Duelos con los Abortos
Duelos con los hermanos
Duelos con los hijos
No es que te amen, lo que necesitas.
Ni siquiera es amor lo que necesitas.
Porque el amor está polarizado en todas las partes; en todos los gestos,
las atracciones, las repulsiones y los desprecios.
Es que te acepten, te valoren y te reconozcan,
tal y como eres, lo que necesitas.
Y el único requisito indispensable para que eso se produzca, es que tú
aceptes, valores y reconozcas a los demás,
sin condiciones:
«Tal y como son»
Es valorar a los demás lo que necesitas.
Es valorarte a ti mismo lo que necesitas.
Estamos en el segundo bloque relativo a la guía del ejercicio ritual, que conforma la totalidad de los duelos propuestos por la Descodificación Cuántica en este libro.
Se han dividido los duelos en dos bloques, por ser demasiado extensos para una sola sesión, pudiendo ser realizados con un intervalo de tiempo oportuno entre ambos bloques, quedando la determinación del tiempo más apropiado para su
realización, como hemos explicado con antelación, en función de las decisiones del practicante.
Los duelos conformados por el bloque anterior con los ancestros, (como ejemplo), se han llegado también a subdividir en atención a necesidades y resistencias de algún caso en particular, de modo que se recomendaron hacer tan solo los duelos relativos a los padres, en una sesión única, pudiendo llegar a durar esta sesión ¡Cuatro horas!.
—Repetimos: Se necesitaron cuatro horas «solo para realizar el duelo con los arquetipos paterno-materno».
Estos casos (como nos podremos imaginar), contenían enormes capas y grandes dosis de arraigado y profundo resentimiento, de forma que el practicante necesitó emplearse a fondo en esta fase inicial del ritual, llegando a terminar exhausto tras la primera sesión.
Lo normal, es hacer el primer bloque conformado por los ancestros: «Padres, abuelos y bisabuelos» en una sola sesión, recordando que, en la mayoría de las ocasiones, será ocupado un espacio temporal de entre tres y cuatro horas para su realización.
Si alguna recomendación argumenta la realización del primer bloque en una sola sesión, hace referencia a una mera cuestión de concentración, ya que una vez sumidos en el ritual, aprovechamos el trance para una profunda intervención, sin que esta premisa determine un condicionante insalvable en ninguno de los casos.
Igual ocurrirá con este segundo bloque que formulamos a continuación, pudiéndose realizar en su totalidad en una sesión, o bien podrán ser realizados de forma fraccionada; subdividiendo en varias sesiones las diferentes secciones, en atención a las necesidades y las oportunidades que cada persona presente en relación a sus ocupaciones, disposición y recursos temporales.
Esta segunda parte, si bien puede ser menos profunda que la anterior, engloba situaciones devengadas igualmente del transgeneracional. Aunque ya vinculadas con nosotros de una forma más directa.
Duelos con los Abortos
Teniendo en cuenta que al llegar a este paso ya habremos hecho duelos con los ancestros, y que de muchas formas la historia de los ancestros argumenta las razones que determinan que una mujer aborte, los duelos con los abortos suponen un ritual en relación, rápido, una vez hemos comprendido el sentido último contenido en este tipo de acontecimiento.
Ya hemos hablado en el libro primero de la DQ sobre la impronta que contiene el acto ritual de abortar, (pues para el inconsciente todo son rituales), significando el acto de abortar, en sí mismo, uno de los rituales más contundentes con respecto a los factores que engloban la maternidad y los asuntos asociados a la maternidad; tanto relativo a historias de frustración como a síndromes de
yaciente o posesión.
Un aborto puede significar muchas cosas, según los casos.
En general, el inconsciente «pretende reparar algo a través de este evento».
El acto de abortar puede estar precedido de una energía de yaciente, y los abortos suelen representar un intento de expresar esa impronta de “no-vida” que impregna de muchas formas el espectro energético de la “madre frustrada”.
A pesar del aborto, la parte de energía emocional residual que aún perdura por parte de la madre será traspasada a los siguientes hijos conforme vayan naciendo, si los hay, y en caso contrario la misma información tenderá a pervivir a través de la «mujer-madre-frustrada».
Los casos de necesidad extrema de abortar, tanto en un aborto natural como provocado (pues para el inconsciente no existirán grandes diferencias) pueden ser un simbolismo a través del cual la mujer cede esa parte de sí misma, que de alguna manera “mata”, —y muere—, para poder ella continuar.
Así, “se mata simbólicamente a la madre que alguna vez será”, (y hablamos de la madre como arquetipo de aquello que engloba la realización de la maternidad), «para salvarse ella misma».
Abortar, puede ser considerado un crimen, pero tengamos en cuenta que un hijo siempre contiene un sentido proyectivo, desde el desdoblamiento de una parte de cesión fundamental, con respecto a una extensión de nosotros mismos.
Traer a un niño a este mundo significa cambiar la vida al completo en muchos sentidos de la mujer que queda embarazada, y el compuesto “crimen”, en muchas ocasiones, basculará entre la sensación inconsciente de matarnos a nosotros mismos o la alternativa de “matar solo esa parte”.
Lo más importante en casos de aborto, independientemente de cuestiones morales, éticas o sociales, es la consciencia plena y la coherencia de lo que se hizo, se está haciendo o se está por hacer.
Supongamos que hace años, en nuestra juventud, tuvimos un aborto natural provocado, quizá producto de un embarazo ectópico, restándole toda la importancia por carecer en ese momento de un significado práctico para nuestra vida.
Ya que para el inconsciente no existe el tiempo y en absoluto puede diferenciar entre una gestación de tres meses, y la vida de una persona de noventa años:
¿Qué pasa entonces con esta energía, teniendo en cuenta que para el inconsciente tenemos un hijo simbólicamente proyectado en este mundo, completamente no asumido y no-reconocido, pero vivo al fin y al cabo porque jamás se produjo un
ritual que pudiera ratificar su defunción?
