La Etapa del Luto
La Etapa del luto es un periodo necesario para asimilar y trascender la muerte de un familiar o allegado. El luto y el dolor, deberían ir relacionados dentro del mismo paquete de forma que, pasado el periodo de luto, el dolor se habría de suponer trascendido.
Nada más lejos de la realidad en un enorme grueso de los casos, teniendo en cuenta que, en nuestra sociedad, la muerte suele ir acompañada de un aura de victimismo cultural, armada tras una indeterminada cuantía de generaciones de incomprensión.
Las muertes han sido vividas como una liberación o un drama a modo cultural, de modo que los lutos y los dolores ya inconscientes continúan de por vida, marcando improntas que harán que, en la segunda y tercera generación, (y a partir del fallecimiento de determinado familiar), los nietos o los bisnietos continúen vistiendo de negro, hablando bajito o gritando lo contenido de las formas más insospechadas.
El negro como color predominante en el ropero de cualquiera es mucho más que un símbolo, pues engloba cada pequeño detalle de ese “dolor” que se traspasa a través de la sombra, generación tras generación.
«“Duelo”, significa directamente “dolor”, sin que el término contenga ningún otro tipo de acepción o significado».
Lo que vemos o lo que sentimos con respecto al suceso al que llamamos muerte, sin embargo, solo depende de nuestra percepción con respecto a este hecho.
Básicamente, nuestra percepción inconsciente sobre la idea de la vida siempre es eterna, por eso nos cuesta tanto asimilar la idea de la muerte y la idea de la desaparición con lo vivido, lo sentido, lo querido o lo logrado.
Lo que dejamos como lastre sin resolver, es al tiempo nuestro propio rechazo adicionado con los anteriores rechazos que quedaron sin resolver, tanto por los que se van por los que se quedan; representando un conjunto unitario difícil de disociar.
«La asimilación de la idea de la muerte comienza en la propia vida de cada cual».
Las famosas 5 etapas del duelo conceptuadas por la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross, están dirigidas expresamente a aquellas personas que se encuentran en estado terminal; «aquellas personas que saben, creen o le han dicho que se van a morir», pronto.
Curiosa y paralelamente, vamos lidiando con estas 5 etapas de forma constante durante el transcurso de nuestra vida, (más o menos consciente e inconsciente) ya que, contando con la relatividad del tiempo, todos estaríamos en “fase terminal”, porque sabemos, creemos o nos han dicho que «algún día vamos a morir».
Veamos a continuación las cinco etapas propuestas por Kübler-Ross, (especializada en pacientes en fase terminal), y hagamos un pequeño ejercicio de adaptación a la «vida normal de cualquiera de nosotros», desde que tuvimos en nuestra infancia el primer encuentro con la noción de la muerte, trasladando las fases típicas de una persona en proceso activo de muerte, al devenir expandido que supone nuestro recorrido vital al completo.
Negación
«Me siento bien, esto no me puede estar pasando; no a mí».
La negación es solamente una defensa temporal para el individuo. Este
sentimiento es generalmente reemplazado con una sensibilidad aumentada de las situaciones e individuos que son dejados atrás después de la muerte.
Ira.
«¿Por qué a mí? ¡No es justo!», «¿cómo me puede estar pasando esto a
mí?».
Una vez en la segunda etapa, el individuo reconoce que la negación no puede
continuar. Esta persona es difícil de ser cuidada debido a sus sentimientos de ira y envidia. Cualquier individuo que simboliza vida o energía es susceptible de ser blanco con proyecciones de resentimiento y envidia.
Negociación
«Dios, déjame vivir al menos para ver a mis hijos graduarse», «haré
cualquier cosa por un par de años más».
La tercera etapa involucra la esperanza de que el individuo puede de alguna
manera posponer o retrasar la muerte. Usualmente, la negociación por una vida
extendida es realizada con un poder superior a cambio de una forma de vida reformada. Psicológicamente, la persona está diciendo: «Entiendo que voy a
morir, pero si solamente pudiera tener más tiempo»
Depresión
«Estoy tan triste, ¿por qué hacer algo?»; «Voy a morir, ¿qué sentido
tiene?»; «Extraño a mis seres queridos, ¿por qué seguir?».
Durante la cuarta etapa, la persona que está muriendo empieza a entender la seguridad de la muerte. Debido a esto, el individuo puede volverse silencioso, rechazar visitas y pasar mucho tiempo llorando y lamentándose. Este proceso permite a la persona moribunda desconectarse de todo sentimiento de amor y cariño. (No es recomendable intentar alegrar a una persona que está en esta etapa).
