Prototipo del Nacimiento y la Personalidad Posterior
Sólo trata de imaginar, si lo deseas, que tienes nueve meses de vida y yaces cómodamente en la oscuridad, en un medio ambiente cálido y seguro y, de pronto, sin ninguna razón, te ves rudamente arrojado por un muy estrecho túnel, con tu cabeza y tu cuerpo comprimidos en un espacio muy angosto, y de inmediato te administran una droga muy fuerte. Necesitarás de todas tus fuerzas para tratar de salir y empiezas a carraspear y a sofocarte a causa de los fluidos que están entrando en tu sistema. Cuando apenas puedes comenzar a respirar, te encuentras en un cuarto frío y esterilizado, y de pronto aparece un gigante que te toma de los pies, te sacude de arriba hacia abajo y te da una nalgada lo suficientemente fuerte para hacerte llorar de dolor; después te coloca solo en una caja, en algún lugar en donde hay fuertes luces que lastiman tu mirada.
¡Bienvenido al mundo: acabas de nacer!
Sin lugar a dudas, el trauma de nacimiento es una de las maravillas del mundo, y aunque nos integra a la civilización, eso nunca se detecta. Si alguien señala hacia el trauma, se convierte en un paria que forma parte de la general “conspiración del inconsciente”. Millones mueren por esa razón, aunque nadie puede explicarse “realmente de qué se trata” ¿Por qué esa pesadilla? ¿Qué está haciendo ahí el trauma? En primer lugar, ¿por qué se apoderó de nosotros?
LOS MODOS SIMPÁTICO Y PARASIMPÁTICO
Antes hablamos del prototipo del nacimiento. Se trata del diseño de una personalidad que queda impresa durante un nacimiento traumático. La profunda implicación del prototipo radica en que es el primer determinante de la personalidad. En cuanto ésta se forma, tenemos ya un sistema que construye un mundo que se adecua a su metabolismo, y ese metabolismo es controlado por el prototipo. Lo que a partir de entonces hace la psique, es crear un mundo en el que se pueden racionalizar los procesos metabólicos puestos en marcha tempranamente, los cuales se constituyen como una constante tentativa de hacer racional, en el presente, las reacciones que eran apropiadas durante el trauma temprano. Si la velocidad del trauma nos apresura, entonces crearemos un mundo adulto, plagado de actividad y negociaciones.
El trauma de nacimiento, para aquellos que lo experimentan como “el gran trauma”, de por vida diseña al sistema hacia una de las dos principales direcciones a las que llamo: los modos simpático y parasimpático. Ambos son los modos de regulación metabólica gobernados por el hipotálamo, y cada uno es controlado por un aspecto diferente del sistema nervioso autónomo. El modo simpático energetiza, expande, moviliza y galvaniza el sistema. El modo parasimpático lo conserva, lo calma, lo refresca, galvaniza y sana.
Volvamos la mirada a ambos sistemas con mayor detalle. El sistema simpático hace el trabajo del caballo de carga: alerta y cambia el nivel de actividad de todos los sistemas orgánicos, eleva la temperatura corporal y aumenta las funciones vitales, como las del corazón, el pulso y la presión arterial. Aumenta la producción de orina, produce espasmos en el intestino y agita y regula las vísceras y el flujo periférico sanguíneo; para que en situaciones de ansiedad, las manos y los pies se enfríen y la cara palidezca. Es el sistema que dispara la producción de esteroides y las hormonas del estrés, media la sudoración nerviosa, la sequedad en la boca, los estados de alta tensión muscular, la rigidez en la cara y en la mandíbula. Eleva el tono de la voz y es el agente del comportamiento impulsivo. Nos mantiene enfocados hacia lo exterior, en lugar de dirigirnos hacia la reflexividad.
El sistema parasimpático tiene a su cargo el ahorro de energía. Domina los sentimientos en el sueño profundo y en la relajación. Se le llama “sistema anabólico” porque ayuda a reparar, dilata ciertos vasos sanguíneos para calentar la piel y humedecer los ojos y la boca. Ayuda a relajar los músculos y a bajar el tono de la voz. Las respuestas parasimpáticas predominan durante el descanso, la recuperación y la salud y, lo más importante, en la expresión de los sentimientos.
En una sesión terapéutica, a medida que el paciente se encuentra experimentando un sentimiento, podemos observar el cambio radical del funcionamiento
simpático hacia el parasimpático. El pulso, la temperatura corporal, el latido cardiaco y ciertas ondas cerebrales, todo ello, dispara el modo simpático, hasta que la persona disminuye sus defensas y comienza a sentir. Entonces, en cuanto estas señales caen debajo de sus valores iniciales, se presenta un cambio hacia el sistema parasimpático. Entonces nos percatamos de que un sentimiento se ha controlado.
