La Homosexualidad y la Heterosexualidad
En la primera conferencia expresé la idea de que, con la excepción de algunos de los organismos más sencillos unicelulares, la vida es básicamente sexual. Y que gracias a su sexualidad la vida desarrolla la singularidad que llamamos personalidad. Quizá deberíamos decir que el sexo es una expresión de vida, pero sería igualmente verdad afirmar que la vida es un producto del sexo. Si esto parece una generalización, solo tenemos que recordar que la vida surge a través del acto sexual de la creación.
Establecemos la tesis de que el sexo refleja la personalidad del individuo y que la personalidad refleja su sexualidad. En esta conferencia estudiaremos la aplicación de esta tesis al tema de la homosexualidad. También he afirmado que el sexo es una manifestación de amor, y que su significado debe buscarse en los sentimientos que motivan la conducta sexual.
Este enfoque desafía uno de los conceptos actuales que ven el sexo como una actuación e identifican la capacidad de amar de la persona con su capacidad de actuar. El mismo término «actuación» implica una acción que tiene como objetivo impresionar a otros con la habilidad o la técnica del que la ejecuta. Uno actúa para crear un efecto, no para expresar sus sentimientos.
Cuando un paciente se queja de que su actuación sexual fue un fracaso, está mostrando su actitud neurótica hacia la sexualidad. Si amara a su pareja y fuera capaz de expresar ese amor en su actividad sexual, esta experiencia de contacto sexual sería altamente placentera y satisfactoria. En ausencia de ese resultado, uno debe preguntarse por sus propios sentimientos o por su capacidad de expresarlos.
Otro concepto actual que contrasta con las ideas que expresé antes es que el sexo es «divertido». Decir que el sexo es divertido es contemplar la actividad sexual como una obra, como un juego en el que «todo vale». Quizá esto explica por qué al homosexual se le llama «gay». En algunos aspectos «juega» al sexo como un preadolescente, como veremos después.
Pero el homosexual no es gay; ciertamente no es ni feliz ni alegre. Bajo análisis demuestra ser una de las figuras más trágicas de nuestros tiempos.
No obstante, el fenómeno de la homosexualidad es mucho más complicado que esto. Tendemos a pensar que el sexo representa la diferencia entre el macho y la hembra o se corresponde con esa diferencia; sin embargo, hay muchas actividades sexuales que parecen no tener relación con esa diferencia. Por ejemplo, el acto físico de la masturbación no parece formar parte del concepto de macho y hembra, ya que puede ser concebido como una actividad limitada al propio cuerpo. La homosexualidad parece negar que la diferencia sea importante.
La homosexualidad constituye un enigma. Plantea el interrogante de si hay dos sexos, o tres (uno de ellos el homosexual), o de si el hombre es básicamente bisexual de manera que puede ser heterosexual u homosexual.
Es interesante la intensa reacción que suscita la homosexualidad en la llamada gente normal. Por un lado, a menudo expresan un considerable antagonismo y hostilidad hacia los homosexuales. Por otro, manifiestan una cierta fascinación e interés por las prácticas homosexuales. Esto puede verse en la afluencia de turistas a los bares de ambiente gay de Greenwich Village, que se exponen al ambiente homosexual al mismo tiempo que expresan repugnancia y enojo hacia él. Parece que el horror que algunos sienten hacia la homosexualidad refleja su miedo de que puedan estar afectados por la «enfermedad».
Cuando se intenta estudiar la homosexualidad como fenómeno sociológico, se descubre que es prácticamente universal. Puede hallarse en el reino animal, en muchas culturas diferentes y, hasta cierto punto, por lo que sabemos, ha existido en todos los tiempos en nuestra propia cultura. Uno debe preguntarse entonces: ¿es algo natural?, ¿algo diferente que puede existir junto a la heterosexualidad?
Otro enigma es el hecho (que no podemos negar) de que a menudo el homosexual se encuentra en la vanguardia de la actividad cultural, del teatro, las artes, la música, el diseño, el baile y muchas otras actividades creativas. Ciertamente esto puede tener algo que ver con las fuerzas sociales en una cultura como la nuestra, que le da un valor exagerado a la llamada agresividad, virilidad, competitividad, empuje o éxito.
Al heterosexual se le desaconsejan esas actividades que dependen de la expresión emocional y por tanto parecen pasivas y femeninas. El homosexual que rehúye la lucha competitiva se siente feliz de hacer del campo creativo su territorio personal. Pero esta no puede ser la única respuesta.
