Sexualidad Masculina y Femenina
Las observaciones que ofreceré a continuación sobre los hombres y las mujeres deberían tomarse como una expresión de mis opiniones y juicios personales. Naturalmente, son el resultado de diecisiete años de experiencia clínica como psiquiatra y terapeuta, de más de veinte años de estudio en el campo de la sexología y de mis observaciones personales.
Lamentablemente, no hay una manera objetivamente científica de medir la respuesta sexual, así que nadie tiene el mejor punto de vista. Otra salvedad es que mis afirmaciones no deben tomarse como irrefutables, sino como generalizaciones amplias. No pueden aplicarse a un caso individual sin algunas modificaciones para adaptarlas a las diferentes personalidades de los individuos. A pesar de todo, son válidas como criterios de referencia en el terreno, desconocido y complejo, de la sexualidad masculina y femenina.
Hay un viejo chiste, que estoy seguro de que os resultará familiar, que habla de una convención de mujeres profesionales que resaltaban los logros femeninos en muchos campos y concluía que había muy poca diferencia entre los sexos. Un espectador borracho gritó: «Hurra por la diferencia». La versión francesa termina con la declaración: «Vive la difference».
La naturaleza de esta diferencia plantea un problema, un problema muy importante, para las relaciones entre hombres y mujeres. Hace algún tiempo la revista Look presentaba en su portada la imagen de una mujer enorme con el pie sobre un hombre pequeño postrado. La implicación de esta imagen es que las mujeres de nuestra cultura se han convertido en el sexo dominante. Hay estadísticas que prueban que en este país las mujeres son dueñas de más propiedades y riquezas que los hombres. Otra indicación de la relación cambiante entre los hombres y las mujeres es la que ofrecen las películas y los programas de televisión. Con mucha frecuencia el hombre aparece como estúpido, torpe, egoísta e inferior a la mujer en sabiduría y en conocimiento de la vida. Puedo remitiros a la famosa serie infantil de televisión Los Picapiedra como ejemplo de esta perspectiva. Puede que hayáis visto la película Mr. Hobbs Takes a Vacation (Un optimista de vacaciones), que es otro ejemplo de esta actitud. Pese al hecho de que el señor Hobbs es un ejecutivo de éxito, aparece representado como un miembro de segunda clase de la familia. Sus necesidades y su placer están subordinados a los de los otros miembros de la familia. Se encarga de todas las tareas domésticas y del trabajo sucio. Su esposa siempre tiene razón en sus opiniones y en sus consejos, mientras que él está invariablemente equivocado.
Sin embargo, cuando terminan las vacaciones, que para el señor Hobbs han sido una especie de desastre, este comenta: «Tenemos que volver el año que viene y hacerlo otra vez». En un programa tras otro la mujer aparece como la que sabe las respuestas, hace los comentarios adecuados y tiene más conocimientos, en contraste con su bien intencionada pero poco inteligente pareja.
Quizá las diferencias entre los sexos están disminuyendo. Tengo la impresión de que las mujeres se están volviendo más masculinas, mientras que los hombres se están volviendo más femeninos. Las actitudes pasivas femeninas en los hombres parecen estar aumentando. El aparente incremento de la homosexualidad lo demuestra. Que esto es de dominio público puede verse en este popular chiste: «¿Sabes por qué las mujeres se esfuerzan tanto en mantener sus figuras de niñas? Para retener a sus infantiles maridos ».
Al mismo tiempo no deja de oírse la constante queja por parte de las mujeres de que el hombre medio no es lo bastante agresivo. Recientemente en uno de nuestros periódicos locales había un artículo titulado «El problema de las mujeres son los hombres». Esta idea la expresan frecuentemente las mujeres en la observación de que un hombre las hace sentir como una mujer mientras que otro no. También es verdad en el sentido contrario, y he visto a muchas mujeres castradoras, aunque el hombre normalmente no suele quejarse. Asume la responsabilidad del triunfo o del fracaso de la relación sin saber cómo ni por qué falló.
Creo que debemos afrontar el hecho de que hay confusión y preocupación sobre los papeles sociales y sexuales del hombre y de la mujer en nuestra situación cultural actual. Por un lado, la mujer quiere ser igual que el hombre en todas las facetas; por el otro, desea que este sea la figura dominante.
Los hombres tratan de satisfacer las necesidades de las mujeres solo para descubrir que están insatisfechas y adoptan una actitud crítica.
Si un hombre domina el hogar, se le considera dictatorial; si es pasivo y sumiso, se vuelve un incompetente. La verdad es que no puedo indicar cómo salir de este laberinto. Yo mismo nunca lo he llegado a entender. Sin embargo, sí creo que podemos llegar a comprender mejor los papeles del hombre y la mujer a nivel sexual y social partiendo de un análisis de los factores biológicos relacionados con la sexualidad masculina y femenina.