Casi de forma inevitable, viviremos con esa carga inconsciente en forma de energía residual, de aquello que «aún vive porque no murió», (aunque no lo conocemos), y «no vive porque lo consideramos muerto» (ya que no lo vemos), porque para nosotros fue solo un episodio a olvidar, lo antes posible.
Eso es lo que también define la idea de convivir con un fantasma, y por lo tanto entraña en sí, en algún grado un estado de posesión, ya que es imposible asumir aquello que se desconoce.
«A los vivos se les reconoce y a los muertos se les trasciende».
Y esto siempre ha sido una forma de integrar nuestro proceso vital, una vez asumido aquello que tiene relación con nuestro intercambio de información entre la vida y la muerte, lo vivo y lo no-vivo, lo nacido y lo fallecido en este plano de existencia.
En estos duelos vamos a hacer el ritual dedicado a los abortos que hubieron en el clan, tanto por nuestra parte, (caso de que los hubiera) como por parte de nuestra madre, abuelas o bisabuelas: Abortos conocidos, naturales o provocados y abortos secretos, ocultos y silenciados que podrán aparecer durante el transcurso del trance de este ritual.
Caso de contar con algún aborto en nuestra historia coyuntural o algún aborto conocido ocasional por parte de nuestra madre, esta parte del ritual puede ser realizada justo al final del duelo anterior con los ancestros, como si de una ampliación se tratase.
Si conocemos en nuestro historial familiar o coyuntural un número de abortos significativo, bien por nuestra parte o por parte de nuestro clan, los duelos con los abortos pueden ser realizados al inicio de este segundo bloque, como apertura de la segunda fase en la que nos encontramos.
Para la realización de este segundo bloque y comenzando por los abortos, volvemos a recuperar una situación similar a la inicial propuesta para estos duelos, previniendo dos horas al menos de aislamiento en la intimidad.
Cerramos puertas y ventanas, nos recostamos cómodamente en la cama, el sofá o el espacio que hemos dispuesto para este fin.
Hacemos unas respiraciones provocando una relajación consciente a nuestra manera particular, y nos dirigimos rápidamente a través de nuestro enfoque y nuestra imaginación a esa «habitación mental», creada y ya conocida por nosotros para la realización expresa de estos duelos.
En esta habitación o «espacio cuántico interdimensional», ya estamos operando de forma atemporal, pues contamos con un «espacio de carácter estrictamente mental», perfecto para permitir que aparezca ante nosotros una energía que, al ser convocada, represente a ese Ser que formó parte de aquel proyecto de vida para nosotros frustrado.
Esta imagen puede aparecer en forma de niño o de niña y quizá podamos incluso observar los detalles de esa imagen, aunque igualmente podremos ver una energía «simplemente lumínica», representante oficial de aquel hijo nuestro o hijo del clan, que ahora vamos a reconocer, en primer lugar, para hacernos conscientes del todo de su presencia.
Agradecimientos y Re-conocimientos con los abortos
Con los abortos y salvo necesidades específicas, será lógico en cierto modo prescindir de la fase de resentires, pues siempre carecemos de una interacción constatable con el ser que ahora tenemos delante. Sin embargo, si sentimos que aquella etapa o la situación propia de abortar, nos produjo gran desasosiego; rabia o frustración, podemos expresar, en atención a ese momento, nuestros sentimientos con respecto al impacto emocional como parte de los duelos coyunturales, propuestos más adelante en este mismo libro.
Como está siendo habitual en estos duelos, lo más importante es llegar a reconocer y a agradecer, tanto la presencia simbólica de esta entidad como su intención última de expresión para con nosotros, en relación a nuestra necesidad vital.
Se trata de reconocer primero, agradecer después, cortar simbólicamente ese “cordón umbilical”, o enlace energético que aún nos une, y despedirnos por último de este ser que siempre ha formado parte de nuestro inconsciente y del inconsciente de nuestro clan, como si de un «espectro psíquico» se tratase.
Dirigiéndonos a esta energía sabiendo que estamos frente a aquel hijo “nonacido”, (sea como sea la forma en que estamos visualizando su proyección), lo reconocemos como si de un bautizo se tratase, tomando conciencia de su presencia con total aceptación.
Podemos ponerle un nombre propio y recabar los posibles apellidos que por relación correspondan, o bien simplemente nos disponemos a reconocerlo como esa energía que representa a «nuestro hijo».
«Yo, desde este momento y para que conste en los albores de la eternidad, te reconozco como hijo legítimo de Ana María Valdés Núñez (ponemos ahí nuestro nombre y apellidos) y de Antonio Lagos Ulloa (ponemos ahí el nombre del padre si lo conocemos o en su defecto lo nombramos hijo nuestro e hijo del clan)».
Hemano de… (se citan los nombres completos de los hermanos si los hay, de mayor a menor)… y como tu madre legítima te nombro en este momento Nicolás Lagos Valdés (el nombre y los apellidos que correspondan), siendo aceptado, reconocido y agradeciendo tu intención y tu presencia en esta familia (si la hay) o en mi nombre y en nombre de mi clan (caso de no existir familia vincular directa).
Estas frases son una mera propuesta general, y pueden ser remodeladas o ampliadas según la intuición y la necesidad de cada maestro de ceremonias: Usted.
Corte del vínculo emocional ( Entiéndase por corte una transformación )
Visualizamos el enlace energético en forma de cordón luminoso que nos une con nuestro hijo recién reconocido, como símbolo de aquella unión inconsciente que ahora adquiere presencia ante nosotros, y nos disponemos a cortar este enlace con nuestras tijeras especiales.
