La Agresión y la Violencia en el Individuo
Conferencia 1: la dinámica bioenergética de la agresión y la violencia
La distinción entre agresión, violencia y crueldad
Cualquier exposición sobre la agresión y la violencia del hombre se ve entorpecida por la confusión que rodea a la palabra «agresión». En psiquiatría esta palabra tiene una connotación diferente a la que presenta en el lenguaje normal. Por regla general, agresión se refiere a un ataque no provocado u hostil hacia otra persona. Al individuo que acomete el asalto inicial se le considera agresivo y nuestra moralidad actual le culpa de violar la paz. Uno puede usar cualquier grado de violencia en autodefensa sin que le llamen agresivo. De esta manera agresión describe una actitud de moverse hacia delante o de presionar para avanzar mientras que defensiva denota la actitud de mantener la propia posición o el propio terreno en contra de un asalto.
Desde el punto de vista de la personalidad, la agresión contrasta con la pasividad. Decimos de un hombre que es agresivo cuando sale en busca de la satisfacción de sus necesidades. El individuo pasivo, por el contrario, espera que le den algo. En un sentido más amplio la agresión está relacionada con la autoafirmación. Por ejemplo, un hombre enamorado que se acerca a una mujer está dando un paso agresivo. El hombre pasivo espera a que la mujer vaya hasta él. Se puede ser agresivo al buscar trabajo, al promover una idea o incluso al conocer gente.
Este uso psicológico del término «agresión» se deriva de su etimología. La raíz, gress, denota movimiento; el prefijo, ag, describe la dirección Aggress, como lo define el Webster’s International Dictionary, es avanzar o moverse hacia. El propósito del movimiento es irrelevante. Puede hacerse con una intención afectuosa u hostil. Este significado se ve claramente si lo comparamos con regresión o digresión. Regresar es moverse hacia atrás; hacer una digresión es «salirse de». «Ingresar» o «egresar» son otras palabras que tienen la misma raíz, indicando movimiento. El prefijo solo nos indica la dirección del movimiento.
En realidad los dos significados de agresión no están tan alejados. El significado popular limita el término a movimientos o acciones hostiles; el psicológico ignora la motivación. No sé cómo la palabra llegó a tener una implicación siniestra. Uno puede conjeturar que cualquier sistema social que intenta mantener el statu quo juzgará negativamente las acciones que se dirigen a cambiar el sistema. Aquellos en el poder defenderán su posición contra cualquier agresor que desde dentro o desde fuera intente derrocar su poder.
Cuando ni el poder ni el dominio de la propiedad juegan papeles significativos en la relación de los individuos, la agresión cumple una función natural. Llevad a un niño pequeño a una juguetería y observad su comportamiento.
Tomará cualquier juguete que le guste y se apropiará de él. Puede que incluso trate de quitarle a otro niño el juguete que quiere. El niño es
agresivo por naturaleza. No duda en expresar sus necesidades y deseos ni en buscar su satisfacción.
Ningún animal salvaje sobreviviría sin agresión. A esto apenas se le da importancia. Un cachorro de perro recién nacido que no se moviera para alcanzar el pezón de su madre moriría de hambre. La perra no mete el pezón en la boca del cachorro. Tan solo se acuesta junto a su camada y los cachorros hacen el resto, de una manera agresiva, empujándose y apartándose unos a otros para conseguir el mejor pezón. Los niños a quienes se les da el pecho son igualmente agresivos. Buscan el pezón con movimientos rotatorios y alargan la boca para meterlo dentro. Los bebés alimentados con biberones suelen ser más pasivos. Tienen que esperar hasta que se les da el biberón y les colocan la tetina en la boca.
Los individuos se vuelven pasivos porque sus patrones de comportamiento agresivo son bloqueados a través del miedo y la educación. En la mayoría de los hogares a los niños se los obliga a refrenar sus impulsos agresivos con «no toques», «no corras», «espera hasta que te pregunten», etc. Hay que enseñarles que no pueden tomar lo que quieran. Esto es especialmente cierto en una sociedad organizada siguiendo la línea de la propiedad privada. Pero no es menos cierto en los países comunistas. ¿Creéis que una madre permitiría a su hijo apropiarse de un juguete en unos grandes almacenes de Moscú sin pagarlo? Solo en las comunidades auténticas en las que la propiedad es común puede un niño expresar libremente su agresión natural.
