¿Cómo se imprime la Experiencia Temprana?
Existe una categoría especial de recuerdos a los que llamo “impresos” o huellas. (El término ha sido empleado por estudiantes del comportamiento animal, con
un significado diferente, en contextos distintos.) Aquí es únicamente descriptivo de cómo se imprime el dolor en el sistema nervioso
¿QUÉ SON LOS “IMPRESOS”?
Empleo el término impresos (huellas de memoria) para nombrar a los recuerdos reprimidos que encuentran su camino hacia el sistema biológico, produciendo funciones distorsionadas que pueden ser orgánicas y psicológicas. La formación de las huellas tiene lugar desde la infancia temprana y disminuye notablemente
alrededor de los diez años, edad en la que se requiere mucha más fuerza para grabar la huella de un drama insoportable.
Existen dos maneras en las que las huellas se ubican en su sitio. Una es a través de la experiencia de un solo drama insoportable. La otra, es tomando en
cuenta una serie de circunstancias durante las cuales ciertas necesidades permanecen crónicamente insatisfechas. Por ejemplo: sentir que “nadie me quiere” se puede originar en un hecho traumático específico: ser internado en una escuela en una edad muy temprana; o puede surgir de una serie de acontecimientos menores que con el tiempo van produciendo un impacto creciente.
Después de haber vivido un fuerte rechazo, en el niño empieza a surgir la idea de que nadie lo quiere, y digo “empieza” porque anteriormente la luz de esa percatación estaba reprimida y ahora comienza a desplegarse en la vida subterránea. En el adulto se aprecia cuando está tratando de que todos lo quieran (hasta la mesera que le sirve el café). Cada sentimiento enterrado en la superficie encuentra una contraparte: el acting-out (o representación) que tiene lugar cuando las conexiones se cortan y se redirigen de tal manera que esa representación parece evidente.
Un padre que en verdad siente que su niño interfiere continuamente en su camino, lo tratará como si no lo quisiera y, tarde o temprano, la huella se convertirá en “Nadie me quiere”. La fisiología ha cambiado y la personalidad refleja ese cambio que no se produjo por un hecho traumático específico, sino por un sentimiento estremecedor que extiende su influencia sobre cientos de acontecimientos. Las enfermedades que padecemos más tarde en la vida —las psicológicas y algunas biológicas— son el resultado de partículas congeladas de esa historia. Los sentimientos de soledad, de devaluación (“Si ella o él no me quieren, es porque no valgo nada), de desesperación y la pérdida de la esperanza, se convierten en enfermedades. Los recuerdos y sentimientos tempranos se seguirán acumulando en el sistema mientras éste permanezca reprimido, bloqueado e inconsciente.
Los cambios en la bioquímica y la neurología de una persona se mantienen como recuerdos, y es así como el recuerdo imprime su huella, convirtiéndose en
un peligro, en un elemento extraño que debe tomarse en consideración. De ahí en adelante, el sistema ya no puede ser el mismo, sino que vivirá tratando de
regresar a su estado normal (tema que expongo en detalle más adelante). La intrusión externa —las expresiones de rabia de un padre o, por ejemplo, ser
enviado a un hogar sustituto— hace que el niño se sienta temeroso e inseguro. El niño no puede ser él mismo, y su sistema adquiere un modo defensivo.
Hay descargas en el cerebro que forman patrones de ondas, flujos de hormonas, potencial muscular y cambios en el cerebro que están destinados a
acomodar el dolor, sobre todo en los sitios receptores que ya lo han ido acumulando, de forma que el dolor pueda añejarse hasta que pueda llegar a la
conciencia, inundándola. El sistema puede compensar esa intrusión sólo antes de que un órgano vulnerable se rinda y produzca enfermedad. Cualquier terapia
posterior aplicada a la enfermedad que eventualmente se presente, tiene que “regresar” al sistema y a su condición normal. Cuando un padre trata de que su
hijo cambie, es equivalente a una “muerte”, porque la verdadera persona que era, dejará de existir. El siguiente ejemplo nos aclarara lo anterior.
Hace unos años una paciente mía se estaba preparando para viajar a la India.
Con la finalidad de fortalecer sus reacciones inmunes se le recomendó vacunarse contra el tétanos, el cólera, la tifoidea y la polio. Recibió todas las vacunas al mismo tiempo y en una hora todo su cuerpo ya estaba sufriendo: tenía fiebre muy alta, convulsiones agonizantes y vomitaba continuamente. Dos días más
tarde, tenía una comezón muy aguda en la vagina que se le diagnosticó como herpes: en efecto, era uno de los peores casos que el doctor había visto. Algunos
años antes, ella había notado una ligera irritación vaginal que también le diagnosticaron como un ligero herpes, pero no había estado sexualmente activa desde hacía nueve meses.
Dos semanas más tarde, desarrolló una fiebre que duró cerca de un mes.
Después de seis semanas de sufrir esa fiebre, comenzó a revivir una situación traumática cercana a la muerte, la cual le sucedió a una edad muy temprana. La
fiebre provocada por las vacunas desencadenó la huella de memoria de un hecho traumático padecido en el pasado. La combinación de las vacunas con la huella
de su recuerdo fue avasalladora. Cuando terminó de revivir el trauma temprano y el trauma de la vacunación, la fiebre terminó y estaba en camino de recuperarse.