Si hay una diferencia entre los dos modos es porque el simpático ha aprendido a intentar con el fin de sobrevivir, mientras que el parasimpático ha aprendido a no tratar de sobrevivir. Por decirlo de otra manera, para el primero intentar significa vida, para el segundo tratar significa muerte (pues alguna seria actividad durante su nacimiento era letal). Todos los traumas posteriores sólo integrarían los sentimientos básicos ocasionados por el trauma de nacimiento.
Así, ante una pequeña adversidad el parasimpático se rinde ante buscar el amor, mientras que el simpático siempre trata de encontrarlo. El parasimpático se rinde
en la vida mucho más rápidamente que el simpático, y es de los que no terminan sus proyectos. Está más dispuesto a ver a la muerte como un alivio porque
estaba, y sigue estando, más inclinado a considerar el suicidio. Este parasimpático luchará contra la adversidad, pero en el minuto en que se sienta avasallado, se rendirá. La dialéctica de su tratamiento es que antes de que pueda sentir, él puede lograrlo, y debe de alcanzar un sentimiento profundo que diga “puedo lograrlo”. En muchos aspectos, Felipe era el típico sujeto simpático.
Los rasgos que contribuyen a la dimensión que abarca el sistema parasimpático/simpático son sumamente complejos y, además, existen a lo largo de un espectro continuo. Cada uno es una mezcla de ciertas características.
Aunque estos rasgos están distribuidos normalmente, algunas personas caen en uno o en otro espectro. En realidad, los tipos puros son muy raros, en cada uno
de nosotros hay una combinación de los dos sistemas. Una persona realmente saludable tiene un adecuado equilibrio entre ambos estados, pero ese equilibrio
lo pueden romper traumas tempranos que datan de la vida intrauterina, de modo que es posible que uno de ellos, de una manera u otra, predomine de por vida.
La importancia del modelo simpático/parasimpático radica en que nos proporciona una base biológica para comprender la relación unitaria entre la personalidad, el desarrollo fisiológico y la posterior enfermedad. Nos capacita para dejar atrás la abstracción y la metáfora. Ya no necesitamos hablar sobre la fuerza del Id como el tema básico en el desarrollo de la personalidad. Ahora podemos hablar de los modos precisos que despliegan el cerebro y el sistema nervioso al reaccionar ante sucesos no codificados de la vida, y cómo esas reacciones se convierten en estados fisiológicos y psicológicos.
EL IMPRESO DEL TREN DEL TRAUMA
¿Cómo y cuándo termina el trauma del nacimiento? ¿El neonato está en un modo simpático o en uno parasimpático? ¿El trauma termina cuando todavía está
luchando? ¿Termina después de horas de agonía o en forma natural y suave? ¿El bebé sale al mundo todavía luchando o sale suave y naturalmente? ¿Aprendió a rendirse o aprendió a luchar a pesar de los obstáculos? ¿Estuvo ahí para recibir una fuerte dosis de anestésicos? ¿La labor de parto fue muy prolongada? ¿El bebé salió del tren del trauma casi muerto, a causa de las drogas recibidas, y fue necesario revivirlo con agua helada, con más drogas o con nalgadas? ¿El bebé
nació por cesárea?
Las respuestas relativas a los medios para salvar la vida de un bebé quedaron impresas y se emplearán una y otra vez en las futuras situaciones de estrés, porque representan lo que el sistema hizo para sobrevivir en su principal experiencia de vida o muerte. El modo en que ocurrió el nacimiento ayuda a determinar la clase de enfermedades que sufriremos más tarde en la vida. Si el nacimiento fue una lucha y un síndrome de fracaso, donde a pesar de los esfuerzos, en ocasiones monumentales, el nacimiento no fue fácil, quedarán impresos ciertos procesos fisiológicos y un sentimiento de desesperación. Pero los traumas asociados con el nacimiento son reprimidos inmediatamente y permanecen inaccesibles e imperceptibles en lo profundo del inconsciente.
Transcurridas muchas décadas, y en cualquier momento, pueden culminar en una enfermedad catastrófica. El prototipo puede determinar no solamente los límites de nuestro comportamiento, sino también la configuración de nuestra fisiología.
Determinan si tendremos un tipo de personalidad hiperactiva o en extremo lenta.