También debe de ser debido al hecho de que la lucha competitiva es tan dura, tan fiera, que deja al individuo que se implica en ella con poca energía o inclinación para dedicarse a sus intereses artísticos.
El papel de la sociedad en la homosexualidad es complejo. Estudiar de qué manera influye en ella va más allá del cometido de esta conferencia.
Es importante observar que mientras que el rechazo a la homosexualidad masculina es prácticamente universal, la homosexualidad femenina se tolera.
Por eso se han promulgado leyes que castigan al homosexual masculino y no hay ninguna que castigue la homosexualidad femenina.
Esta actitud debe de tener su origen en el miedo a la homosexualidad, que en un hombre representa una situación de debilidad, de falta de fuerza, de impotencia. Una repulsa tan fuerte solo puede provenir de un sentimiento íntimo de que la sociedad o la cultura dependen de su estructura agresiva para su supervivencia. En términos de los valores de nuestra cultura, se considera al homosexual como un ser inferior. La pregunta que surge es si realmente es inferior. ¿Hay alguna verdad en este prejuicio social?
Para ganar alguna claridad en esta exposición, debo hacer una distinción fundamental entre una experiencia homosexual y la actitud homosexual.
La experiencia en la que se toma parte por conveniencia, es decir, en ausencia del sexo opuesto, se da en todo el reino animal, en todas las culturas y en todos los tiempos. Quienes participan en esa actividad no niegan su preferencia por la relación heterosexual. Todo lo que nos dice es que el impulso sexual puede ser tan potente, tan imperioso, que sobrepasa la apariencia de la realidad.
La actitud homosexual es el tema de esta conferencia. Está caracterizada por una preferencia de la experiencia sexual con el mismo sexo. Quizá la actitud homosexual puede definirse como una actitud en la que el impulso sexual del individuo no está orientado hacia el sexo opuesto, o, mejor dicho, que se aleja del sexo opuesto. En la conferencia anterior subrayé que el impulso sexual podría verse
como la fuerza biológica que funciona para superar la sensación de soledad y de aislamiento que surge del proceso de individuación. La sexualidad une a la gente, no solo a la pareja sexual, sino a cantidades mayores, en actividades como fiestas, ferias, bailes o celebraciones, todos los cuales están orientados al placer de la sexualidad. Esta se halla tan estrechamente relacionada con el problema de la soledad que la frustración sexual y el sentimiento de soledad se sienten prácticamente como si fueran lo mismo. Al contrario, la satisfacción sexual y el sentimiento de pertenecer se sienten como cualidades estrechamente relacionadas. Más tarde examinaremos más a fondo esta relación.
En este punto debería presentar un concepto que tiene una conexión importante con este tema. La individualidad no está asociada únicamente al sentimiento de soledad; también viene acompañada por una sensación de estar incompleto. El impulso sexual hacia la unión no es solo el impulso de completarnos. Es como si el yo solo se sintiera plenamente realizado en la unión sexual, mediante la que se supera el aislamiento de la individualidad.
Este concepto es parecido a un mito atribuido a Platón: el hombre y la mujer fueron originalmente un solo ser, una criatura, que Dios dividió en dos para crear los sexos. Desde ese momento las dos mitades han estado luchando por volver a juntarse y transformarse así en un ser entero. Este mito podría interpretarse también como un conocimiento de que la vida funcionó una vez al nivel asexual.
El sentimiento de estar incompleto relacionado con la sexualidad aparece ilustrado con mucha claridad en ciertos sueños, fantasías o acciones.
Me refiero al deseo o a la intención por parte de un hombre de introducirse su propio pene en la boca y de esta manera satisfacerse y llenarse. El deseo de ser autosuficiente, completo en sí mismo, independientemente de la necesidad de una mujer, se encuentra en los hombres neuróticos que tienen algún miedo inconsciente de la mujer. Pero la fantasía o la acción en la que este deseo se expresa a sí mismo representa un estado primitivo inicial en la historia del individuo en el que al parecer existió esa autosuficiencia. En realidad este estado «primitivo» inicial podría interpretarse como representación de dos periodos diferentes: uno en la historia de la especie, el otro en
la historia del individuo específico.
