Adictos al Amor
La lista de descubrimientos sobre cuándo interviene la oxitocina no terminó todavía. Dejé el más picante para el final: se libera en grandes cantidades —en ambos sexos— durante el orgasmo. Así que los científicos pensaron… ¿podrá se esta hormona la causante de la fuerte unión emocional en las relaciones románticas? Para variar, lo primero que hicieron fue experimentar… ¡sí, con ratones! Los tienen de punto.
Hay dos especies prácticamente idénticas de ratones de campo, que se diferencian por solo una cosa (bastante fundamental): unos son enteramente monógamos, mientras que en la otra especie no se aparean de por vida. Llamemos a estos últimos promiscuos para exagerar. Los investigadores empezaron por inyectar oxitocina en el cerebro de los promiscuos, y quedaron boquiabiertos al ver que formaban parejitas estables. Después hicieron lo contrario: se mandaron a bloquear químicamente el efecto de la oxitocina en los monógamos, y terminaron observando cómo estos dejaban de ser fieles. ¡Chan!
Obvio que hay que salvar las distancias con los seres humanos, porque nuestros comportamientos no son así de mecanizados. Pero si tuviéramos que envasar hoy una poción del amor, esta hormona sería lo más cercano conocido. Su infusión interna natural es la que induce esa fijación en una única persona, típica del amor romántico.
Ahora bien, si a las oleadas internas de apego por oxitocina les sumás: (a) los efectos placenteros de las endorfinas, y (b) el incentivo y el deseo gracias a la dopamina (nombrada en el primer capítulo), tenés la ecuación perfecta para que en innumerables casos las relaciones resulten adictivas. No son pocos los tortolitos que no pueden vivir el uno sin el otro. No menos son los heridos-por-amor, que ya no saben qué hacer para olvidarse de su ex media-naranja. Nuestra química interna puede dejarnos enganchados por tiempos muy largos, lo que —si todo va bien— posibilita que cuidemos de nuestras crías en conjunto (cortesía de la evolución). El drama está cuando a uno le sucede pero al otro no, y su cóctel de drogas interno lo deja dependiente… apasionado en el refuerzo intermitente de la esperanza.
Por ahora no existen juguitos químicos para superar los desamores, tal vez en algún futuro la ciencia los invente… Mientras tanto, tenés que seguir aprendiendo a vivir como naturalmente sos.
Mentime que me gusta
“Ella no se atreve a admitir que me ama, por eso no volvió”, es aquella solución paliativa a la que muchos descorazonados recurren para no pasar tan mal la transición a su nueva soltería. Y se mienten a sí mismos bien pero bien mentidos.
Tanto que se lo creen todo.
Bueno, llegó la hora de que salde con vos una deuda pendiente que arrastré desde el principio del libro. Prometí explicarte: además de los mecanismos cognitivos, ¿qué otros sustentos tiene el credo consolans, que nos reconforta y devuelve la sensación de seguridad y control? La respuesta la completa el famoso Daniel Goleman, psicólogo estadounidense que a mediados de los noventa se hizo popular con su bestseller Inteligencia emocional. Diez años antes, no obstante, ya había escrito El punto ciego, acerca de los artificios del autoengaño. Otro terreno donde los mecanismos neuronales y químicos internos se solapan con las dinámicas de relacionamiento social.
Según Goleman, la química que llevamos dentro tiene gran responsabilidad en hacer que permutemos atención por ilusión. Cambiamos atención puesta en la realidad externa por elaboraciones propias que amainen el dolor emocional. Como si ambos, alerta y alivio, fluyeran entre vasos comunicantes. A esta altura, sabés que los factores estresantes pueden ser netamente psicológicos. En estos casos, como en toda respuesta de estrés, se libera ACTH (la hormona precursora de los glucocorticoides que te pone en estado de alerta y agudiza tus sentidos).
Dependiendo de cuál sea la dura realidad a la que nos estemos enfrentando, esta sensibilización puede generar mucho dolor emocional. Un recurso útil para anestesiarlo es recurrir a la potencial descarga de endorfinas y a su posterior acción calmante (volvé a mirar el último dibujito). Reduciendo la atención sobre lo que nos rodea, las endorfinas estimulan elaboraciones mentales que nos distraen momentáneamente del mundo externo. Así, cuando luego volvemos a la cancha de la realidad, traemos un modelo de ella que no nos hace tanto daño y que limita el estrés psicológico.
