Un padre ausente, ya sea por exceso de trabajo, falta de implicación con los hijos o con la madre, muerte prematura o separación, va a generar una necesidad de restaurar este “desequilibrio biológico”, y marcará la vida de la descendencia en una búsqueda incesante de la figura paterna. Tanto hombres como mujeres de su descendencia, podrán casarse después con dobles del padre biológico e incluso tendrán hijos dobles del padre, amigos dobles del padre, jefes dobles del padre, novios, hermanos, amantes… Todos reincidentes intentos programados para “llenar ese vacío”, que puede ocupar la inercia de varias generaciones, obligando a las siguientes a repetir, una y otra vez idéntico compuesto.
El campo cuántico representado por el mundo de hoy, ha estado respondiendo a un ponzoñoso y específico software de tipo “religioso”. En masa, podemos asegurar que la comunidad ibero-americana (todos los países de habla hispana y sus derivados), han participado y continúan participando de una programación donde la confusión, devengada de separar lo sexual, de la vida natural, ha ido engrosando, a grandes dosis, ese saco inconsciente que nace del rechazo ante la fuerza más primigenia del universo. Tener sexo por estrictos motivos de procreación, como ordenaban los “santos preceptos de la iglesia”, sin que la comunicación primaria, el placer o el simple contacto fuesen aceptados con naturalidad, estigmatizó de una manera atroz al inconsciente del mundo. No solo fue en el mundo hispano. Los anglosajones, árabes y orientales tuvieron sus dosis equivalentes de “más de lo mismo” en diferentes versiones de un fondo común: Japón, hoy, por poner un ejemplo, se manifiesta como una de las sociedades más represivas y formateadas del planeta.
Si por un momento nos erigiésemos, desde una posición “superior”, como diseñadores e interventores de la vida del hombre, y nuestro fin hubiese sido generar distorsión, caos, enfermedad y locura, difícilmente lo hubiésemos hecho mejor.