Los Movimientos Rítmicos del cuerpo. Los Ritmos de las funciones naturales
En la primera conferencia se definió el placer como la percepción consciente de la actividad rítmica y pulsátil del cuerpo producida por un
estado interno de excitación. Cualquier perturbación de esta actividad rítmica producirá alguna sensación de dolor. La intensidad del placer o del dolor es proporcional al grado de excitación.
El crecimiento de la conciencia y del ego más el desarrollo de la coordinación motora llevan a la elaboración y diferenciación de las emociones a partir de las amplias sensaciones de placer y dolor. Las emociones son estados organizados de excitación relacionados con situaciones específicas el entorno. Una diferenciación más avanzada ocurre con el desarrollo del lenguaje, que permite la abstracción de los estados de sensaciones de la acción motriz directa y su expresión en palabras. El aumento de la abstracción mediante el uso de palabras empleadas como símbolos da lugar a formas superiores de pensamiento como la lógica. El hombre ha estado tan fascinado por su capacidad de manipular símbolos y ganar conocimiento que ha tendido a pasar por alto el hecho de que la base de esta estructura consiste en los procesos involuntarios del cuerpo. En este estudio señalaré algunas de las actividades rítmicas de este y mostraré su relación con la experiencia del placer y del dolor.
El ritmo corporal más obvio es la alternancia entre sueño y vigilia. Para la mayoría de los animales, entre ellos el hombre, esta alternancia se corresponde en líneas generales con el ritmo del día y de la noche. Durante el día estamos conscientes y activos; por la noche la conciencia se rinde y la actividad se reduce. Podría decirse que durante el sueño el cuerpo se renueva; se ha demostrado del sueño sigue siendo tan misterioso como el del placer. Me gusta pensar que durante el sueño volvemos a un tipo vegetativo de existencia semejante en algunos aspectos a la vida vegetal, un modo de existencia que el animal dejó atrás al principio de su evolución. Pero esto es pura especulación.
El sueño es un estado de excitación difusa y reducida. Durante el sueño, muchas de las funciones vitales del cuerpo presentan una disminución en su ritmo: el corazón late más lentamente, la presión sanguínea baja, el nivel de azúcar en la sangre disminuye, el ritmo respiratorio se enlentece y baja la temperatura corporal. Los electroencefalogramas muestran que hay ciclos durante el sueño, una subida y bajada rítmica en el nivel de excitación que altera la profundidad del sueño. Si no se interrumpe el proceso, la persona se despierta con la sensación de estar fresca, con ganas de empezar las actividades diarias y, normalmente, con deseos de comer. Al despertar tras una
buena noche de sueño, uno siente una clara sensación de placer, como si el cuerpo de alguna manera fuera consciente durante el sueño de su funcionamiento armonioso. Del mismo modo, acostarse a dormir cuando uno está cansado pero relajado es una sensación deliciosa.
Este sencillo placer se le escapa a mucha gente, a juzgar por la demanda de píldoras para dormir. Estas personas se quejan de estar cansadas y su necesidad de descansar es evidente; sin embargo, al acostarse no logran quedarse dormidas. Obviamente, en estos casos algo falla en los procesos autorreguladores normales del cuerpo. Comenté algunos aspectos de esta situación en The Betrayal of the Body. La incapacidad de quedarse dormido es una forma de ansiedad de la caída, una ansiedad sobre la pérdida de conciencia.
En otro nivel esta ansiedad refleja la persistencia de un estado de excitación de las capas conscientes de la personalidad. A veces la excitación persistente es una tensión sexual que no se ha descargado, pero con más frecuencia se debe a miedo y ansiedades residuales que quedan de las actividades del día. Si la excitación persistente es inconsciente, se manifestará en sueños que, como señaló Freud, tienen la función de guardar el estado de somnolencia soltando la excitación. Sin embargo, la excitación puede ser tan fuerte que la persona se despierte del sueño, o el descanso del sueño puede verse alterado por la intensidad de este.
Las funciones corporales relacionadas con la comida —la ingestión, la digestión y la eliminación— siguen un patrón rítmico gobernado por las que una prolongada privación de sueño produce trastornos graves en el cuerpo y en la personalidad. Sin embargo, el fenómeno del sueño sigue siendo tan misterioso como el del placer. Me gusta pensar que durante el sueño volvemos a un tipo vegetativo de existencia semejante en algunos aspectos a la vida vegetal, un modo de existencia que el animal dejó atrás al principio de su evolución. Pero esto es pura especulación.
