La verdad, la belleza y la razón
Sentir y saber
Conferencia 3:
Hay dos formas de captar la realidad: subjetiva y objetivamente.
Aprendemos sobre la realidad por medio de nuestros sentidos y también a través de la información que nos llega en forma de conocimiento. Estas dos formas parecen en muchos casos contradecirse entre sí. En nuestra cultura tecnológica, en la que el conocimiento es tan importante, tendemos a preferir la realidad objetiva y como consecuencia despreciamos e incluso en ocasiones negamos la validez de la realidad subjetiva. Esta elección divide la unidad del hombre moderno, separándolo de las raíces de su vida instintiva y por tanto incrementando su dependencia del conocimiento objetivo y «científico».
Gran parte de la realidad con la que nos enfrentamos en nuestras vidas diarias es de una clase diferente a la realidad descubierta por la ciencia.
Pese a la confirmación científica de que la Tierra es redonda, nuestros movimientos habituales nos vienen dictados por la impresión sensorial que nos dice que la Tierra es plana. En este caso no podemos negar ni las pruebas subjetivas que nos proporcionan los sentidos ni el conocimiento objetivo científico. Saber y sentir, aparentemente tan contradictorios aquí, aun así deben ser integrados por el individuo. Pero quizá saber y sentir no son aspectos contradictorios sino complementarios de una función unitaria como la del ego-id o la mente-cuerpo, ninguno de los cuales puede existir sin el otro.
La verdad objetiva es la suma del conocimiento del hombre en un momento determinado y cambia, por tanto, a medida que aumenta este conocimiento.
Por consiguiente, no existe la verdad absoluta. Este concepto se ve claramente en nuestra comprensión de la materia. Pensábamos que conocíamos la naturaleza de la materia cuando Rutherford y Bohr describieron el átomo como formado por un núcleo y anillos concéntricos de electrones.
Pensábamos que los átomos eran inmutables, cada uno de ellos con un núcleo especial. La historia de la física nuclear es el descubrimiento de que los átomos son transmutables ya que están compuestos por partículas similares. Ahora ya no se ve al electrón como una partícula de materia sino como un campo de carga eléctrica. Finalmente hemos alcanzado la frontera entre la materia y la energía, y nos cuestionamos si la materia existe realmente.
¿Qué validez tiene la verdad subjetiva? Sentir es una acción personal y privada que conlleva la interpretación de los estímulos en términos de la experiencia individual. Por tanto, la verdad subjetiva tampoco es absoluta.
Varía con la agudeza perceptiva y la experiencia del individuo. Entonces, ¿hasta qué punto nos proporcionan nuestros sentidos una verdadera imagen de la realidad?
Lo verdadero como opuesto a lo falso significa que nuestra comprensión de una situación nos permite predecir el resultado de un curso de acción.
Si un científico calcula correctamente la interrelación de las fuerzas en un vuelo espacial, será, teóricamente al menos, capaz de predecir que un cohete pueda aterrizar en la luna. Cuando lo hace, diríamos que sus cálculos fueron correctos. La verdad objetiva es susceptible de una confirmación objetiva. La verdad subjetiva también tiene una cualidad predecible. Si yo siento la ansiedad de mi paciente, puedo confirmar la verdad de mi observación preguntándole por su estado. Un marido que sienta la hostilidad de su esposa puede predecir que su tono jocoso recibirá una respuesta de rechazo.
La verdad subjetiva no puede ser verificada por medio de una demostración objetiva. Sin embargo, si mi paciente niega su ansiedad o la esposa niega que es hostil, la validez de mi impresión se pone en duda pero no se niega. Esta validez deriva de la autenticidad de mi sentimiento o de la del marido.
En el conflicto que surge cuando la otra persona niega lo que uno ha sentido sobre ella, no tiene otra elección que creer en su propio sentimiento.
Volverse contra sus sentimientos es socavar su integridad. No puede asegurar que sea verdad lo que siente acerca de la otra persona; tan solo puede afirmar que sintió genuinamente esa impresión. Y, si quiere actuar con sinceridad, no puede hacerlo en contra de la impresión sentida. Sin embargo, no es necesario que haga nada si no está segura de sí misma.
La confianza en sí mismo surge del autoconocimiento. Quien carece de confianza no confía en sí porque no se conoce. No conoce sus motivos, no está seguro de sus sentimientos y ha perdido el contacto con sus necesidades.
