Razón e Instinto
Razonar, al igual que la belleza, produce placer. De hecho, a menudo describimos un pensamiento o un análisis particularmente refinado como hermoso. Durante el curso de mi propio trabajo ha habido muchas ocasiones en las que una interpretación aparentemente correcta de un problema me produjo una onda de entusiasmo que resultó muy placentera. Este placer era físico, una actividad rítmica exaltada tan fuerte que me hizo levantarme y moverme. El placer intelectual participa de la naturaleza general del placer, y es una forma de esnobismo considerar un placer superior a otro.
Razonamos porque estamos insatisfechos. Hay un desorden en nuestro mundo personal, y por medio del razonamiento intentamos ordenarlo en nuestras mentes. Este desorden podría deberse a un rompecabezas que no acabamos de resolver, a un motor que no arranca, a un niño que no está contento o a una teoría que no explica nuestros sentimientos. Sea cual sea la causa del desorden, escapa a nuestra comprensión inmediata y nos fuerza a estudiar la situación desde un punto de vista distinto.
El razonamiento es una forma de pensamiento objetivo en el que un problema se ve desde distintas posiciones que sugieren posibilidades alternativas.
Cuando una de ellas encaja y establece una conexión, sentimos un grado de satisfacción en nuestro progreso hacia el orden. Cada paso en un proceso de razonamiento cambia el punto de referencia y abre nuevas posibilidades de comprensión. A veces, si logramos definir el problema, podemos solucionarlo razonando. Sin embargo, en los asuntos más importantes de la vida, nuestro razonamiento solo llega a aproximaciones y la imagen que nos deja sigue siendo incompleta.
Al contrario que otros animales que viven en un estado natural de armonía con el mundo, el hombre, el animal instruido, puede experimentar esta armonía solo brevemente. Por su educación y su cultura, se convierte en un individuo y toda su energía consciente se emplea en la afirmación de su individualidad. Cuanto más sabe, más se amplía su conciencia y más separado se siente de la totalidad de la naturaleza. Por su origen y su inconsciente, siente que es parte del todo y su esfuerzo corporal se dirige hacia el restablecimiento de la conexión. En la cumbre del orgasmo sexual experimenta el gozo de la reunión pero cuando este termina despierta a la realidad de que ha sido expulsado del Jardín del Edén. Este conflicto entre su individualidad consciente y el sentimiento le obliga a razonar. A través de este razonamiento desarrolla una filosofía personal.
Cada individuo auténtico es un filósofo por derecho propio. Es un amante de la sabiduría, un buscador de la verdad, un hombre con una «actitud personal consistente e integrada con respecto a la vida o a la realidad».
Es, en otras palabras, una persona que puede pensar o razonar por sí misma, y su filosofía reflejará la verdad subjetiva de su propio ser. La persona que tiene miedo de ser distinta subvertirá este razonamiento para justificar su conformidad. La que tiene miedo de ser libre encontrará razones para permanecer en cautividad. La razón, en lugar de servirle al hombre para relacionarse con el universo, se convierte en un arma para negarle el placer y esclavizarlo a su miseria.
En el nombre de la razón desconfiamos de nuestros instintos. La mayoría de la gente está convencida de que si se le permitiera al instinto regular nuestra conducta, el resultado sería desastroso. Se da por hecho que sin el freno de la razón el individuo se volvería «salvaje». ¿Significa esto que se comportaría como un animal salvaje? Los animales en estado silvestre no comen en exceso ni son autodestructivos de la manera en que lo somos los seres humanos. No matan por razones políticas ni sufren de las neurosis y psicosis que afligen al hombre civilizado. Leslie Stephen, en su Science of Ethics (La ciencia de la ética), afirma que el «instinto es la razón limitada a lo inmediato e incapaz de reflexionar sobre su propio funcionamiento; y la razón es un instinto extendido, que capta lo lejano y se vuelve consciente de su manera de funcionar». Este criterio sobre la relación entre el instinto y la razón refuta la idea de un conflicto entre ellas. La razón, según Stephen, promueve los objetivos de los impulsos instintivos (coincidiendo con el concepto del principio de la realidad de Freud). Este principio postula que una gratificación inmediata puede posponerse o un dolor actual puede tolerarse en favor de un mayor placer o para evitar un mayor dolor en el futuro. El principio de la realidad extiende el principio del placer al futuro.
Sin embargo, el conflicto surge porque la ansiedad sobre el futuro se impone a las consideraciones de placer. La seguridad, más que el placer, es el objetivo consciente de la mayoría de la gente y exige una vigilancia constante.
Posponer el placer adquiere, sin que seamos conscientes, un carácter indefinido. Como no hay una seguridad absoluta, la gente vive en un estado continuo de miedo, una situación que podría volverlo a uno «salvaje», o loco, si no fuera porque hay «razones» que la apoyan.
