Ritmos del Movimiento
Las actividades rítmicas del cuerpo pueden dividirse en tres categorías: las relacionadas con la función del tubo interno, la digestión y la respiración; las relacionadas con el tubo externo, la percepción sensorial y los movimientos voluntarios, y por último las actividades de los órganos y las estructuras entre ellos. Esta división se asemeja en líneas generales a la del desarrollo embrionario del organismo desde los tres estratos primarios: el endodérmico, el ectodérmico y el mesodérmico. El endodérmico da origen a la piel y el sistema nervioso. Este último se invagina y se vuelve un sistema interior. Del mesodermo surge el esqueleto, el corazón, los vasos sanguíneos,
las glándulas, la musculatura y los tejidos conectivos. La musculatura voluntaria forma una funda sobre el cuerpo cerca de la piel y se transforma en una parte del tubo externo. Así, el cuerpo está construido sobre el principio
de un tubo dentro de otro tubo, como un gusano.
Esta división de actividades no implica una independencia de una categoría con respecto a otra. Las funciones del tubo interno, la digestión y la respiración están íntimamente conectadas con los movimientos del tubo externo. Y ambos tubos son dependientes, por supuesto, de las actividades del órgano y de los tejidos que mantienen la integridad del cuerpo.
El tubo externo, que consiste en la piel, los tejidos subyacentes y la musculatura estriada, está directamente relacionado con la percepción de los estímulos del entorno y su respuesta ante ellos. Para estas funciones, sensorial y motriz, está dotado de una gran cantidad de terminaciones nerviosas.
Por tanto, somos más conscientes de las sensaciones, especialmente de las que nos provocan placer y dolor, en esta parte del cuerpo que en ninguna otra.
Todos los estímulos que repercuten sobre la superficie del organismo son percibidos por este como placenteros o dolorosos. Lógicamente, no hay estímulos indiferentes, porque un estímulo que no evoca ninguna sensación no se percibiría. Podríamos preguntarnos qué cualidad del estímulo determina que nuestra respuesta sea placentera o dolorosa. ¿Por qué, por ejemplo, ciertos sonidos son deliciosos para el oído mientras que otros son desagradables e incluso dolorosos? Un conocimiento mínimo de los seres humanos nos dice que esas cuestiones no pueden responderse objetivamente. La gente reacciona de forma distinta. Lo que para uno es placer para otro es dolor.
Depende en gran medida del estado de ánimo y del talante del individuo que recibe la impresión sensorial. Hay una gran diferencia entre una caricia y una palmada, y sin embargo no a todo el mundo le resulta agradable una caricia ni dolorosa una palmada. Los niños no quieren que los acaricien cuando están activos, y una palmada en la espalda puede ser una expresión de aprecio.
Hablando en líneas generales, encontramos placer sensual en los estímulos que armonizan con el ritmo y el tono de nuestros cuerpos. La música de baile es agradable cuando deseamos bailar, pero molesta cuando estamos tratando de pensar. Incluso nuestra sinfonía favorita puede ser perturbadora cuando uno está participando en una conversación seria. Lo mismo se puede decir de todos los sentidos. Una comida bien preparada es una delicia para alguien con hambre, no para quien no tiene apetito. Un paisaje bucólico encantador puede ser agradable de observar cuando uno está tranquilo y satisfecho, pero no si está agitado y se siente impaciente. Las impresiones sensoriales agradables no solo elevan nuestro estado de ánimo, también aumentan la actividad rítmica de nuestros cuerpos. Se puede decir de una manera sencilla que son estimulantes.
Podría parecer que cualquiera, de una forma u otra, puede obtener placer sensorial. Pero imaginaos una persona que está «desanimada» y no encuentra placer en nada de lo que ve ni de lo que escucha. Parece que nada puede complacerle. Está, como decimos, hecha un lío, desanimada porque carece de armonía interior. Al carecer de un tono o patrón de actividad rítmica constantes, es incapaz de responder abierta y efusivamente a ningún entorno. La persona deprimida o retraída se encuentra en una situación similar.