Producimos el corte mientras pronunciamos las palabras clave: «Te libero de mi porque te amo y me libero de ti porque me amo», quedándonos a contemplar la disolución en el éter de aquellos restos flotantes…
Abrazo y despedida
Abrazamos a aquel niño puro como símbolo de nuestra reconciliación consciente, tomando contacto con esa parte de nosotros que siempre estuvo ahí, ya en este momento recogida como una cálida energía de amor incondicional, y acto seguido acompañamos, lentamente, a este niño-hijo del clan hacia la tronera de luz propuesta para los difuntos, con palabras de agradecimiento y despedida, volviendo a usar las mismas frases ya utilizadas para los casos de yaciente o posesión:
«Ahora puedes marchar tranquilo, hay mucho que hacer en el otro lado, la vida continúa, te están esperando»…
Nos quedamos a presenciar cómo seres interdimensionales de su misma vibración, entidades trascendidas de cuerpos lumínicos y guías espirituales del clan, lo acogen, recibiéndolo entre saludos y abrazos de bienvenida.
A través de la disipación progresiva de la tronera de luz, que acaba de cumplir con su cometido, nos despedimos con un último adiós del grupo que ahora se dispone a desaparecer ante nosotros.
Insistimos en el sentido especial que adoptan estos recursos visuales de la fuente de luz citada y de los seres de luz, recordando que nadie se marcha realmente y que los seres volvemos a ser nosotros, desdoblados en el espacio tiempo, convocados ahora como referente de nuestro más sabio potencial.
Precisamos tener recursos adicionales válidos para nuestro ejercicio ritual, razón por la cual estos duelos se manifiestan como “necesarios”, más allá del ritual propio del enterramiento ejercido como práctica habitual en nuestra cultura, ya que suponen una incursión consciente en el umbral emocional, psíquico y mental, algo ajeno y desterrado por tradición para la mayoría.
Caso de estar haciendo duelos con abortos conocidos por parte de nuestra madre, abuelas o incluso bisabuelas, de ser numerosos, podemos agrupar hijos nonacidos, hermanos no-nacidos e incluso tíos no-nacidos, (hijos fallidos de nuestros abuelos), desempeñando el duelo con varios a la vez, nombrándolos uno a uno, reconociéndolos progresivamente, cortando los vínculos y despidiéndolos acompañándolos hacia la fuente de luz.
Duelos con los hermanos
En determinados clanes y por muy diversas circunstancias los hermanos a menudo representan, o han podido representar, grandes acumuladores y emisores de todo tipo de resentimientos, más o menos conscientes o del todo inconscientes para nuestro devenir vital.
Tengamos en cuenta que el clan lo primero que hace es replicar matrimonios anteriores conformados por abuelos, esta vez entre hermanos; situaciones de gran tensión entre padres e hijos de anteriores generaciones y un gran abanico de posibilidades, en las que podremos encontrar representantes de cualquier ancestro donde, por ejemplo, la abuela fue violada y vejada sistemáticamente por un abuelo alcohólico, o el bisabuelo fue abandonado y menospreciado por su mujer, o la bisabuela maltrataba a sus hijos, odiando a su propia descendencia.
Lo más común: Dos hermanos que reparan matrimonios entre abuelos, aunque igualmente un hermano puede haberse criado, desde bien pequeño, con una hermana que representa a la madre maltratadora de otra generación, donde este hermano fue su hijo.
O al contrario.
En esta generación y entre los hermanos igualmente pueden estar “en pista” antiguas rencillas por herencias consideradas injustas, muertes por accidente o ausencia de responsabilidad, y un largo etcétera que cada cual habrá de ir adaptando desde su caso y situación particular.
En muchas situaciones y bajo aparente normalidad, dos abuelos pudieron sufrir entre ellos todo tipo de desavenencias encubiertas bajo apariencias de compostura, circunspección o pundonor, relegando a la sombra de las siguientes generaciones lo guardado bajo celosas “losas de silencio y contención”.
Una vez realizado nuestro árbol y conocido el vínculo inconsciente que nos une con nuestros hermanos, podremos enfocar estos duelos teniendo en cuenta, también, y en la medida de nuestras posibilidades, aquella necesidad de reparar que hasta ahora hemos servido sin ser conscientes de nuestra verdadera situación.
Trifulcas, separaciones y resentidas distancias entre hermanos, así como cargos de antiguas situaciones vividas, y otros potenciales por descubrir.
En los duelos con los hermanos que vamos a realizar, pueden ser finiquitadas y de muchas formas transformadas las energías sustentadoras de cualquier situación en conflicto entre hermanos.
Si hemos comenzado esta segunda fase de los duelos con los abortos, continuamos en trance y siguiendo con el protocolo habitual, vamos disponiendo a los hermanos implicados en orden de mayor a menor, uno a uno y completando a nivel individual los cuatro pasos ya habituales:
Resentires
Agradecimientos y reconocimientos.
Corte del vínculo emocional.
Abrazo y despedida.
Es la fórmula idéntica realizada para los ancestros, esta vez empleada para nuestro más cercano campo coyuntural, pues generalmente los hermanos han sido o continúan siendo partícipes de nuestra misma generación. Es decir, obviando casos donde un hermano hizo de padre o madre en relación a sus hermanos menores, y salvando las distancias conscientes que, por cercanías, conseguirán que entre hermanos la tensión pueda llegar a ser especialmente intensa, para el inconsciente son considerados «colaterales», a idéntico nivel de un primo, una relación, un amigo, un compañero de trabajo, un jefe, un vecino, un tío, un hermanastro o un pariente lejano.
«El “nido estricto”, es considerado el eje principal conformado entre la línea directa «Abuelos-padres-hijos».