Nuestro punto de partida será la proposición dialéctica de que la individualidad crea la antítesis de los hombres y las mujeres.. Mientras que el hombre y la mujer son iguales como individuos, son opuestos el uno al otro o están relacionados de forma antitética en términos de la función sexual. Esto significa que en un nivel hay semejanzas mientras que en el otro hay diferencias importantes.
Pensemos primero en las semejanzas sexuales entre el hombre y la mujer. Sabemos que las mujeres son semejantes a los hombres en sus funciones biológicas básicas. Comen, duermen y defecan exactamente igual que el hombre; responden a la misma anestesia y se excitan con los mismos estímulos. Bioenergéticamente sus organismos se cargan de energía o excitación
que busca la descarga del mismo modo que el organismo del hombre.
El placer y la satisfacción en el sexo son tan importantes para ella como para él. Más específicamente, el orgasmo que he descrito en la conferencia anterior lo experimentan de la misma manera el hombre y la mujer.
Así, ambos pueden experimentar la sensación de girar o de volar, la sensación de identificación con el cosmos, la sensación de éxtasis, la sensación de liberación sin límites ni restricciones del ego y la personalidad, y el brillo radiante que acompaña a la descarga orgásmica completa de la excitación.
Los movimientos pélvicos de la mujer se producen en paralelo con los del hombre. Hay algunas diferencias de ritmo en las primeras fases del coito pero estas desaparecen en un movimiento armónico cuando la excitación aumenta hasta llegar al clímax. En la cumbre los movimientos involuntarios son tan parejos que se pierde la conciencia de los límites entre el propio yo y la pareja.
La respuesta sexual de la mujer depende de los mismos factores que determinan la potencia sexual del hombre: la viveza y la vitalidad de su organismo, su identificación con su cuerpo, la coordinación de sus movimientos; es decir, su potencia sexual depende de la integridad y del desarrollo de su ego y de su personalidad. Esta visión de la sexualidad femenina está respaldada por la investigación de Reich así como por mis propias observaciones.
He afirmado que el curso de la excitación, en términos de la acumulación y liberación de la tensión, es idéntico en la mujer y en el hombre. Esta afirmación debe modificarse en aquellos casos en los que los factores culturales o neuróticos hayan perturbado los ritmos sexuales normales. Estas perturbaciones son tan habituales que han dado lugar al mito de que la mujer es más lenta en su excitación sexual y para llegar al clímax que el hombre.
En una cultura cuyos patrones sexuales animan a la pasividad sexual por parte de la mujer, podemos esperarnos alguna perturbación de la respuesta natural. Ciertamente, el funcionamiento de un «doble estándar» de comportamiento sexual para el hombre y para la mujer interferirá en el ritmo natural de la respuesta sexual.
Existe un extraño efecto de las perturbaciones neuróticas sobre la sexualidad del hombre y la mujer que apunta a las diferencias, sobre el que trataré más tarde. Un efecto de la neurosis sobre el hombre es crear el trastorno de la eyaculación precoz. Esto sucede porque las tensiones del área pélvica asociadas con la neurosis hacen que al hombre le resulte difícil tolerar las fuertes sensaciones de derretimiento que preceden y acompañan a un orgasmo completo. En una mujer el mismo problema neurótico actúa para atrasar o frenar el aumento de su excitación. El resultado es que mientras que, normalmente, la mujer neurótica tarda más tiempo en alcanzar el clímax, el hombre neurótico lo alcanza antes. El efecto es que son incapaces de «llegar» al orgasmo al mismo tiempo y esto hay que tomarlo literalmente.
Al individuo neurótico le está negada la cercanía física y la intimidad, que es uno de los objetivos principales de la actividad sexual. No puede lograrla porque siente miedo de ella, lo cual es solo otra forma de decir que tiene un problema neurótico.
Hay otro mito que dice que los orgasmos simultáneos no son tan importantes para el placer sexual ni particularmente deseables. Esta perspectiva de la sexualidad anima a uno de los miembros de la pareja a satisfacer al otro, que a su vez le devuelve el favor. Expresé mi opinión sobre esta forma de comportamiento sexual en la conferencia sobre las actitudes homosexuales en contraposición con las heterosexuales. Si el orgasmo espontáneo y simultáneo se ha convertido en un mito, es como el mito de la libertad en los países comunistas. Si la gente ha vivido sin libertad durante más de una generación, se le hace difícil recordar cuándo existió o cómo era. Y la nueva generación tendrá más problemas con el concepto de libertad que la vieja.
La libertad se volverá un mito, como George Orwell señala en su libro
Rebelión en la granja. Algo parecido ha ocurrido con respecto a la sexualidad.
Se ha producido tal pérdida de potencia sexual en nuestro tiempo que la alegría, el éxtasis y la simultaneidad del orgasmo parecen ser casi un mito.