El placer sensorial o sensual no está a su alcance porque no puede acercarse al estímulo. Pero lo que está deprimido en una persona retraída es su actividad rítmica. Sin ritmo no hay placer.
La relación del ritmo con el placer se ve más claramente en la función motriz del tubo externo, es decir, en los movimientos voluntarios del cuerpo.
Cualquier actividad motriz que se realice rítmicamente es placentera. Sin ritmo la misma actividad tendría una cualidad dolorosa. El mejor ejemplo es caminar. Cuando uno camina rítmicamente, caminar es agradable; cuando lo hace para llegar a un destino tan rápido como sea posible, la actividad física se convierte en un esfuerzo. Incluso una tarea tan tediosa como barrer el suelo puede ser agradable cuando los movimientos son rítmicos. Uno puede medir la falta de placer en la vida de la gente por la manera en que se mueven.
Los movimientos rápidos, bruscos y compulsivos de la mayoría de la gente de nuestra cultura delatan la falta de dicha que hay en sus vidas. Quien conoce el placer se mueve rítmicamente, sin esfuerzo y con elegancia.
Por supuesto, el baile es el ejemplo clásico de placer en un movimiento rítmico. La música marca un ritmo en nuestro cuerpo que luego se traduce en el patrón rítmico del paso de la danza. Qué doloroso es sentir que va uno desacompasado con la música y qué molesto es descubrir que esta desentona con nuestro ritmo interno. Marcar el paso tiene el mismo efecto en el hecho de caminar que la música de baile tiene en la danza. La música acentúa el ritmo natural de nuestros cuerpos, y centrar nuestra atención en el ritmo incrementa nuestro placer.
Es importante entender que la música no crea el ritmo. De hecho, la música es la expresión del ritmo del cuerpo del compositor que despierta un eco en el cuerpo de quien la escucha. Sería correcto decir que la música evoca los ritmos que llevamos dentro. Toda la actividad corporal es inherentemente rítmica, y los movimientos del tubo externo no son una excepción.
Sencillamente es cuestión de coordinación. El bebé cuyos movimientos de succión vienen coordinados de nacimiento lleva a cabo esta actividad rítmica y placenteramente. Más tarde, a medida que desarrolla más la coordinación sobre sus otros movimientos, también estos se vuelven rítmicos y una fuente de placer para él. Observad a un niño pequeño saltando en la cama o a una niña más mayor saltando a la comba, y os haréis una idea del placer que estas actividades rítmicas sencillas les proporcionan a los niños.
Los adultos con mayor coordinación requieren ritmos más complejos para sentir placer. Por ejemplo, participan en varios deportes. No importa el deporte que una persona prefiera, es la cualidad rítmica de los movimientos de ese deporte lo que le proporciona placer. Puedo pensar en esquiar y dar, dos deportes que me gustan, como dos buenos ejemplos. En ambos se requiere un alto grado de coordinación. Cuando esto se ha alcanzado y esquiar o nadar adquieren una cualidad rítmica, el placer es estupendo. En el momento en el que se pierde el ritmo, sin embargo, la actividad se convierte en un esfuerzo doloroso.
Una de las razones por las que los deportes juegan un papel tan importante en nuestras vidas es porque nuestras actividades diarias han perdido su cualidad rítmica. La gente camina mecánicamente, trabaja compulsivamente e incluso habla monótonamente, sin ritmo y a veces sin ton ni son. Puede ser que la falta de ritmo se deba a la falta de placer en estas actividades. Es igualmente cierto que la falta de placer se debe a la pérdida de ritmo.
Hemos dividido nuestro mundo en lo que hacemos seriamente, por un propósito o una ganancia, y en lo que hacemos por diversión o placer. En los asuntos serios de la vida el ritmo no tiene lugar. Buscamos la llamada eficiencia fría de la máquina. E intentamos esperanzadoramente recobrar nuestro ritmo y nuestra calidez en los deportes, los juegos y otras formas de recreación. Pero aquí de nuevo nos sentimos a menudo frustrados por nuestro impulso compulsivo de buscar la perfección.
