Fidelidad Familiar
En la tribu originaria, todos se deben al clan y han de ser fieles a sus principios de supervivencia. La peor situación para cualquier miembro de la tribu era la expulsión, porque la mayor parte de las veces significaba la muerte.
En toda familia aún prevalece este registro nativo en el inconsciente y se encuentra operativo por encima de toda razón, siendo productor de muchas tensiones y desavenencias, (enfermedades) que ya dependen de cuestiones que nada tienen que ver con la situación original de la tribu, pues estos preceptos pueden atender ahora a cuestiones de religión, profesión, situación económica, amorosa o de comportamiento.
Nosotros, hemos reducido el clan que representa la tribu completa al restringido enclave familiar, y más estrechamente a las líneas de descendencias directas; hijos, padres, abuelos y bisabuelos. Éstas son las cuatro generaciones que están en juego para el inconsciente, y todo se comunica entre ellas.
Aunque la cuarta generación absorba de forma terminal los residuos de lo que quedó de sus bisabuelos, en un transgeneracional, es el triángulo formado por el hijo, los padres y los abuelos, donde prácticamente se condensa el grueso de la bola emocional en curso, o al menos “ahí se encuentra saltando a la vista”.
Estas cuatro generaciones donde se dirime el argumento emocional del clan, pueden ser teóricas según los casos, porque cuando con anterioridad, en tatarabuelos por ejemplo, han ocurrido secuencias consideradas muy graves o muy gravantes para el inconsciente familiar, colearán saltándose esta norma de las cuatro generaciones:
– Si un ancestro lejano por línea femenina era “bruja” y fue quemada viva delante de su descendencia…
– Si fulano, marido de mengana, en pasadas generaciones, degolló a su propio hijo en un acto de exaltación en presencia de su mujer…
(Historias similares que parecen propias de una narrativa de película, cuando se trabajan árboles transgeneracionales son más comunes de lo que pudiésemos imaginar, y han ido formado parte activa de nuestra historia colectiva).
Imaginemos ahora esa sensación de obligatoriedad al clan, a costa de cualquier precio emocional propio, (recordemos el principio de supervivencia descrito con antelación), puesto a funcionar en ese pequeño colectivo familiar, con todas sus particularidades, a veces extremas, propias del devenir causal de nuestras andanzas como almas errantes y desconectadas.
Esa “fidelidad familiar”, aprovecha (consciente o inconscientemente) la amenaza ancestral soterrada de “expulsión”, y es la que marca a sus personajes para que continúen la saga familiar militar, religiosa, empresarial, docente, médica o, todavía más rebuscado, aquel compendio inconcluso, supuesto e indeterminado que engloba el estigma de un, –atención a este dato–, “apellido familiar”:
“Somos los fulanos de tal o los menganos de cual”.
“Un fulano de tal no llora ni permite tal o cual cosa”.
La desvalorización tiene muchos nombres, firmas y formas; muchas maneras de manifestarse con una “pátina de ilusoria superioridad”, en lo que sea, para compensar las verdaderas ausencias escondidas.
Todo esto puede ser valorado en función de cada cual, por supuesto, y darle la vigencia que requiera necesario, pero la mayor “gravedad del asunto” aparece cuando prevalece la fidelidad familiar inconsciente. Es en ese terreno cuando la cuestión se torna realmente con “tintes oscuros”, pues una cosa es seguir una saga familiar a nivel consciente, de tipo profesional y cosas por el estilo, y otra es repetir patrones, de todos los tipos, sin conocer qué está sucediendo realmente con nuestra vida, por causa de esa fidelidad, que funciona también desde todos los umbrales de nuestro inconsciente.
Muchas de las repeticiones en que incurrimos, a la hora de afrontar nuestra vida o nuestras relaciones, tienen que ver con eso, y son auténticos programas de fidelidad familiar encubierta, y marcarán nuestra situación de dependencia, de implicación patológica o neurótica dedicación, ya sin conexión real con las razones justificadas de la tribu, ni con la biología, ni con ningún tipo de programa real de supervivencia.
