Ese personaje responde a un complejo guión preestablecido, es el representante carnal de un programa de programas y, por lo tanto, está sujeto a lo que llamamos “destino”.
Obligado en este punto recordar la famosa frase de Jung:
“Hasta que lo inconsciente no se haga consciente, el subconsciente seguirá dirigiendo tu vida y tu lo llamaras destino”.
No obstante Jung, desde su pre-clara visión del mundo, se quedó escaso para lo que habría de venir, ya que si actualizamos su frase podría parafrasearse, hoy, más o menos así:
“Hasta que el inconsciente no se haga consciente, el inconsciente continuará dirigiendo tu vida y tú lo llamarás “libre albedrío”.
Este es el punto que Jung, ni en sus peores auspicios llegó siquiera a imaginar.
Tal es el nivel de profundo secuestro de la conciencia en nuestros días.
Vemos como nuestro tradicional concepto de “hipocresía” queda relegado a una minucia, comparado con la realidad mastodóntica que confecciona la trama de nuestra ilusoria existencia.
Según esto, nos mentimos de forma permanente y nos engañamos, a cada paso, porque ninguno de nosotros tiene una noción, siquiera aproximada, de lo que sería vivir en concordancia con nuestras verdades más elementales.
Esto, que parece una exageración según nuestro sistema de percepciones, tiene mucho que ver con el compendio de recursos de supervivencia generados, de forma artificial, por nuestra mente manipuladora y engañosa, ya que de lo contrario, la consecución de nuestra especie habría fracasado en los primeros intentos; Es decir, nos engañamos para sobrevivir, porque de otra manera nuestra realidad, o existencia programada, sería poco menos que insostenible.
Lidiar en “el Reino de la Mentira” o mundo constituido por “la hipocresía”, incluye que resulte harto complicado salirse del patrón establecido, entre otras cosas porque “los personajes” se verán obligados a enfrentar, capa tras capa, cada uno de los entresijos que construyen el “modus operandi” de nuestro escenario en particular.
Es por eso que, una vez trascendido el primer umbral del personaje, nos encontraremos en una precaria situación de equilibrio. Un estado donde ya no estaremos seguros en ninguno de los extremos, aunque ese equilibrio ya será mucho, por precario que pueda parecer, porque será real, o al menos se encontrará en camino hacia una parcela mucho más real, que aquel mundo de ilusiones, festejos, hipocresías y trucos de magia.
El gran problema que ha tenido este “peligroso juego de la conciencia” con respecto a nuestro nivel de hipocresía, es que el inconsciente no ha sabido diferenciar entre nuestras actuaciones ficticias y la realidad, y ha ido grabando, agravando e implementando, muy a nuestro pesar, todas aquellas realidades ocultas, disimuladas o trampeadas, y las ha ido posicionando siempre en su correspondiente lugar. Por eso, se dice que la mentira tiene las piernas cortas; por eso, cuanto más lejos huyamos de nosotros mismos más fuerte será el “encontronazo”. Cosa que ocurrirá, antes o después, cuando el universo inapelable tienda a provocar el encuentro con nuestro interior.
Tanto es así, que podemos identificar este compuesto como el mediador de muchas de las enfermedades de este mundo, ya que la enfermedad viene precisamente a destapar eso; nuestro nivel de hipocresía.
Tanto es así, que vidas enteras han medrado en este engañoso juego contractual, de forma que ha resultado habitual, por ejemplo, que una persona haya invertido el grueso de su vida en un matrimonio donde, con el tiempo, se dio cuenta que vivió una ilusión sin fundamento basada en un engaño de su percepción, o una quimera total que nada tuvo que ver con la realidad.
Pensemos en situaciones donde la posibilidad de regulación, (separación o divorcio) no existía, y hasta el último día de vida la experiencia matrimonial se fue macerando inmersa en esa mentira.
Imaginemos situaciones aun más desgarradoras, donde todo quedó grabado a golpe de cincel en el inconsciente, ya que el engaño para el consciente fue total, pues el engaño se hizo forzoso como requisito para sobrevivir.
La hipocresía deviene de disimular lo peor de nuestra programación, creando personajes alternativos o alter-egos de lo más variopinto:
– Pienso en términos de repudio y me trago las ganas de golpear con rabia, pero actúo como si fuese un santo devoto de la elevación supina.
– Soy un pervertido y tengo ideas de lo más lascivo, pero mantengo una imagen pública de impecable pureza cristiana. T
Todo lo que hago en mi vida es prácticamente por obligación y en contra de mi voluntad, pero me muestro encantado con mi destino y no pronuncio ni una sola queja, (vaya a ser que con mi actitud llegue a decepcionar a alguien…)
Mi vida está “bien”, soy feliz a ratos, soporto con entereza los embates de la existencia, pero me siento encarcelado y con todo por hacer…
Yo soy muy buena madre y me preocupo mucho por mis hijos, pero en el fondo no acepto ni la situación de mis hijos ni la proyección de su vida, y mucho menos su posibilidad de independencia, porque mis limitaciones y miedos no me lo permiten.
Hiendo un poco más al fondo de la cuestión y teniendo en cuenta que somos, en esencia, “almas libres”, que solo quieren jugar, volar, disfrutar, amar y ser amados, podemos hacernos una ligera idea de hasta dónde llegará el profundo pozo de esta madriguera. Con frases inculcadas, también como ejemplo tipo:
“El trabajo dignifica”. (Cuando a nadie le gusta trabajar ni le ha gustado jamás).
Los Chamanes del México antiguo ya hicieron su descubrimiento, teniendo muy claro el secuestro del alma y la conciencia del hombre a través de la mente de lo que ellos llamaron “el depredador”; ese que nos mantiene, a través de distintos personajes o “máscaras del ego”, ahora sumisos, ahora ignorantes, temerosos, eufóricos, felices, triunfadores, infelices, ilusionados, enfermos, fracasados… y tan desesperadamente dependientes del sistema de necesidades externas, como para evitar que echemos siquiera un vistazo a nuestro interior.
Estos Chamanes pudieron “ver” la sombra del mundo y la expresaron a su manera, sabiendo muy bien que ese “arconte o depredador”, se hospedaba en “nuestra mente”, dentro de cada uno de nosotros, siendo así el arconte totalmente operativo ya que, de muchas formas, nos hace creer que sus implantes mentales “somos nosotros”.
Claro está, esa sombra no puede ser “dominada” desde la separación, pues ahí radica el principal sistema de despiste; buscarla “afuera”, donde jamás se puede encontrar, manteniéndonos permanentemente inoperantes y siervos de sus implantes
y de su programación.
De esta manera se forja el actor, (el hipócrita), porque desconoce precisamente que lo es, creyéndose él mismo el propio papel a representar, y el personaje al mismo tiempo.
Todos somos actores, para empezar, porque tenemos un traje hecho a medida para cada uno. (El cuerpo físico).
Mas la conciencia de serlo entraña también la capacidad de poder cambiar de personaje o de papel, conscientes de ser actores al fin y al cabo, y por último, podremos llegar a ser los guionistas de nuestros papeles, en una función donde está todo por hacer, o al menos, vivir nuestros personajes sabiendo que son solo eso: Personajes.
Este será el punto diferencial que posibilitará cambios en los potenciales, como una novedosa oportunidad hasta ahora inexistente, y por lo tanto, histórica y programadamente invalidada en todos aquellos que nos precedieron.