Al hombre le fascina la eficacia productiva de la máquina que puede realizar cualquier trabajo mejor que él. La máquina gana su eficacia siguiendo un patrón rítmico. Al contrario, el hombre tiene muchos patrones rítmicos que se corresponden con sus distintos estados de ánimo y deseos.
Es capaz de cambiar de ritmo a medida que su excitación varía. Es capaz de tejer complejos patrones rítmicos para aumentar su placer y su dicha. Está, en otras palabras, estructurado biológicamente para el placer, no para los logros. El hombre es un ser creativo, no productivo. Sin embargo, de su placer han surgido grandes logros. Desgraciadamente, ha encontrado poca dicha en sus logros porque la producción se ha vuelto más importante que el placer.
El funcionamiento de los órganos vitales no suele asociarse con el placer.
Prácticamente no somos conscientes de su actividad rítmica. Solo tomamos conciencia de ellos cuando algo va mal y surgen sensaciones
dolorosas. Si el corazón se detiene durante el espacio de un latido o de repente incrementa su ritmo, inmediatamente nos alarmamos. Por eso nos damos por satisfechos si no ocurre nada que perturbe nuestra falta de con ciencia. Sin embargo, estos órganos, especialmente el corazón, juegan un papel importante en nuestra experiencia del placer. Para sentirse bien nuestros cuerpos deben permanecer en un estado de saludo que significa que las «buenas sensaciones» reflejan un funcionamiento óptimo de los órganos vitales. No obstante, el corazón participa directamente en los estados de placer con una mayor excitación.
Los Ritmos del Amor
El éxtasis del amor y el amor del éxtasis son respuestas corporales a una excitación que alcanza al corazón y lo abre. Esto se experimenta más directamente en el acto sexual. Durante el clímax de la respuesta sexual total el corazón se acelera con excitación para rendirse por completo. Quienes no son conscientes de este ritmo acelerado se pierden la cumbre del placer.
Otros se asustan y sujetan su excitación. Si no hay inhibiciones contra la rendición total al placer, la sensación de la actividad rítmica del corazón es la cúspide del éxtasis.
El éxtasis más elevado, la dicha, es el tema de la Novena Sinfonía de Beethoven. También se la conoce como la Sinfonía Coral, ya que termina con una rendición coral del poema de Schiller «Oda a la alegría». El objetivo del coro, como en una tragedia griega, es, creo, sustituir al público. Beethoven quería que cada oyente sintiera la sensación de júbilo que viene de la naturaleza y de la hermandad entre los hombres. Para hacer esto tenía que llegar al corazón de su público con la música, no figuradamente, sino de manera literal, y hacer que cada oyente percibiera el latir rítmico de su corazón latiendo al unísono con los corazones de los demás.
Beethoven alcanzó su objetivo en los tres primeros movimientos de la sinfonía. El primer movimiento describe al individuo pidiendo amor y la respuesta del universo: «Alégrate». Es tan poderoso que uno de mis amigos confesó: «Me parte y me abre el pecho, mostrándome el corazón». El segundo movimiento viene marcado cada cierto tiempo por dos golpes fuertes de timbales. Estos dos sonidos son tan similares a los sonidos del corazón que el significado de este movimiento es obvio. Uno puede sentir el ritmo del corazón latiendo de forma suave y contenida en algunos pasajes y emocionada por la ilusión en otros. Conforme cada instrumento retoma el tema, sentimos que ningún corazón late solo; todos laten al unísono. El tercer movimiento lírico expresa, en mi opinión, el anhelo de amor que reside en el corazón. Este anhelo se satisface en el movimiento final cuando el coro canta
El himno a la alegría. La rendición vocal hace pasar la sinfonía de una presentación objetiva a una expresión subjetiva y traduce la experiencia del nivel dramático al personal. En esta sinfonía Beethoven abrió con su genio nuestros corazones a la alegría y así llevó la alegría a nuestros corazones.