Estos compuestos obedecerán ahora a patrones creados al margen de toda lógica universal; sostenidos tan solo por un “carácter moral”, “costumbrista”, “cultural”, “social o religioso”, donde solo el adoctrinamiento y el formateo mental regulan ahora la situación, de esa “férrea dependencia familiar”, sostenida por el inconsciente biológico desde aquella amenaza mortal, primigenia, de “expulsión del clan”, puesta a funcionar ya al servicio de la ingeniería social y completamente desvinculada de sus versiones más elementales.
El inconsciente, no puede diferenciar entre una amenaza de rechazo del clan por cuestiones de supervivencia, o entre el rechazo del clan por tener un “novio inapropiado”.
Abusos
Todo abuso dentro del marco familiar, sea de género, de relación, filial o parental, está sostenido bajo la más flagrante de las inconsciencias.
Todo abusador fue abusado o así lo percibió; constituyendo esto una regla de oro que nunca falla.
(El “Ser Real” nunca puede ser “abusado”, por lo tanto contamos tan solo con la “percepción de abuso” de un personaje en cuestión, representando su papel de “víctima o de verdugo”).
– No existe un maltratador que no haya sido maltratado.
– Todo maltratador es un inconsciente radical o un programa ejecutable.
– Es 100% seguro que todo maltratador ha sido antes maltratado, lo que no implica que todo maltratado se convierta forzosamente en maltratador.
– Cuando identificamos el programa desde la conciencia, dejamos de ser inconscientes y, de inmediato, se invalida la programación.
– No puede existir un “maltratador consciente”, porque la conciencia fulmina tal posibilidad.
– Cuando se toma conciencia de la verdadera situación, el acto de constricción se muestra inevitable y los cambios en las conductas irreversibles.
Es importante la pregunta en este punto:
¿Cuál debe ser el grado de inconsciencia para que esto se pueda llegar a producir en una familia de lo que llamamos “Seres Humanos”?
Si los humanos tenemos conexión con el alma y el espíritu, somos amorosos, estamos por los demás y tenemos claro que dependemos los unos de los otros… ¡Algo estrepitoso está fallando!
Muchas veces encontramos que serán el alcohol o las drogas las que provoquen determinados estados que lo justifiquen; Pero tengamos en cuenta que el alcohol o las drogas están haciendo siempre una función de sostén, o de medio, o de recurso de supervivencia, porque la droga no produce el maltrato, lo hace siempre un desconectado, un inconsciente radical, un actor, (hipócrita) sumido en un papel; un alma en pena o, para dar en el centro de la cuestión, una entidad ocupacional, que puede ser transitoria, que invade el espectro físico de “la víctima” como causa para generar su efecto. (Porque después, la totalidad de los maltratadores se arrepienten, ya sea en vida propia o en proyección a través de su descendencia).
Esto, equivale a un programa pletórico de información, codificado en su necesidad de repetir, extraer, exponer o expresar lo contenido desde la sombra.
Para hacernos una idea de la “fuerza viva” que representa lo que llamamos “programa”, así tendremos que comenzar a identificarlo, pues así se manifiesta con toda su fuerza; “ocupando”, literalmente como un huésped, la mente del anfitrión para manifestar su necesidad acumulada y, claro que si, muchas veces nefasta para los demás.
Desde la inmersión de la psique en el mundo de las entidades ocupacionales o programas, viviendo en paralelo con estas fuerzas o energías, será del todo imposible trascender determinadas “experiencias pasadas”.
Es desde el crecimiento interior y la conexión con aquello que está (porque lo está), por encima de toda la programación, desde donde si podremos dar un salto cuántico formidable, hasta el punto de “sanar” por completo, sea cual fuere la “gravedad de la situación”.
Todo abuso, maltrato, agresión o acto de violencia contra otro, solo puede darse desde la más absoluta de las inconsciencias.
Un ser consciente de sí mismo, (luego consciente de su programación), jamás podrá incurrir en actos semejantes, ya que estará por encima de la dualidad “bueno/malo”, y eso equivale también a comprender los opuestos, y cuando “se comprende” ya no pueden haber dudas sobre la cuestión:
El otro, es tan sagrado como lo eres tú, porque forma parte de tu yo-extendido, y todo acto de violencia que ejerzas contra el otro lo haces para contigo mismo.