Recordamos que lo más importante es llegar a conseguir ese agradecimiento que solo con un corazón limpio se puede materializar, de modo que será de máxima relevancia, una vez más, comenzar por los resentires de la forma habitual descrita con antelación.
«Cuánticamente hablando» lo que se produzca en este acto de intimidad con nuestro hermano, en nuestra presencia virtual, podemos considerar que será escuchado por el mismo, «implementada esta interacción adquiera un nuevo sentido, antes impensable.
Sobra decir, que cualquier teatrillo sin implicación emocional, realizado como un mero protocolo rutinario, tendrá un efecto tan limitado como nuestra resistencia a conseguir un “verdadero acto de sanación”.
Estos duelos por si solos no harán magia, ni afectarán cambios reales al margen de nuestra implicación e intención consciente, por descontado, aunque su efectividad se ha comprobado hasta en estos extremos, pues el solo hecho de confrontar, expresar y mover emociones ya supone una acción relevante y novedosa «en sí misma».
En la fase inicial de los resentires comenzaremos empleando el mismo tipo de “códigos de información”, (descritos con antelación para conectar con los resentires de los ancestros), usando esas «palabras gruesas» que nos llevarán directos a traspasar la barrera del consciente donde, a partir de ese momento, comenzará la transferencia de información que tanto estamos necesitando.
En esta fase lo relatamos todo de nuevo en segunda persona, hablándole a nuestro hermano desde esa «posición disociada» que incluirá ese giro donde nos disponemos a ser ese “maestro de ceremonias” (terapeuta del clan), formulando nuestros resentires como si de un emisario se tratase:
«Le hiciste a tu hermano o hermana, te comportaste con tu hermano Gabriel, (ponemos ahí nuestro nombre)», etc.
Proseguimos más reflexivos, permitiendo aflorar todo aquello que vaya fluyendo desde nuestro resentir, pasando de una situación a otra y dedicándonos exhaustivamente a expresar, liberar, soltar…
Una vez terminada esta fase, respiramos.
Agradecemos en primera persona con equivalente esmero y dedicación.
Reconocemos, nombrando a estos hermanos como legítimos nuestros e hijos del clan, en nuestro propio nombre y en el nombre del clan.
Cortamos el vínculo emocional que aparecerá en forma de enlace energético con nuestras tijeras especiales.
Abrazo imaginario donde sellamos ahora nuestra nueva disposición.
Despedida, observando cómo se aleja de nosotros sin otro particular.
Caso de hacer un duelo con hermanos fallecidos haremos las cuatro fases “reglamentarias” de la forma habitual, con la diferencia del acompañamiento como si realmente se hubiese producido».
De ahí que después de estos duelos sea esperable y natural que esa relación adquiera un nuevo sentido, antes impensable.
Sobra decir, que cualquier teatrillo sin implicación emocional, realizado como un mero protocolo rutinario, tendrá un efecto tan limitado como nuestra resistencia a conseguir un “verdadero acto de sanación”.
Estos duelos por si solos no harán magia, ni afectarán cambios reales al margen de nuestra implicación e intención consciente, por descontado, aunque su efectividad se ha comprobado hasta en estos extremos, pues el solo hecho de confrontar, expresar y mover emociones ya supone una acción relevante y novedosa «en sí misma».
En la fase inicial de los resentires comenzaremos empleando el mismo tipo de “códigos de información”, (descritos con antelación para conectar con los resentires de los ancestros), usando esas «palabras gruesas» que nos llevarán directos a traspasar la barrera del consciente donde, a partir de ese momento, comenzará la transferencia de información que tanto estamos necesitando.
En esta fase lo relatamos todo de nuevo en segunda persona, hablándole a nuestro hermano desde esa «posición disociada» que incluirá ese giro donde nos disponemos a ser ese “maestro de ceremonias” (terapeuta del clan), formulando nuestros resentires como si de un emisario se tratase:
«Le hiciste a tu hermano o hermana, te comportaste con tu hermano Gabriel, (ponemos ahí nuestro nombre)», etc.
Proseguimos más reflexivos, permitiendo aflorar todo aquello que vaya fluyendo desde nuestro resentir, pasando de una situación a otra y dedicándonos exhaustivamente a expresar, liberar, soltar…
Una vez terminada esta fase, respiramos.
Agradecemos en primera persona con equivalente esmero y dedicación.
Reconocemos, nombrando a estos hermanos como legítimos nuestros e hijos del clan, en nuestro propio nombre y en el nombre del clan.
Cortamos el vínculo emocional que aparecerá en forma de enlace energético con nuestras tijeras especiales.
Abrazo imaginario donde sellamos ahora nuestra nueva disposición.
Despedida, observando cómo se aleja de nosotros sin otro particular.
Caso de hacer un duelo con hermanos fallecidos haremos las cuatro fases “reglamentarias” de la forma habitual, con la diferencia del acompañamiento hacia la tronera de luz, para ritualizar nuestra integración en forma de despedida virtual.
Tengamos en cuenta a hermanos fallecidos con antelación sobre los cuales podremos estar en línea de posesión, por ser nosotros hermanos de reposición.
Muy atentos a estos casos de duelo, porque aquí reconoceremos al hermano fallecido como una línea independiente y “libre de cargas”, otorgándonos así con este acto ritual —mientras lo despedimos a través de la fuente de luz— nosotros la “independencia personal como «Seres Completos»”.
En situaciones de trifulcas activas con mucho resentimiento con respecto a hermanos en el presente, prestaremos especial atención a todo aquello que nuestro hermano «nos refleja», adaptando nuestra posición de forma muy especial a ese «terapeuta del clan que está actuando en estos momentos» como árbitro de toda situación, donde podremos conectar con las máscaras del ego que han dominado hasta ahora nuestro psiquismo.