Los padres razonan con los niños principalmente para impedir que actúen siguiendo sus impulsos naturales. Se da por hecho que, como los padres tienen una razón, lo que dicen debe estar bien. Cuando la madre le dice a su hijo: «No corras, que te puedes caer y hacerte daño», ella siente que su postura está justificada. Desgraciadamente, un niño carece de la capacidad de razonar: «Puede que no me caiga y que tú me quieras detener porque estás preocupada». El uso de la razón crea un estado de bien y mal, y como los padres razonan mejor que los hijos siempre consiguen que estos parezcan estar equivocados.
El uso de razones (falsamente llamado razonamiento) obliga a un niño a darle la espalda a sus sentimientos. Suponed que Johnny se niega a dejar de jugar para acompañar a su madre a visitar a la tía Ellen. Puede que diga:
—No quiero ir. No me gusta la tía Ellen.
—Pero la tía Ellen es muy buena —responde su madre.
La conversación puede continuar así:
—A mí no me gusta la tía Ellen.
—La tía Ellen es tu tía.
—No me gusta la tía Ellen.
—Pero la tía Ellen te trajo un regalo para tu cumpleaños.
—No me gusta la tía Ellen.
—Eres un niño malo y vas a ir de todas formas.
Sería mucho mejor decirle al niño:
—No puedo dejarte solo, por eso tienes que venir.
Todo el mundo tiene razones para actuar como lo hace. A cada uno le parecen apropiadas sus razones porque nacen de sus sentimientos. Una razón que no esté basada en un sentimiento no tiene sentido, es decir, no se siente. La verdadera razón de nuestras acciones está en nuestros sentimientos.
Si nos separamos de nuestros sentimientos, esto es, si los rechazamos, terminan proyectándose en los demás. Si, por ejemplo, soy envidioso y no siento mi propia envidia, pensaré que otros me tienen envidia. La forma en la que funciona es: siento un malestar (dolor) porque no puedo aceptar mi sentimiento de envidia. No entiendo mi dolor porque no la siento. Para explicarme mi malestar, asumo que se debe a la envidia, pero creo que los demás la sienten de mí. El pensamiento es correcto (el malestar se debe a la envidia), pero la percepción es errónea; he perdido el contacto con mis sentimientos.
Esta clase de razonamiento, basado en una premisa falsa, no puede corregirse con las reglas de la lógica.
Las razones son como la pintura en un lienzo: lo que cuenta no es la pintura, sino el cuadro. El cuadro produce ciertas impresiones sensoriales.
Puede describirse como bello o como feo. A algunos les resultará bello si es agradable, es decir, si es emocionante y representa además una visión de felicidad. Si hace esto, una persona sentirá que es verdad, es decir, en armonía y de acuerdo con la verdad subjetiva de su cuerpo. ¿Qué otro criterio de verdad tiene un individuo dentro de sí que le haga sentir bien?
Uno no puede justificar los sentimientos con razones ya que los sentimientos, por sí mismos, son las verdaderas razones. En última instancia el placer es la razón de vivir.
Sexo y personalidad: Un estudio sobre la potencia orgásmica
Conferencia 1: Sexo y Personalidad
Si nuestro objetivo hubiera sido llenar este auditorio, habríamos llamado a esta serie de conferencias «Cómo alcanzar la plenitud sexual en cuatro ponencias sencillas». No lo habría dudado, si supiera enseñaros a alcanzar ese objetivo. Desgraciadamente, la satisfacción sexual no se puede alcanzar a través de un estudio o de una práctica, o con el uso de una técnica física especial. Es más bien la expresión de una manera de vivir, la respuesta sexual de una personalidad madura. Por eso, aunque voy a decepcionar cualquier expectativa que podáis haber tenido en ese sentido, quizá sea capaz de satisfacer vuestra necesidad de comprender la sexualidad para ayudaros a evitar la confusión que rodea a este tema en nuestra cultura.
No se puede hacer ningún intento en estas breves conferencias por demostrar la validez de las declaraciones y los conceptos expuestos. Se presentan aquí para establecer un criterio de la sexualidad más amplio que el que existe en la literatura actual sobre el sexo. El objetivo es crear una actitud que contemple la sexualidad como una expresión del espíritu y como una expresión del cuerpo.
Estas conferencias van dirigidas también a combatir la tendencia actual entre los sexólogos a tratar el comportamiento sexual como un tipo de actuación, cuyas técnicas pueden aprenderse en libros o desarrollarse a través de la práctica. ¿Es el sexo un juego cuyo objetivo es «pasarlo bien»? ¿Es un mito el orgasmo vaginal? ¿Es una ilusión el clímax simultáneo?
¿Son un sueño la felicidad y la satisfacción sexuales? ¿Hemos alcanzado el punto en el que «todo vale» pero no llegamos a ninguna conclusión? Si hay algo de lo que podemos estar seguros es de que el grado de infelicidad sexual entre la gente hoy en día está en proporción directa a la llamada sofisticación sexual.
El material presentado en estas conferencias representa el conocimiento que he adquirido en quince años de trabajo psiquiátrico activo y en veinte de estudio del tema. Deriva de la misma observación habitual de que los problemas emocionales de una persona y sus problemas sexuales reflejan la misma perturbación en su personalidad. Pensar lo contrario implicaría que en la vida de una persona hay dos compartimentos: uno para sus funciones diurnas (en la luz, con la ropa puesta) y otro para sus funciones en la cama (en la oscuridad, sin ropa). Mi experiencia es que la gente no está tan dividida. A mi modo de ver, la conducta sexual de un individuo refleja su personalidad lo mismo que su personalidad es una expresión de sus sentimientos sexuales.