Para el propio bien del niño, es necesario darle rienda suelta a su agresividad en la medida de lo posible. El la usará para apoyar su búsqueda del placer y no con la intención de dañar a otros. Tendrá más placer y, como resultado, llegará a ser un adulto más independiente y creativo. Sin embargo, si bloqueamos su agresividad, se volverá violento. Luchará para restaurar su libertad de acción. Como la violencia está todavía más prohibida que la agresividad, al niño no le queda otra alternativa que volverse pasivo y sumiso.
Violencia: normal y patológica
Los impulsos agresivos naturales de una persona pueden ser suprimidos pero no eliminados. La vida, en sí, es agresiva en el sentido de que es un progreso hacia delante continuo que busca superar todos los obstáculos. Una semilla al brotar se abre camino muy agresivamente hacia arriba a través de la tierra para alcanzar la luz. En tanto en cuanto las actividades metabólicas de la vida continúen, se producirá energía para servir de combustible a los impulsos agresivos. Cuando se bloquea la expresión de estos impulsos, se corta el flujo normal de la energía, creando una situación explosiva.
Estoy seguro de que todo el mundo ha visto cómo un niño al que se le sujete en contra de su voluntad lucha por liberarse. Peleará, dará patadas y gritará para ser libre de hacer lo que desee. ¿Por qué no? Nació libre, está tratando de vivir en libertad. Lo mismo sucede cuando tratáis de quitarle a un niño el juguete que quiere. En la medida en que vuestro hijo tenga vitalidad, será un niño violento. Esto no significa que los padres no deban interferir en las actividades de sus hijos. A veces tienen que hacerlo. Lo que significa es que la violencia de un niño es generalmente una reacción natural a una situación de frustración.
El comportamiento violento es una reacción natural cuando la libertad de uno se ve amenazada. Esto se puede decir tanto de los adultos como de los niños. Puede que no siempre nos asegure la libertad. La violencia tiende a ser recibida con violencia y en la lucha que surge a partir de ahí suele ganar quien más fuerza tiene. Por tanto quizá sea mejor refrenar nuestra violencia, pero esta decisión debería basarse en las circunstancias de una situación más que en principios éticos. Un hombre puede rendirse en lugar de luchar si con eso salva su vida, pero tiene el derecho a luchar si su libertad está en peligro. Lo que uno no entrega es el derecho a luchar.
La violencia también puede ser una expresión patológica. Es patológica, es decir, neurótica o psíquica, cuando no tiene relación con ninguna limitación real de la libertad. Si, por ejemplo, la limitación se produjo en el pasado, sería patológico manifestar en el presente la violencia que provocó.
Igualmente si la limitación fue impuesta por uno de los progenitores, es patológico descargar la violencia sobre un hermano pequeño. Los problemas surgen porque pocos padres le permiten a un niño responder violentamente a la frustración. Por tanto, la violencia debe encontrar un objeto sustituto o contenerse hasta que transcurra un tiempo.
Por el bien de la supervivencia a la mayoría de los niños se los obliga a suprimir la ira y la violencia que sienten hacia sus padres. Han aprendido que cualquier intento de rebelarse provoca una mayor pérdida de libertad.
La violencia suprimida permanece en la personalidad como una bomba sin explotar que debe guardarse bajo un control estricto. El control se consigue mediante tensiones musculares (un músculo contraído no tiene libertad para moverse). Pero mientras la violencia está bajo vigilancia, la agresividad del individuo está igualmente bloqueada, lo que le proporciona un motivo continuo de ira y violencia y una necesidad permanente de mantener el control.
Esto crea un círculo vicioso que solo se puede romper mediante procedimientos terapéuticos. De hecho, la persona tiene una fijación.