Quizá este duelo haya de ser repetido más adelante varias veces, en función de los resentimientos que tenderán a retomar el control de la situación.
Duelos con los hijos
Sorprendería la carga y la complejidad de los resentimientos acumulados con respecto a los hijos en la historia humana de la procreación.
La madre, al ser la portadora directa de cualquier posibilidad relacionada con la reproducción, (unido al hecho de representar el enlace de información más relevante desde su clan para con sus hijos), supone el máximo exponente en toda situación a la hora de implementar duelos con su descendencia.
Al ser el padre brazo extensor y ejecutor energético de la mujer, y teniendo en cuenta que el padre muchas veces podrá compensar, con una implicación adicional las carencias maternas con respecto a sus hijos, o bien sentir que sacrifica su vida en pro de su descendencia, (al igual que la mujer), también será susceptible de acumular resentires y cualquier tipo de desavenencias interiores con respecto a ellos.
Tanto los conflictos de maternidad y paternidad, como la situación de correspondencia emocional con los hijos, y entre los hijos, se encuentran estrechamente vinculadas a través de resentires devengados de las cargas y las deudas inconscientes relativas al transgeneracional, por lo tanto nuestra implicación reparadora y dedicación en este sentido ha estado inevitablemente dirigida, auspiciada y gobernada por esta «necesidad de reparación».
Muchas pueden ser las razones inconscientes que sustentan esta necesidad de hacer duelos con los hijos, y nos remitiremos en este episodio a ejemplificar tan solo algunas de las posibilidades más generales:
La demanda de mis hijos ha requerido tanta dedicación, tiempo y esfuerzo que siento que se ha escapado mi vida.
Mis hijos me han hecho sufrir por mantenerme en un estado constante de alerta, ya que el miedo a perderlos fue una constante durante mi vida.
He tenido hijos por inercia social o circunstancias de alguna forma impuestas o no elegidas por mí, y esto ha supuesto una limitación expresa para mi desarrollo personal y el resto de mis posibilidades.
Las necesidades básicas para su manutención y supervivencia me han obligado a desempeñar labores o trabajos tediosos, que de alguna forma odio o he odiado.
Mis hijos han actuado en mi contra, representando un sufrimiento adicional para mi vida.
Mis hijos han manchado el nombre familiar, rechazando cualquier consejo y poniendo en evidencia mis modelos con respecto a la educación y los comportamientos convencionales.
Han sido rebeldes o desobedientes; hirientes o insolentes, desalmados y egoístas…
Etcétera.
Otras veces encontraremos auténticas situaciones de repulsión mutua, más o menos encubiertas con respecto a nuestra descendencia, culpando inconscientemente a unos o a otros de nuestras desdichas.
En otras ocasiones los excesos de dedicación o preocupación por causas de enfermedad, las frustraciones con respecto a nuestras expectativas sobre ellos, los disgustos, las peleas y todo tipo de contrariedades y desavenencias, habrán marcado un denominador común en nuestra experiencia parental.
«Un porcentaje transgeneracional de asignaciones inconscientes recae en hijos varones cuando “se casan con el fin de separarse” para acabar cuidando o sosteniendo de muchas formas a su propia madre, por estar proyectados desde su nacimiento como maridos de sustitución».
Otro porcentaje, (tan extendido como encubierto y esquivo), nos muestra un panorama donde las hijas son proyectadas por el inconsciente materno, de forma tan contundente como irracional, como activas «parejas del ex-marido de la madre» —de por vida—.
Una vez se produce la separación del matrimonio parental, se reproducen situaciones en las que se boicotea, de forma recurrente, cualquier intento de relación del padre fuera de este núcleo vincular.
La mujer que carga con un proyecto de matrimonio frustrado, basado en un paradójico programa de “necesidad matrimonial”, proyectará a su hija o hijas como parejas de sustitución sobre el marido separado; encargadas estas de forma rotundamente inconsciente a boicotear, y hacer fracasar, no solo cualquier intento de relación conyugal de su “padre—marido” sino en no pocas ocasiones, cualquier cuestión adicional relacionada con su proyección, a otros niveles existenciales, como pueda ser “tener éxito”, o acercarse a cualquier situación donde el hombre pudiera “disfrutar su vida de forma independiente”.
Esto, estará fundamentado en los odios inconscientes relativos al arquetipo masculino por parte de la mujer, (ya explicados y argumentados con antelación), y funcionará de forma oculta y radicalmente disimulada, —desde la sombra—,
(ya que será algo más que difícil de asumir a nivel consciente) produciendo todo tipo de situaciones donde la hija o las hijas demandarán al padre de forma muy especial «en nombre de su madre y como extensión programada suya»; lanzadas
de forma automatizada a labores donde la venganza, como trasfondo, será el motor y la norma establecida en este tipo de relación.
“Si mi marido como marido me falló o me abandonó, sufrirá las consecuencias pagando con creces su falta u osadía”.
Entenderemos en estos casos que el padre de las “hijas—esposas” igualmente participará de idénticos patrones encubiertos, razón por la cual la situación podrá ser sostenida por ambas partes durante tiempo indefinido.
En estos duelos con los hijos, (caso de provenir de una separación con hijos que han pasado de la pubertad), ya podremos tener muy en cuenta este cúmulo de factores en cualquiera de las partes: bien por parte de las madres, que ahora podrán identificar el bloqueo que están ejerciendo sobre sus hijos, “maridos de sustitución”, bien por parte de los padres que mantienen (sin consciencia de este hecho), una relación simbólica de pareja cerrada con cualquier opción de su descendencia femenina, bien por parte de las hijas, pues podrán revisar esa tendencia a buscar al padre como marido de sustitución, tanto en sus relacione de repetición, (encontrando en sus relaciones a hombres reincidentemente dobles del padre), como en su simbiosis inconsciente en las bases que fundamentan la relación con su propio padre, o bien por parte de los hijos, fuertemente lanzados a vivir una relación reparadora, donde desempeñan ese papel de maridos de su propia madre.