La atención selectiva, es decir, pasar por alto la información del entorno que no contribuye a nuestros propósitos, está entonces sostenida por un vals entre la ACTH y las endorfinas. Para acá y para allá. Se arman así, a partir de estos ladrillitos químicos, los cimientos de la negación, de no-aceptar lo que no nos gusta.
Ansiedad y otros rótulos
Los mecanismos emocionales del cerebro no están exentos de las hormonas y neurotransmisores que se segregan en el cuerpo. (Bueno, de hecho, ¡el cerebro mismo comanda esos exprimidos!) Nuestra forma de reaccionar emocionalmente ante ciertos estímulos depende del trasfondo tónico en el que ya vengamos embebidos. En una madre llena de oxitocina que está lactando, por ejemplo, se amortiguan las respuestas del circuito del miedo. La atención de cualquier persona está condicionada por la química del estrés (también lo están otros procesos cognitivos, como el aprendizaje y la memoria). ¡La propia interpretación de nuestra mente se halla influida por la sopa de neurotransmisores que salpica los circuitos neuronales!
Para terminar el capítulo, te presento un desenlace revelador. Como en las películas donde te enterás que el vecino era en realidad el padre o algo así, y se cierra el círculo inesperado. Como podés ver en el dibujito que sigue, las estructuras químicas de la dopamina (la que te motiva e incentiva), de la noradrenalina y de la adrenalina (las que te ponen en alerta y te preparan para la acción) son muy parecidas. Cada una se diferencia de la anterior por esas partecitas resaltadas. Precisamente, estas tres moléculas pertenecen a la misma familia denominada catecolaminas, y pueden obtenerse una a partir de la otra mediante ciertos procesos que hace nuestro organismo (de dopamina a noradrenalina, por ejemplo, sucede una oxidación). En estos procesos intervienen enzimas, unas sustancias de naturaleza proteica que no se modifican pero hacen a las reacciones químicas mucho más rápidas, se dice que las enzimas catalizan los procesos.
Mucho deseo, ansiedad y estrés son tres experiencias que van de la mano gracias a la familia de moléculas que intervienen en prepararnos para la acción.
El mayor enredo familiar aparece ahora: la ACTH liberada por la hipófisis en episodios estresantes, que viaja a las glándulas suprarrenales y estimula la liberación de glucocorticoides, también influye en la generación de catecolaminas.
¿Cómo? Por un lado, lo logra indirectamente, ya que los glucocorticoides incentivan la síntesis de adrenalina. Por otro lado, la ACTH misma aumenta la actividad de la enzima específica (no importa el nombre, llamémosla elegantemente a) que promueve el pasaje de dopamina a noradrenalina. Entre todas son como los Campanelli, o los Benvenuto de Francella, que almorzaban juntos todos los domingos.
¡Con razón que lo que te pone ansioso te estresa! ¡Con razón que muchas veces se usa el término ‘ansiedad’ como sinónimo de ‘miedo’! La complejidad de tu química interna es tal que las emociones no constituyen cajones independientes el uno del otro. Por el contrario, muchas emociones te agarran al mismo tiempo que otras; porque tienen ‘sintonía cercana’ en el dial de tus reacciones hormonales.
Desde este punto de vista, es obvio que rótulos emocionales como la ansiedad conllevan cierto grado de ambigüedad: los términos que señalan emociones fueron acuñados muchísimo antes de que conozcamos los mecanismos cerebrales y químicos que les dan origen.
Olvidate por un instante de cómo rotulás las experiencias emocionales y empezá de abajo para arriba, desde lo más pequeñito de las moléculas hacia los circuitos cerebrales. Las vías neurales de dopamina, integrando el sistema de
Búsqueda por la recompensa y el incentivo, te dejaban listo para actuar por algo que querés. Si fluye mucha dopamina por allí, evidentemente vas a sentir deseo con mucha intensidad, como monos y ratas posesos apretando palancas. En cuanto no puedas obtener ya lo que querés, o tengas mucha incertidumbre de conseguirlo, o debas postergar el impulso para la acción —aguantarte las ganas—, vas a
denominar ansiedad a esa experiencia, ¿no? Como cuando estás ansioso por irte de vacaciones o porque llegue el resultado de un examen.