Todas las formas de psicoterapia tienen como objetivo la realización personal mediante la percepción de sí mismo o el autoconocimiento.
Hay dos maneras de enfocar el yo. Al yo interno se puede acceder directamente por medio de la sensación y el sentimiento, e indirectamente por medio de la interpretación del comportamiento, los pensamientos, las fantasías y los sueños. Esta manera indirecta, analítica u objetiva fuerza al individuo a salir de sí mismo y hasta cierto punto divide la unidad de la personalidad. La consecuencia es que el conocimiento que se alcanza de esta forma carece de convicción, a menos que sea confirmado y apoyado por la verdad subjetiva, adquirida directamente mediante la sensación y el sentimiento.
En la primera conferencia afirmé que el sentimiento surge a través de la percepción de un movimiento. Percibir es una extensión y una depuración de la función de sentir. Las dos palabras se pueden usar de forma intercambiable.
Uno puede decir: «Percibo que estás enfadado» o «Siento que estás enfadado». Percibir es, normalmente, más sutil que sentir. Los verdaderos sentidos son aspectos de la sensación altamente desarrollados y diferenciados.
Extienden nuestra conciencia al hacernos sensibles a los minúsculos cambios del cuerpo, cambios tan sutiles que normalmente no
originarían ninguna sensación. El sentido del oído consiste en la capacidad de percibir las vibraciones ligeras del tímpano. El sentido de la vista depende de cambios químicos en la retina producidos por la energía de la luz.
Pero ver requiere también del movimiento del ojo. Por lo general no nos damos cuenta de que un ojo que está absolutamente inmóvil pierde con rapidez el poder de distinguir objetos.
El concepto de que sin movimiento no hay ni percepción ni sensación subyace en el enfoque bioenergético a la terapia. Al incrementar la motilidad del cuerpo, se resaltan las funciones de percepción, sensación y pensamiento.
La motilidad se incrementa con la descarga de las tensiones musculares crónicas desarrolladas durante una crianza que negó una gratificación instintiva completa al niño. La técnica se basa en la secuencia: movimiento – percepción- sensación – pensamiento. El enfoque analítico invierte el orden. Empezando por el pensamiento o la fantasía, tiene como objetivo evocar la sensación y, por tanto, restaurar la motilidad del cuerpo.
El enfoque bioenergético conduce directamente a la verdad subjetiva del yo. Esta declaración puede ilustrarse con el siguiente ejemplo. Un paciente acostado en una cama y dando patadas siente que está conteniendo los movimientos. Cuando se le anima a explayarse, se da cuenta de que tiene miedo de «soltarse». Al intentar hacerlo comprende que su miedo a «soltarse» surge de la ira reprimida y que si perdiera el control podría ocasionar un daño considerable. El autoconocimiento ganado mediante el enfoque analítico y de interpretación es objetivo hasta que gana la validez subjetiva estimulando el sentimiento y restaurando la motilidad. Hasta entonces será poco convincente y deberá ponerse a prueba en cada situación.
Aunque un enfoque combinado es el procedimiento terapéutico más eficaz, debe comprenderse que el objetivo terapéutico es el autoconocimiento basado en la verdad subjetiva.
Solo la verdad del yo, experimentada directamente en el cuerpo, nos inspira la confianza de que podemos guiarnos por nuestros sentimientos. Y solo esa confianza puede construir una autoestima que resista las vicisitudes de la vida. Al contrario de lo que suele pensarse, el éxito y el conocimiento objetivo son bases inestables para la autoestima. Una confianza construida sobre el éxito es vulnerable al primer fracaso. Y una confianza en las propias acciones basada en los datos de la ciencia o en el dictado de la autoridad
se resquebraja cuando nuevas investigaciones desafían la visión imperante. ¿Recordáis cuando Watson y los conductistas les decían a las madres que no tomaran en brazos a los bebés cuando lloraban?
La confianza basada en la verdad de nuestros propios sentimientos nos permite captar la realidad de forma directa e inmediata. Sin embargo, pueden surgir problemas cuando la verdad subjetiva parece entrar en conflicto con el llamado conocimiento objetivo. Por ejemplo, ¿qué determina nuestra elección de comida? ¿Nuestra selección debería basarse en el placer y en el gusto o en un conocimiento de la dietética?