Mucho se ha utilizado por algunas organizaciones esotéricas la constancia de la no existencia del bien y el mal, y en pro de dicha constante se perpetraron las mayores atrocidades, creyéndose ser “ese dios”, y actuando para fines tan oscuros como oscuras fueron las fuerzas que usaron alguna vez esta información: Reuniones de teósofos que postulaban el “yo soy el creador” (seguidores de Blavatsky), cuyo único baremo moral fue el “haz lo que quieras”.
Por descontado, el salto de la consciencia de este hecho (la no-existencia de bien ni mal para el inconsciente), incluye la “aceptación superada” de todas las acciones personales, ya trascendidas las cargas desde la comprensión última de la anterior disposición; (completamente inconsciente por un lado y por lo tanto, consecuentemente inocente por el otro).
Otra cosa son los disparates perpetrados por seguidores de cualquier doctrina, reconvertidos en siervos de algún “útil para la oscuridad”, que aprovecharon su pretensión de “sabiduría superior” sin filtro, ni verdadera conciencia de nada que se le parezca a este axioma, que siempre te responsabiliza de todo y que, a partir de ahí, ya solo puede ser esa “Luz” de la que todos hablan, pero que casi nadie entiende.
Concluimos:
“El otro, es tan sagrado como lo eres tú porque forma parte de tu yo-extendido, y todo acto de violencia que ejerzas contra él lo haces para contigo mismo”.
Si desconoces esta información, para tu esfera de conciencia eres inocente, porque has obrado desde la inconsciencia; desde la ignorancia o desde la desconexión”.
Y así, inocentes fueron aquellos que en su demencia obraron sin razón, (de ausencia de raciocinio), porque enajenados se encontraban, (ajenos a su realidad).
Ahora bien: Igual que opera el precepto en la ley terrena, “la ignorancia no es eximente de responsabilidad”, (teniendo en cuenta la obligatoriedad de informarte sobre los asuntos en los que incurres), con las leyes del inconsciente sucede lo mismo, porque antes o después todo te será manifestado o devuelto.
Es por eso que carece de todo sentido, conociendo esto, perseverar en el odio, el rencor o el resentimiento para con aquellos que consideres abusaron de ti o te maltrataron, pues solo te afectarás a ti mismo mientras lo sufras, independientemente de que “el otro” ya tiene ganado su correspondiente merecido: Lo “mágico” de la situación, es que si tú lo reconoces como inocente, inocente será y también será sanado, ya que “maltratador y maltratado”, “víctima y verdugo”, participaron siempre comiendo metafóricamente del mismo plato.
Deudas Emocionales
La mayor parte de las veces, las relaciones entre padres e hijos parecen vinculadas por algún tipo de patrón, que marca y determina la relación entre ellos de por vida.
Los hijos no pueden reparar a los padres por cercanía generacional, ya que ambos coexisten en el mismo espacio temporal (por eso reparan a los abuelos y bisabuelos), pero si funcionan como una dualidad de la energía que comparten ambas generaciones.
Padres e hijos, reparan a un tiempo y a la vez a sus abuelos y bisabuelos respectivamente, y en ellos recaen, a dividir, los mismos patrones emocionales codificados que “vienen de atrás”.
Las deudas que se establecen entre un padre y un hijo, con situaciones de tensión y todo tipo de fricciones especulativas, representan la repetición que tuvo el padre con su propio padre: Si el hijo repara al abuelo, encarnará, de alguna manera su energía
para saldar cuentas con “su hijo”, ahora su padre, y así sucesivamente.
Esto ocurrirá de forma genérica en todos los casos.
Las mujeres en especial “repararán” encontrando en sus hijas algún tipo de residuo de su propia madre, pues su hija está representando aquello por sanar que quedó de la abuela… (La mamá de su mamá).
De modo que, a nivel genérico y para empezar, las deudas se irán repartiendo más o menos así, y esto resultará una constante, ya que el inconsciente repite el fractal y lo repite por automatismo, siendo el “códice emocional” lo que marca y determina el argumento base de nuestras relaciones familiares.
Más específicamente, encontraremos casos donde un hijo o una hija sean dobles del padre de su padre o doble de la madre de su madre, es decir de sus abuelos, con lo que la “designación inconsciente” será en estos casos muy marcada. (Muy habitual y de lo que más abunda por otra parte).
