es la clave de la respuesta empática. Sin buenas sensaciones en nuestro propio cuerpo carecemos de la capacidad para acercarnos a los demás en el nivel preverbal en el que ocurre la empatía. Por tanto, el placer es la base de todas las relaciones interpersonales significativas. Cuando ignoramos el placer o negamos su importancia, las relaciones se desintegran en un conflicto. Esto es especialmente cierto en el hogar, en donde la cercanía y la intimidad promueven una gran expectativa de placer. Un hogar sin alegría es una escena de discordia en la que nadie parece ser capaz de entender o sentir compasión con las dificultades y el sufrimiento de quienes le rodean.
Otra emoción compleja es el resentimiento, que está compuesto de hostilidad y de miedo. El miedo impide que la hostilidad se exprese abiertamente como ira, con el resultado de que el resentimiento es una emoción abrasadora. La persona resentida guarda su resentimiento hasta que este crece, volviéndose más grande que su miedo, y en ese momento explota en forma de furia. Si el miedo es muy grande para permitir liberar esta emoción, el resentimiento se transforma en rencor. La hostilidad se vuelve hacia el interior y se expresa por medio de acciones autodestructivas que tienen el propósito inconsciente de acabar con los buenos sentimientos del otro. Uno solo puede ser rencoroso contra alguien que le importa.
La envidia, otra emoción compleja, es una combinación de tristeza más hostilidad. La persona envidiosa ha sufrido una pérdida de placer. Esto la entristece, pero no puede soltar esa tristeza porque se siente culpable. La culpa le hace sentir hostil pero tampoco puede expresar su hostilidad. La hostilidad se vuelve contra la persona que no ha sufrido una pérdida de placer.
Incapaz de compartir un sentimiento de alegría, el envidioso quiere privar a los demás de su buena suerte. Creo que todos sentimos la hostilidad detrás de la envidia. En el espectro de la envidia están las emociones de la amargura y los celos. En los celos la hostilidad nos lleva a una acción visible; la persona que está celosa no puede tolerar el placer del otro. Por otro, el amargado vuelve la hostilidad contra sí mismo y se retira a su interior para alimentar su dolor.
Otra emoción compleja más será suficiente para ilustrar este concepto.
El asombro combina el placer con el miedo. Un espectáculo asombroso es emocionante y aterrador; su aspecto emocionante seduce al observador para que se acerque mientras que su aspecto aterrador le hace querer salir huyendo.
El efecto de estos dos sentimientos opuestos actuando a la vez deja al observador suspendido en un estado de asombro.
Cuando a un mismo tiempo se producen emociones antitéticas, hablamos de sentimientos encontrados o de ambivalencia. Así, el amor y el odio pueden coexistir en una persona en relación con el mismo objeto. Podemos sentirnos atraídos por algunos aspectos de un objeto y repelidos por otros.
Podemos estar al mismo tiempo asustados y enfadados, o simultáneamente querer reír y llorar. El que los sentimientos ambivalentes o encontrados sean normales o neuróticos solo puede entenderse en referencia a una situación específica. La consecuencia de estos sentimientos es que, al no fundirse en una sola reacción definitiva, bloquean en todos los casos cualquier respuesta eficaz a la situación.
Cuando un individuo está suspendido entre dos impulsos en conflicto, se ve forzado a usar el poder del pensamiento para salir del punto muerto.
Uno de los dos impulsos encontrados se suprime en favor del otro. Si la supresión de un sentimiento viene acompañada de un juicio moral, el resultado es lo que llamo una «emoción conceptual». Los sentimientos encontrados por lo general se resuelven a base de juicios prácticos, la solución normal a este problema.
Las Emociones Conceptuales
Un sentimiento de culpa es una emoción conceptual. Representa la imposición de un juicio moral acerca de una función o proceso corporal, que está más allá del control del ego o de la mente consciente. Para entender esta idea habría que establecer una distinción entre la culpa como juicio legal y la culpa como juicio moral. La primera es una definición de una acción o comportamiento que quebranta una ley establecida. La segunda genera un sentimiento que con frecuencia no guarda relación con las acciones o el comportamiento de uno. Alguien que quebranta la ley es culpable de un delito, tanto si se siente culpable como si no. Un niño que siente hostilidad hacia sus padres puede sentirse culpable aunque no haya cometido ningún acto destructivo. El sentimiento de culpa no es un juicio de un comportamiento
sino un juicio de las emociones.