El sueño es un estado de excitación difusa y reducida. Durante el sueño, muchas de las funciones vitales del cuerpo presentan una disminución en su ritmo: el corazón late más lentamente, la presión sanguínea baja, el nivel de azúcar en la sangre disminuye, el ritmo respiratorio se enlentece y baja la temperatura corporal. Los electroencefalogramas muestran que hay ciclos durante el sueño, una subida y bajada rítmica en el nivel de excitación que altera la profundidad del sueño. Si no se interrumpe el proceso, la persona se
despierta con la sensación de estar fresca, con ganas de empezar las actividades diarias y, normalmente, con deseos de comer. Al despertar tras una buena noche de sueño, uno siente una clara sensación de placer, como si el cuerpo de alguna manera fuera consciente durante el sueño de su funcionamiento armonioso. Del mismo modo, acostarse a dormir cuando uno está cansado pero relajado es una sensación deliciosa.
Este sencillo placer se le escapa a mucha gente, a juzgar por la demanda de píldoras para dormir. Estas personas se quejan de estar cansadas y su necesidad de descansar es evidente; sin embargo, al acostarse no logran quedarse dormidas. Obviamente, en estos casos algo falla en los procesos autorreguladores normales del cuerpo. Comenté algunos aspectos de esta situación en The Betrayal of the Body. La incapacidad de quedarse dormido es una forma de ansiedad de la caída, una ansiedad sobre la pérdida de conciencia.
En otro nivel esta ansiedad refleja la persistencia de un estado de excitación de las capas conscientes de la personalidad. A veces la excitación persistente es una tensión sexual que no se ha descargado, pero con más frecuencia se debe a miedo y ansiedades residuales que quedan de las actividades del día. Si la excitación persistente es inconsciente, se manifestará en sueños que, como señaló Freud, tienen la función de guardar el estado de somnolencia soltando la excitación. Sin embargo, la excitación puede ser tan fuerte que la persona se despierte del sueño, o el descanso del sueño puede verse alterado por la intensidad de este.
Las funciones corporales relacionadas con la comida —la ingestión, la digestión y la eliminación— siguen un patrón rítmico gobernado por las necesidades de energía del organismo. Los niños de muy corta edad lactan frecuentemente, cada dos horas, y tienen varios movimientos intestinales al día. En los adultos el patrón tiende a estabilizarse en tres comidas y un movimiento intestinal al día. Comer es un placer cuando se ajusta a un ritmo interno. Sin embargo, mucha gente se alimenta de forma compulsiva; sus hábitos alimenticios guardan poca relación con sus ritmos metabólicos. Comen antes de estar hambrientos, ya que esta sensación está asociada con sensaciones de vacío que asustan a los individuos hambrientos de afecto.
Los comedores compulsivos no disfrutan de la comida. Al placer inicial de llevarse algo sabroso a la boca no le sigue la satisfacción más profunda que viene de mitigar el hambre. Para ellos comer es un placer sensual que, como otros placeres sensuales, le deja a uno insatisfecho. La sensación de estar lleno y saturado, pese a ser claramente desagradable, supera temporalmente los sentimientos de vacío y la ansiedad que subyacen a comer de manera compulsiva. Como estos sentimientos atormentadores vuelven a aparecer muy pronto, se forma un círculo vicioso que lleva a seguir comiendo.
La gente también es compulsiva con la función de eliminación. Desarrollan un hábito de regularidad basado en un entrenamiento rígido del uso del inodoro que sustituye a la satisfacción falsa que siente el ego con el placer de una eliminación espontánea.
El conducto digestivo desde la boca hasta el ano es un sistema de órganos que pulsa rítmicamente y funciona de forma muy parecida a un gusano.