A pesar del intento común de crear la impresión de que uno funciona de forma distinta en estos dos niveles, el hecho es que la esposa compulsiva no es una alegre mariposa nocturna, ni el ejecutivo responsable es un elegante don Juan. Cuando se trata de la respuesta sexual, esta esposa siente miedo de soltarse y el ejecutivo de implicarse.
El modo en que funcionas sexualmente es tu modo de ser. El tipo de orgasmo que puedes tener sexualmente depende del tipo de persona que eres. Este es el tema que se trata en las cuatro conferencias.
Con esta introducción, podemos comenzar con la primera conferencia, que tiene como objetivo establecer las bases teóricas de este punto de vista.
La primera cuestión importante que surge es la relación del sexo con el amor. Recientemente escribí un artículo para la Enciclopedia of Sexual Behavior (Enciclopedia de la conducta sexual), titulado «Movimiento y sentimiento en el sexo». En él afirmé que «no es posible el sexo sin amor». Mandé una copia de este artículo al editor de una publicación católica que había manifestado interés en mi trabajo. Me escribió que le impresionaban las ideas del artículo pero que no podía llegar a aceptar la visión de que el sexo era una expresión del amor. Me preguntó cómo podía reconciliar esa idea con el comportamiento de los hombres que visitan a las prostitutas o con los soldados que violan a las mujeres.
Ahora bien, yo no dije que el sexo y el amor fueran una misma cosa.
El amor es considerado un sentimiento; el sexo, una acción. Una de las contradicciones de nuestro modo de vida culto es que con mucha frecuencia una acción y el sentimiento que trata de expresar son bastante distintos.
¿Cuántas madres han golpeado a sus hijos en nombre del amor? ¿Cuántos maridos han sido intimidados por sus amantes esposas? Y sin embargo sería difícil afirmar que la madre no sentía amor por sus hijos, ni la esposa por su marido.
La teoría psicológica nos enseña que el sexo, como otras acciones, a menudo se vuelve un vehículo para la expresión de impulsos secundarios que distorsionan su función primaria. Para entender la relación del sexo con el amor, echemos un vistazo a algunos de los fenómenos biológicos que subyacen bajo la respuesta sexual. Teóricamente un hombre no puede realizar el acto sexual sin una erección. Y no puede tener una erección a menos que su órgano genital se hinche de sangre. Esta sangre viene del corazón, que ha sido descrito en el lenguaje popular como la fuente del amor. Lo mismo que la hinchazón es necesaria para la función sexual masculina, la congestión es necesaria para la respuesta sexual femenina. La sensación de saciedad en la vagina y el clítoris, el flujo de la secreción lubricante y la
sensación de calor dependen del flujo de sangre del corazón al área pélvica.
La receptividad sexual de una mujer es tanto una expresión de amor como el deseo físico del hombre manifestado por el falo erecto. Si no fuera así, ninguna persona honesta o decente hablaría del coito como un acto de amor.
Desde otro punto de vista, el psicológico, podemos llegar a la misma conclusión. El amor puede ser definido como un sentimiento que empuja a quien ama a una cercanía con el objeto amado. Esto es así en lo referente al amor entre padres e hijos, hermanos, un hombre y una mujer o entre un hombre y los símbolos y objetos físicos que aprecia. El amor empuja hacia la cercanía, tanto en espíritu (identificación) como físicamente (contacto y unión). Queremos estar cerca de la gente que amamos.
¿En qué forma es diferente el sexo? El sexo acerca incluso todavía más a las personas. Si uno no separa lo físico de lo espiritual (y solo pueden separarse artificialmente cuando se habla de comportamiento humano), el sexo nos acerca espiritualmente además de físicamente. Por supuesto, la unión en el sexo se produce entre hombre y mujer, pero esto debe reconocerse como una forma básica de unión. Si es verdad que el sexo es una expresión de amor, tendremos que revisar nuestras ideas sobre la función sexual. Por una parte, el placer experimentado en el acto sexual debe tener alguna relación con el sentimiento de amor entre la pareja. Y el problema de las relaciones sexuales insatisfactorias debe estar vinculado con la ausencia de sentimientos de amor o con la incapacidad de expresar esos sentimientos en la acción apropiada.
Es difícil entender de qué manera la práctica de técnicas sexuales especiales o de procedimientos de manipulación puede afectar significativamente a la respuesta o el placer sexuales de un individuo. La visión opuesta, que el sexo es una actuación que requiere de técnicas especiales, está descrita por Ellis en las siguientes palabras: Se debería prestar especial atención a la técnica de acariciar el clítoris o el pene de la pareja. Normalmente es importante mantener un contacto clitorial constante y bastante prolongado, ya que muchas mujeres se quejan de que sus maridos pierden el contacto con sus clítoris y que por tanto están continuamente frustradas y tienen que volver a comenzar de cero después de que ya habían empezado y se habían excitado.