Manifestar la violencia suprimida, es decir, descargarla de forma inapropiada, no sirve para liberar a la persona de una fijación. Pensad en el
caso del padre que golpea a su hijo porque este le desafía o no obedece sus órdenes. La violencia del padre no tiene una conexión directa con el comportamiento del niño. Ni la rebeldía de este ni su desobediencia restringen la libertad personal del padre. Su violencia indica que su libertad fue restringida probablemente por su propio padre, que exigía obediencia y no toleraba la rebeldía. Al pegarle a su hijo está «ejecutando» la violencia que pertenece a un tiempo y situación diferentes. El único efecto de esas acciones es restringir la libertad del niño mientras que la fijación del padre se afianza, a pesar de la sensación momentánea de liberación y de tranquilidad.
La mayoría de los casos de violencia que se producen en situaciones familiares se debe a la «ejecución» de los impulsos violentos suprimidos que surgen de conflictos de la niñez. Me inclino a pensar que la violencia que aflora en las situaciones sociales tiene un origen similar. ¿Hasta qué punto la violencia estudiantil o racial es la manifestación de un comportamiento neurótico? ¿Y cómo se puede distinguir si la violencia es una reacción a una restricción real de la libertad o una «ejecución» de sentimientos suprimidos?
No son preguntas que puedan responderse de una forma abstracta. Todo aquel que actúa violentamente cree que tiene buenas razones para hacerlo.
Como estas razones tienen una motivación emocional, es difícil rebatirlas. Para esto puede resultar útil el análisis de la personalidad tal y como se refleja en la estructura del cuerpo. Si el cuerpo de una persona muestra que tiene una fijación, puede esperarse que esta personalidad contenga una porción de violencia latente.
Las Fijaciones
Una fijación se desarrolla cuando se corta o disminuye significativamente el contacto de un individuo con el suelo. Las fijaciones de la personalidad se originan en la niñez y se deben a las restricciones emplazadas en la agresividad natural de un niño. Para entender cómo la restricción de la agresividad provoca una fijación, uno debe recordar que la agresividad se dirige hacia la satisfacción de las necesidades y del placer. Un organismo encuentra placer en alcanzar e ingerir la fuente de su energía, concretamente el alimento, el oxígeno y la estimulación sensorial. También obtiene placer al descargar su energía a través del movimiento de eliminación y de la actividad sexual. En términos generales las actividades de ingestión se localizan en la parte superior del cuerpo y las relacionadas con la descarga en la parte inferior. Se puede apreciar el placer de ingerir viendo a un niño chupar un pezón, un chupete o una piruleta. También es obvio el placer que experimenta cuando corre.
Como la agresión es una función del movimiento, implica a los músculos del cuerpo. La masa principal de músculo está localizada, aparte de en los miembros, a lo largo de la columna. El flujo ascendente de energía o de sentimientos por la espalda y en la cabeza y los brazos lleva a la parte superior del cuerpo a actividades agresivas; mirar, succionar, morder, alcanzar, vocalizar, etc. Cuando la energía o el sentimiento fluyen en sentido descendente hacia la pelvis y las piernas, conduce a actividades agresivas en la parte inferior del cuerpo. Si el flujo se bloquea, la energía se acumula entre los omoplatos. La persona echa la espalda hacia atrás, preparada, por así decirlo, para luchar por su libertad de acción. Esta zona es el centro de la ira, como podemos observar al ver cómo se le eriza el pelo a un perro a lo largo
de la columna cuando está furioso. Si esta ira se bloquea de manera crónica, forma la base para la fijación. Como la energía no puede fluir libremente hacia arriba ni hacia abajo, la persona queda suspendida, no está totalmente en contacto con la tierra que tiene debajo ni con el entorno que la rodea. Es literalmente incapaz de moverse con libertad.
Describiré cuatro tipos básicos de fijaciones que pueden observarse en los cuerpos de la mayoría de la gente. El primero es la fijación en forma de percha para la ropa. Parece como si el cuerpo estuviera suspendido de una percha. Los hombros están alzados en una expresión de miedo: se teme perder el control porque se podría estallar en un arranque de violencia
Hablando desde una perspectiva energética, los hombros alzados tiran del cuerpo hacia arriba y lo despegan del suelo. Así, la libertad de movimiento de la persona es limitada. Este es el tipo común de fijación en los hombres que tienen miedo de fallar.