Hace algunos años se llevó a cabo un experimento en niños muy pequeños para comprobar si sus gustos naturales les garantizarían una dieta adecuada. Los niños fueron divididos en dos grupos. A uno se le permitió elegir su dieta entre una gran variedad de alimentos. La dieta del otro grupo fue cuidadosamente prescrita por varios médicos. Se estudió la salud de los dos grupos de niños durante un periodo de varios años; el crecimiento y la vitalidad de cada uno de los niños fueron observados y registrados cuidadosamente.
Al final del experimento los médicos admitieron que los niños que habían seguido sus inclinaciones naturales en la elección de comida habían prosperado más que aquellos cuya dieta fue seleccionada científicamente.
Los niños siguieron su deseo de placer en su elección de comida, y dio buen resultado. Obviamente no conocían el valor nutricional de los alimentos que habían seleccionado y se guiaron únicamente por sus sentidos de la vista, el olfato, el tacto y el gusto. La pregunta es: ¿por qué no se puede aplicar esto a los adultos? ¿Por qué los adultos no pueden seguir sus inclinaciones naturales al elegir la comida confiando en que sus elecciones son saludables? Concretamente, ¿por qué hay tanta gente que tiene que observar rigurosamente una dieta para evitar engordar?
Comer en exceso es un signo, y muchos médicos son conscientes de que los procesos autorreguladores del cuerpo han dejado de funcionar. La autorregulación está gobernada por el principio del placer. Si una persona comiera por placer, su consumo sería regulado por su necesidad, ya que el placer surge como consecuencia de la satisfacción de una necesidad. Sin embargo, el glotón es un comedor compulsivo para quien la comida se ha cargado de significados secundarios. La comida puede ser un símbolo de estatus para el gourmet o un inductor del sueño para el individuo ansioso.
Comer puede expresar rebelión contra una madre dominante o sumisión a ella; y la comida puede también representar la supervivencia o la indulgencia.
Cualquiera que sea la razón inconsciente, a menudo el comer compulsivo se lleva a cabo de forma indiscriminada y el sabor apenas tiene importancia en la regulación de esta actividad. Por otro lado, la gente para la que la comida no está cargada con significados secundarios en sus mentes inconscientes puede comer lo que quiera, disfrutar de su comida y mantener un peso normal.
Lo que quiero resaltar es que los sentimientos son guías fiables para actuar. Si una persona siguiera sus sentimientos, obtendría el máximo de placer y el mínimo de dolor en su vida. El problema es que ningún adulto puede guiarse por sus sentimientos a menos que se le haya permitido hacerlo de niño. Cuando los procesos autorreguladores y autoexpresivos del cuerpo son perturbados, surge la culpa, se desarrolla la ansiedad y se crean tensiones. Uno ya no sabe lo que realmente siente o quiere. La verdad subjetiva del cuerpo se ha perdido y el individuo echa mano al conocimiento objetivo como sustituto. Esta situación lleva inexorablemente a una alineación
progresiva del yo y a un mayor deterioro de la autorregulación hedonista.
Esto solo puede superarse con un redescubrimiento del yo.
Igualmente nuestras impresiones sensoriales son un criterio válido para juzgar la verdad del mundo en que vivimos. Esta validez no la niegan las ondas de radio que no oímos, los rayos de luz infrarroja que no podemos ver ni los venenos que nuestro gusto no detecta. En estas áreas especiales el conocimiento debe servirnos de luz ante lo desconocido. En un mundo cada día más complejo debido a los avances tecnológicos, estamos en desventaja si nos falta el conocimiento que nos permite afrontar las nuevas condiciones
de vida. Sin embargo, si perdemos el contacto con nuestros sentimientos y la fe en nuestras impresiones sensoriales, nos volvemos vulnerables en otro sentido. Nos volvemos ingenuos y damos por sentado que cualquier cosa que se nos venda como nueva, moderna o científica está dotada de una autoridad que no podemos poner en duda. Gran parte del éxito de la publicidad viene de la ingenuidad de la gente.
El verdadero conocimiento amplía nuestros sentidos, no los contradice.