En general, los hijos siempre han restado con su demanda de atención nuestra disponibilidad hacia nosotros mismos y, aún a pesar de nuestra mejor disposición y entrega, las sensaciones inconscientes pudieron llegar a acumularse con “sordos resentimientos guardados bajo la alfombra”.
Sobre el amor hacia los hijos y las recompensas emocionales con las que contamos desde nuestra parte consciente, podrán ser asumidas ahora a través de la conocida fase donde reconocemos y agradecemos, como una parte verdaderamente integrada o en proceso consciente de integración.
Recordemos la máxima “es del todo imposible agradecer con un resentir en el corazón”.
La necesidad de hacer duelos con los hijos responde a una nueva expresión de la herencia transgeneracional, de forma que supone un «hasta ahora ignorado encuentro con la información ya desplegada entre las distintas generaciones que nos preceden», pudiendo ser nuestro hijo un representante oficial encubierto, de los odios inconscientes que tuvo nuestra propia madre contra su madre, —doble ahora nuestro hijo de esa abuela—, «madre de su madre», repetición del conflicto vital inconsciente sostenido entre su madre y su abuela.
Este tipo de enlaces son los que justifican la herencia transgeneracional, y los árboles familiares se deben en una enorme medida a ellos, de modo que ya podremos hacernos una idea de «cómo funciona “aquel compendio de información de tipo reparador”», que los hijos han representado desde el inconsciente para con sus padres hasta este momento.
Será entonces normal traer hijos varones representantes todos de varones ancestros que maltrataron a mujeres del clan; habitual traer a un hijo doble del padre abusador, de la madre castigadora, de la abuela arpía, torturadora, pérfida o pegadora: Del abuelo que se suicidó, del que fue alcohólico en su matrimonio; psicópata o infiel durante toda su vida: Del que provocó la ruina familiar, del que desheredó a sus hijos; del dictador, el rígido, el putero y pendenciero…
Estas mujeres que se sintieron profundamente vejadas, vilipendiadas, violadas o despreciadas por el arquetipo masculino, producirán hijos o nietos en consecuencia cargados de limitaciones programadas, con el único fin de evitar daños posteriores al arquetipo femenino en consiguientes generaciones.
Por descontado, estamos hablando de algo que se produce desde el inconsciente biológico, tendente a compensar los registros que permanecen encubiertos por enraizados, sin ningún otro tipo de posibilidad de expresión ni solución, y en absoluto planteamos cualquier atisbo de decisión consciente, planificada por ninguna mujer con nombre y apellidos.
Podremos comprender a hijos lanzados a una experiencia de tipo eminentemente “toxica”, en la que se verán abocados a vivir en condiciones límite con la justicia, o amenazas de penas de cárcel (por ejemplo), ya que su abuelo —padre de su madre— fue brutal o despiadado, y por supuesto mereció acabar encerrado en una cárcel mientras tal circunstancia jamás se produjo.
Siendo el hijo ahora doble del abuelo, la carga inconsciente de la madre operará de forma determinante sobre su propio hijo.
Los eventos del transgeneracional donde quedaron resentires inconscientes , sobre los padres o las madres de los unos o de los otros, continuarán su andadura hasta cerrar los ciclos o cumplirse aquellos encargos, «ya programados con antelación», explicando así todo tipo de tensiones y circunstancias de lo más variopinto.
Como ejemplos de referencia, tendríamos que señalar la gestación de un amplio abanico de hombres sumisos, con su masculinidad recortada donde, en muchos casos, el niño basculará a femenino para ser aceptado por su madre, hasta el punto de vivir la prohibición de acercarse en términos de relación sexual o conyugal a cualquier mujer; convirtiéndose sin embargo en amigo, confidente o aliado de “la fémina” (por semejanza simbólica), y abocado a tener relaciones con hombres en igual situación con el objeto de reparar, desconociendo por completo aquella inercia, siempre programada y esquiva, que provocó que un niño descendiente cualquiera de cualquier situación del clan, al despertar a su sexualidad, misteriosamente se inclinase por aquellos de su mismo sexo.
A esto se le ha llamado “homosexualidad”
Estos son los llamados “gays”
Antes de este grado existirán numerosos niveles, donde los proyectos de «niñoshombre » serán programados, en más de un modo, con diferentes tendencias e intensidades relacionadas con la castración simbólica; tanto en el ámbito emocional como en el conductual, apareciendo hombres apocados, femeninos; zurdos contrariados todos, reactivos con la autoridad o carentes de la misma por representar esta al arquetipo paterno; utilizando tan solo su parte femenina sin saberlo, despreciando su lado masculino sin saberlo; contrariadas por completo ambas lateralidades sin saberlo.
Con respecto a los proyectos biológicos de «niñas-mujer», y partiendo de idéntica situación, tengamos en cuenta que el inconsciente de clan, podrá recibir todo tipo de señales relativas a compuestos de inferioridad; sometimiento y humillación, desprecio o abandono con respecto al arquetipo femenino, mientras de forma inevitable este tipo de información será transmitida a la niña, y vivirá con un claro mensaje grabado en su inconsciente:
“Ser mujer es sinónimo de absoluta desvalorización…”
“Si soy mujer sufriré los maltratos o el desprecio de los hombres en mis relaciones”.
«Niñas programadas para criar a sus hijos ellas solas».