Es un momento importante que debe ser procesado.
Aceptación
«Esto tiene que pasar, no hay solución, no puedo luchar contra la realidad, debería prepararme para esto».
La etapa final llega con la paz y la comprensión de que la muerte está acercándose. Generalmente, la persona en esta etapa busca la soledad.
Además, los sentimientos y el dolor físico pueden desaparecer. Esta etapa también ha sido descrita como “el fin de la lucha contra la muerte”.1 «Además, los sentimientos y el dolor físico pueden desaparecer. Esta etapa también ha sido descrita como el fin de la lucha contra la muerte».
Por aproximación conceptual, casi podríamos asegurar que, si solucionamos el conflicto de la muerte en vida, el dolor emocional durante el transcurso de nuestra vida y por lo tanto el dolor físico dejarían de tener sentido.
Se dice, que en esta última fase se manifiesta el momento donde hacemos las paces con la pérdida (tanto propia como ajena), permitiéndonos una oportunidad de vivir a pesar de la ausencia del ser querido o, en cualquier caso, la amenaza de esa “ausencia de nosotros mismos” que conlleva la idea de nuestra propia desaparición.
Es decir, «podremos entonces permitirnos una oportunidad para vivir, a pesar de la ausencia programada que percibe nuestro personaje de que algún día se va a morir».
Nosotros, desde nuestra posición, podemos hacer mucho a nivel cognitivo, aclarando que “cognitivo”, proviene del latín cognoscere, ‘conocer’, y se define a su vez como la facultad de un ser vivo para procesar información a partir de la percepción, el conocimiento adquirido (experiencia y características subjetivas que permiten valorar la información). Por lo tanto, nuestros avances en relación con el “suceso de la muerte”, serán de especial relevancia a la hora de adentrarnos en ese inconsciente, donde los residuos de información derivados de esa “ausencia de comprensión”, determinan muchas de nuestras sensaciones y pulsiones, incluyendo la mayor parte de las decisiones que tomamos durante nuestra vida.
«La etapa del luto equivale a aquel proceso temporal cuyo único fin consiste en que el dolor sea trascendido».
El Sentido del Duelo
Estos duelos representan un homenaje y una ofrenda a la vez que un regalo, porque nadie antes que nosotros en miles de años culminó semejante tarea.
Salvo en culturas en las que los duelos fueron entendidos desde una visión transformadora y equilibrada, (donde estos eventos se procesaron como una “fiesta o celebración”), trascendiendo con ese acto ritual la vida de aquellos que a su vez abandonaban su cuerpo físico.
En nuestra cultura, prácticamente solo tenemos registros en los que la muerte ha significado dolor, sufrimiento y pérdida…
«Cuando no desolación, horror y tenebrismo». Incluso en los casos donde se asimilaron las pérdidas de la forma más equilibrada, el panorama social ha impregnado al campo mórfico del colectivo, generando una espesa energía donde la tristeza como trasfondo lo inunda todo.
«Es la percepción de la pérdida lo que genera esa visión ególatra, pues siempre sufre uno por sí mismo, teniendo pena de sí mismo y se lacera a sí mismo en nombre de los demás, cada vez que aparece ese compuesto de “sufro porque he perdido algo».
Hay más: La muerte prematura de un ancestro genera sobre todo, «rabia».
Es la máscara del ego que se resiente con percepciones propias del victimario:
“Te has ido a pesar de lo mucho que te necesito”.
“¿Cómo has podido hacerme esto a mí?”
“Me has abandonado a mi o has abandonado a tu familia”…
El inconsciente, (que todo lo sabe), entiende muchas veces como un acto de cobardía ese abandono que causa el difunto con respecto a sus hijos, la esposa o el esposo; el hermano querido que fallece o cualquiera de los hijos que se va sin avisar.
«Ese “tirar la toalla antes de tiempo”, es interpretado y almacenado en el Inconsciente con muchos rencores encubiertos».
La rabia, al ser tapada y firmemente disimulada, se transforma automáticamente en sentimientos de pena y de insondable tristeza;
En “dolores”…
«En Duelo».
El sentido más profundo del duelo a la vez que el menos practicado, entraña la comprensión profunda de nuestro paso por el mundo, conscientes de nuestra atemporalidad y nuestra condición esencial de Ser-Eternos, muy por encima de los personajes que vienen y van, en esta rueda generacional donde, lo único real, es La Conciencia.
Siempre hemos sido conscientes “de Ser”, porque esa Conciencia es lo único que verdaderamente hemos sido, y por lo tanto seremos y tendremos, «Siempre».