El problema de la brecha neurótica entre la respuesta sexual del hombre y de la mujer es el responsable de que se recurra a técnicas especiales en el sexo. El hombre puede intentar superar esta brecha de varias formas, por ejemplo, intentar inhibir el aumento de excitación y retrasar el clímax hasta que la mujer esté lista para el suyo. Por lo general, esta maniobra se vuelve contra sí misma ya que el hombre, al ejercitar el control, inhibe el sentimiento de pasión que es la esencia de la relación. La respuesta sexual de la mujer depende, en parte al menos, del estado de excitación del hombre. Este también puede intentar estimularla antes de la penetración, de manera que ella tenga una mejor disponibilidad una vez iniciado el coito.
Sin embargo, si este placer preliminar se prolonga, será en detrimento del placer final u orgasmo. Una mujer se halla psicológicamente preparada tan pronto como está húmeda y lubricada. Un tercer medio que se usa normalmente para solucionar este problema es la estimulación manual, por parte del hombre, del clítoris de la mujer durante el acto sexual. A todos los hombres con los que hablé que habían realizado esta práctica les molestó hacerlo. La mujer gana tan poco con esto que no vale la pena molestarse.
Mi recomendación de abandonar esta práctica ha supuesto un alivio para ambas partes.
Por la naturaleza misma de este problema, todas las técnicas deben fallar.
Parece que no hay otra forma de eliminar estas perturbaciones específicas que solucionar los problemas neuróticos que las causan. En otras palabras, solo si el hombre se vuelve más seguro de su hombría y la mujer más identificada con su naturaleza femenina puede encontrarse una manera de que los seres humanos superen su frustración sexual y alcancen la felicidad sexual.
Aunque va más allá de mis propósitos en esta conferencia, debería decir algunas palabras sobre la diferencia entre el orgasmo vaginal y el clitoriano.
En el sentido en el que he usado el término «orgasmo» antes, el clitoriano no es un verdadero orgasmo. No produce ninguna de las sensaciones o sentimientos que he señalado que caracterizan la experiencia orgásmica.
Sin embargo, es un clímax y produce alguna sensación de alivio.
Dejadme ilustrar la diferencia citando las observaciones de una mujer:
El orgasmo vaginal sienta bien. Sé que es así como debería ser. Toda mi pelvis participa y a veces también las piernas. El orgasmo clitoriano se da en la superficie y hay muy poca sensibilidad en la vagina. Los músculos de los muslos permanecen muy tensos tras el orgasmo clitoriano. Tras un orgasmo vaginal me siento relajada y satisfecha.
A continuación se muestra otro comentario:
Los orgasmos vaginales que he experimentado, aunque han sido limitados, me produjeron una sensación de saciedad, de satisfacción, un sentimiento de estar completa, de haberme llenado. El orgasmo clitoriano tiene un nivel de excitación más elevado, pero no deja al final ese efecto de haber acabado. Siento que podría tener otro enseguida.
Hay consenso en que el orgasmo clitoriano es superficial e insatisfactorio.
Solo el vaginal da lugar a una relajación completa. Para entender esta diferencia, debemos saber algo sobre el desarrollo de la sexualidad en el hombre y en la mujer.
El periodo pregenital, desde el nacimiento hasta los tres o cuatro años de edad, se caracteriza por la integración progresiva de las zonas pregenitales libidinales o los impulsos parciales en un individuo coordinado en el que las funciones de la realidad genital se han anclado a ambos extremos del orgasmo, en la cabeza y en el ego y debajo en la «genitalidad». Durante este periodo el énfasis principal está en la satisfacción de las necesidades orales del organismo: la seguridad, el afecto, la atención y la comida, que constituyen, en un sentido psicológico, suministros narcisistas que son necesarios para el desarrollo de la individualidad del niño en edad de crecimiento.
En esta fase el niño descubre su cuerpo, es decir, desarrolla una imagen corporal basada en la sensación unificada de percepción y en una
respuesta motriz unitaria y coordinada.
En esta fase no hay diferencia funcional entre varón y hembra. Las diferencias están ahí pero no son funcionales. Hay poco en el comportamiento de un niño o de una niña incluso a los cuatro años que indique su sexo.
El niño pequeño funciona principalmente como un individuo indiferenciado. La actitud de los padres hacia él debería ser de respeto ante la individualidad que está desarrollando.
A partir de los cuatro o cinco años de edad hasta la pubertad, el niño atraviesa una fase que es conocida en la literatura analítica como el periodo latente, caracterizado por una mayor concienciación de sus genitales y un reconocimiento de su papel como niño o niña. El niño conoce solo las diferencias superficiales, es decir, de las estructuras periféricas. El sabe que tiene un pene, y ella que tiene una vagina. La vagina está cerrada por el himen mientras que el glande está rodeado y protegido por el prepucio, asumiendo que no se haya practicado la circuncisión. Creo que la circuncisión es perjudicial para la sexualidad en desarrollo del niño. No hay que interferir en el prepucio del mismo modo que no hay que rasgar el himen.