El segundo tipo de fijación es el lazo corredizo. En esta fijación la persona está suspendida del cuello como si llevara una soga a su alrededor. A la gente la colgaban, literalmente, por delitos violentos. Ahora están colgados psicológicamente por su miedo a la violencia. En un cuerpo que muestra este tipo de fijación la cabeza cuelga como si estuviera separada del cuerpo, lo que le da un aire laxo, descargado de energía. En el análisis gran parte de quienes tienen esta fijación sienten que han sido estranguladas. Sus acciones están dominadas por la cabeza y controladas por la razón o la lógica. Su vida emocional ha sido sofocada.
Una tercera fijación es la cruz, como también puede verse en un espantapájaros. Ser colgado de una cruz es ser crucificado. Jesús fue crucificado porque proclamó que el amor era más grande que la autoridad. E incluso hoy en día podemos ser crucificados por rebelarnos contra la autoridad o las leyes y reglas sociales que esta impone.
El crucificado lleva una cruz a la espalda que está formada por dos sistemas de tensiones musculares. Uno corre en sentido descendente a lo largo de la columna, convirtiéndola en una vara vertical rígida. El otro se extiende de un omoplato al otro como una barra rígida. Cuando hay tensiones en el cuerpo de una persona, esta se queda tan inmovilizada como si hubiera sido clavada a la cruz. Es culpable de haber suprimido su propia violencia.
A la cuarta fijación la llamo el gancho de la carne. Parece como si el cuerpo de la persona estuviera suspendido de un gancho como los que se ven en una carnicería. Lo que le da a uno esta impresión es la protuberancia que sobresale por la parte superior de la espalda, justo bajo el cogote. Esta protuberancia es una masa dura de carne superpuesta a un área de tensión muscular seria. No es infrecuente verlo en mujeres mayores, en lo que se suele llamar la «joroba de la viuda». La joroba representa una tremenda acumulación de ira debido a la supresión de los sentimientos sexuales que viene de la niñez. Indica que el cuerpo ha perdido su alma y se ha transformado en carne. También puede verse en los hombres aunque en menor grado.
En todas las fijaciones hay una violencia latente que tiene que ser descargada para que la persona salga de su fijación. Esta descarga puede llevarse a cabo en el entorno controlado de una situación terapéutica o «manifestarse » en situaciones familiares o sociales usando alguna provocación como excusa. Por lo que he dicho antes debería estar claro que fuera de la situación terapéutica no es posible una descarga eficaz. No es suficiente con hablar de nuestra ira, lo que se necesita es una descarga física de las tensiones musculares que crean y mantienen la fijación. La terapia bioenergética proporciona un entorno adecuado en el que un paciente puede descargar sus
impulsos violentos sin hacerse daño a sí mismo ni a otros. En las siguientes conferencias describiré algunos de los procedimientos empleados para realizar esta descarga.
El gran problema terapéutico es que la gente no siente su ira y violencia reprimidas hasta que la provocan. Cuando esto sucede, dirigen la ira contra la fuente de la provocación sin darse cuenta de que la provocación es solo la chispa que enciende la dinamita. Por tanto, es necesario que el paciente sienta su fijación antes de que pueda movilizar la ira contra sus responsables.
Cuando el paciente obtiene un mayor contacto con su cuerpo, los conflictos iniciales que producía la fijación se vuelven conscientes. Sus elementos pueden ser analizados y los problemas resueltos.
El análisis de los conflictos reprimidos y la descarga de la violencia suprimida restauran la agresividad natural de la persona. Asumiremos que ahora está arraigada en su cuerpo y en la tierra. Su agresividad se dirigirá al placer: el placer del buen funcionamiento corporal, el placer sexual y el placer del trabajo. Sin embargo, si alguien se opone a su derecho al placer o le impide perseguir el objetivo de su felicidad, es de esperar que su agresividad se vuelva hostil y que use toda la violencia necesaria para conservar su libertad.