Esto puede llegar a tener connotaciones muy explícitas, pues serán hijos que vienen a terminar de hacer lo que sintieron sus abuelos que no hicieron con sus hijos, (ahora su padre o su madre), y se verán impulsados, como “misión de vida” a emplearse en la tarea, muchas veces de por vida, siempre relacionada con algún tipo de “deuda emocional” sin resolver.
Al ser esto una corriente a veces imprecisa por inconsciente, podrá marcar, de muy diversas maneras la trayectoria de “estas vidas”, muchas veces frustradas, por hallarse perdidos entre la consecución de ese encargo inconsciente, y el resto de las ofertas que la vida propone sin cesar. A la vez, incurrirán en todo tipo de designios que tendrán que ver con la profesión y otras tendencias marcadas por fuertes deseos.
Posesión
Hablamos aquí de la posesión no como el “acto de entrar un espíritu en el cuerpo de una persona y dominar su carácter y su voluntad“, ni como la posesión relativa al acto de poseer cualquier tipo de mención material, sino como la posesión entendida por la dominación, en vida, de la energía de conciencia de otra persona.
Una cosa es estar poseído por un yaciente o difunto ancestro, y otra es estarlo por la energía de otra persona, viva, que invade nuestro espectro de energía emocional, (normalmente la madre con los hijos, –niños o “adultos”–), aunque este “sistema de
interactuación” resulta frecuente también en relaciones entre adultos fuera del clan, ya que se convierte en una “forma inconsciente de vínculo entre parejas”.
La tendencia en estos casos, se verá justificada con frases tipo “quiero lo mejor para ti”, “lo hago por tu bien”, etc.
– “Si tengo hijos para solucionar mis vacíos existenciales”, (consciente o inconscientemente), ya estoy en una situación donde esta posesión jugará un papel determinante en la vida de mis hijos, que bien sucumbirán a la impronta o “saldrán huyendo”, por no poder asumir “semejante responsabilidad.
Si el compuesto es más o menos consciente, las circunstancias ya harán su parte de trabajo en esto, y los hijos responderán haciendo diluir el programa, pues ya sabemos que cuando una programación se hace consciente, queda de muchas formas
deshabilitada.
Es cuando existe una relación de posesión-dependencia codificada y subyacente, cuando se encuentra este campo realmente operativo.
Cuando decimos que alguien es “muy posesivo”, está manifestando sus miedos y carencias “usando al otro”, que por otra parte resulta vinculado por idénticas razones.
Como en los casos de víctima y verdugo, aquí también se necesitan dos caras para crear la misma moneda.
Esta “manipulación del prójimo” ha sido una constante en el entorno familiar, sobra decirlo, pues ha estado y continúa estando bien armada y respaldada, desde una programación social expresamente dirigida a eso.
Si usted cree que está bajo las directrices de una programación de esta categoría, ha de saber que solo dirimiendo en usted los miedos a aceptarse como es, antes que nada, y activando la disposición consciente de aceptar, después, y en un proceso progresivo, la responsabilidad que supone hacerse cargo de su sagrado albedrio, podrá escapar de la “tela de araña que lo atrapa”.
Este es el punto clave de toda la cuestión. Lo que hay detrás de todo sentimiento de posesión, es una desvalorización programada que invade, desde su “fuerza viva”, (por codificada), las conciencias implicadas hasta el punto de vincularse en función de esa fuerza, que no es otra que un cúmulo de códigos encriptados que solo tienen sentido bajo la ausencia y la desconexión, como venimos viendo en todo lo expuesto anteriormente.
Esta posesión genera una dependencia igual o superior que aquella que es “proyectada en otros”, pues ya sabemos que todo responde al mismo fondo común.