El primer periodo se correspondería a un momento en el desarrollo inicial del hombre en el que la conciencia del yo no había aparecido aún. En este periodo de su evolución, el hombre se sentía parte del universo, como el animal, y no incompleto, ni aislado, ni solo. Lo que nos importa de este periodo inicial es que está representado, en tablas de piedra u otros utensilios descubiertos por las investigaciones arqueológicas, en forma de serpiente con la cola en la boca. Neumann describe este símbolo como la «serpiente circular, el dragón primigenio del principio de los tiempos que se muerde su propia cola, el uróboros autoengendrado». Como la Serpiente Celestial, el uróboros, «destruye, se une y se fecunda a sí mismo. Es hombre y mujer, engendrando, concibiendo y pariendo, activo y pasivo, arriba y
abajo, a la vez».
La base teórica de este símbolo es que la serpiente puede comerse su propia cola y así generarse a sí misma de su propia sustancia; por tanto, es eterna, infinita y completa en sí misma. Uno se pregunta si la fantasía de meterse el propio pene dentro de la boca no es una reminiscencia de este estado inicial de la conciencia.
El segundo periodo se corresponde con el tiempo en el desarrollo individual del hombre en que existió dentro de la «redondez» de la cual el círculo es un símbolo. En este estado el organismo se sentía completo y dueño de sí, sin ser consciente de la necesidad o del esfuerzo. El símbolo del uróboros también representa la vida inicial del organismo en el vientre en la misma medida en que representa su estado inicial de inconsciencia.
Neumann escribe: «El uróboros aparece como el ‘‘recipiente’’ redondo, por ejemplo el útero materno, pero también como la unión de los contrarios masculino y femenino. En el útero el organismo se dobla sobre sí, sin ser consciente de ninguna carencia en sí mismo».
Es obvio que una vez que nacemos, que salimos al mundo, nos es imposible regresar al útero o al estado primigenio de conciencia en el que uno no es consciente de sus necesidades ni de su aislamiento. No hay más alternativa que la unión con otro individuo, y en esta necesidad el homosexual no es diferente de los demás. También él necesita unirse con otro, para completar su sentimiento del yo y para lograr una sensación de pertenecer, de ser parte del todo; en otras palabras, necesita el sentimiento de amar y ser amado. Su patrón difiere del normal en que su objeto de amor es alguien del mismo sexo. ¿Cómo deberíamos interpretar esto?
La sexualidad infantil, al contrario que la adulta, se caracteriza por una búsqueda de la plenitud urobórica, es decir, la realización a través del amor a sí mismo. Esto toma la forma de masturbación, en la que el círculo se completa mediante el contacto de las manos con los genitales. El objeto de amor del homosexual es, en un nivel de la conciencia, una imagen de sí mismo. En este nivel, la homosexualidad tiene muchos de los atributos de la masturbación, especialmente el concepto de amor a sí mismo. A otro nivel, sin embargo, el homosexual está uniéndose con otra persona en un intento de conseguir una relación madura.
Creo que la homosexualidad puede verse como una fase entre el amor a uno mismo de la infancia y el amor adulto de la heterosexualidad. Este tipo de relación sexual aparece frecuentemente en la preadolescencia y al principio de la adolescencia. Tanto si esta relación de los jóvenes entre sí conlleva una actividad sexual como si no, es un paso habitual en el proceso del desarrollo de los patrones de amor adulto heterosexual.
En términos del otro, la homosexualidad es también un intento inconsciente de establecer una relación heterosexual. Theodor Reik hizo la observación, que creo cierta, de que en una relación homosexual uno de los dos miembros imagina inconscientemente que el otro es del sexo opuesto, aunque es consciente del hecho de que no lo es. En la actividad sexual uno de los dos toma el papel del sexo opuesto. El análisis de la relación homosexual revela que se trata a un miembro de la pareja como si fuera un símbolo y una representación de la mujer y de la madre. Incluso el acto de la masturbación refleja, en un nivel consciente o inconsciente, una conciencia del otro sexo. Para el hombre la mano representa la vagina; para la mujer representa el pene.
Si el homosexual, de forma simbólica, vive de forma simbólica la relación sexual, ¿por qué es incapaz de hacerlo en la realidad? ¿Cuál es el obstáculo? ¿Qué es lo que le impide al homosexual tener una actividad heterosexual madura? Para responder a estas preguntas tenemos que recurrir a la información recogida en las investigaciones clínicas y analíticas de los sentimientos y conductas homosexuales. Uno de los datos que revela la investigación analítica es que el homosexual tiene miedo del sexo opuesto.