Esa Conciencia es todo cuanto se conserva, generación tras generación, y siendo todo cuanto existe lo es todo; capaz a su vez de transformarse en el constante ciclo “sin-fin”, al que llamamos «Vida».
Como no se puede asumir aquello que no existe, la muerte no puede ser asumible por el Ser Humano.
«Solo podemos asumir La Eternidad»
Todos sabemos que de aquí nada nos llevamos.
Ni un lápiz, trazo o esfuerzo procedente de la consecución de nuestros atareados planes.
Ni una sola de las baldosas de las propiedades que creamos haber conseguido o lleguemos a conseguir.
Ni un solo momento de placer, ni de gozo, ni de extremo sufrimiento…
La novedad sobre lo entendido hasta el momento, consiste en que tampoco nos llevamos ningún logro vinculado con nuestra capacidad de amar, o de comprender al otro, o de conexión con el todo…
La portentosa noticia es que todo eso, ¡También se queda Aquí y Ahora!
¡Todos lo tenemos todo, todo el tiempo aquí y ahora!
En realidad, no nos llevamos nada a ninguna parte porque no existe ninguna otra parte que no esté justo delante de nuestras narices.
Todo se queda aquí, como reducto del lugar tangible donde la vida se manifiesta en todo su esplendor.
Porque todo es Aquí y Ahora y solo está Aquí y Ahora.
Los paraísos, los mundos de paz y amor, los peores infiernos y las densidades superiores, o están Aquí y Ahora, o solo están en la mente
programada de aquel depredador, milenario y esquivo, que consiguió, bajo nuestra consentidora y engañosa colaboración, separarnos de la
realidad y hacernos creer, “de toda la vida”, en paraísos que “habitaremos”, tras nuestra vida o nuestra muerte; dependiendo de
cómo nos hemos portado en función de la ilusión del arconte que determina lo que es bueno y lo que es malo: Mezclando los extremos de la dualidad en un barro opaco difícil de desentramar.
Cuando consigamos comprender el verdadero sentido de Atemporalidad y de Eter-nidad que todos representamos, daremos un
paso fundamental en nuestro acercamiento hacia el mundo real, manifestado también a través de este mundo “todavía irreal”, e
involucrándonos en nuestro compromiso con el mismo. «Tan Eterno y Atemporal como nosotros mismos».
Nuestra programada percepción desde la separación, tanto de nosotros con respecto a la realidad que vemos, como de nosotros con respecto a las líneas generacionales que nos preceden, han ocasionado “sombra adicional”, cada vez que alguien piensa “la vida de mis abuelos fue de mis abuelos y nada tiene que ver conmigo”; o cada vez que pensamos en términos de “estar aquí de paso”, o
“la vida son cuatro días”, que equivale a pensar que nuestra vida es algo aislado y que, cuando “morimos”, todo se acaba.
Esto en absoluto es así: La vida continúa más allá de lo que consideramos nuestra experiencia aislada y, todo lo que dejemos como lastre en vida, quedará pendiente y amplificado para las siguientes generaciones, donde nosotros, como
Conciencia, nos volveremos a re-encontrar en forma de “otro personaje separado”, hombre o mujer, que seguirá con la saga de “incoesencias” —fruto de la separación—, y de la ausencia general de perspectiva y por lo tanto de conexión con la vida real, y separados, nuevamente separados de nuestra vida inter-dimensional, que no es otra cosa que nuestra proyección en el espacio tiempo
en distintas posibilidades existenciales, (“paralelas”), alternativas todas, donde lo único que prevalece es La Conciencia, o lo que todavía nos cuesta comprender cuando nombramos la palabra “Vida”.
En vista de cómo ha estado funcionando la experiencia a través de los reincidentes personajes que “repiten curso una y otra vez”, podemos asegurar que solo hay continuidad, y que de “estar aquí de paso”, (como hemos creído hasta ahora porque nos lo han repetido hasta la saciedad), «nada más alejado de la realidad».
Es la continuidad de potenciales a través de los personajes desplegados que llamamos “ancestros”, lo que da pleno sentido a todas esas “desavenencias adquiridas”, que hasta ahora se han achacado a la casualidad o al destino.
Esta es la razón por la que nadie ha hecho realmente nada por el mundo, pues para generar un cambio real, ha de ser implementado contando con nuestras tres generaciones anteriores, o en aquellos enclaves, (generalmente del todo inconscientes), que conforman el verdadero potencial a transmutar.