Cuando se habla de “toxicidad emocional” en referencia a miembros de nuestro clan, designando desde la posición de hijo o hija, a su propio padre o madre como “toxico o tóxica”, o bien terapeutas y consejeros califican ante el consultante a un personaje familiar suyo como “tóxico”, sin identificar el vínculo inconsciente que por definición les une, están incurriendo en una práctica que tiende a perpetuar el conflicto, ya que el alejamiento de esa persona, en este caso, solo servirá para que la persona se distancie con el compuesto al completo y sin tocar: la carga idéntica correspondiente que “sufre” a través de su familiar, con la carga añadida
que acontece de separarse de un familiar, sin trascender en absoluto la situación. Lo de “familiar”, no tiene mayor representación para el inconsciente que la vinculación especial inevitable que acontece por “expansión de la sombra”. Es por eso que, con los familiares, siempre encontraremos la “parte más dura” o más difícil de asimilar.
Hablando de programas de posesión, manipulación, abusos o maltrato, incluiremos uno de los enclaves más extendidos y menos reconocidos por la población, que forma parte activa, en mayor o menor medida, del compendio estructural de lo que llamamos “egos”, ya que ha venido incluido en el paquete de “las máscaras del ego”, que forman parte y conforman a su vez la máscara original:
Psicopatía
La máscara (programa o egregor) psicópata, junto con la neurótica, la histérica, la esquizoide o esquizofrénica y la psicótica, conforman los recursos de la estructura defensiva a través de la cual el “yo-separado” huye, se ausenta o ataca según los casos. (Esto se trata en versión extendida en el libro 3 de Descodificación Cuántica).
Ya desde el punto de vista de su definición más “normalizada”, la psicopatía, veremos que resulta difícil de catalogar aún en su versión más mundana. (copiado de Wikipedia).
Dice así:
“Es importante aclarar que, a diferencia de otros trastornos y características psicológicas, no existe un comportamiento único definido en una persona a partir del cual se pueda distinguir de forma inequívoca a un psicópata de una persona normal. Pese a que en sentido legal la existencia de una referencia exacta con la que decir si una persona es psicópata o no, puede ser útil o necesaria, no hay evidencia científica para decir quién es psicópata y quién no”.
Sin que el texto anterior, (copiado directamente de la Wikipedia) nos haya de servir como referencia válida en sí misma, si nos da una aproximación, en atención a su indiscriminado uso, de hasta qué punto resulta dudoso el término incluso desde su versión más socialmente establecida.
¿Cuántas veces hemos leído o escuchado recomendaciones sobre la imperiosa necesidad de “liberarse de un psicópata” y cómo conseguirlo?
Desde la DQ., queda clara esta premisa y expuesta a continuación:
“Todos somos psicópatas, es sólo una cuestión de escalas:
Si un inconsciente es aquel que vive separado, y la conciencia entraña la constancia de la no-separación, continuar pensando que el mundo y sus representaciones son algo “ajeno a nosotros”, quizá englobe la mayor de las psicopatías y nos englobe a todos:
La única forma posible de liberarse de un psicópata es dejando de serlo”.
(Notas).
Dependencia
Ya resultará fácil, a estas alturas de la lectura de este libro, ir sacando conclusiones sobre cómo funciona el inconsciente en cualquiera de sus manifestaciones; siempre duales.
Si “no-existe un maltratador que no-haya sido maltratado, no existirá una persona posesiva que no-sea sumiso-dependiente ni al contrario”.
La persona dependiente actúa como catalizador y da sentido a la necesidad de poseer “del otro”, pues ambos forman entre si el compuesto al completo.
Todos dependemos de todos en cierta medida porque estamos vinculados más allá de la materia. Lo que atendemos aquí son los patrones que hayan estado afectando o afecten de forma especial; causando sufrimiento, enfermedad o desasosiego.
La dependencia emocional, que es lo que nos ocupa en este apartado, tiene también muchos rostros y muchas formas de expresión. Es un síntoma, y puede ser causa a la vez, como casi todo lo demás.
Su base raíz vuelve a ser la desvalorización, la “ausencia de amor”, la separación del yo-original, la pérdida de referencia de lo que le llamamos “el Ser”, o como queramos identificar el factor principal que ha causado la escritura de este libro.
Eso, que ha generado el mundo alternativo en que penamos y nos devanamos para “salir de él”, nadando en un mar de imprecisiones, perdidos entre la necesidad de aceptación propia y ajena; durmientes en el sueño de la mentira sin poder dar un solo paso en ese reino de la verdad, que iremos descubriendo poco a poco, y paso a paso, en cada movimiento nuestro.