Esto ha generado relaciones solo con el fin de procrear y liberarse posteriormente del “hombre—bestia”, acabando por fin la situación en solterías contrariadas en un gran número de mujeres de nuestra generación, «especialmente en Iberoamérica», debido a las particularidades propias de la construcción y deconstrucción cultural de las comunidades americanas, donde las situaciones de dependencia extrema, servilismo y predominio histórico de la supremacía racial del hombre blanco sobre la mujer indígena, han sido determinantes.
Situación por cierto que ha generado en esa cultura la inmensa mayoría de la mezcla racial que hoy conocemos.
En casos donde las violaciones, reales o simbólicas, fueron determinantes con respecto a los disparadores biológicos inconscientes de supervivencia en el clan, aparecerán mujeres que rechazarán a los hombres como si de una fobia se tratase, (ya que su inconsciente los detectará como un formidable depredador), refugiándose entre iguales, viéndose abocadas a tener relaciones entre semejantes en vibración, (mujeres todas) con la prohibición expresa de formar lazos parentales con el arquetipo masculino.
A esto se le ha llamado igualmente homosexualidad.
Estas son las llamadas “lesbianas”
Paralelamente, también encontraremos aquí un fenómeno transgeneracional de forma que, mujeres con rasgos indígenas, se verán abocadas a reparar buscando inconscientemente hombres blancos, rubios o representantes de aquellos “colonos” que dejaron como lastre situaciones pendientes a reparar de todos los tipos.
Al igual que en el caso anterior, relativo a hombres afeminados, también existirá un amplio abanico de escalas hasta llegar a extremos de lesbianismo radical; «véanse mujeres masculinas que contendrán todo tipo de reticencias inconscientes en las relaciones», si bien podrán ir saltando de un modelo de hombre abusivo a otro, compitiendo con ellos de manera compulsiva o con tendencias polarizadas, encontrándose análogamente también, como versión opcional, con hombres del tipo simbólicamente “castrado”.
Necesariamente se manifestará este compuesto a través de efectos colaterales, comprendidos entre las fobias sexuales relacionadas de una u otra forma contra el arquetipo masculino: la “falofobia”, (rechazo visceral al pene) la coitofobia (rechazo o pánico ante la penetración), gimnofobia (miedo a la desnudez) o hafefobia (miedo al contacto o a ser tocado).
Desde el punto de vista de la herencia transgeneracional, estas improntas funcionarán llegando a tener la fuerza equivalente de auténticos maleficios.
En la medida de lo posible, tendremos en cuenta estas improntas a la hora de hacer el duelo con nuestros hijos, y podremos “corregir”, o enmendar, muchos de los episodios que, al hacerse conscientes especialmente por la madre de sus hijos, podrán ser equilibrados de forma consciente en los reconocimientos oficiales.
La cuestión, no es tanto la necesidad de realzar la masculinidad en hombres o la feminidad en mujeres, sino la armonización de los rechazos, fobias y programaciones inconscientes que conforman, a nivel particular, los extremos de un desequilibrio interno en relación a nuestras lateralidades: En este caso aplicado a nuestra descendencia.
Con respecto a cuadros donde estemos conscientes de situaciones relativas a enlaces con nuestros hijos, como esposos o esposas de sustitución, podremos enfocar una parte de estos duelos a la liberación expresa de estas energías de forma específica y consciente.
Así mismo incluiremos frases de liberación a la hora de los reconocimientos, en los casos donde previamente nos hemos descubierto como “madres araña”, cuya tendencia programada consiste en rodear, con una simbólica tela emocional, «pegajosa y egoísta», la energía vital tanto de hijos varones como mujeres de nuestra descendencia.
Usamos el mismo sistema empleado hasta el momento y, si estamos en pleno trance tras efectuar los duelos con los hermanos, hacemos unas respiraciones para desplegar, en ese «entorno imaginario cuántico donde nos encontramos», a nuestros hijos vivos delante, de mayor a menor, dispuestos ante nosotros a entablar este ritual de carácter consciente y conciliador, que a continuación vamos a realizar.
Caso de efectuar estos duelos con los hijos en una sesión aparte, (por haber suspendido la sesión anterior hasta este punto), repasamos con antelación este apartado del libro y directamente nos acostamos, hacemos la relajación ya conocida, nos proyectamos rápidamente a nuestra habitación cuántica especial, y comenzamos con la imagen detallada con antelación; Dirigiendo nuestra atención a nuestro hijo mayor, entramos sin más preámbulos a recorrer el protocolo habitual:
Resentires.
Agradecimientos y reconocimientos.
Corte del vínculo emocional.
Abrazo y despedida.
Vuelve a ser la fórmula idéntica realizada para los ancestros, esta vez empleada para nuestros hijos, de modo que utilizaremos el sistema ya sobradamente conocido en este ritual.
Insistimos una vez más, en que lo más importante es llegar a conseguir el agradecimiento y reconocimiento, que solo con un corazón limpio puede ser manifiesto, de modo que será de máxima relevancia, una vez más, comenzar por los resentires de la forma habitual.
Recordemos que, «Cuánticamente hablando», lo que se produzca en este acto de intimidad, con nuestros hijos, igualmente será implementado como si de una experiencia real se tratase. Puede ser esperable, a modo de “torrente de expresión” que cualquiera de nuestros hijos, tras estos duelos, puedan mostrarse por momentos aparentemente reactivos, o de alguna manera hagan lo propio con nosotros, en forma de resentires, de forma anacrónica e insospechada. Esto, podrá formar parte de una situación colateral tan normal como esperable, de modo que nuestra actitud de respuesta, habrá de ser en consecuencia alineada
con el acto ritual que hemos realizado, comprendiendo el sentido “purificador” de cualquier evento relacionado.