Las funciones agresivas de la mitad inferior del cuerpo
Los movimientos de las piernas
La agresión, en un adulto, está directamente conectada con la función de las piernas, ya que nuestras piernas se mueven hacia aquello que queremos.
Si disminuye la motilidad de las piernas, la agresividad se reduce. Se puede compensar esta pérdida con una exagerada agresividad en la parte superior del cuerpo. Si uno es incapaz de moverse eficazmente, puede usar su voz (chillando o gritando) para conseguir lo que quiere. Este es un comportamiento regresivo hasta el nivel de un niño pequeño. Puede engañar a algunos que son incapaces de distinguir entre pseudoagresión, que es compensatoria, y agresión verdadera. La diferencia es que la agresión natural fluye de una manera suave y cómoda mientras que las acciones pseudoagresivas son duras y forzadas.
Cuando una persona sufre una parálisis orgánica de las piernas, se ve forzada a compensar su inmovilidad usando muletas para desplazarse. Emplea los hombros y los brazos para el apoyo y la locomoción que normalmente proporcionan las piernas. Al sostenerse con los hombros está, de hecho, colgada de ellos, lo cual es bastante evidente en su postura corporal.
Nuestro trabajo no trata de la parálisis orgánica, sino de la parálisis funcional de las piernas. Sin embargo, el principio es el mismo en ambas.
A menudo la parálisis funcional de las piernas se revela en un sueño.
La persona sueña que la están persiguiendo y amenazando, y descubre que es incapaz de mover las piernas y escapar. Normalmente se despierta al llegar a este punto. Estos sueños son bastante habituales. Y esa parálisis funcional puede ocurrir en la vida. Yo interpretaría esos sueños como un recuerdo de las experiencias de la infancia. Muchas madres cuando van a pegarle a su hijo, también le amenazan: «Si corres, te pegaré todavía más fuerte». Para paralizar al niño no es necesario expresar esta amenaza con palabras. Aunque quiere escapar, tiene miedo de huir y por eso se queda paralizado, incapaz de huir de su suerte. Si su terror es grande, puede tener la sensación de que las piernas se le vuelven agua. Cuando ese niño crezca no podrá confiar en sus piernas y compensará su debilidad desarrollando
exageradamente los hombros.
Vemos otro aspecto distinto de este problema en pacientes con las piernas delgadas y tensas que recuerdan a las patas de las aves. Mantienen continuamente una posición de listos para emprender el vuelo y todos sus movimientos están marcados por la brevedad. Caracterológicamente, esas personas están siempre huyendo o escapando. Esta actitud inconsciente surge probablemente de una sensación de amenaza o inseguridad en las relaciones madre-hijo y del deseo de volar hacia el padre. Sea cual sea la causa,
el efecto es una pérdida de agresividad natural.
Hay otra conexión entre la función de la agresión y el sentimiento de estar arraigado a través de las propias piernas, además del papel que juegan estas en el desplazamiento. En el reino animal la agresión entre los miembros de la misma especie está ligada al concepto de territorio. Muchos animales atacan para defender su territorio. La intensidad del impulso agresivo es proporcional a la profundidad que alcance la invasión. Es débil en la periferia pero se vuelve muy fuerte cerca del centro, o cerca del hogar. Que los seres humanos sean o no animales territoriales es una cuestión discutible.
Sin embargo, más allá del debate, está el hecho de que uno no puede ser agresivo a menos que tenga un terreno firme que pisar.
Tener un terreno en el que pisar posee un significado psicológico y otro literal. Psicológicamente significa que una persona tiene una buena razón o causa para esta acción agresiva. Sin la convicción interior, acertada o equivocada, de que esa agresión está justificada, sería difícil moverse hacia delante eficazmente. Por ejemplo, a alguien que no se siente digno de amor le resulta muy difícil mostrar su afecto hacia los demás. En otro sentido, la expresión «tener un terreno en el que pisar» significa que una persona siente que tiene el derecho a estar en esta Tierra y a compartir la vida en ella. Siente que tiene el derecho de ser (de querer, de moverse hacia algo y de tomarlo). Para evaluar con qué fuerza siente alguien este derecho, podemos medir con qué intensidad puede mantener su posición. En un sentido amplio podemos decir que cuanto más arraigada está una persona en sus piernas, más fuertemente puede pisar su terreno. Sentirá que tiene un terreno
en el que pisar y, por tanto, una posición como persona.