En algunos casos, sin embargo, se puede tirar profundamente del clítoris con la punta de los dedos, algo así como de la manera en que se rasga una cuerda de banjo, o presionar firmemente de un lado al otro, una y otra vez, hasta que la mujer alcanza nuevas cumbres de excitación (y quizá alcanza un nuevo orgasmo con cada nuevo tirón). Albert E. Ellis, The Art and Science of Love (El arte y la ciencia del amor).
¿Y qué hay de las evidentes excepciones a las afirmaciones de que el sexo es una expresión de amor? ¿Quiero decir que un hombre ama a la prostituta con la que ha tenido relaciones? Sí. Muchos incluso se han casado con prostitutas. No es infrecuente que un hombre se sienta en plena libertad de expresar su amor solo a mujeres que considera inferiores. Entonces, ¿cómo explicamos al violador? ¿No es su sexualidad una expresión de sadismo más que de amor? Harían falta volúmenes para analizar el comportamiento sexual patológico. Tendré que limitar mis comentarios sobre este problema a la observación de que la conducta sádica se dirige solo contra aquellos a quienes amamos. Manifiesta el trastorno patológico de la ambivalencia: el amor y el odio dirigidos hacia el mismo objeto.
En la medida en que la expresión de amor sea inhibida, distorsionada o trabada con impulsos secundarios, la respuesta o función sexuales estará limitada en su placer y en su satisfacción.
Si aceptas la idea de que el sexo es una expresión del amor, ¿estarías dispuesto a compartir la idea de que el amor es una expresión del sexo? ¿De que el amor surge del sexo? Para apoyar este concepto, tendríamos que extender el alcance de nuestro pensamiento y presentar ideas que podría parecer que carecen de respaldo científico.
El amor, tal y como lo conocemos, es, relativamente, un recién llegado al campo de las emociones. Por el contrario, el sexo apareció en el inicio del esquema de la evolución. Había diferenciación y actividad sexuales antes de que existiera entre los animales algo que pudiéramos considerar como afecto y amor. Incluso los sentimientos básicos del amor maternal hacia sus crías están completamente ausentes entre la mayoría de las especies de peces. Sin embargo, no existía una gran diferencia entre el sexo de los peces durante el apareamiento y la reproducción, y las funciones sexuales de los animales superiores, entre ellos el hombre.
Cuando uno sigue la evolución sexual de los animales, es interesante observar que a medida que la cercanía o la intimidad física aumentan entre los sexos, aparecen signos de ternura y de afecto. En el apareamiento del pez, el macho da vueltas sobre el lugar en el que la hembra ha depositado los huevos para descargar su esperma. En este proceso se produce poco contacto físico entre el macho y la hembra. El contacto durante la actividad sexual es, por el contrario, evidente entre los anfibios. La rana macho, por ejemplo, se agarra a la hembra con las yemas de los dedos de sus patas delanteras mientras la cubre durante la descarga de los gametos sexuales. Los huevos y el esperma se descargan libremente en el agua, donde se produce la fertilización.
No hay ni penetración ni depósito de células de esperma en el cuerpo de la hembra hasta que la evolución da lugar a los animales que viven todo el tiempo en tierra firme. Quizá entre los animales acuáticos no había necesidad de penetración sexual. El mar era el gran receptor, la gran sustancia madre. Ferenczi expresó la idea de que la penetración sexual tiene para los animales terrestres la función de proporcionar un medio fluido de aproximadamente la misma composición química que el mar para los procesos de fertilización y desarrollo embrionario. Cualquiera que sea la razón, el hecho es que el desarrollo en la evolución de los animales se caracteriza por un
contacto sexual más estrecho e íntimo.
Con el aumento de la cercanía y la intimidad física que caracterizan el acto sexual entre los mamíferos, hay una apariencia de comportamiento que refleja sentimientos de afecto, ternura y amor. Entre los mamíferos sexualmente atraídos entre sí pueden observarse acciones que tienen una cualidad afectiva. Cuando uno observa este comportamiento, queda impresionado por la estrecha relación entre el afecto y el sentimiento sexual. Pero también se puede ver lo contrario. Morder, arañar y acciones similares son parte de un comportamiento sexual de algunos mamíferos. Esto es más evidente donde hay un patrón sexual de dominación masculina y sumisión femenina.
El animal humano no es diferente. Entre los seres humanos la ternura y el afecto entre los sexos se suelen asociar al interés sexual, o pueden conducir al deseo sexual.
El desarrollo evolutivo está caracterizado no solo por un incremento de la cercanía e intimidad físicas entre los sexos sino también entre la madre y su cría. Entre esos animales que depositan los huevos en el agua o en la tierra para que se incuben solos, no hay signos de amor maternal. Entre los animales superiores, en los que los procesos biológicos requieren una relación física más cercana entre la madre y sus crías, aparecen muestras de amor maternal o de ternura. En el mamífero hembra, que alimenta a su hijo directamente con su propio cuerpo, tenemos la muestra más grande de afecto maternal. Pero incluso el amor maternal, que solemos poner como ejemplo
de amor puro, tiene su origen en una intimidad física anterior de naturaleza sexual que da lugar al hijo.