El alimento pasa de un extremo al otro de este tubo mediante ondas peristálticas similares a las ondas que mueven el cuerpo de un gusano o una oruga cuando avanza. Se producen contracciones y alargamientos, como en el estómago, a lo largo del tubo digestivo, que facilitan el proceso digestivo y modifican la frecuencia y la forma de la onda rítmica pero no cambian su carácter esencial. Como esta actividad peristáltica está siempre presente, hay una excitación continua en el conducto digestivo, más alta en los momentos de la comida, más baja durante el sueño. Cuando esta excitación se mantiene dentro de los límites normales, la persona tiene una «buena sensación» en el
cuerpo. Un estado hiperactivo en cualquier parte del sistema, un trastorno de colitis, por ejemplo, reemplaza la buena sensación habitual con sensaciones dolorosas. La hipotonicidad o pérdida de tono en cualquier segmento produce sensaciones de estrés.
Por lo general no somos conscientes del funcionamiento normal del canal alimentario desde un punto inferior a la faringe a otro sobre el recto.
El placer consciente de comer buena comida consiste en su capacidad de estimular las papilas gustativas, las glándulas salivales y el reflejo de la deglución, es decir, el área que va de la boca al esófago. Sin embargo, esta estimulación atraviesa todo el canal alimentario aligerando sus ritmos y estimulando su secreción. Así, el placer inicial del gusto se transforma en disfrute de la comida. Cuando en el tubo existen tensiones que bloquean el libre flujo de las ondas peristálticas, se nos niega esta satisfacción más profunda e incluso disminuye el placer que anticipamos del gusto de la comida.
Podemos llegar al punto de perder el apetito o sentir una sensación de náuseas en el estómago.
Pocos trastornos nos hacen sentir tan mal como las sensaciones de náusea. El cuerpo parece revolverse por dentro y trata de expulsar la sustancia tóxica. La náusea produce fuertes ondas peristálticas que avanzan en sentido ascendente, aumentando en intensidad hasta que el cuerpo arroja la sustancia dañina. Vomitar produce una sensación de alivio tan grande como el malestar que la precede, pero la experiencia nunca es agradable.
El mecanismo del vómito es un reflejo protector contra sustancias dañinas peligrosas que puedan haberse ingerido por error. Pero también puede ser provocado por estados de tensión, especialmente el estrés de un conflicto emocional cuando estamos comiendo. Casi todo el mundo ha tenido alguna vez esta experiencia. Recuerdo un incidente cuando mi hijo tenía un año que es un buen ejemplo de esta idea. Acabábamos de almorzar y nos dábamos prisa para acudir a una cita. De repente, mientras mi esposa estaba vistiendo al bebé, este se introdujo un dedito en la boca y vomitó la comida. Me sorprendió que un niño tan pequeño supiera cómo aliviar su malestar provocándose
náuseas.
Los pacientes de terapia bioenergética desarrollan en ocasiones sensaciones de náusea en el curso de sus esfuerzos para respirar más profundamente.
La náusea parece ser independiente de la ingesta de comida, por lo que puede sobrevenirle a un paciente varias horas después de un desayuno ligero. Parece que la respiración más profunda activa las tensiones crónicas del diafragma y el estómago que producen esta sensación de náusea. En algunos casos la náusea puede aliviarse con la respiración abdominal, que relaja el diafragma. En otros la sensación se ve intensificada por este procedimiento y el paciente tiene que vomitar para descargar la tensión.
En parte el origen de esta tensión se encuentra en sus experiencias con la alimentación durante la niñez; a los niños se los suele obligar a comer comida que no les gusta en cantidades que no quieren. Se han hecho muchos chistes sobre las madres que, por querer a sus hijos, los atiborran de comida.
En otras casas, como me han dicho los pacientes, a los niños se les prohíbe dejar la mesa hasta que han terminado todo lo que tenían en sus platos. No solo se le suele hacer comer al niño comida que no desea, sino que se le avergüenza y se le riñe si la vomita. Para evitar que esto ocurra, el niño debe tensar el diafragma para bloquear cualquier impulso de vomitar.