¿Cómo podemos dejar de ser dependientes si creemos que no lo somos?
¿Cómo dejar de serlo si sabemos que lo somos?
Hemos engañado al inconsciente de muchas maneras, por eso nos resulta tan difícil escapar a sus sutiles trampas.
¿Cómo podemos dejar de ser dependientes, si somos tan posesivos como temerosos de ese encuentro interior, que por otra parte nos permitiría aceptar una forma nueva de vernos a nosotros mismos y relacionarnos con el universo? (Ya que no hay ninguna diferencia entre relacionarte contigo mismo y relacionarte con el universo).
La posesión y la dependencia tienen una base biológica bien definida: Los padres cuidan de los pequeños. Esa relación ya está establecida “por defecto”. Esta “ley natural”, muestra a su vez el recurso amoroso que hace que la vida se expanda y quede así su permanencia asegurada.
Volvemos a la des-virtuación de nuestros primigenios impulsos como seres biológicos, pues trascendidas nuestras primeras pulsiones adscritas a este programa natural, en ese etapa de la niñez donde tuvimos que ser asistidos por completo; donde estábamos a merced de nuestros padres, totalmente dependientes mientras ellos tomaban así “total posesión” sobre nosotros.
Seguimos después manteniendo idéntico principio, fuera ya de todo registro biológico, llegando a extenderse en muchos casos hasta el fin de nuestros días.
Si seguimos siendo “niños perdidos”, (por más que pensemos que somos padres, trabajemos o nos responsabilicemos de algo en este mundo), el principio biológico continúa siendo efectivo desde el inconsciente, regido por su misma inercia original.
Es por eso que, en el fondo, al sentirnos “perdidos” en un mundo de competencias y ausencias generales, nos cueste tanto desprendernos de esa sensación de cuidar y ser cuidados, (sacada de contexto y en un exceso transgeneracional), que intenta paliar nuestras lagunas en esta sociedad desarraigada y “desalmada” que hemos creado y, ayudando a mantener, seguimos recreando sin ser conscientes siquiera de lo que hacemos.
Si; Nos acogemos entre familiares y amigos cercanos; cuidamos los unos de los otros y, paralelamente, conocemos también otra versión del mundo donde el desarraigo y la violencia son casi la norma.
¿Acaso pensamos que el inconsciente diferenciará entre esa parte ajena, si no tiene capacidad de distinguir entre nosotros y todo lo demás?
Además, hemos intentado pervivir en una “disociación cognitiva permanente”, creyendo por un lado que el éxito personal dependía de factores externos, mientras nos alejábamos del verdadero enclave donde únicamente podemos sentirnos, en principio “seguros”.
Y esto solo se puede dar en una sociedad integrada con los valores prioritarios claros y puestos en funcionamiento; cosa que no solo no es así, sino que más bien apunta a todo lo contrario.
Desarraigados desde el punto de vista emocional, teniendo en cuenta el campo unificado donde todo está conectado, el principio biológico de miedo a la pérdida y al abandono prima desde el inconsciente:
A diferencia de los animales, nosotros no terminamos de “emanciparnos” nunca.
Aunque inicialmente, el principio de supervivencia funcione para los animales a la perfección, en nuestro caso provoca todo tipo de dislocaciones más adelante, pues lo usamos de forma desnaturalizada y completamente fuera de lugar.
Máxime teniendo en cuenta las fuerzas universales que tienden a liberar todo exceso de atadura, pues el “Ser que Somos” no sabe nada de ataduras, y si nos sentimos atados hará todo lo posible por encontrar una solución.
(Una cosa es estar imbricados con lo que nos rodea y otra sentirnos “atados” por lo que nos rodea).
En ese inconsciente al cual todos estamos conectados más allá del individuo, el apego natural es sin embargo intrínseco a nuestra naturaleza cósmica, porque nada se halla desvinculado de nada.
Liberarse del apego, per sé, desde el punto de vista del inconsciente será imposible, y estar “atado” también, porque ambas inercias confluyen en una sola dentro del universo.
La idea de liberarse del apego podría equipararse a otras pretensiones tales como “liberarse del ego”, o “vibrar en amor”, que se han ido vendiendo como logros a conseguir desde “la espiritualidad”, apartándonos una vez más del ejercicio que nos aproxima con solvencia a un centro recuperado, al margen de entelequias disuasorias que abundan por los caminos.