La masturbación de un niño o de una niña en esta fase muestra poco conocimiento de las funciones sexuales maduras que permanecen latentes excepto en aquellos casos en los que el niño haya sido objeto de los sentimientos sexuales de un adulto. En la masturbación ambos exploran el área genital. Hay una sensación general de excitación pero no se produce una concentración fuerte de sensaciones sobre los genitales. Tampoco intentos de masturbarse hasta llegar al clímax o a la satisfacción. La masturbación de la niña no es específica. No hay distinción entre el clítoris y la vagina.
Siente placer en el contacto manual con el área genital y una sensación de totalidad de su ser físico. La imagen corporal es casi completa en este periodo.
Los sentimientos y las sensaciones subyacentes bajo la imagen corporal proporcionan la base física para la personalidad emergente que se
forma en esta fase. El periodo latente gira en torno a la personalidad del niño que florece con la erupción de la «genitalidad» madura.
Una educación adecuada exige que los padres respeten la personalidad en desarrollo de su hijo. Se trata al niño con respeto por la virilidad que se aproxima igual que a la niña hay que respetarla por su futura feminidad.
A la tercera fase se la denomina periodo genital. Puede subdividirse a su vez en adolescencia, el fin de la adolescencia y la madurez sexual. En aras de la brevedad, evitaré estas posibles distinciones. Sigamos el desarrollo biológico.
En el niño el desarrollo continúa en la misma línea que había seguido previamente. La sensación genital se vuelve más fuerte y se experimenta como un impulso hacia el exterior representado por la erección del pene. En el curso de estas primeras erecciones el prepucio se estira y asoma el glande.
La masturbación implica también la activación del mecanismo de eyaculación y la producción de células maduras de esperma. Bioenergéticamente el pene puede considerarse una extensión del coxis o la rabadilla. Este concepto deriva del impulso pélvico masculino que se experimenta como una sensación que baja por la espalda, alrededor de la pelvis y dentro del pene.
En la niña ocurren cambios pronunciados durante la pubertad en contraste con el niño, cuyo desarrollo prosigue en línea recta. La pelvis se agranda desproporcionadamente y se inclina hacia atrás. La vagina, que en una niña se encuentra en posición adelantada, como el pene, está ahora situada entre los muslos. Estos se giran hacia dentro, juntándose en la línea del centro. Y un cambio más importante es el de la excitación actual. En lugar de fluir hacia el exterior, como en el caso del niño, se vuelve hacia dentro, a lo largo de las paredes vaginales. Esto aparece como una invaginación funcional. Obviamente, esto sirve a la función de la sexualidad madura y la reproducción.
Embriológicamente la vagina misma se desarrolla como una invaginación. La palabra en sí está tomada de este proceso. Aunque la vagina se ha formado en la vida embrionaria inicial, no se vuelve funcional hasta que las sensaciones o la energía la invaden tras la pubertad. Cuando esto sucede, las fuertes sensaciones genitales están localizadas en la profundidad de la vagina. Estas sensaciones solo pueden ser despertadas por la penetración total del pene. La presencia de estas sensaciones profundas permite hacer una distinción entre superficial y profundo, distinción que no existe en las sensaciones de la niña antes de la pubertad. Su desarrollo normal, descrito anteriormente, depende de la maduración sin percances de la individualidad y personalidad en las primeras fases. Los factores neuróticos de la familia pueden prevenir o impedir el giro normal de la sensación hacia el interior del que he hablado. Si, por ejemplo, el papel femenino se considera secundario e inferior, la joven intentará compensar su sentimiento de incompetencia identificándose con los chicos. Así, se volverá agresivamente asertiva en lugar de receptiva, dura en lugar de suave, agresiva en lugar de flexible. La dirección del flujo de energía será hacia el exterior y no hacia el interior. En lugar de dejar a un lado el clítoris para invadir la vagina, la excitación genital se quedará fija en la superficie y en el clítoris. A través de este órgano puede sentir su identidad con el hombre. Pero la vagina permanecerá sin vida e insensible.
Una de las dificultades que tenemos quienes estudiamos el sexo para comprender este proceso surge de la visión mecánica del acto sexual. El razonamiento es que como no hay corpúsculos sensoriales en las paredes de la vagina, esta no tiene sensibilidad. Por otro lado, el clítoris tiene muchas terminaciones nerviosas (como el pene) y es, por tanto, el órgano capaz de producir el mayor fenómeno: se vuelve sexual solo cuando la excitación carga el órgano genital, en este caso la vagina. La sexualidad responde en primer lugar al movimiento y solo de forma indirecta al contacto. Las sensaciones más profundas en el hombre y en la mujer se movilizan con los movimientos sexuales, voluntarios e involuntarios. En estos movimientos la vagina funciona como una bobina eléctrica en la que el pene se mueve atrás y adelante. En inglés, en el lenguaje vulgar se conoce como caja, una caja caliente, en la que se derrama la energía. Solo la relación de la vagina con
el pene proporciona el escenario para la descarga orgásmica del hombre y de la mujer.