Cuando nuestros sentidos nos dicen que alguien tiene aspecto de estar enfermo, esperamos que el conocimiento nos informe sobre la naturaleza de su mal. No tiene sentido para la ciencia médica describir a una persona como saludable cuando su apariencia contradice ese hecho. Sin embargo, sucede constantemente. Pocos médicos ven los ojos vacíos, el aspecto descarnado y los cuerpos encogidos de los pacientes esquizoides o las mandíbulas tensas y los pechos inflados de los neuróticos. Quizá sí perciben estos signos pero no confían en sus impresiones sensoriales. La prioridad dada a la verdad objetiva distorsiona la realidad. Para cada uno de nosotros, como seres sensibles, la verdad subjetiva de nuestros sentimientos e impresiones sensoriales es la base para nuestra comprensión de la realidad.
Belleza y Gracia
La gente normalmente no siente que la verdad sea bella. Este sentimiento se corresponde con otro sentimiento general de que la falsedad y la deshonestidad son feas. El tema que me gustaría exponer es la relación entre la belleza y la verdad. ¿Es válido decir que la belleza es verdad? Esta es la pregunta que preferiría no responder en abstracto sino refiriéndome a mi campo de especialidad de la psiquiatría.
La belleza no suele considerarse un tema dentro del alcance de la psiquiatría.
La idea de que la belleza está conectada de algún modo a la salud mental parece un pensamiento extraño. Infinidad de psiquiatras son testigos de que hay muchas mujeres hermosas y muchos hombres atractivos entre los dementes. Todavía no he encontrado a ningún paciente esquizoide que no pensara que su cuerpo era bello, y yo me sumaría a esa visión de sí mismo.
Sería extraño que no hubiera relación entre la belleza y la salud. Puede que tengamos que revisar nuestras ideas de belleza y salud.
Los niños sanos nos sorprenden por su belleza; admiramos sus ojos brillantes, la pureza de su tez, sus cuerpos proporcionados. Nuestra apreciación de los animales se basa en su vitalidad, su gracia y su exuberancia. Al contrario, la enfermedad tiene un efecto repulsivo. Es difícil ver belleza en la enfermedad. En Erewhon, de Samuel Butler, la enfermedad era el único delito por el que se podía encarcelar a la gente en ese mundo utópico que se nos mostraba.
Sin embargo, ofende nuestra sensibilidad pensar en un enfermo como en alguien repulsivo. Sentimos compasión por su desgracia, especialmente si el enfermo es alguien cercano, y por tanto rechazamos cualquier repugnancia que la enfermedad pueda provocarnos. Estos sentimientos son particularmente humanos; los animales salvajes eliminan a los enfermos.
Si la belleza está separada de la salud, está disociada del aspecto más importante de la existencia. Los griegos, cuya cultura forma la base de la nuestra, no distinguían entre belleza y salud. La belleza física se admiraba como una expresión de salud. Su escultura muestra su veneración por la belleza del cuerpo humano.
Si la belleza y la salud física están relacionadas, ¿qué conexión existe entre la belleza y la salud mental? Esto es lo mismo que preguntar qué conexión existe entre la salud mental y la física.
La dicotomía que se da en la medicina entre lo mental y lo físico deriva de una visión mecanicista de la salud y de la enfermedad. En ausencia de una lesión demostrable, los médicos son reacios a describir un malestar como enfermedad. Sospechan que la persona podría fingir una dolencia, y no se sienten preparados o dispuestos para afrontar las cuestiones sociales y éticas que entrañaría una visión positiva de la salud. En su esfuerzo por evitar la subjetividad, ignoran sus sentidos y se basan en sus instrumentos.
Ningún instrumento puede medir el estado o función de un organismo vivo.
En qué consiste estar sano es algo difícil de determinar pero es inevitable hacerlo si queremos impedir la fragmentación de nuestro modo de vida.
Cuando miramos un niño sano, no vemos su estado de salud. Eso es un juicio. Lo que vemos es una imagen que nos resulta bella y la interpretamos como una manifestación de salud. Del mismo modo, damos por hecho que un animal bello está sano. ¿En qué nos basamos para esta presunción?
Creemos que la belleza es algo que resulta agradable a los ojos: una imagen bella, una mujer bella, un paisaje bello. La belleza denota una armonía de los elementos, la ausencia de desproporciones ostensibles y la presencia de un enardecimiento interno que irradia el conjunto de la imagen.
Pero la belleza no está limitada al sentido visual. La música es bella cuando es agradable a los oídos. La cacofonía o incluso un sonido discordante pueden crisparnos.