Entre los órganos corporales, el corazón es único por su actividad rítmica.
Si a una rana le extraemos el corazón y lo inundamos de sangre y oxígeno, seguirá latiendo sin estimulación nerviosa. Un fragmento del músculo cardiaco suspendido en una solución fisiológica también mostrará contracciones rítmicas espontáneas. Esto significa que el ritmo del corazón está presente intrínsecamente en su tejido, el músculo cardiaco. En el organismo este ritmo inherente está regulado por varios marcapasos que, naturalmente, se encuentran bajo el control nervioso. Asimismo el músculo cardiaco es único en el sentido de que es un cruce entre la musculatura voluntaria e involuntaria.
Tiene estrías como los músculos voluntarios pero está mediado por el sistema nervioso autónomo y forma un santuario que permite que los
impulsos pasen libremente de una célula a otra.
Usamos la expresión «poner el corazón en algo» para indicar un compromiso total con una actividad. A este nivel, quizá el más profundo que uno puede sentir, los movimientos del cuerpo están animados por un ritmo que emana del corazón. El ejemplo más claro es el de la función sexual. Hay dos patrones rítmicos en los movimientos sexuales, uno voluntario y otro involuntario. Durante la primera fase del coito, los movimientos pélvicos del hombre y de la mujer son conscientes y se dan bajo el control del ego.
En esta fase la excitación corporal es relativamente superficial aunque se va profundizando gradualmente por el contacto de fricción y el vaivén pélvico.
La respiración es bastante tranquila y el ritmo cardiaco está solo ligeramente acelerado.
Cuando la excitación toca los órganos internos, se produce un cambio drástico que conduce al clímax. En el hombre se inicia un movimiento de pulsación en la vesícula seminal, la próstata y la uretra que culminará con la emisión eyaculatoria del semen. En la mujer esto se manifiesta en contracciones de la uretra y el ensanchamiento de los labios menores. Si la excitación se limita al área genital, solo se producirá un orgasmo parcial. Si se extiende en sentido ascendente y llega hasta el corazón, el cuerpo entero entra en un tipo de reacción convulsiva en el que todo control voluntario se rinde a un ritmo primitivo.
En el orgasmo completo los movimientos pélvicos que han ido incrementándose gradualmente en frecuencia se vuelven involuntarios y más
rápidos. Su ritmo se coordina con el ritmo de las pulsaciones genitales, las emisiones eyaculatorias en el hombre y las contracciones de los labios menores en la mujer. La respiración se hace más profunda y se acelera para convertirse en parte del ritmo general. El corazón se acelera; su latir se vuelve consciente y uno siente el pulso de la vida en todas las células del cuerpo.
¿El corazón se une abandonándose al placer o, más bien, es él el que establece el ritmo que nos lleva a alcanzar el orgasmo y el éxtasis? Es una pregunta que en estos momentos no puedo responder. El cuerpo es una unidad que, recordemos, se desarrolló a partir de una sola célula. Lo que es cierto es que si el corazón no participara en el ritmo del clímax, la experiencia sexual nunca alcanzaría la dicha más profunda.
El éxtasis del orgasmo es una respuesta corporal a la excitación sexual que alcanza y abre el corazón. Este concepto se estudia detalladamente en Love and Orgasm. Se dice que el amor nos hace sentir el «corazón ligero».
La pérdida de un ser amado hace que sintamos el peso de la tristeza en el corazón. No creo que esto sean solo metáforas vacías. Cualquiera que haya estado enamorado ha sentido el enardecimiento en su corazón. Un corazón enardecido es ligero, salta de alegría. Pero no es solo el corazón el que salta de alegría. Los enamorados saltan y bailan por la calle. El ritmo de su corazón dicta los movimientos de todo su cuerpo.