Tengamos en cuenta que el despliegue de los códigos de información que hemos removido en estos duelos, tendrá su repercusión a través de la línea temporal, y esto también formará parte de «aquella expresión que estamos nosotros mismos también necesitando»; volcando la mirada hacia el interior y re-posicionando nuestro agradecimiento y comprensión desde un «nivel superior», propuesta fundamentada como principio de toda transformación en este libro.
Digamos que, en atención a aquellos lastres de información emocional que van a ser removidos, serán esperables las expresiones necesarias, cuya intención estará vinculada con la realización del propio ritual. Esta vez en forma de situaciones vividas con posterioridad en nuestra realidad cotidiana.
Volviendo a los duelos con los hijos:
En la fase inicial emplearemos el recurso de las palabras gruesas, teniendo en cuenta el ejercicio puntual que estamos realizando y permitiendo fluyan las palabras como puente de conexión con nuestro inconsciente.
A partir de ese momento, comenzará la transferencia de información, contando con el nivel de intensidad emocional que conseguirá destapar «aquello por mucho tiempo bloqueado», resistido y por lo tanto resentido.
En esta fase volvemos a verbalizar en segunda persona, hablando a nuestros hijos desde esa «posición disociada» que incluirá ese giro donde nos disponemos a ser el terapeuta cuántico del clan, formulando nuestros resentires como si de un emisario se tratase, a la vez que siendo el vehículo emocional que actúa como “canal de transferencia de datos”:
«Fuiste un obstáculo para la relación o la realización de tu madre, o siempre estabas enfermo para recabar toda su atención, o tienes a tu madre harta con tus demandas, quejas o “faltas de consideración”…
(Según la edad y la circunstancia del hijo en cuestión con el que estemos interactuando en ese momento).
Estos resentires sirven de forma indistinta para un bebé de un año que para un hijo adulto de cuarenta, siendo conocedores de la necesidad de “expiación” que estamos necesitando, con el único fin de extraer y liberar la información encriptada que nos permitirá, quizá por primera vez, agradecer y reconocer tanto al bebé que tenemos delante como a los hijos adultos.
Proseguimos más reflexivos, sacando todo aquello que vaya fluyendo desde nuestro resentir, pasando de una situación a otra mientras nos dedicamos exhaustivamente a expresar, liberar; soltar…
Una vez terminada esta fase respiramos, permitiendo un espacio temporal de transición para pasar a la segunda fase:
Agradecemos ahora en primera persona, con equivalente esmero y dedicación que empleamos en los resentires.
Reconocemos, nombrando a estos hijos como legítimos y, caso de ser nosotros la madre de nuestros hijos, ponemos especial atención a ese sentimiento de apoyo sincero, respeto y liberación con respecto a su derrotero vital, en cualquiera de sus formas; tomando consciencia del nivel de aceptación plena y amor incondicional que, en un acto de integración y entrega, por decisión propia ahora nos permitimos.
Cortamos el vínculo emocional que aparecerá en forma de enlace energético con nuestra tijeras especiales, conscientes de estar finiquitando, con este acto ritual, aquellos enlaces que nuestros hijos «representaban», con respecto al transgeneracional y a sus antiguas demandas.
Abrazo imaginario y sentido, donde sellamos nuestra nueva disposición.
Despedida, observando cómo se aleja de nosotros sin otro particular.
Si somos una mujer embarazada y tenemos este libro en nuestras manos, podemos aprovechar para entablar una conversación con el niño que portamos en nuestro interior: Transmitiéndole mensajes de aceptación y apoyo; reconociéndolo como hijo legítimo desde antes de su nacimiento, y ofreciéndole nuestra mejor disposición en atención a nuestra intención consciente.
Caso de estar efectuando un duelo con hijos fallecidos, realizaremos las cuatro “fases reglamentarias con normalidad”, incluyendo en este caso la parte ritual que comprende el acompañamiento ya conocido, hacia la tronera de energía lumínica, que simbolizará nuestra integración en forma de despedida virtual.
Los hijos fallecidos, pueden llegar a dejar en los padres empedernidas improntas de culpa y grandes dosis de dolores encriptados. Quizá jamás se hizo un duelo consciente desde ese fallecimiento y, es ahora, cuando nos podemos otorgar la posibilidad de trascender, por fin, aquellos lastres que hasta este momento solo han supuesto una carga y un bloqueo, (sin ningún tipo de utilidad más allá de un sufrimiento adicional), basado en la separación y la incomprensión de las circunstancias que se despliegan ante nosotros.
De encontrarnos en fase de duelo activo, debido a un fallecimiento reciente o inesperado, o estamos viviendo una situación de «pérdida con grandes dosis de resistencia ante este hecho», antes de hacer un duelo de estas características, habremos de permitirnos transitar por un proceso inicial de adaptación natural, en casos extremos, equivalente al tiempo que comprende al menos una cuarentena.
En todos los casos será la persona afectada quien establecerá, en atención a su proceso emocional, los plazos y el mejor momento para efectuar un duelo cuántico con el fallecido. Si bien este punto de inflexión será determinante con el fin de finiquitar cualquier situación en tránsito, hacia el restablecimiento normal de los asuntos que nos afectan.
Volviendo a los duelos con los vivos, en situaciones de trifulcas activas, vividas en el presente con mucho resentimiento en relación con los hijos, prestaremos especial atención a «todo aquello que nuestro hijo nos refleja», adaptando nuestra posición de forma muy especial a ese “terapeuta del clan”, que actuará en esos momentos como «árbitro de aquella situación», donde podremos conectar con las máscaras del ego, que han dominado hasta ahora nuestra percepción de la realidad, o dicho en términos más coloquiales, “nuestra visión de las cosas”.
Quizá los duelos con los hijos precisen ser repetidos también en ocasiones posteriores, en función de los resentimientos que tenderán a retomar el control de la situación.