O sea, estás llamando ansiedad a los efectos de un deseo intenso que todavía no concretaste, justamente porque tenés un exceso de dopamina que te deja al borde.
Pero fijate que al no conseguir saciar tu enorme deseo, la dopamina sobrantepodría utilizarse para manufacturar adrenalina (en realidad, el proceso no es lineal, sino muy complejo, pero aquí simplifiquemos). Tampoco podías estar en calma cuando la adrenalina andaba circulando en tu sangre. Así es que el fenómeno mismo de no poder satisfacer un deseo, la frustración, termina siendo un agente estresante (psicológico).
Percibís la adrenalina como una sobreactivación de tu sistema, y por eso denominás ansiedad también a la frustración y al estrés.
Los rótulos que llevan las emociones son, como en el caso de la ansiedad, una suerte de paraguas que abarca muchos fenómenos mentales-corporalesquímicos- cerebrales al mismo tiempo. Gracias a la ciencia, podemos hilar fino y comprender qué procesos están en la intersección de las distintas emociones, como esos diagramitas de Venn circulares que se solapaban en la primaria.
Ahora la cosa se va a tornar apasionante, porque vas a trascender el ámbito personal y vas a pasar a los fenómenos sociales. Los patrones de las interacciones humanas. La dinámica recurrente con la que nos relacionamos.
Anexo: múltiple choice para hacer con tus amigos
Estresómetro para orientarte en tus reacciones de estrés
Te tomaste el subte o el tren a la mañana para ir a trabajar, y después de la segunda estación se detiene en el camino. Pasan quince minutos pero sigue sin arrancar. Pensás…
a)¡Otra vez esta porquería se queda! ¡Qué país! Habría que romper todo y prender
fuego el vagón…
b)Uff…, ya empezamos así la mañana y para colmo después vienen todos los problemas en el laburo. ¡Voy a tener que soportar tantas cosas hoy! Ya no aguanto más el trabajo que tengo.
c)En algún futuro estas interrupciones en el transporte van a ser menos frecuentes. Menos mal que hoy hago un poco de deporte. Cuando vuelva a casa voy a darles un buen abrazo a los chicos.
He aquí el resultado de acuerdo con la respuesta
a)¡Ojo con estas reacciones impulsivas! En primer lugar, estás estimulando una catarata de hormonas del estrés en tu cuerpo. A largo plazo, este tipo de malasangre puede hacerte mal a la salud, y quien sale perjudicado sos vos. En segundo lugar, estás tratando de aliviar la frustración desplazando la agresión: perjudicar a los demás no va a resolver el problema. En tercer lugar, seguro que (y afortunadamente) no vas a romper todo, así que toda la sobreactivación de tu organismo no tiene vía de escape. Con lo cual, el impacto en tu cuerpo es aún peor.
Finalmente, una emoción intensa como esta va a demorar en “disolverse” de tu cuerpo. La inercia emocional te va a dejar irritable para el resto de la mañana. ¡Cuidado!
b)¿Solés trasladar el impacto de un único episodio sobre todo lo demás? Este efecto dominó agrava el estrés psicológico y social, y te pone en un rol subjetivo de sometimiento. Debés discriminar los factores que te provocan frustración para enfrentarlos de manera independiente. Por ejemplo: el trabajo no debe ser el único proyecto en tu vida. Si tuvieras otras actividades en donde distraerte, disminuiría tu ansiedad.
c) ¡Te felicito! Comprendés que tu interpretación es el principio del estrés psicológico y lográs elaborar reflexiones que te alejan de la frustración. Hacés tu vida más fácil de manejar, gracias a darle mayor previsibilidad a tus actividades y deseos. Estimular las endorfinas con el deporte y la oxitocina con buenos lazos familiares (o de amistad) te contiene. Promovés así la salud en tu cuerpo.