Volvamos ahora a las diferencias entre la sexualidad masculina y femenina.
El hecho de que en un hombre la excitación se centre en un punto que se dirige hacia el exterior significa que tiende a excitarse más rápidamente que la mujer. Todo el mundo lo sabe. Esto tiene una analogía en la propiedad de la energía eléctrica para centrarse y descargarse más rápidamente desde un punto que desde una superficie lisa o redonda. En segundo lugar, el hecho de que el hombre tenga el órgano de penetración le da la iniciativa de establecer el acto sexual. Lo tercero es que como la energía se dirige hacia fuera y su cuerpo está más desarrollado muscularmente, es el agresor de la relación sexual.
No estoy sugiriendo que la mujer sea pasiva o sumisa. Es tan activa como el hombre a la hora de proponer una relación sexual. Las mujeres
tienen sus propias formas de indicar su deseo o su buena disposición para las relaciones sexuales: una mirada, una caricia, un gesto, una palabra. En el encuentro de un hombre con una mujer es imposible saber de quién saltó la chispa que encendió el fuego de la pasión. A partir de este punto el hombre se vuelve el perseguidor y la mujer la perseguida, pero ella tiene su manera de mantener la caza emocionante y difícil para el hombre. La mujer, como individuo con una personalidad bien desarrollada, es básicamente tan agresiva como un hombre en las situaciones vitales. Podemos describir la actitud de la mujer como agresivamente receptiva. Ella está tan ansiosa de
recibir al hombre como él lo está de entrar en la mujer.
Sin embargo, incluso en esta situación el deseo del hombre por la mujer condicionará su respuesta. Así, esta se excita más si el hombre es agresivo y avanza hacia ella. Psicológicamente, se ha dicho que la mujer quiere que la tomen, quiere que la necesiten y quiere que la deseen. Por tanto, se excita más si siente la excitación sexual o el deseo del hombre. Probablemente porque al volverse hacia dentro y no estar claramente enfocada en su cuerpo necesita al hombre o a su imagen para producir una excitación genital fuerte. Por esta razón, es comprensible que los pueblos primitivos consideraran al falo como el símbolo de la vida y la fertilidad. Es importante también que hable de la excitación sexual de la mujer como una reacción.
La mujer responde al hombre.
Entre los animales el macho asume una posición dominante, cubriendo a la hembra en el acto sexual. Esto se puede decir de la mayoría de las relaciones humanas. La posición dominante (encima) significa que el hombre decide el ritmo de desarrollo de la actividad sexual. Determina la cualidad de los movimientos de la pelvis en su fase voluntaria, la velocidad y la fuerza del empuje y la retirada. La mujer tiene que adaptar sus movimientos al ritmo del hombre siempre que él esté encima. Puede indicarle con palabras o tocándolo que prefiere un ritmo más lento o más rápido pero depende de él hacer los cambios. Ella no puede moverse en contra de los movimientos de él. Si la mujer responde a los movimientos del hombre, el clímax de este, con sus fuertes movimientos pélvicos involuntarios, frecuentemente la llevará al clímax. En nuestra cultura el orgasmo simultáneo es raro pero esto es solo por las perturbaciones neuróticas que interfieren en el sentimiento sexual normal del hombre y de la mujer.
A un nivel psicológico y social estas diferencias se reflejan en el sentimiento de dependencia de la mujer con respecto al hombre. Por lo general, un hombre no tiene este sentimiento con respecto a la mujer. Porque en verdad ella depende de alguna manera de él, como hemos visto. Una diferencia que no mencioné antes es que si el hombre fracasa en el sexo, la hace fracasar también a ella. Esto no sucede a la inversa. La pérdida de erección arruina el acto sexual para ambos; la pérdida de sensibilidad vaginal de la mujer no tiene ese efecto. Debido a esta dependencia, la mujer reaccionará antes o después consciente o inconscientemente con hostilidad a cualquier debilidad en un hombre. Una mujer puede ser compasiva, comprensiva y servicial para un hombre cuando este lo necesita. Lo apoyará en todos sus
esfuerzos para superar sus dificultades o limitaciones. Pero si esto no funciona y la debilidad continúa, lo dejará o lo destruirá. Esta es la psicología de los sexos. A pesar de toda la identidad y la igualdad entre ellos, el hombre y la mujer son los extremos opuestos de la ecuación. Su antítesis natural puede fácilmente degenerar en el conflicto o la guerra.