Alguien a quien se le despoja de su posición y de su derecho a ser agresivo tiene una buena razón para protestar. Tiene, en otras palabras, mucho por lo que patalear. En la terapia bioenergética usamos distintas formas de pataleo para ayudar al paciente a ganar más sensibilidad en las piernas.
Acostado sobre un colchón, pateará con las piernas extendidas. Estas patadas se dan rítmica y violentamente. Por regla general, se recomienda a los pacientes que den cien patadas al día en casa para soltar las piernas. En la terapia se los anima a patear tan violentamente como puedan. A menudo estas patadas van acompañadas por la exclamación de frases como «no», «no lo haré», «déjame en paz», etc. Otra forma de patear es descargar las piernas sobre el colchón con las rodillas flexionadas. Una de las maneras
más eficaces de patear es arqueándose sobre un taburete (del tipo que usamos
para nuestros ejercicios de respiración). Con las nalgas sobre el taburete y la cabeza descansando en el colchón, el paciente patalea con los talones alternativamente como si quisiera alejar a alguien.
A algunos les he hecho golpear los pies en el suelo con todas sus fuerzas.
Poner los pies en el suelo es una de las maneras de afirmarse a uno mismo. Hay muchos otros ejercicios bioenergéticos que ayudan a un paciente a ganar más sensibilidad en las piernas y un mejor contacto con el suelo.
Ninguno de ellos reemplaza la necesidad de dar patadas.
El suelo y la tierra están relacionados simbólicamente con la figura maternal. En los primeros años nuestra madre nos apoya y nos mantiene, cumpliendo las funciones que la tierra desempeña para sus hijos. Cuanto más apoyo y sustento recibe un niño de su madre (tomarlo en brazos, ofrecerle cuidados y afecto), más seguro se sentirá con relación a ella y, después, con respecto al suelo o la tierra. La validez de esta observación puede demostrarse en todos los pacientes. Se confirma mediante el estudio de todas las culturas. En sociedades menos civilizadas, donde los niños pequeños se llevan en brazos y se les da el pecho, la sensación de seguridad con relación al suelo es muy fuerte. Los llamados nativos generalmente tienen pies anchos, planos y fuertes. Esta gente posee también un sentido del alma, de pertenecer a la vida, de estar arraigados en su tierra.
En nuestra cultura las tres áreas de la relación madre-hijo que sufren trastornos durante el proceso de crianza son:
1. El abrazo (el contacto corporal entre la madre y el hijo).
2. El entrenamiento de esfínteres (intestinos y vejiga).
3. La gratificación erótica.
He comentado brevemente el primero. Vamos a analizar ahora el segundo
Movimientos intestinales
El entrenamiento de esfínteres a una edad excesivamente temprana fuerza al niño a tensar la musculatura del suelo pélvico para lograr el control.
Normalmente el nervio del esfínter anal no funciona hasta los dos años y medio de edad. Por tanto, un niño más pequeño usa otros músculos para lograr el control de su descarga anal. Los músculos implicados son el elevador del ano —que forma el suelo de la pelvis—, el iliopsoas y los glúteos profundos. Una vez que estos músculos se contraen, el niño desarrolla el miedo de que, si se deja ir, su vientre podría soltarse. Aunque esto en un principio significa ensuciarse después asume la importancia de una catástrofe.