¿Puede definirse el amor como la conciencia del deseo de cercanía e intimidad? Una definición así abarcaría a todas las formas del amor, desde el amor dependiente de un niño pequeño por su madre hasta el amor sexual de un hombre hacia una mujer. Tendría la ventaja de relacionar el surgimiento de esta emoción con la evolución y el desarrollo de la conciencia en general. ¿No podemos sencillamente decir que, a medida que la conciencia evolucionó y el animal se volvió más consciente de su necesidad y de su deseo de cercanía con otro organismo, sintió (perceptivamente) el sentimiento de anhelo que es la base del amor? Con el desarrollo posterior de la conciencia hasta el punto en el que el individuo podía prever la satisfacción de su anhelo, desarrolló la capacidad de sentir y de conocer el amor.
El amor surge de la conciencia del otro como un ser con el que el contacto y la intimidad físicos conducirán al placer y a la satisfacción. Del mismo modo que un niño disfruta de que lo tomen en brazos, disfruta la madre al tomarlo. Pero como el sentimiento de amor depende de ser consciente de la relación, este sentimiento se verá incrementado por cualquier cosa que aumente nuestra conciencia del otro. El cambio de la posición coital desde la postura trasera empleada por la mayoría de los mamíferos a la frontal, usada por la mayoría de los hombres, incrementó nuestra conciencia del otro. Es concebible que este cambio elevara nuestra conciencia del amor. (Es interesante, a este respecto, observar que mientras que casi todas las madres primitivas cargan sus bebés sobre la espalda, la madre civilizada, que es quizá más consciente de su relación con su hijo, tiende a cargarlo en la posición cara a cara.)
A alguien podría sorprenderle escuchar que hay gente que niega la relación obvia e inmediata entre el sexo y el amor, el amor y el sexo. Si el amor se experimenta conscientemente en la relación sexual, la excitación se incrementa y el placer en el clímax es mayor. Esto es lo que se puede esperar, ya que cuanto más grande es el deseo, más grande será el placer al satisfacerlo.
Pero el amor también surge del sexo; es decir, como resultado del placer sexual no es infrecuente que se desarrolle un fuerte sentimiento de amor por el otro. Puedo afirmar sin ninguna duda que la actividad sexual sin ningún sentimiento consciente de atracción hacia la pareja produce poco placer y es relativamente insatisfactoria.
La relación entre el sexo y el amor puede enunciarse de la siguiente forma: el sexo, separado de sus correlaciones conscientes, es decir, como un impulso instintivo, obedece al principio del placer. El aumento de la tensión sexual podría conducir a un intento inmediato de descargarla con el objeto disponible más cercano. Pero cuando el amor entra en escena, surte efecto el principio de la realidad. Al conocer el amor, uno es consciente de que el placer de la descarga sexual puede intensificarse ante ciertos objetos y disminuirse ante otros. Uno aprende a contener la acción, a restringir conscientemente la descarga de la tensión sexual hasta que la situación más favorable esté disponible, en concreto un objeto amado. Esta conciencia de selectividad en la elección de un objeto sexual en beneficio de un placer sexual mayor es una de las funciones principales del amor. Y como uno busca un objeto especial, se vuelve más consciente del objeto, más consciente del otro, más sensible a la pareja amorosa.
Estas observaciones solo pueden trazar un esbozo de la relación entre el amor y el sexo. Debemos dejar muchas preguntas sin responder. ¿Cómo podemos explicar, por ejemplo, el caso en el que los sentimientos de amor (la ternura, el afecto, etc.) van dirigidos a una persona mientras que el deseo sexual se dirige a otra? ¿O la situación en la que el deseo sexual disminuye cuando uno siente un mayor amor y ternura por el objeto sexual? Estos trastornos son el resultado de perturbaciones neuróticas de la personalidad que, desgraciadamente, van más allá del alcance de estas conferencias excepto en la medida en que puedan exponerse con relación a nuestro tema principal.
Para intentar definir la relación del sexo con la personalidad, debemos remontarnos más allá del pez en la larga cadena de la vida: a los animales y plantas unicelulares. Los organismos unicelulares pueden reproducirse de dos formas: asexual o sexualmente. En el modo asexual la reproducción se lleva a cabo por división o por un proceso conocido como germinación.
Una ameba, por ejemplo, se dividirá en dos células hijas cuando alcanza un cierto tamaño o estado de madurez. Las dos amebas resultantes proceden luego a crecer y madurar. Cuando estas a su vez alcanzan su desarrollo pleno, se dividen en cuatro células hijas. Este proceso podría aparentemente proseguir de forma indefinida en tanto las condiciones para la vida y el crecimiento de la ameba fueran favorables.