Apego compulsivo
El Apego en su versión “compulsiva” no es apego, es simple psicopatía.
El apego propiamente dicho es algo innato y natural.
Por eso el apego universal, resulta algo imposible de tratar, y llega a ser una de las cuestiones más controvertidas y más enrevesadas, tergiversadas y enquistadas que hemos “adquirido”, aceptando esta propuesta (liberarse del apego) como súperlógica y bien-entendida sin pestañear.
Todo el mundo habla de “liberarse del apego”, como si fuese una meta a alcanzar.
Cabría preguntarse, antes que nada, de donde viene toda esta “teoría del desapego”, pues da la sensación que se instauró como algo establecido casi recientemente entre nosotros, aunque ya estaba rodando por ahí desde las enseñanzas budistas; esas, que
adulteradas en su esencia como el resto de todo lo demás, aún no sabemos ni qué aportan ni cuál es su fin, teniendo en cuenta que han sido muy bien utilizadas para mantener, especialmente en la India y desde su origen, férreos sistemas de castas (de lo peor), ríase usted del “mundo feliz” de Huxley, con sus “Alfas, Betas, Gammas,
Deltas y Épsilons”. Sea como fuere, si por un momento tuviese un servidor razón, estaríamos hablando de una de las manipulaciones más perversas, por enquistadas, de cuantas nos esperan al final de este camino de eso que llamamos “despertar”.
“Desapego”, viene de unir dos conceptos claros: “des”, que como todos sabemos significa “sin”, y “apegar”, que viene directamente de “pegar”.
Si todo son formulas encriptadas, todo lo referente a “pegar”, “p-Ego”, “ap-Ego” o “desap-Ego”, en efecto, viene de “unir o des-unir algo del Ego o con el Ego”, pues todos los términos que se refieren a “adherir o separar”, juegan con esta exclusiva base, impertérrita, “del Ego”.
Curiosamente, el término “pego”, (que sólo puede unir), derivó a su connotación más violenta “arrojar uno contra otro”, (pegar uno “contra” otro), y finalmente “castigar dando golpes”, (nuevamente pegar).
Impresiona comprobar cómo el término original deriva encontrándose consigo mismo en su vertiente más dislocada, porque al final, todo cuanto podemos hacer es “pegar”, hagamos lo que hagamos. Es decir, cuando alguien pretende castigar a otro lo que hace es “pegarse con el otro”.
¿Por qué?
Porque el “Ego” o el “Yo”, para nuestra naturaleza individual lo uniría todo, y no sería ningún tipo de “cuestión a suprimir ni a eliminar”.
Entonces… ¿nos podemos “Real-Mente”, “desapegar de algo”?
O lo que es lo mismo:
¿Podemos disolvernos de alguna manera?
¿O sólo podemos pegar, unir, aunar, sumar, co-existir, (de existir con); fundir, fusionar, soldar, amasar, adicionar, agregar, vincular, acercar, aproximar, anexar, incorporar, combinar, o en definitiva, “concebir”?
Claro, es por eso por lo que casi “morimos cuando alguien se nos va”.
Es por eso que echamos de menos estrepitosamente cuando alguien “nos deja” o a “alguien dejamos”: Siempre, invariablemente, nos sacude esa sensación de añoranza o de vacío inexplicable, que va más allá de nuestras supuestas voluntades.
Si nos empleamos en la sórdida tarea de “desapegarnos”, –de lo que sea– entramos en una fase de conflicto irresoluble porque, para nuestro inconsciente, es sencillamente del todo imposible.
Apegados somos, también, porque cuando “dos-se-separan”, el “Ser Uno”, sufre la ilusión nuevamente de la separación sin comprender absolutamente nada; quizá de ahí en buena parte el sufrimiento entendido como lastre de esta entelequia sin solución.
Conclusiones:
Somos el apego vivo, porque somos “Uno”, indisolubles por pura definición.
Al “Ser Uno”, por contraposición, estar atados a cualquier cosa resulta del todo imposible.