Cuando el trauma de nacimiento es tal que el sujeto no tiene alternativas, cuando no hay nada que él pueda hacer para cambiar su estado, dominará el
sistema parasimpático. Cuando fue estrangulado por el cordón umbilical su agresividad será amenazadora, y su reacción sistemática será la de contenerse, en una palabra, de reprimirse, y con ello experimentará una profunda desesperación. He observado que el sistema inmunológico procesa este sentimiento de derrota, y podemos encontrar el significado real de lo “psicosomático” cuando la mente interactúa con el tejido celular, no como una experiencia consciente, sino como un funcionamiento celular disminuido. Las células siguen ahora el tipo de personalidad y funcionan de una manera activa y menos agresiva.
En contraste, la personalidad simpática mantiene a sus sistemas en función de “adelante”. La madre que estaba muy cerrada y no podía dejar salir a su bebé, contenía a un feto que luchaba por vivir. La huella de esta lucha permanecerá de tal modo que se convertirá más tarde en una tendencia ambiciosa, ignorante de
los diversos obstáculos. Será optimista (porque la salida lograda al nacer, en realidad fue optimista), el bebé será incansable, insistente, agresivo, nunca desesperado, nunca deprimido y jamás vencido. Es el candidato a un ataque cardiaco, pero no a un cáncer. Si hubiera caído en un estado de desesperación, habría dejado de luchar y eso le hubiera significado la muerte, de manera que la palabra “desesperación” no existe en su vocabulario. En su vida adulta nunca se rendirá y seguirá luchando sin importar las amenazas.
El simpático está “incendiando las calles”. No está en el modo de conservación de energía, como lo hace el parasimpático, está en el modo de “quemar energía” y eventualmente se le acaba el gas. Su pulso y temperatura aumentan, está más ocupado en el sexo porque todos sus impulsos entran y terminan fácilmente en él: está actuando hacia el exterior. El parasimpático se reprime, se domina y ha aprendido a no intentar. Mientras que para el simpático intentar significa sobrevivir, para el parasimpático intentar significa la muerte (pues la actividad durante el nacimiento era letal). Todos los traumas posteriores (en la infancia) solamente formarán parte de los sentimientos básicos ocasionados por el trauma de nacimiento.
Felipe
Mi nacimiento fue una larga lucha de dieciocho horas. Yo sentía que aún no había salido, así que no podía dejar de luchar, porque detenerme significaba nunca poder salir. Estaba frustrado y asustado a causa de esa larga espera, dado que no sabía lo que estaba sucediendo. Al nacer, estaba enojado, mi cabeza estaba deformada y herida; posteriormente, siempre me sentía adolorido del cuello y del torso superior. Sentía miedo de cualquier herida física, pero seguía haciendo deporte con el fin de llamar la atención, sin embargo, nunca podía jugar bien a causa de mi temor a ser lastimado (de nuevo).
Cuando era bebé acostumbraba darme de topes contra mi cuna, en la que me mecía constantemente. Ahora sé lo que eso significaba, porque desde el
principio había estado dándome de topes para poder salir. Siempre que estaba frustrado recurría a lo que originalmente había hecho para encontrar alivio y libertad. Me amarraban para que dejara de darme de topes en la cuna; me ponían una resortera (lanza proyectiles) bajo el mentón para inmovilizar mi cabeza, para
así evitar que me diera de topes en la cuna. En consecuencia, yo tenía que vivir y revivir una y otra vez el dolor original de mi nacimiento, desde el momento en
que me agarraron de la cabeza para sacarme. Toda mi vida he sentido el dolor en mi quijada. Supongo que por el esfuerzo de salir de ahí, a los treinta y cuatro
años de edad fui tratado por una artritis reumatoide.
También en la terapia tuve sesiones en las que revivía mis sentimientos cuando una mano me agarraba de la cara y dos dedos presionaban mis ojos. En cuanto sentí de nuevo ese dolor, desaparecieron los dolores de cabeza que sentía arriba de mis ojos. Si ahora tengo un dolor ocasional, sé que algunos sentimientos están surgiendo en mí, y en cuanto los percibo, el dolor desaparece.
Mi vida matrimonial era una locura. Siempre me sentí amarrado (atrapado) y deseaba ser libre, pero no quería quedarme solo (me había sentido solo y aterrorizado después del nacimiento). El acto de irme solo a la cama, en un cuarto oscuro, me era doloroso y siempre luché contra ello. Necesitaba beber
para poder dormir, y de nuevo aquella soledad primordial me había dejado atorado en un recuerdo de terror que nunca pude soportar. Ahora puedo disfrutar una buena noche de sueño, y cualquier persona que tenga problemas para dormir comprende que es una bendición dormir bien y despertar para disfrutar de una
mañana.