Una ameba no tiene por qué morir nunca. Por medio de la división celular se rejuvenece, convirtiéndose en dos amebas más jóvenes. Como parece que nada se añade ni se pierde en el proceso de la división celular, la ameba vieja es idéntica a las dos células hijas. Por eso, en cierto sentido, la ameba es inmortal. Pero del mismo modo, como las dos células hijas son idénticas, sus descendientes serán idénticos y la ameba no tendrá identidad.
Que una ameba sea absolutamente idéntica a otra o no carece de importancia.
Es válida la afirmación de que el modo asexual de reproducción, por división celular o por germinación, no prevé ni posibilita el fenómeno de la individualidad.
Entre los protozoos hay un organismo que está más altamente diferenciado en su estructura corporal que la ameba. Se denomina Volvox, y es conocido como el «rodillo» por su movimiento giratorio al moverse a través del medio líquido. El Volvox, además de la forma asexual, ha desarrollado un modo sexual de reproducción. Tras varias generaciones en las que la reproducción se lleva a cabo por la forma asexual, surge una generación sexual. Algunos de los pequeños organismos producirán óvulos, que son expulsados del cuerpo. Otros producen gametos masculinos o células espermáticas, que también son expulsados del cuerpo. Cuando los gametos masculinos y femeninos se encuentran, se funden para convertirse en el origen de otro Volvox.
Pero la célula madre que ha expulsado los gametos masculino y femenino de su cuerpo ha completado su vida con este proceso. Muere. Cae lentamente al fondo, se queda inmóvil y muere. En palabras de un zoólogo: «Este es el inicio de la muerte natural en el reino animal, y todo por el sexo».
La ameba nunca muere sin más. Puede morir porque no haya alimento o agua, o si la temperatura del agua es muy alta o muy baja. No puedes aplastarla fácilmente; es muy pequeña. Pero entre las amebas no existe la muerte natural. El Volvox muere de forma natural; llega al final de su curso de existencia y deja de vivir. Y en el sentido de que tiene una existencia, limitada en el tiempo, y por tanto única, puede considerársele un individuo.
La singularidad del Volvox tiene otra base proporcionada por el modo sexual de reproducción. Al mezclarse los gametos masculino y femenino, se confieren al huevo fertilizado los rasgos hereditarios aportados por el esperma y aquellos originalmente suyos. La mitad de sus cromosomas viene de uno de los padres; la otra mitad, del otro. El proceso es de tal naturaleza que el organismo al que da lugar es diferente de cualquier otro organismo que exista o que haya existido. La reproducción sexual facilita una reorganización total de los patrones hereditarios y produce organismos que son únicos en el espacio y en el tiempo, como podemos observar entre los animales superiores.
Sería un error asumir que la muerte es el precio que el organismo paga por el sexo. Es verdad que la muerte entra en el escenario de la vida al mismo tiempo que lo hace la sexualidad. Pero el proceso que introduce el sexo y la muerte natural es el proceso de individuación.
Vamos a examinar una vez más el esquema evolutivo. He dicho que la ameba es inmortal, al menos potencialmente. Es inmortal porque no tiene una estructura única en su protoplasma. No puede desarrollar una estructura única porque esta no sobreviviría el proceso de la división celular. Por la misma razón no puede desarrollar estas diferenciaciones estructurales que hacen posible las formas superiores de vida. Imaginad dividir a un hombre por la mitad para poder tener dos hombres idénticos. O intentadlo con un pez, un cangrejo o incluso un gusano. Si las estructuras especializadas tuvieran que desarrollarse al mismo tiempo que la vida sigue su curso, habría que separar la función reproductiva de las funciones generales del organismo.
Había que desarrollar un modo de reproducción en el que pequeñas porciones del organismo se reservaran para este propósito particular mientras la estructura total del organismo permanecía intacta durante un periodo de tiempo.
El sexo no es la causa de la muerte. Todo lo contrario. La muerte está a menudo relacionada con la pérdida de sentimiento sexual o libido. La muerte viene al final de una vida sexual, no por causa de ella. Un anciano indio de ciento cuatro años indicó, cuando le pidieron que explicara el secreto de su longevidad: «Mucho ejercicio físico, pero además seguir interesado en el sexo opuesto».
Metafóricamente hablando, se podría afirmar que la muerte es el resultado de la incapacidad del organismo para mantener y mover la estructura cada vez mayor que la vida crea. La edad se caracteriza por la pérdida de la flexibilidad y de la elasticidad. Aunque esto es cierto, lo contrario tiene más importancia. La experiencia de la vida se estructura en el organismo, y reduce su motilidad y la energía disponible. La edad avanzada es el aumento de la rigidez, ya que la muerte es el rígor mortis. Para apreciar esto, solo hay que comparar el cuerpo de un joven con el de alguien mayor.
Puede que hasta ahora esté todo claro, pero hemos dejado a un lado unas preguntas importantes: ¿por qué, para empezar, tiene que dividirse la ameba? ¿Qué fuerza hace avanzar la vida hacia formas estructurales mayores y más complejas? ¿Cuál es el poder del impulso de la individuación?
Estas preguntas nos plantean el problema de la naturaleza de la vida.
Podría ofrecer una idea que aclarará nuestra comprensión de la función sexual. Por ejemplo, los cristales sumergidos en una solución líquida crecen por adición de sustancias del exterior; el cristal se hace más grande.