Es raro encontrar hostilidad por parte del hombre hacia la mujer por cualquier fallo en la función sexual de esta, ya que tiende a cargar sobre sus hombros la responsabilidad por el éxito de la relación sexual. Siente que depende de él satisfacer a la mujer. Aunque antes he sugerido que esta actitud se parece al enfoque homosexual, debo reconocer que tiene alguna base en la dinámica de una relación sexual normal. Porque el hombre es consciente de que si es lo bastante hombre ninguna mujer tendrá nada de lo que quejarse. Si una mujer necesita a veces que un hombre afirme su feminidad, esto solo puede hacerse con un hombre hecho y derecho. Voy a ilustrar esto con un ejemplo:
Una paciente me contó sus dificultades con su marido. Me decía:
—Anoche quería hacerme el amor. Se acercó a mí en la cama con mucho sigilo y luego, dudando, trató de acariciarme. ¡El muy baboso! Me
dio tanto asco que lo eché de la cama.
Podía sentir su desprecio por él. Enfadado, le contesté:
—Si yo fuera su marido, la habría golpeado.
Para mi sorpresa me dijo:
—Ojalá lo hubiera hecho.
Hay otro aspecto de la dependencia de la mujer con respecto al hombre que juega un papel importante en el fracaso de nuestros matrimonios.
Se trata del problema del enamoramiento. ¿Por qué al casarnos se desvanece el idilio?
Es una queja habitual entre las mujeres casadas que el amor ha desaparecido de la relación. Nunca he oído esta queja en un hombre. Las mujeres parecen contar con los hombres para los sentimientos románticos. Al parecer lo que tenemos en lugar de idilio es el glamour. El glamour es la contribución femenina a la excitación. Es el ingrediente que hace brillar los anuncios de publicidad y promociona las películas. Pero por más dinero que empleemos en ofrecerle glamour a una mujer, la relación no se puede basar en eso. El glamour existe mientras tengamos a la mujer puesta en un pedestal.
Pero incluso entonces nos falta el amor.
Los hombres son los mensajeros del amor; son criaturas románticas.
El amor, entendido como el entusiasmo por la vida, es un atributo del hombre como guerrero, cazador, aventurero, artesano, científico o creador. En las culturas primitivas (y de alguna forma incluso hoy en día), los hombres eran los bailarines, los cantantes, los artistas. Eran los guerreros y los cazadores que traían a la aldea un sentimiento de entusiasmo mientras las mujeres
se quedaban en casa haciendo las labores cotidianas y cuidando a la familia. Los valores femeninos ganaron supremacía. El hogar, los hijos y la familia se han convertido en los valores dominantes. Todo el proceso de ganarse la vida está dirigido a adquirir una casa, mejorarla, comprar muebles, criar una familia, etc. Estos son valores femeninos porque el hogar y la familia son extensiones de la mujer. Sus valores se han impuesto al tiempo que se ha idealizado a la mujer.
¿Qué sucede entonces con los valores masculinos? La aventura es un valor masculino. Hay menos aventura en nuestras vidas y menos hombres que se dediquen a ir en pos de ella. El trabajo tiene un sentido de logros y de creación (la construcción, por ejemplo, es una actividad y un valor masculinos).
Pero el trabajo al que nos entregamos solo para ganar un sueldo se vuelve una tarea rutinaria. Creo que la pérdida de virilidad guarda alguna relación con esta inversión de los valores, con el hecho de que los hombres se han impuesto a sí mismos esa aburrida rutina cotidiana.
A un hombre le cuesta bastante trabajo ser apasionado si tiene que tomar el tren de las siete en punto para Nueva York, darse prisa en llegar a la oficina y participar en la lucha competitiva por ganarse el sustento, preocuparse sobre la seguridad económica y tomar el tren para regresar por la noche. Al llegar a casa, cansado de su actividad, se enfrenta a trabajos por hacer, niños que hay que cuidar, una esposa a la que tiene que entretener.
Es afortunado si puede disponer de una hora para sí mismo delante de la televisión. ¿Qué amor puede ofrecer? Incluso en el caso de que la esposa contara con una asistenta que la librara de las tareas domésticas, dejándole tiempo para visitar el salón de belleza con asiduidad, ir a tomar el té, a jugar al bridge o participar en obras benéficas, seguiría necesitando al hombre para tener amor en su vida. El amor solo puede existir en una situación en la que el hombre es libre para investigar el mundo y traer ese entusiasmo a casa, a su mujer y a su familia.
No estoy defendiendo que el hombre se quede en casa y la mujer vaya a trabajar. Esto sería una tragedia todavía mayor. Sí sugiero que un hombre comete un grave error si pierde de vista sus propios valores masculinos, si olvida la importancia de las actividades masculinas. Un interés activo en el mundo, en las actividades físicas, como el deporte, puede hacer mucho para ayudarle a sentir que no es simplemente un «burro de carga». Pero, por encima de todo, no se le debería inducir a adorar a la mujer. Un hombre es un hombre como antítesis de la mujer, no por su identificación con ella.
Otra diferencia entre el hombre y la mujer sexualmente hablando se ve en sus reacciones a la infidelidad. Una mujer puede tolerar la infidelidad sexual más fácilmente de lo que puede aceptar que su pareja deje de estar interesado en ella por estar interesado en otra. En un hombre sucede todo lo contrario. Al hombre le duele más que su esposa le sea infiel sexualmente que el hecho de que ame a otro hombre. Estas son meras generalizaciones, por supuesto, pero son importantes para entender la psicología de los sexos.