Relacionado con este miedo, pero a un nivel más profundo, están los sentimientos de hostilidad hacia el sexo opuesto. Como el miedo es superior, bloquea cualquier posibilidad de expresar los sentimientos de amor directamente hacia el sexo opuesto. Esto no sería verdad si los sentimientos de hostilidad e ira fueran superiores. En el último caso se podría disponer de la suficiente agresividad para permitir que se realizara el acto heterosexual.
La presencia de miedo y de hostilidad a un nivel inconsciente fuerza al niño a una identificación inconsciente con el sexo opuesto. La identificación inconsciente, como señaló W. Reich en Character Analysis (El análisis del carácter), es siempre con la figura parental, considerada la más amenazadora.
Para entender la homosexualidad debemos conocer qué tipo de situación o de relación parental constituía el terreno en el que se desarrolló la personalidad homosexual.
Las observaciones que ofreceré no deben contemplarse como conclusiones definitivas sobre este tema. Se basan en mi propia experiencia clínica y en el estudio de otras investigaciones analíticas, y se presentan como base para una futura exposición y no como una prueba definitiva de los factores etiológicos. Teniendo en cuenta estas cualificaciones, afirmo que la homosexualidad masculina tiene su origen en una relación incestuosa con la madre. Me extenderé sobre la situación patológica para demostrar las que creo que son las fuerzas que bloquean el desarrollo normal psicosexual del futuro homosexual.
Es lógico, y la experiencia clínica confirma la observación, que una madre que desarrolle una relación incestuosa con un hijo sea un ser emocionalmente perturbado e inmaduro. La base para el apego incestuoso al hijo es la falta de satisfacción y plenitud en su relación sexual con su marido.
La madre madura lidiaría directamente con este problema. La madre perturbada e inmadura transfiere su anhelo sexual a su hijo. Esto no se hace conscientemente, sino que se representa de varias formas. Con frecuencia se deja al niño en compañía de la madre, expuesto a sus sentimientos, seducido por una aparentemente inocua intimidad física, como ayudarla a vestirse o desvestirse, o disuadirle del contacto con otros chicos y chicas. A la madre del homosexual se la ha llamado CBI (cercana-atadora- íntima), del inglés close-binding-intimate. Ata a su hijo a ella. Conscientemente la importancia de este para su madre se refleja en su sentimiento de que «este hijo mío me satisfará». La madre interpreta este deseo como su aspiración de que el hijo sea un gran hombre, un héroe, sobresaliente, y de que la gente la señale como el agente responsable. Sin embargo, inconscientemente, este sentimiento tiene un significado sexual.
Invariablemente, en estos casos el niño toma el lugar del padre en el afecto de la madre. No es raro que lo seduzca para que comparta la cama con ella. El resultado de este comportamiento es crear una excitación sexual en el pequeño dirigida hacia la madre, que él es incapaz de manejar. Por un lado, no puede rechazar a la madre; por el otro, no puede manifestarle los sentimientos sexuales que siente hacia ella. De hecho, no le queda otra elección que entumecer su cuerpo para cortar de raíz estos sentimientos.
En estas situaciones familiares el padre suele estar tan perturbado neuróticamente como la madre. Esto se comprueba de forma constante en los estudios analíticos de los miembros emocionalmente enfermos del entorno familiar. La reacción del padre a la actitud de la madre será de hostilidad hacia el niño. Lo considerará un competidor que amenaza su propia posición. Es difícil ver cómo puede evitar este sentimiento, ya que es la madre quien ha obligado al niño a adoptar este papel.
El padre tendrá también una actitud negativa, crítica, con el niño, como autodefensa, llamándole «marica». Y la verdad es que precisamente en eso lo está convirtiendo la madre al separarlo de su padre. Pero lo más probable es que el padre también sea inadecuado como figura paternal con la que el niño puede identificarse conscientemente y sobre la que poder modelar su actitud. La hostilidad del padre hace que sea incluso más difícil para el hijo rechazar a su madre. Ella se convierte en su protección contra el padre hostil.
La actitud contraria por parte de la madre también puede empujar a un niño a un patrón homosexual. Si se siente inferior y humillada en su papel sexual de mujer, puede proyectar en su hijo su sexualidad femenina, invirtiendo y representando lo que siente que es el concepto masculino de la mujer. Son las llamadas madres fálicas, orgullosas de poseer las cualidades de fuerza, agresividad y poder, consideradas masculinas.