Pero en la vida el crecimiento ocurre desde el centro hacia fuera. Cuando la ameba crece, tropieza con una dificultad. Sus entrañas se desarrollan más que su membrana. Esta masa protoplásmica aumenta en proporción geométrica mientras que su superficie aumenta aritméticamente. Pronto llega al punto en el que la presión interna que empuja hacia fuera amenaza con superar la tensión superficial de la membrana. La ameba debe encontrar alguna manera de reducir la presión interna, o reventará. La división celular es un modo estupendo de reducir la tensión. Divide la masa en dos al mismo tiempo que aumenta el área de superficie.
La vida misma está caracterizada por el proceso de producir exceso de energía, es decir, más energía de la que el organismo requiere para sobrevivir.
Esta producción de exceso de energía se ve en el pez, por ejemplo, que puede generar un millón de huevos; el árbol, que origina mil manzanas; el gato, que engendra cien crías a lo largo de toda su vida, etc. El exceso de energía es lo que hace posible el crecimiento del organismo.
Pero cuando el crecimiento ha alcanzado sus límites naturales, deben encontrarse otros medios de emplear el exceso de energía. En los animales inferiores esto toma la forma de modos asexuales de reproducción: división celular, germinación y producción de células hijas vegetativas. En los animales superiores en los que la estructura individual ha de ser mantenida, este exceso de energía se canaliza en la descarga de sustancias por medio de la función sexual.
Es interesante observar a este respecto que la función sexual no interviene hasta que el organismo ha alcanzado su pleno crecimiento. Incluso más llamativo es el paralelismo entre la convulsión del orgasmo y la convulsión con la que una ameba sufre la división celular. Si observamos este proceso en cinemicrofotografía, quedaremos impresionados por la intensidad de la reacción. Su capacidad de descargar la tensión es indudable.
Desde esta perspectiva, el impulso sexual es una expresión de la fuerza vital del organismo. Cuanto mayor es el exceso de energía que produce un organismo, más fuerte es el impulso de descarga sexual. Pero este mismo exceso de energía es lo que crea el crecimiento y la personalidad, es decir, el mismo exceso de energía está disponible para el crecimiento o el desarrollo de la personalidad, o de la sexualidad, dependiendo del ciclo vital del organismo o de sus necesidades biológicas el proceso de individuación es el proceso vital en sí
mismo en virtud de su producción de exceso de energía. Este exceso de energía se canaliza en las funciones antitéticas de la personalidad y el sexo.
La función de la sexualidad abarca la de la reproducción. Cuantitativamente estas dos funciones son iguales, ya que ambas derivan del mismo exceso de energía. Esto significa que si la personalidad es vital y viva, la sexualidad del individuo mostrará las mismas cualidades. Al contrario, si la personalidad está muerta, la sexualidad estará igualmente muerta. Cualitativamente, también, la sexualidad refleja la personalidad y al mismo tiempo la socava.
La función sexual de un individuo rígido es tan rígida como su personalidad.
Alguien cuyo comportamiento tiene la finalidad de impresionar a los demás tendrá una función sexual diseñada para impresionar a los demás.
Además de la interpretación anterior, la figura 3 nos ofrece algunas ideas interesantes sobre la relación entre el sexo y la ansiedad. He presentado el concepto de que el sexo y la personalidad son funciones antitéticas que surgen durante el proceso de individuación y como resultado del funcionamiento de las fuerzas vitales. Las funciones que están asociadas con el desarrollo de la personalidad crean en el individuo una sensación de su carácter único, un sentimiento de «separación» y el estado de «soledad». Esto lo confirma la experiencia de cualquiera cuya personalidad esté suficientemente desarrollada; es decir, cuanto más fuerte la personalidad, mayor la individualidad y más separado está el individuo de la masa.
Donde la individualidad está relativamente poco desarrollada, la sensación de soledad no se produce. El hombre primitivo, cuya identidad estaba determinada por su pertenencia a una tribu, raramente era consciente de su individualidad o de su aislamiento. La ameba nunca está sola. Existe como parte de un flujo continuo de vida de una ameba a otra. Todos los organismos inferiores muestran este fenómeno de ser parte del orden natural, uno con el entorno. Pero los animales inferiores no tienen una sensación de individualidad. Cuando más individuales nos volvemos, más solos nos sentimos y mayor es el sentimiento de aislamiento. La personalidad, por definición, crea singularidad, diferencia y aislamiento.
Muchos psicólogos son de la opinión de que este aislamiento, esta sensación de ser únicos que es inherente a nuestras personalidades individuales, es la causa subyacente de la ansiedad a la que se enfrenta el hombre civilizado. Ciertamente nada crea más ansiedad que el sentimiento de estar solo, apartado, aislado. Existen muchas razones para apoyar esta teoría, presentada por Rollo May.