Nadie se puede separar de nada, jamás, salvo en un mundo donde el propio concepto de “separación”, sella la ilusión –siempre pasajera– de aquel empeño, (quizá infra-humano), de desapegarnos, con todas las posibles consecuencias resultantes de la distancia creada entre el intento y lo imposible; entre el desgarre de una creencia impuesta y la sostenibilidad de una realidad inmutable.
Para “Ser Completos”, resultará imprescindible alinear “intelecto-mente-emoción” o “razón-percepción-corazón” (por llamar a lo mismo de dos maneras distintas), y
para eso será necesario identificar un “código implantado”, (la pretensión del desapego), cuyo denominador común se encuentra interferido e interfiriendo la pretendida alineación co-esente, en sí misma, por un sistema diseñado especialmente para evitarlo; una manera consensuada muy inconsciente de denominar cosas que no son y omitir cosas que son.
Desde la perspectiva de nuestras partes operativas inconscientes, realmente no caben apegos ni desapegos, ya que el Uno es indivisible en esencia: Es, por lo tanto, “apegado por definición” y desapegado a la vez, por ser “solo Uno”.
Ahí, en ese fondo esencial nuestro que crea la realidad, está todo-pegado y bien pegado, pues todos estamos conectados y dependemos de los demás hasta el punto de que, sin los demás, no podemos existir.
Vemos que la pretensión del desapego es la pretensión de una tarea perdida de antemano.
Nada puede estar atado a nada tampoco, porque la esencia es unitaria.
¿Cómo entender esto para poder conjugar ambos factores que son uno y a la vez parecen querer separarse?
El universo es unitario en su esencia y todo se encuentra conectado.
La esencia es pues, indivisible.
Por contraposición, nada puede estar “atado” desde la conciencia, pues todo se encuentra unificado siendo del todo indivisible. (no-divisible en dos).
Podemos observar cómo, este universo, para manifestar la idea ilusoria de la vida, se desdobla forjando una ilusión para los sentidos.
Decimos entonces que el universo es unitario, y podemos decir también que, desde su unicidad primigenia, la sensación de la vida resultaría completamente imposible. Todo se manifiesta “solo” a través del espejo; a través del desblodamiento, de generar dualidad, y podemos comprobar cómo esta dualidad, se manifiesta desde sus primeros pasos: El universo es indivisible en su esencia pero se divide para reconocerse así mismo, aunque continúe siendo “uno”, desde su base.
Y cada uno somos “ese universo unitario”, a la vez que conformamos, entre todos, el universo al completo.
Nuestro cerebro, partido en dos mitades, quizá no esté preparado para entender este principio, (al menos por el momento), aunque es lo que está funcionando “Eternamente Ahora”, en este único instante del que disponemos.
Hablaremos entonces de algo que se ha denominado en este libro como “apego compulsivo”, que bien podríamos catalogar como “dependencia extrema”, y que para identificarlo con certera precisión, tendremos que hacerlo con la etiqueta “psicopatía”, pues cambiando su potencial podremos quedar en paz con la situación, siempre y cuando conozcamos el verdadero suelo por donde pisamos.
Si decimos que “estamos apegados”, nos acabamos de invalidar al completo, porque nada podemos hacer contra eso, ya que jamás dejaremos de estar apegados.
Si decimos que estamos usando una “máscara psicópata”, (justo lo que nunca reconocemos, porque nos han dicho que los psicópatas siempre son los demás), ahí, en ese preciso instante, tenemos todas las papeletas del compuesto en nuestras manos, frente a nosotros, y ya podremos decidir qué hacer con eso.
Una de las “maravillas de la programación de la separación” ha sido esa, disociar la mente para no-ver, jamás, realmente lo que nos pasa.
Si creemos estar sufriendo de apego o dependencia, es mentira, estamos usando una máscara psicópata en toda regla.
La labor, consiste en aceptar nuestra verdadera situación, disociada de la realidad, y una vez conocida la información ya podemos cambiarla.
Si sé, que estoy usando una máscara psicópata, puedo hacer de todo para usar “cualquier otra cosa” que esté más acorde con lo que realmente quiero, pero sí creo que mi problema es estar apegado o dependiente de los demás, no podré hacer nada con eso porque, sencillamente, es mentira