Naturalmente, estas actitudes son inconscientes. Se ponen en práctica al vestir al hijo con ropas de niña, tratarlo como a un bebé, protegerlo excesivamente, desalentar su autoafirmación, etc. La madre toma el papel masculino de ser el fuerte, el que sabe. La implicación sexual de esta inversión de papeles se ve en ciertas prácticas anales. Estas madres frecuentemente aplican al niño enemas o les insertan supositorios u otros medicamentos que tienen el significado simbólico del acto sexual en el que el niño representa el papel de la hembra pasiva. No es raro que la madre represente ambos papeles. Algunas veces es fálica y agresiva; otras, seductora y dependiente.
Los fuertes sentimientos que los padres tienen sobre el sexo del niño se expresan desde el momento mismo de su nacimiento. Lo primero que quieren saber los padres es el sexo del recién nacido. La reacción emocional al anuncio de que es un niño o una niña nos dirá mucho acerca de sus futuros sentimientos sobre el nuevo ser.
He hablado de las distorsiones que pueden existir en la relación de una madre con un niño. Las mismas distorsiones pueden caracterizar las relaciones con una niña. Puede considerar a la recién nacida como una futura rival y una competidora (inconscientemente, por supuesto), y en consecuencia hacer todos los esfuerzos para masculinizar a la pequeña. Esto se hace reservándose para sí misma el papel de ser la figura indefensa, dependiente y pasiva de la casa. Su hija se ve forzada a asumir la responsabilidad del bienestar de la madre, lo cual la coloca en la misma posición que el padre. Este es el tema de la madrastra malvada que está determinada a que la niña no la destrone de su posición de reina.
Si la identificación es con el padre en este caso, es porque ha traicionado a la niña al no afirmar su feminidad ni defender sus derechos como persona ante la madre. El miedo y la hostilidad que la niña siente hacia su padre son la consecuencia de la incapacidad de expresarle ningún sentimiento cálido, tierno y anterior a la sexualidad genital. También, en parte, el miedo y la hostilidad hacia el padre surgen de la transferencia de sentimientos de la madre al padre que es normal en el desarrollo de todas las niñas.
Además, una madre perturbada puede proyectar su propia sexualidad femenina rechazada sobre la niña. Esto podría tener el efecto de decir: «Tú eres un ser inferior rechazado. Yo soy el ser superior». Una situación como esta, como he mostrado anteriormente, suele tener una importancia etiológica significativa en el desarrollo de la esquizofrenia o de la personalidad esquizoide.
Una mujer sexualmente insatisfecha tiene que hacer algo con su sentimiento sexual. No puede desprenderse de él, ya que es parte de su cuerpo.
No puede hacerlo desaparecer con palabras ni negarlo. Si no lo acepta, normalmente se proyectará en el niño. De hecho, no dudaría en afirmar que los niños tienden a exteriorizar los sentimientos y deseos inconscientes de sus padres. Esto es trágico porque nadie sabe lo que contiene su inconsciente.
Por tanto, no se puede hacer nada por impedir este fenómeno. Quizá la única garantía para tener hijos sanos es que los padres mantengan una relación satisfactoria y plena.
Del mismo modo que la homosexualidad surge de la «exteriorización » de los sentimientos inconscientes de los padres sobre los hijos, la
actividad homosexual está marcada por la «exteriorización» del homosexual sobre su pareja de los sentimientos reprimidos que tiene hacia sus progenitores. Ninguna relación homosexual está libre de esta tendencia. De esta manera, la relación homosexual está caracterizada por la ambivalencia del amor y el odio, el miedo y la hostilidad, la dependencia y el resentimiento, la sumisión y el dominio. Es posible discernir los sentimientos sádicos de un miembro de la pareja hacia el otro, que muestra una sumisión masoquista. La sumisión masoquista tiene como uno de sus objetivos la necesidad de poner al otro en la posición del malo para conseguir alguna descarga de sentimiento sexual, mientras que para aquel el comportamiento sádico es necesario para obtener algún grado de satisfacción sexual.
Ahora observemos la personalidad del homosexual. Hay suficientes pruebas clínicas para indicar que a nivel psicológico el homosexual se siente como un individuo parcialmente castrado. Esto se manifiesta en su preocupación por la sensación genital, que trasluce su miedo y su ansiedad por la pérdida de sensibilidad genital. La ansiedad se muestra en la constante atención que presta a los genitales y en una manera de vestir y de comportarse que llama la atención sobre ellos.
