Los nervios espinales nacen en el cerebro, constituyen una parte de la médula espinal, salen de la médula entre dos vértebras adyacentes y luego van a distintas zonas del organismo. Un nervio espinal es un nervio mixto, que transporta señales motoras, sensoriales y autónomas entre la médula y las zonas correspondientes del cuerpo. Algunas de las fibras de los nervios espinales se entretejen para crear la cadena simpática, que sigue a lo largo de la columna desde la vértebra T1 hasta la L2 (la T1 es la primera vértebra torácica y la L2 es la segunda vértebra lumbar). Esta cadena lleva el peso de la actividad de los órganos y músculos internos cuando la res- puesta de «lucha o huida» se activa en la persona a causa de una amenaza de peli- gro. Los nervios craneales, excepto el I (olfativo) y el II (óptico), parten del bulbo raquídeo, situado en la base del cerebro (ver las ilustraciones «Cerebro» y «Nervios craneales», en el apéndice). Luego se dirigen hacia varias estructuras tanto del cráneo como del resto del cuerpo. Algunos nervios craneales, por ejemplo, inervan los músculos de la expresión facial, mientras que otros van al corazón, a los pulmones, al estómago y a otros órganos implicados en la digestión. Algunos nervios craneales van a los músculos que mueven los ojos, mientras que otros conectan con las células de la nariz para facilitar el sentido del olfato. Según la teoría polivagal, cuando una persona se siente segura –no amenazada o en peligro– y, además, su cuerpo está sano y funciona bien, puede disfrutar de un estado fisiológico que respalda las conductas de participación social espontánea. Desde el punto de vista neurológico, la participación social es un estado basado en la actividad de cinco nervios craneales: el segmento ventral del nervio vago (NC X) y vías dentro de los NC V, VII, IX y XI. Cuando estos cinco nervios funcionan juntos de manera correcta, su actividad respalda un estado que permite la interacción social, la comunicación y conductas autocalmantes apropiadas. Cuando participamos socialmente, podemos experimentar sensaciones de amor y amistad. Y cuando miembros individuales de un grupo pueden reunirse y cooperar con otros, mejoran las posibilidades de cada uno de sobrevivir. Otros valores inherentes se derivan de la participación social: nos unimos entre nosotros, desarrollamos amistades y disfrutamos de las relaciones sexuales íntimas; nos comunicamos, hablamos unos con otros, nos preocupamos por los demás, trabajamos juntos, criamos a nuestras familias, contamos historias, hacemos deporte y cantamos, bailamos y nos divertimos. Disfrutamos sentados alrededor de una mesa compartiendo una comida o una bebida con amigos y seres queridos. La participación social se manifiesta cuando un padre o una madre lleva a su hijo a dormir, se tiende a su lado y le lee un libro o le cuenta una historia hasta que se duerme, o en el momento íntimo que experimentan dos amantes acostados muy juntos después de haber hecho el amor. Estas son algunas de las experiencias importantes que nos hacen ser humanos. La interacción social no está reservada a nuestra relación con otras personas. Amamos a nuestras mascotas, las alimentamos y damos paseos con nuestros perros. A menudo les hablamos, y estamos seguros de que entienden lo que les decimos. Cuando nos corresponden con manifestaciones de afecto, nos sentimos felices. Casi todos reconocemos estas actividades, experiencias y cualidades que surgen del estado de participación social. Sin embargo, estos tipos de actividades e interacciones no están descritos ni explicados en el viejo modelo del sistema nervioso autónomo. El hecho de estar con otros de manera positiva no solo se ve facilitado por el circuito de participación social del sistema nervioso autónomo; las experiencias positivas con otros también nos ayudan a regular este sistema nervioso. Cuando estamos junto con otras personas que participan en la sociedad, nos sentimos mejor. Por otra parte, cuando no tenemos suficiente interacción social con los demás, es fácil que nos sintamos estresados, deprimidos, asociales o incluso anti- sociales. Esta nueva comprensión de las múltiples funciones de los nervios craneales, y en especial su conexión con el estado de participación social, me permitió ayudar a más gente en relación con un abanico de problemas de salud todavía más amplio. Lo único que tenía que hacer era determinar si estos cinco nervios craneales funcionaban bien y, en caso contrario, utilizar una técnica para mejorar su funcionamiento. Esto me permitió tener todavía más éxito en mi consulta y tratar afecciones intratables, tales como las jaquecas, la depresión, la fibromialgia, la EPOC, el estrés postraumático, la posición avanzada de la cabeza y problemas de cuello y espalda, entre otros.
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