¿Cuál es el antídoto de esta ansiedad destructiva? La personalidad es una función que tiende a separar a las personas, la sexualidad es la función biológica que tiende a acercarlas. Previamente he descrito la sexualidad como una fuerza de la naturaleza que conduce a la cercanía, a la identificación, a la unión con el «otro». Según el diagrama, la vida crea dos fuerzas: una tiende a la separación y a la individualidad; la otra a la fusión y la pérdida de individualidad. Sería muy fácil describir esta segunda fuerza como amor, y de hecho es amor. Pero es amor en acción; y amor en acción, como vimos antes, es sexo.
Ningún hombre que está en la cama con una mujer que ama o que le importa se siente solo. Independientemente de la situación en la que se encuentre (puede ser un extranjero en una tierra extraña, un enemigo en un territorio hostil), cuando está en la cama con una mujer nunca se siente solo.
E incluso sin la mujer, mientras el impulso sexual sea importante, mientras su conciencia esté libre de culpa, no experimenta la ansiedad de la soledad.
Si es correcto relacionar la ansiedad con el estado de «aislamiento», de sentirse solo, también sería correcto relacionarlo con el fracaso de los sentimientos sexuales para impedir la ansiedad en el individuo. En este sentido podría ser tan válido como el enfoque sociológico moderno que relaciona la ansiedad con las dificultades interpersonales.
La sexualidad determina la personalidad, ya que precisa la relación individual con el otro y con el mundo. Vimos antes que el amor surgía de los sentimientos sexuales, que la sexualidad era la fuerza que incitaba a la cercanía y la intimidad con el otro. La persona sexual es una persona cariñosa y alegre, como veremos en la conferencia 3. Su sexualidad le proporciona tanto la principal fuente de placer y satisfacción en la vida como una orientación positiva hacia los demás y hacia el mundo. Del mismo modo, la persona amargada es invariablemente una persona sexualmente frustrada, y la deprimida sufre una depresión de su impulso sexual, probablemente causada
por repetidos fracasos y decepciones.
Podemos avanzar un paso más. La personalidad no se limita a las funciones psíquicas del individuo. Como indica la cualidad de la persona, se refiere a su cualidad física así como a sus cualidades psíquicas. Por tanto, podemos anticipar que la sexualidad de una persona está reflejada en su cuerpo además de en su mente.
Quizá penséis que esto no tiene nada de novedoso. Y estáis en lo cierto.
Lo que es nuevo es la capacidad de entender el lenguaje del cuerpo de manera que podamos interpretar correctamente lo que vemos. Sin este conocimiento uno puede llegar fácilmente a confundir el símbolo con la realidad. Marilyn Monroe era un símbolo de sexualidad, no su personificación.
La razón es que su cuerpo carecía de integración y de unidad. Un cuerpo sin unidad refleja la falta de fusión de los impulsos pregenitales y la ausencia de un fuerte impulso genital unificador. «Gelatina sobre ruedas», como la llamó Jack Lemmon en Con faldas y a lo loco.
¿Cuáles son las características físicas de la persona sexualmente madura?
La respuesta tiene que ser sencilla: un cuerpo que es armonioso, integrado, coordinado y vivo. En dos palabras, un cuerpo que es bello y grácil en su estado normal y natural.
Estas ideas nos permiten separar la paja del grano en los asuntos de sexo. No podemos dejarnos engañar por declaraciones o pretensiones de pericia sexual. El movimiento se demuestra andando. La sexualidad de una persona está en su ser; su satisfacción sexual, en su bienestar general, en su alegría y en su felicidad. En la próxima conferencia aplicaré estos conceptos a la homosexualidad como opuesta a la heterosexualidad.
Resumamos brevemente. Decimos que la sexualidad refleja la personalidad, y la personalidad es un reflejo de la sexualidad de un individuo. Se trata de una relación indirecta en la que cada aspecto es producto de la vitalidad y la vivacidad del organismo. Cuanto más vivo está el organismo, más vibrante es su personalidad y más intenso es el impulso sexual. Cada uno de ellos es una expresión directa de la energía o vitalidad del organismo.
El sexo no crea la personalidad, ya que ni la sofisticación sexual ni las técnicas sexuales incrementan la vitalidad, no pueden contribuir al desarrollo de la personalidad. Pero esto no quiere decir que la sexualidad no tenga efecto en la personalidad. Como la sexualidad proporciona una de las principales fuentes de placer y de alegría en la vida, cualquier limitación o inhibición de los sentimientos sexuales deprimirá los procesos vitales y energéticos del cuerpo, y afectará negativamente a la personalidad.
Se recalca el sentimiento sexual, no su «expresión». Esto último, que incluye la promiscuidad sexual, es la expresión de una falta de sentimiento sexual. Ese comportamiento denota la búsqueda desesperada o histérica de sentimiento sexual y está condenado a la decepción por el mismo estado que crea esta necesidad.
Los psicólogos reconocen que la personalidad está estrechamente relacionada con la capacidad de amar del individuo y de recibir o aceptar amor. Aquellos en los que esta capacidad está altamente desarrollada tienen una actitud positiva hacia la vida, un sentimiento de cercanía y de identificación con otros seres, y la capacidad de expresar este sentimiento con una acción apropiada que puede causar una descarga eficaz y así gratificar el instinto.