En el análisis bioenergético se encuentra que el homosexual normalmente está entumecido a nivel emocional. Puede que no carezca de inteligencia creativa ni de ideas creativas pero tiene una grave limitación en el ámbito de la expresividad emocional. No expresa fácilmente ni la ira ni la tristeza, y suele carecer de sentimientos como el entusiasmo, la decepción y la alegría.
El entumecimiento emocional coincide con la falta de vivacidad del cuerpo. La tonalidad y el color de la piel son deficientes. No hay espontaneidad en los gestos ni en los movimientos. La motilidad del cuerpo está notablemente disminuida. La carga bioenergética del organismo, es decir, su vitalidad, se halla claramente reducida.
Teniendo en cuenta estas conclusiones, debemos revisar nuestras ideas sobre la actividad homosexual. Es menos una expresión de un impulso sexual fuerte basado en el sentimiento sexual que una necesidad de sentimiento y excitación sexuales. ¿Cómo consigue el homosexual la excitación y el sentimiento del que carece? Curiosamente los consigue por el mismo mecanismo que en un principio fue responsable de la situación. Es decir, por identificación. En un encuentro homosexual gran parte de la excitación se deriva de la reacción del otro miembro de la pareja. Por esta razón, el homosexual se siente vivo solo durante la experiencia homosexual.
El homosexual es como un niño perdido y asustado que no llora tan solo porque está demasiado conmocionado por la sensación de abandono para llorar. Se aferra a su pareja homosexual como un niño perdido se aferra a su madre. Al mismo tiempo, desea alguna reacción emocional de su pareja-madre para mostrar que esta siente su necesidad y reaccionará ante ella. Estos sentimientos están trasladados al nivel sexual, donde se representan en combinación con el ansia y el deseo genital. Su conducta está determinada por una extraña mezcla de elementos urobóricos y de sentimientos sexuales; es decir, su acción intenta combinar el deseo de satisfacción y plenitud dentro de uno mismo y la necesidad de unión con otro. Se dice que en una relación homosexual las dos mitades forman una persona.
Uno no puede acercarse al sexo opuesto con un concepto o carga sexual inadecuados. Hacer eso conduciría al fracaso y a un mayor aumento del sentimiento de castración. Y como la mujer era la seductora y castradora original del hombre homosexual, es poco probable que arriesgue la escasa sensación y contacto que tiene con sus genitales en una relación sexual con otra mujer, de la que teme que le hará lo mismo.
En realidad se produce una pérdida de sensibilidad del pene en la experiencia heterosexual satisfactoria. El órgano genital pasa por un ciclo de hinchazón, erección y sensación de vacío, flacidez y falta de sensación.
Para el homosexual, que está preocupado por sus genitales, esta pérdida de sensibilidad genital es equivalente a una pérdida de vida. Su sensibilidad genital es lo que lo mantiene vivo, y no puede permitirse reducir los genitales a la impotencia.
Sin embargo, en una persona heterosexual, la pérdida de sensibilidad genital viene compensada por un aumento de la sensibilidad en el resto del cuerpo. La descarga orgásmica está caracterizada por la vuelta del flujo de sensibilidad al cuerpo de manera que mientras los genitales pierden sensibilidad, el cuerpo gana en viveza y bienestar. Así, al mismo tiempo que se reduce la carga sexual, se aumenta la imagen sexual del cuerpo. Como resultado se fortalecen la identidad sexual y la personalidad del individuo. En la experiencia homosexual los genitales no pierden la sensibilidad. Por el contrario, el contacto homosexual deja los órganos genitales con más sensibilidad que antes; el homosexual es más consciente de su órgano genital y por tanto menos ansioso acerca de él.
En el hombre normalmente sano la sexualidad tiene una faceta dual.
El sentimiento sexual primordial está relacionado con el cuerpo, y el órgano sexual solo participa de forma secundaria. Esta faceta dual se expresa en nuestra manera de hablar. Los franceses, por ejemplo, describen el pene como mon petit frere, «mi hermanito». Nosotros, a menudo lo llamamos con algún nombre, Peter o Johnny. El heterosexual se tiene a sí mismo y a su «hermanito». El homosexual solo tiene a «Peter», y se aferra a él como si le fuera la vida en ello.