La infidelidad sexual de una esposa amenaza a un hombre en su virilidad; la siente como un insulto a su orgullo, a su capacidad de mantener y satisfacer a una mujer. Un marido engañado es un objeto de desprecio, no de lástima.
Con la mujer es distinto. Mientras su marido la mantenga en su posición, se le respeta en la comunidad. Pocas mujeres se cuestionan su capacidad de satisfacer a un hombre. Su orgullo se basa en la capacidad de retener a un hombre a pesar de los encantos de otra mujer.
Podemos apreciar esta diferencia si entendemos que el orgullo de un hombre se encuentra en su función genital. Un hombre se identifica con su pene como una extensión de sí mismo. El pene tiene una existencia independiente en un sentido que mencioné en una conferencia anterior. Se refiere a él como si hablara de otra persona, llamándolo Peter, John, mi amiguito, o simplemente, él. El rechazo del pene es un insulto más serio que el rechazo de la persona misma. Al no tener un apéndice de este tipo, una mujer puede fijarse en sus pechos o identificarse con su cuerpo. Un hombre no penetra solo la vagina; penetra el cuerpo de la mujer. La vagina es una abertura hacia el cuerpo. En el sentido en que hablé anteriormente, el verdadero órgano genital de la mujer no es la abertura o la vagina, sino su cuerpo. En realidad el hombre no penetra a la mujer. Solo su pene lo hace. El pene se convierte así en el símbolo de ese hombre. Una mujer no necesita
símbolos para su naturaleza sexual.
Debido a esta relación con su cuerpo, una mujer tiene un sentido del yo más fuerte, una mejor identificación con su cuerpo que el hombre. Y
como el cuerpo de una mujer es su órgano genital, sus sensaciones sexuales están más íntima y directamente conectadas con su organismo que las del hombre. Se interesa más por su cuerpo y emplea más tiempo en él que el hombre. Es igual al interés del hombre en su cuerpo y en su pene.
Desde esta perspectiva, se puede decir que un hombre tiene un aspecto dual: su cuerpo y su pene. ¿Se corresponde esto con la dualidad de su personalidad? Un hombre pertenece al mundo y a la mujer. Su cuerpo le pertenece al mundo; está orientado a la acción en el mundo de los hombres.
Su pene le pertenece a la mujer. Con esta relación dual, un hombre es el puente de la mujer hacia el mundo. Le lleva al mundo de la mujer amor y entusiasmo. Ninguna mujer puede llevar el amor del mundo a un hombre en su naturaleza de mujer. Solo puede intentar hacerlo si tiene atributos masculinos y participa en actividades masculinas.
¿También hay una dualidad en la naturaleza de la mujer? La naturaleza nunca tiene una sola cara. Toda observación apunta al hecho de que en la naturaleza una cosa se opone y equilibra a otra. Todas las relaciones funcionales son complementarias. Están ensambladas. La biología de la mujer está condicionada por su papel como pareja sexual y como madre; por su órgano genital y por sus pechos, o por las funciones de sexualidad y reproducción.
A esta última función se la describe a veces en tercera persona.
Así, una mujer describirá sus periodos como «mi amiga ha venido a visitarme ». No nos equivocaríamos al atribuir una naturaleza dual a la mujer basándonos en su relación con el hombre y con los hijos. Si un hombre es el puente de la mujer con el mundo, ella es el puente del hombre con el futuro a través de sus hijos. No importa cómo analicemos las funciones del hombre y de la mujer, siempre descubriremos que son complementarias. Para ganar una mejor idea de cómo interaccionan estas funciones complementarias, ampliemos el cuadro.
Un poeta describió al hombre como un remolino de polvo levantado sobre la superficie de la tierra por algún viento cósmico fugaz. En el Génesis aprendemos que Dios creó al hombre tomando un trozo de barro e insuflándole vida. Muchas tribus primitivas solían creer que una mujer se quedaba embarazada cuando el espíritu entraba en su cuerpo, desde el aire o desde el mar. Esto era antes de que los pueblos primitivos comprendieran la conexión entre el acto sexual y la reproducción. Como el niño salía por la vagina, se asumió que el espíritu había entrado por ahí. En las islas Trobiand, según cuenta Malinowski, una mujer que desea quedarse embarazada se agacha en el mar, dejando que el agua fluya por su vagina, esperando que el espíritu entre en su cuerpo y la fertilice.