Existe, además, el fenómeno de resentimiento anal que surge cuando se fuerza el entrenamiento de esfínteres. Poner a un niño pequeño en el orinal con la advertencia: «Quédate ahí hasta que hagas caca» suscita una resistencia natural en él que toma la forma de un «no lo haré». No es raro que se ensucie los calzoncillos tan pronto como lo dejamos salir. Esa conducta frecuentemente recibe un severo castigo, como dar unos azotes, que crea un patrón de miedo, ira y resentimiento. El resultado será siempre una sumisión exterior por parte del niño que enmascarará la negatividad subyacente que se ha suprimido. La supresión inconsciente de la negatividad crea un resentimiento generalizado que dice: «No me moveré». Desde el «no moveré las tripas» del principio el resentimiento se ha extendido a un «no me moveré en general».
Esta es una explicación extremadamente simplificada de lo que sucede.
Las ansiedades anales surgen de los sentimientos de la madre en el tiempo en que le ponía los pañales a su hijo. Si su actitud era de asco y de distancia, la personalidad sensible del niño se dará cuenta y, más adelante, tendrá dificultades.
La palabra «mierda» se usa mucho en nuestra cultura, y esto, en mi opinión, indica lo obsesionados que estamos con esa función. Cuando un niño se siente avergonzado de una función que debería recibir poca atención, responderá con el deseo de devolver la humillación defecando en la persona que le avergonzó. No es difícil ver por qué el resentimiento y la hostilidad anales pueden tener efectos significativos en la personalidad.
Dar unos azotes en las nalgas, especialmente si están desnudas, asusta y humilla al niño, forzándolo a tensar los músculos superficiales contra el dolor. De este modo elimina la sensibilidad del trasero para no sentir el dolor.
Esto implica tensión no solo en los glúteos, sino en los músculos de los tendones de la pierna y en la espalda ya que el flujo descendente está bloqueado y fomenta la sensación de estar colgado.
Para recuperar la sensibilidad en el trasero es necesario que se movilicen y liberen los sentimientos negativos y hostiles asociados con la tensión muscular. Esta no es una tarea fácil. El área está tan alejada de la conciencia normal que la mayoría de la gente no es consciente de la perturbación. Demos por hecho que adquirimos esa conciencia a través de la terapia bioenergética.
¿Qué técnicas pueden usarse para soltar la tensión?
La violencia anal toma la forma específica del aplastamiento sentándose sobre alguien. Usamos un ejercicio sencillo para descargar el impulso. El paciente se tiende sobre una cama con las rodillas dobladas y luego eleva bastante la pelvis y la deja caer con fuerza sobre el colchón. La elasticidad obtenida le permite repetir rítmicamente el movimiento con toda su fuerza.
Los pies no deberían alzarse de la cama y la cabeza debería poder inclinarse hacia atrás cuando se eleva la pelvis. La mayoría de los pacientes disfrutan haciendo este ejercicio. Es fácil y produce buenas sensaciones.
Ningún paciente puede descargar la hostilidad defecando realmente en el colchón del terapeuta. Sin embargo, puede verbalizar este sentimiento.
Con los puños cerrados levantados por encima de su cabeza, golpea el colchón y dice: «Me cago en ti». También se le puede pedir que nombre a la persona con la que le gustaría resarcirse de esta manera. Lo sorprendente es que es prácticamente todo el mundo. Otras expresiones apropiadas son «vete a la mierda» y «eres un mierda». Cuando un paciente se siente verdaderamente libre de expresarse a sí mismo, la sensación es equivalente a la expresión «me importa una mierda». Esto, por supuesto, significa que no le importa lo que los otros dicen o piensan, ya que tiene el valor de ser él mismo.
Patear también es importante en este problema, ya que alarga y suelta los músculos tensos de los tendones. Para ser efectivo este pataleo debería hacerse con una pierna extendida levantada en una posición vertical. Sobre todo es importante para un paciente mantener una sensación de contacto con su suelo pélvico. Muchos toman conciencia de que tienen el ano tenso, de que sienten miedo a relajarlo. Sacar el ano, como puede verse en los gatos y en los perros, abre la parte profunda de la pelvis a sensaciones placenteras si uno está libre de ansiedad sobre su actitud.