En un estudio sobre la homosexualidad realizado por un grupo de doctores psicoanalistas, los autores sacaron varias conclusiones sobre la
apariencia física y la motilidad del homosexual que son pertinentes a esta exposición. Cito: Cuando estas afectaciones de gestos y voz son adoptadas por hombres afeminados, el patrón motriz no sugiere libertad de movimiento sino que da la apariencia de constricción y de inhibición, ya que los movimientos están confinados a pequeños arcos de espacio; se dirigen hacia dentro, hacia el eje del cuerpo, en lugar de hacia fuera… El comportamiento afeminado que se observa en algunos homosexuales no nos parece «masculino» ni «femenino»; es sui géneris, por ejemplo, caricaturiza algunos gestos femeninos pero está establecido en un marco conductual de constricción e inhibición
motrices.
En otro contexto los autores hablan sobre un grupo de homosexuales adolescentes estudiado en el hospital de Bellevue:
Los adolescentes afeminados se relacionaron cómodamente con otros homosexuales afeminados y con lesbianas y mujeres consideradas asexuales, pero se pusieron muy nerviosos en presencia de una mujer que percibieron como «sexual» […] Uno de estos pacientes pasó la noche en la casa de su amiga cuando sus padres no estaban. Ella volvió a su cama vestida solo con un pijama y se acostó a su lado. El se volvió «entumecido», «insensible», «paralizado». Al cabo de unos cuantos días sucumbió a un ansia compulsiva de ir a un bar de Greenwich Village y ligarse a un homosexual. Sabemos que el cuerpo de un individuo homosexual no puede tolerar fuertes sensaciones heterosexuales. Lucha contra ellas «dejando de funcionar », por ejemplo volviéndose entumecido e insensible. El acto homosexual es una reacción a esta pérdida de sensación; es un intento de recuperar la sensibilidad genital.
¿Cómo se compara la heterosexualidad con la homosexualidad? Sería sencillo decir que la segunda es la unión de lo igual o similar, y la primera es la unión de lo diferente o contrario. Sin embargo, hemos aprendido que tras cada acto homosexual está la imagen inconsciente de la unión sexual con el sexo contrario. ¿Podríamos esperar que, bajo la fachada de la heterosexualidad, uno o ambos miembros de la pareja representaran actitudes y sentimientos homosexuales? Analicemos esta idea.
Hemos visto que el sentimiento homosexual obtiene mucha de su carga de la identificación. En parte es una experiencia indirecta. Esto también sucede en muchas relaciones heterosexuales. El hombre, cuya excitación depende de la excitación de la mujer, cuyo placer se deriva de su satisfacción, está representando una actitud homosexual. Este tipo de comportamiento sexual refleja una identificación con la mujer que niega al hombre su naturaleza diferente y opuesta. Esta actitud caracteriza al hombre que sabe más de la sexualidad femenina que de la suya propia, que está menos interesado en sus propias sensaciones que en las de la mujer. Se puede fácilmente racionalizar una actitud así como empatía y comprensión; esto, sin embargo, niega la naturaleza antitética de los sexos.
Otro concepto homosexual que puede encontrarse en las actividades heterosexuales es el concepto de servicio. El homosexual «sirve» a su pareja y con frecuencia lo describe de esta forma. Pero esto es lo que hace un hombre cuya principal preocupación en la actividad heterosexual es llevar a la mujer al clímax. Igualmente la compulsión de tener relaciones sexuales con una mujer solo porque ella está excitada deja traslucir la necesidad de «servir» a la mujer. Bajo la bandera del arte del amor, muchos sexólogos defienden una técnica sexual basada en el concepto de «servir» el uno al otro. Ellis, por ejemplo, escribe: «El individuo profundamente enfático no solo percibe pasivamente lo que requiere su pareja de cama sino que busca e investiga activamente los requerimientos de su compañero y luego los
atiende» (la cursiva es del autor). Siempre he creído que la relación sexual era la unión de iguales, cada uno de los cuales era competente para hacerse cargo de sus propias necesidades. La cita de Ellis hace a cada uno de ellos siervo del otro.
Sin embargo, parece ser normal que una esposa se coloque ocasionalmente al servicio de su marido si una situación especial requiere que se muestre sumisa. Este hecho, por sí solo, no convierte su acción en homosexual si ella no se identifica con él. El mismo comportamiento no es normal en un hombre. Después de todo, hay una diferencia entre los sexos y esta es una de las maneras en las que se manifiesta.