La vida en la Tierra, tal y como la conocemos, es un fenómeno superficial, es decir, existe solo en el punto de conexión en donde coinciden la Tierra y el cielo, o donde el agua y el cielo se encuentran. No se halla vida en el interior de la Tierra. Podemos sin temor a equivocarnos asumir que esa vida es el producto de la interacción de estas dos entidades. Esto se puede aplicar a las plantas, que obtienen minerales y líquidos de la tierra y de la energía solar del cielo. Toda la vida animal depende de este proceso de las plantas para sus propias necesidades energéticas. En un sentido simbólico, si no en la realidad, el proceso creativo básico es una unión de la Tierra y del cielo, o de los elementos que los representan. ¿Es mucho asumir que en su propia actividad creativa, la unión sexual, el hombre y la mujer representan estos dos importantes elementos primordiales? En el acto del sexo la mujer encarnaría la Tierra, mientras que el hombre simbolizaría el cielo. Cuando el macho cubre a la hembra o el hombre cubre a la mujer, puede representar el cielo cubriendo a la Tierra. ¿No es el útero un poco de tierra que la mujer lleva dentro de su cuerpo esperando que se plante en ella la semilla? La semilla es además el espíritu que viene a través del aire. Esta perspectiva está apoyada por dos antiquísimas analogías. A menudo se ha pensado que el sol preñaba la tierra con su calor, y consecuentemente traía la vida. Y el pene con frecuencia se representa como un arado. Las diosas femeninas han sido siempre representadas como deidades terrenas, mientras que los dioses masculinos se han establecido en conexión con la adoración al sol.
La importancia de esta analogía para nuestra comprensión de la sexualidad masculina y femenina radica en las distintas funciones que pertenecen a cada sexo. El hombre es primariamente un elemento en movimiento que viene a descansar en una mujer. La mujer es el elemento más inmóvil, que está ahí para recibir al hombre. Dije anteriormente que un hombre pertenece al mundo y a la mujer. Pero no puede estar en ninguno de los dos si no está en ambos. Si un hombre no está en el mundo o parte de él, no puede pertenecer a la mujer, ni relacionarse propiamente con ella. Y si no puede funcionar como hombre con una mujer, no es realmente un hombre en el mundo de los hombres. Las mujeres también tienen esta relación dual con la vida. Solo pueden funcionar como mujeres para un hombre si también funcionan como su hogar y como la madre de sus hijos.
Me apresuro a explicar que no estoy proclamando que el lugar de una mujer sea el hogar. Kirche, kuche y kinder2 es una consigna de la ideología nazi, que coloca a la mujer en una posición inferior, destruyendo por tanto la armonía natural de la relación sexual. La misma falacia se produce cuando el papel de la mujer como encargada del hogar se vuelve la actividad dominante. Una mujer no se encarga del hogar, una mujer es el hogar. El hogar surge de la personalidad de la mujer. Ella no puede hacerlo. Si no siente en su interior que ella es el hogar, que es a ella a quien el hombre regresa y que los niños proceden de ella, pierde su sentido de sí misma como mujer. Una mujer crea el hogar con su calidez y su presencia, es decir, aceptándose a sí misma como mujer.
He asegurado antes que un hombre no debería perder su identificación con los valores masculinos si quiere ser un hombre. Pero lo mismo se puede aplicar a la mujer. Envidiar al hombre e intentar capturar el papel masculino solo le servirá a la mujer para perder su verdadero ser, su naturaleza femenina.
Cada uno debe estar orgulloso de su propia naturaleza y respetar la naturaleza del otro. El respeto es el otro lado del orgullo. Una persona que no respeta a otra no puede sentir orgullo de sí misma. El hombre que logre ganarse el respeto de la mujer por su actividad en el mundo se ganará sus sentimientos sexuales. La mujer que es respetada como el espíritu que alimenta al hogar y a los hijos será también el objeto del deseo y la pasión del hombre.
Una relación sexual saludable se funda sobre un respeto mutuo por las diferencias entre un hombre y una mujer. Un matrimonio satisfactorio se basa en el respeto mutuo por los papeles complementarios de la vida. Dije anteriormente en esta conferencia que la cualidad que garantiza una buena educación para los hijos es el respeto: primero, el respeto por la individualidad del niño pequeño; segundo, por la personalidad del niño en desarrollo, y tercero, por la sexualidad del joven. El respeto crea el orgullo en su forma natural de autoestima. Sin orgullo de uno mismo y de su sexualidad, no se podría tener la fuerza del ego suficiente para mantener la excitación hasta que explota en orgasmo y éxtasis.
Una última idea. La función biológica de la mujer como hogar y madre alcanza su mejor representación en el acto específico de dar el pecho. El grado en el que las mujeres de nuestra cultura han abandonado esta función básica del mamífero, la única función distintiva del orden animal al que pertenecen, se corresponde con el grado en el que han abandonado su feminidad y han perdido su sexualidad. Si hay una función que favorece el desarrollo de la individualidad del bebé es la lactancia. Nada interfiere en la «genitalidad» tanto como la persistencia de un anhelo oral insatisfecho. Si nuestros hombres son inadecuados como hombres, es fundamentalmente porque no han sido satisfechos cuando eran bebés. Y si es verdad que el problema de las mujeres son los hombres, también es verdad que el problema de los hombres son las mujeres.