El placer de la belleza deriva de su capacidad de estimular nuestros ritmos corporales y provocar el flujo del sentimiento. Nuestros sentidos y nuestros sentimientos se combinan para decirnos cómo respondemos. Si se rompe el ritmo y se perturba el flujo, el sentimiento será doloroso. Esa respuesta nos diría que nuestra reacción es negativa. La respuesta a la belleza es directa e inmediata y no requiere interpretación. Cuando falta esta respuesta, la persona no siente la belleza. Apreciarla puede exigir en ciertos casos el desarrollo de un gusto especial pero siempre se sustenta en los sentimientos corporales de excitación y flujo.
En el organismo animal, la excitación y el flujo del sentimiento asociado con el placer se manifiestan físicamente como gracia. La gracia es la belleza del movimiento y complementa la belleza de la forma en el organismo sano. La gracia tiene una connotación que sugiere cualidades personales superiores. Se usa como un término de reverencia. El saludo «Su excelencia» indica que la persona a la que se saluda tiene un poder especial, una gracia derivada en último término de su parentesco con una deidad. La Biblia nos dice que el hombre fue creado a imagen de Dios y, presumiblemente, todos los hombres poseían la gracia, es decir, eran como Dios. El hombre cayó en desgracia cuando comió el fruto del árbol del conocimiento y empezó a pensar sobre el bien y el mal. Debió de sentirse como el ciempiés que quedó paralizado cuando trató de decidir qué pata iba a mover primero. En el momento en el que uno piensa sobre el movimiento, el flujo espontáneo de sentimiento a través del cuerpo se interrumpe, produciendo una falta de gracia.
La persona dotada de gracia es también amable, abierta, cálida y generosa.
Da sin esfuerzo, porque cada movimiento de su cuerpo es un placer para sí misma y para los demás. Es cálida porque no hay tensiones que limiten su respiración y restrinjan el flujo de su energía. Es abierta porque no ha desarrollado ninguna defensa neurótica ni esquizoide contra la vida.
En un ser humano la falta de gracia se debe a tensiones musculares crónicas que interfieren en los movimientos rítmicos de su cuerpo. Cada patrón de tensión representa un conflicto que fue resuelto mediante la inhibición de ciertos impulsos. Si la falta de gracia está causada por conflictos emocionales reprimidos, la presencia de gracia es un signo de salud emocional.
Y si la belleza de movimiento es una marca de salud emocional, la belleza de la forma debería tener el mismo significado.
Como la belleza es agradable, su conexión con la salud mental está clara. El individuo capaz de dar y recibir placer, es decir, el individuo que es capaz de sentir con plenitud el placer, es sano emocionalmente. Una persona así es bella porque su semblante y su expresión irradian sus buenos sentimientos. No tiene los ojos vacíos, ni los labios tensos, ni la mandíbula forzada, ni el cuerpo paralizado, ni la sonrisa fija. Tiene los ojos brillantes, los labios llenos y separados, la mandíbula relajada, el cuerpo distendido pero firme, y la sonrisa cálida y espontánea. Sus rasgos muestran un grado de armonía que refleja la integración de su personalidad. Una persona así no solo es emocionalmente sana; es físicamente sana en el verdadero sentido de la salud.
La sensación de belleza y gracia es innata en la gente. Muchos admitirían, creo, que los actuales valores de belleza femenina contradicen su sentido interior de la belleza. Cuando un niño ve a una mujer verdaderamente bella, comenta espontáneamente: «¡Qué guapa!». Sin embargo, a muchísima gente, que es como el populacho del cuento de «El traje del emperador», le han lavado el cerebro para aceptar los dictados de la moda por encima de la verdad subjetiva de sus sentidos. Quienes son esclavos de la moda han entregado su gusto personal a cambio de la conformidad.
La belleza y la gracia son las metas a las que van dirigidos nuestros esfuerzos conscientes. Queremos ser más bellos y estar más llenos de gracia porque sentimos que esa es la manera de experimentar más dicha. La belleza es el tema de gran parte de nuestro pensamiento: la belleza de nuestra apariencia personal, de nuestro entorno y de nuestro trabajo. La belleza y la gracia son la verdad de nuestro ser. A pesar de este hecho, el mundo cada vez se vuelve más feo. ¿Se ha convertido la belleza en un adorno en lugar de una virtud? Hay algo erróneo en nuestra manera de pensar. Hemos separado la razón de la belleza.