La comida no es lo único que una persona puede tener que tragarse en contra de sus deseos. Puede que también se «trague» traumas psicológicos como los insultos y las humillaciones cuando tiene miedo de quien la ha insultado. La expresión «no tengo estómago para» indica el efecto que tiene sobre este órgano la sumisión a las situaciones dolorosas. Además los niños son frecuentemente obligados a «tragarse» las lágrimas o el llanto, lo que lleva a tensiones crónicas en la garganta y el diafragma. Como apenas hay pacientes que no hayan sufrido esos traumas, puede esperarse que una terapia que funciona directamente con las tensiones físicas del cuerpo active el impulso suprimido de «vomitar». Sin embargo, a la mayoría de los pacientes les resulta difícil tragar cómodamente. A menudo hay que hacer un trabajo considerable con el reflejo de la náusea antes de que la garganta y las tensiones diafragmáticas estén suficientemente relajadas para permitir que esta función opere con normalidad. Un resultado de este procedimiento es la eliminación de la acidez gástrica crónica que afecta a tanta gente. En todos los casos, la relajación de la tensión diafragmática restaura el placer experimentado con las actividades básicas de comer y digerir, y facilita una respiración más completa.
El sistema respiratorio está estrechamente vinculado con el canal alimentario.
Su función se ve perturbada por los conflictos que surgen de la negación del principio de placer subyacente bajo la autorregulación del sistema digestivo. Embriológicamente, los pulmones se desarrollan como un apéndice del tubo alimentario primitivo y durante toda la vida permanecen conectados a este tubo a través de la boca y de la faringe. Tragamos aire al tragar el alimento. Cuando el niño mama la leche del pecho de su madre, el aire entra en su cuerpo. Y como Margaret Ribble mostró en su importante libro The Rights of Infants (Los derechos del niño), cualquier debilitamiento del impulso de lactar deprime la función respiratoria. Normalmente existe la creencia de que respiramos solo con los pulmones, pero de hecho el trabajo de la respiración se hace con todo el cuerpo. Los pulmones juegan un papel pasivo en el proceso respiratorio. Su expansión se produce por un ensanchamiento, especialmente en sentido descendente, de la cavidad torácica, y cuando esa cavidad es reducida se hunden. La respiración adecuada implica los músculos de la cabeza, el cuello, el tórax y el abdomen. Está demostrado que la tensión crónica en cualquier parte de la musculatura del cuerpo interfiere en los movimientos respiratorios naturales.
Respirar es una actividad rítmica. Por regla general, una persona en reposo realiza aproximadamente dieciséis o diecisiete respiraciones por minuto.
La frecuencia es superior en los bebés y en los estados de excitación, y más baja en el sueño y en quienes padecen una depresión. La profundidad de la onda respiratoria es otro factor que varía según el estado emocional. La respiración se vuelve superficial cuando estamos asustados o ansiosos y se hace más profunda con la relajación, el placer y el sueño. Pero, por encima de todo, lo que determina que respirar sea o no placentero es la calidad de los movimientos respiratorios. Con cada respiración se puede ver cómo una onda asciende y desciende por el cuerpo. La onda inspiratoria comienza a un nivel profundo en el abdomen con un movimiento hacia atrás de la pelvis.
Esto le permite al abdomen expandirse hacia fuera. A continuación la onda avanza hacia arriba mientras el resto del cuerpo se expande. La cabeza se mueve muy ligeramente hacia delante para absorber el aire mientras las fosas nasales se dilatan y la boca se abre. La onda espiratoria se inicia en la parte superior del cuerpo y se mueve en sentido descendente: la cabeza cae hacia atrás, el pecho y el abdomen se hunden y la pelvis se mece hacia delante.
Respirar libre y plenamente es uno de los placeres básicos de estar vivo.
El placer se experimenta claramente al final de la espiración, cuando la onda descendente inunda la pelvis con una deliciosa sensación. En los adultos esta sensación tiene una cualidad sexual, aunque no provoca ninguna sensación genital. Los ligeros movimientos de la pelvis hacia atrás y hacia delante, parecidos a los movimientos sexuales, aumentan el placer. Aunque el ritmo de la respiración es más pronunciado en el área pélvica, se experimenta al mismo tiempo en todo el cuerpo como una sensación de fluidez, suavidad, ligereza y excitación.
No es preciso destacar la importancia de la respiración. Proporciona el oxígeno necesario para los procesos metabólicos; se puede decir que mantiene el fuego de la vida. Pero la respiración como «pneuma» es asimismo el espíritu o el alma. Vivimos en un océano de aire como el pez vive en un medio acuático. Con la respiración nos ajustamos a nuestra atmósfera. Si la inhibimos, nos aislamos del medio en el que existimos. En todas las filosofías orientales y místicas la respiración contiene el secreto de la dicha superior. Por eso es por lo que constituye el factor dominante de la práctica del yoga.