Movimientos sexuales
La gratificación erótica se experimenta por primera vez en la boca en un bebé de pecho. Este placer se expande gradualmente por todo el cuerpo y se concentra en el área genital, poco después de los tres años de edad. En todas las personas una corriente de sentimiento fluye normalmente de la boca a los genitales. Cualquier trastorno de este sentimiento en el extremo oral producirá una perturbación similar en el extremo genital. No es difícil ver por qué en una cultura como la nuestra, donde se da tan poco el pecho o la gratificación oral, las dificultades sexuales son habituales.
Pero nuestra cultura también tiene una actitud negativa hacia la gratificación sexual. Se disuade a los niños pequeños para que renuncien a su curiosidad sexual y al juego sexual tan naturales en la infancia. Se desaprueba la masturbación infantil y el exhibicionismo inocente de los niños. Como
resultado de todas estas influencias, los movimientos pélvicos naturales, que es una delicia observar en los pueblos primitivos, se inhiben en nuestra cultura.
Caminamos con el trasero apretado y las piernas tensas.
La agresión sexual o el acto sexual normales producen movimientos rítmicos suaves. No hay deseo de atacar o de herir en esos movimientos. La pelvis se balancea suelta y libremente, empujada por impulsos que ascienden de los pies. En una persona que está arraigada, el impulso para el movimiento surge del suelo. Sin embargo, cuando se perturba el flujo natural de la sensación, los movimientos sexuales tienen que practicarse empujando hacia delante el trasero. Estos movimientos sexuales duros y compulsivos presentan una naturaleza sádica. Son hostiles y lo que dicen es «te joderé» en lugar de «te amo».
Prácticamente todos tenemos un grado de hostilidad y violencia sexuales. Esta es la consecuencia directa de la pérdida de nuestra agresión sexual natural. Asi mismo es la causa de la pérdida del placer sexual total. Aunque es cierto que hay que liberar esta hostilidad sexual, es igualmente cierto que manifestarla en una relación amorosa o con otra persona no sirve para lograr este objetivo. Una de las técnicas que usamos en la terapia bioenergética ayuda a alcanzar este resultado. El paciente se acuesta arqueado sobre un taburete y se agarra al respaldo de una silla que está detrás de él.
El taburete que usamos está descrito en mis libros y en el capítulo «La respiración, el movimiento y la sensación». Con la espalda descansando sobre el taburete a la altura de los omoplatos y los pies planos sobre el suelo, balancea la pelvis hacia arriba y abajo rítmicamente. Al principio puede resultarle difícil, ya que sus movimientos están restringidos por fuertes tensiones en la
cintura pélvica.
Mientras este balanceo pélvico se haga de forma consciente, su significado será hostil. Es «jódete». El paciente puede sentir esta actitud espontáneamente.
Sin embargo, con el tiempo empezará a identificarse con él. El trabajo continuado con este movimiento y los otros descritos soltarán gradualmente las tensiones de la parte inferior de su cuerpo. Cuando esto sucede y cuando su respiración se vuelve total y profunda, los movimientos pélvicos adquieren un carácter involuntario. La pelvis se balancea espontáneamente al ritmo de la respiración, moviéndose hacia atrás con la inspiración y hacia delante con la espiración. Reich describió este movimiento pélvico involuntario como el reflejo del orgasmo. Es la base de la respuesta orgásmica total en el acto sexual.
No quiero terminar estas conferencias con la impresión de que basta con practicar unos sencillos ejercicios para resolver las profundas ansiedades y conflictos que afectan a la mayoría de la gente. La mayor parte de los pacientes no soluciona muchos de ellos. El trabajo físico no solo es útil sino, a mi entender, indispensable. Por encima de todo es importante saber que nuestros sentimientos positivos están bloqueados por sentimientos negativos suprimidos, nuestro afecto por la hostilidad suprimida y nuestra ternura por la violencia suprimida. Hay que encontrar alguna manera de ayudar a la gente a descargar estos sentimientos sin «ejecutarlos» en otros. Descargarlos sobre un colchón, pateando, golpeando, etc., dentro del contexto de la terapia o solos, puede ayudarnos enormemente a liberarnos de nuestras fijaciones.