Ayudar a la mujer a disfrutar del sexo o ayudarla a alcanzar el clímax es una forma de actuar casi socialmente aceptada en nuestra cultura. En parte esto se explica por el miedo actual a la mujer frustrada, el monstruo que puede, y a veces lo hace, devorar a sus hijos y destruir a su marido.
Pero el miedo a la mujer solo lleva a una castración todavía mayor del hombre que a su vez conducirá al aumento de la frustración de la mujer. El hombre debe procurar que su deseo de placer y satisfacción mutuos no le lleve a rendir su propia identidad masculina ni a aceptar un papel de sirviente en la relación. El «buen amante» es por lo general un macho deficiente.
Desgraciadamente, parece ser parte de la moda homosexual en nuestra cultura igualar la sexualidad masculina del hombre con la capacidad de satisfacer a una mujer. Sin embargo, la mujer nunca está verdaderamente satisfecha con esa actuación del hombre, ya sea en el curso de las relaciones coitales o de alguna otra manera. Las llamadas técnicas sexuales terminan con el hombre perdiendo más de lo que gana y con la mujer perdiendo lo que de verdad quiere: un hombre.
Se dice que todo homosexual es un heterosexual latente. ¿Es verdad lo contrario? Ciertamente, la homosexualidad latente existe. Se manifiesta en el comportamiento que he comentado anteriormente y en los sueños y las fantasías. También se manifiesta en reacciones defensivas contra la homosexualidad, en el miedo y la fascinación hacia ella. En una cultura que premia la agresividad y la virilidad, se emplea mucha energía vital para protegerse de los sentimientos homosexuales latentes. El hombre que camina como si debiera impresionar a todo el mundo con su masculinidad (los hombros anchos, el pecho henchido, el estómago metido, las nalgas duras y prietas) es sospechoso de tener actitudes homosexuales latentes. El hombre temeroso de hacer cualquier demostración de cariño o de ternura a otro
hombre mediante el contacto físico delata un miedo homosexual.
Un análisis profundo de los pacientes ha revelado la presencia de tendencias homosexuales latentes en todos los casos. Por extensión, ya que no hay seres completamente sanos en nuestra cultura, la homosexualidad (latente o patente, en un grado u otro) debe estar presente en todos los individuos de nuestra cultura. Esto no debería ser sorprendente si somos mínimamente conscientes de las dificultades sexuales por las que atraviesa la gente. El estudio de estos problemas en pacientes nos permite declarar que las tendencias homosexuales existen en un individuo hasta el punto de que su potencia sexual se ve perturbada o limitada en la esfera sexual.
En nuestra cultura las conductas o actitudes sexuales pueden clasificarse en una escala de potencia que tiene la homosexualidad en un extremo y la heterosexualidad en el otro. Este es un buen concepto operativo porque evita la división de la gente en una clase u otra. Las personas no son heterosexuales ni homosexuales; son, sencillamente, individuos con diferentes grados de potencia sexual. Cuanto mayor es la potencia, más se acerca uno a los patrones heterosexuales. Cuanto menor es la potencia, más manifiesta uno un comportamiento que es característico de la homosexualidad.
Escala de la Potencia
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Homosexualidad decrecida Sensación del Yo Heterosexualidad Incrementada
Identificación con el Cuerpo
Personalidad Eficaz
Satisfacción Orgásmica
El último punto requiere de alguna explicación. La capacidad de alcanzar una descarga orgásmica satisfactoria responde a la potencia sexual.
Por tanto, está limitada al modo heterosexual de funcionamiento. Como el patrón homosexual es obtener el placer y la satisfacción a través de la identificación y de la actuación, el homosexual renuncia a la experiencia del yo.
Y el orgasmo no consiste más que en la experiencia y la realización de sí mismo en su forma más elevada.
Este análisis de la homosexualidad tiene implicaciones terapéuticas importantes. Si uno puede proporcionarle a un paciente una mejor identificación con su cuerpo y una personalidad más eficiente, el patrón sexual evolucionará automáticamente hacia el comportamiento heterosexual. Por supuesto, hacer esto requiere solucionar los problemas de la personalidad por un lado y las tensiones del cuerpo por otro. Sin embargo, la contrapartida también es verdad. Cualquier aumento del sentimiento o comportamiento heterosexuales conducirá a una mejora de todas las funciones de la personalidad.