Los deseos sexuales son una fuente habitual de sentimientos de culpa.
Pero un deseo natural es una reacción corporal natural a un estado de excitación que normalmente escapa del control del ego o de la mente. Sentirse culpable por el deseo sexual es volverse contra el cuerpo. Suprimir el deseo sexual es deprimir todas las funciones de placer corporales. Por otro lado, aceptar los propios sentimientos sexuales no significa que uno tenga el derecho de actuar según esos sentimientos en cualquier situación. Un ego o una personalidad saludables tienen el poder de controlar el comportamiento de manera que sea apropiado a la situación. La falta de este poder en un ego débil o en una personalidad enferma puede llevar a acciones destructivas
para los individuos y para el orden social. La sociedad tiene el derecho y la obligación de proteger a sus miembros contra ese comportamiento. No tiene derecho a etiquetar el sentimiento mismo como negativo.
Un sentimiento de culpa indica que una parte de la personalidad, el ego, se ha vuelto contra otra parte, los sentimientos del cuerpo. Esta separación de la unidad de la personalidad produce efectos destructivos que se examinan en The Betrayal of the Body. La mayor parte de todo el esfuerzo psicoterapéutico está dirigido a eliminar el sentimiento de culpa con objeto de restaurar la integridad de la personalidad. Es precisamente el sentimiento de culpa lo que merma el poder del ego para controlar el comportamiento.
Esto no significa que una persona sana sea perfecta. Podemos hacer cualquier cosa que hiera a los demás, y cuando lo hacemos nuestra reacción debería ser arrepentimiento o tristeza, que son emociones auténticas.
Cualquier sentimiento o emoción puede convertirse en un objeto de culpa si se le añade un juicio moral. Por lo general son nuestras sensaciones sexuales o nuestros sentimientos hostiles los que reciben estos juicios.
Lamentablemente, la mayoría de la gente no es consciente de sus sentimientos de culpa ya que están reprimidos junto con el deseo prohibido.
Esta supresión general reduce el placer de vivir. Al negarse el placer a sí misma, la gente evita su ansiedad y esconde su culpa.
Del mismo modo que juzgamos algunos sentimientos como moralmente incorrectos, a otros los consideramos moralmente superiores. La persona que se siente virtuosa ha suprimido su hostilidad en favor de un falso afecto, su ira en favor de una fachada de compasión y su placer en favor de la imagen de su ego. También ha reprimido la culpa que siente por sus verdaderos sentimientos. Virtud y culpa son la cara y la cruz de una misma moneda. Una no existe sin la otra, aunque solo se muestra una cada vez.
Todos los que se sienten culpables cargan con un sentimiento oculto de superioridad moral.
Otra emoción conceptual es el sentimiento de vergüenza. Este sentimiento indica un juicio negativo dirigido al cuerpo y a sus procesos biológicos.
Para el ego el cuerpo es algo corrupto, condenado al deterioro y la decadencia, mientras que la mente, pura e incorpórea, es infinita e inmortal.
La vergüenza del cuerpo nos hace rechazarlo y disociarnos de él. Al igual que el sentimiento de culpa, divide la unidad de la personalidad. Nos hace preocuparnos en exceso por nuestra apariencia. Conduce necesariamente a sentimientos de vanidad y de soberbia. La vanidad conlleva un juicio positivo del cuerpo, vestido o desnudo, que cubre un sentimiento subyacente de vergüenza. La persona soberbia está preocupada por su imagen y rechaza su cuerpo. Los sentimientos normales acerca del cuerpo que están libres de juicios de valor son la modestia y el orgullo. En su modestia y en su orgullo una persona expresa su identificación con el cuerpo, y su placer y su dicha en su funcionamiento.
El espectro de las emociones analizadas anteriormente es, por fuerza, incompleto. He omitido sentimientos como el remordimiento, cuyos componentes no están claros. Los sentimientos y las emociones están sujetos a gradaciones que las palabras no son totalmente capaces de describir. En esta conferencia he intentado mostrar la relación entre las emociones y las sensaciones de placer y de dolor subyacentes a ellas. Los procesos de la mente se superponen a las emociones. La conexión entre sentir y pensar será el sujeto del próximo debate.