Esta es la razón, también, por la que el mundo contiene esa sombra tan profunda como arraigada, quedando a libre disposición el resto de información ya desde su “propio dominio”, autóctono y singular; territorio particular de ese “pozo oscuro” donde todo son pesares, miedos; dramas…
Y emociones escondidas de puro estupor a ser reconocidas. Estamos hablando de aquellos famosos “bajos astrales” que a su vez se
alimentan de nuestra energía, cada vez que vibramos en esas “bandas de frecuencias” que responden a nuestros “invisibles huéspedes”.
Mucho se ha especulado sobre energías presenciales, o sobre larvas psíquicas, o sobre “parásitos energéticos” que habitan en nuestro entorno como si de algo ajeno a nosotros se tratase.
Hay que insistir, para “conocer aquello de lo que estamos hablando en realidad”, en la primera Ley Universal de Expresión o Manifestación, (ratificada por el que suscribe), así como en el resto de las Leyes que nos hablan de la no separación y nuestra Fusión con el Todo. O de esa «dualidad onda-partícula» que hace que se genere, a través de la ilusión de nuestra percepción, una separación virtual entre lo físico y lo intangible, cuando ha quedado más que demostrado que, onda y partícula, responden al unísono en los experimentos
como si fuesen «la misma cosa».
Como nos hemos acostumbrado a percibirnos separados, —creando dos bloques bien diferenciados—, entre los cinco limitados sentidos
tradicionales que todos conocemos, y el resto de las “sutiles energías emocionales” —y siempre emocionales— que nos conforman, (dentro y fuera), solemos achacar ajeno o separado a lo que siempre vuelve a ser nuestro, proyectándolo al “exterior” como si de algo completamente independiente de nosotros se tratase, sin darnos cuenta de que, antes y después, todo aquello que estamos “percibiendo alrededor”, forma parte indisoluble de cada uno de nosotros.
Fantasmas, poltergeist o manifestaciones extrañas, —sensaciones de todos los tipos tradicionalmente atribuidas a señales externas—, (no justificables por la lógica de la normativa cultural), son la expresión de densidades de “onda vibracional” filtradas en la materia en forma de “transferencia de información”, por descontado, producto exclusivo de nuestro propio campo energético: Ese que abarca “dentro y fuera”, proyectando al exterior de forma inevitable nuestro inconsciente contenido.
Estas manifestaciones se pueden revelar en forma de voces indeterminadas, luces que aparecen en los sitios más insospechados, tirones de pierna durante la noche o sensaciones de contacto físico, (estando completamente solos y en la cama); “presencias, respiraciones sentidas de la forma más realista que podamos imaginar…”
Todos estos “síntomas”, se deben a esas energías de “fantasma o posesión”, que a veces afloran en los momentos más inesperados.
Otras veces, lo hacen en forma de pensamientos o pulsiones de diferentes facturas:
Sexuales: con cargas de violencia o repulsión.
Reactivas: dominando nuestros gestos o expresiones con vehemencia o desprecio.
Depresivas: sumiéndonos en la tristeza, la desidia personal o el abandono.
La lista sería interminable y tan solo hemos enumerado algunos de los efectos más comunes. Baste decir, que muchos de los estados que nos dominan, (aquellos que podamos considerar en fase de “fuera de control”), se deben a este tipo de enclaves, tan cotidianos y tan extendidos como vilipendiados y silenciados a través de nuestro colectivo, sujeto a un paradigma cultural basado en la ignorancia y el miedo irracional, reduciendo estos casos y relegándolos en el apartado de “misterios sin resolver”, durante generaciones:
Por más que podamos ser educados o pretendidamente responsables de nuestros actos, la mayoría del común de los mortales está por otra parte versado y es conocedor, en primera persona, de este tipo de sensaciones que nos acompañan de una u otra forma a lo largo de nuestra vida.
Especialmente conveniente señalar, que si todo es “producto de nuestra mente”, será a través del ejercicio de la Consciencia, poniendo en función los “útiles propios de los que la Conciencia se sirve”: Razón, Intelecto, Información y Conocimiento, como podremos operar con solvencia con respecto a lo que ahora podemos reconocer e identificar, en consecuencia, en forma de «fenómenos propios resultantes del miedo basado en la ignorancia y la separación radical de Todo lo que Somos»
Estas energías, son creadas por los residuos, confusos o tediosos de información emocional “de los unos y de los otros”, —miembros de nuestro clan—, quedando densificadas las energías en “el invisible” (campo de ondas de información), con un estigma encubierto engordado por el oscurantismo, la superchería o el imaginario popular, y resultando, una vez sometidas a través del filtro de la cordura, equivalentes a «energías propias de un niño balbuceante de tres años».
Nada puede hacernos daño más allá de nuestros límites como entidades que todo lo engloban.