En esta experiencia de mi paciente hay una gran cantidad de información encapsulada acerca de la huella y la naturaleza de la enfermedad. En esa situación, se le pidió demasiado al suponer que su organismo reaccionaría e integraría las vacunas para las tres enfermedades a su sistema inmunológico.
Además, las inyecciones movilizaron la huella de un recuerdo cercano a la muerte, el cual se mezcló con el choque presente y resultó sobrecogedor. El virus del herpes, que antes se mantuvo a raya, ahora se había “liberado” para manifestarse abiertamente.
Aunque éste es un ejemplo de enfermedad física, en el ámbito de la enfermedad mental pasa lo mismo ante una carga de experiencias negativas: La pérdida de un trabajo, del matrimonio, de un compañero, etc., se pueden combinar con la huella temprana de la pérdida de un padre, la cual puede inundar el sistema y resultar en una neurosis o psicosis. La carga del estrés actual sacude literalmente la antena de las células nerviosas, despertando ciertos sentimientos y recuerdos específicos. Por eso el neurótico reacciona en el presente, como si estuviera en el pasado.
Por ejemplo, las vacunas son algunas de las vías que pueden sobrecargar al sistema inmunológico. Una mujer que pierde a su esposo y que también tiene un
sistema inmunológico débil, tiene alrededor de cinco posibilidades más de desarrollar un cáncer. Un mono al que los cazadores le han matado a su madre, de pronto se enferma y muere por razones inexplicables.
LAS HUELLAS COMO MEMORIAS DEL TRAUMA
Cuando un trauma es más fuerte de lo que el sistema puede aceptar e integrar, se torna en una carga que entra en el citado sistema. Cuando algo es muy doloroso, se convierte en trauma para que el sistema lo pueda absorber. Es posible que una sola experiencia no sea traumática, pero si se combina con otras, produce un sentimiento traumático. Los traumas permanecen como recuerdos dolorosos de una clase especial, y sólo se podrán recuperar y revivir hasta que seamos suficientemente mayores para soportar el golpe de aquel drama total que sucedió en la infancia temprana, sólo entonces podremos sentir su impacto e
iniciar su integración.
Los traumas están impresos en el sistema con la misma fuerza de lo que sucedió originalmente. Tan pronto como un estímulo traumático se graba en el
cuerpo, se divide en dos partes: una puede sentirse de inmediato como dolor y malestar, y la otra permanecerá insensible, bloqueada y almacenada como
sufrimiento. El trauma crea una división del yo, o self, colocando una barrera entre el yo real y el yo irreal, o yo insensible. La parte que registró el hecho traumático queda grabada, pero no puede sentirse aunque esté guardada en el banco de la memoria, convirtiéndose en una fuente de energía continua y
reverberante en el cerebro y en el resto del cuerpo. Las huellas basadas en el trauma contienen el recuerdo de lo sucedido, así como el registro codificado de los sentimientos asociados con ello.
La manera como se imprimen las funciones del trauma se puede inferir de la investigación conducida por Wilder Penfield en la cirugía con epilépticos. Con el paciente despierto, Penfield estimulaba con un electrodo ciertas células del lóbulo temporal. Descubrió que los pacientes podían revivir ciertos hechos del pasado, y que estaban conscientes de ello en la escena de la operación, de modo que estaban funcionando al mismo tiempo en dos niveles de conciencia, pues había un enfoque simultáneo hacia el pasado y hacia el presente. Cuando Penfield remplazó el electrodo el recuerdo se detuvo, y cuando volvió a colocarlo, el recuerdo comenzó de nuevo. El paciente podía oler los olores, ver las imágenes y escuchar los sonidos exactamente como cuando “estaba ahí”.
Los recuerdos habían permanecido y podían recuperarse como experiencias vivientes, con toda claridad, de modo que al conectar un electrodo al mecanismo de escaneo de un cerebro —que regresaba la memoria de largo plazo—, en ese momento permitía al paciente “revivir la experiencia”. Por supuesto no era cuestión de que hablara sobre un recuerdo, sino de que lo estaba viviendo con toda claridad. Este importante experimento demuestra que nuestra mente puede
contener recuerdos y asociaciones detalladas, sin que sea capaz de tener acceso a ellas en un estado consciente: esos recuerdos son las huellas dejadas por un
trauma impreso. Esto significa que ciertas redes nerviosas se “canalizan” de tal modo, que interactúan más prontamente una con otra, y de ahí en adelante los
mensajes viajarán por esas vías nerviosas con mayor facilidad.
La niña que aprende a tener miedo de su padre y después teme a los hombres en general, reaccionará a las situaciones presentes con base en la huella de su recuerdo. El miedo a los hombres (ahora convertido en huella) se ha conectado, lo que asegura que la próxima vez que ella esté con un hombre adulto, estará tan
temerosa como siempre lo ha estado.
LAS HUELLAS Y LOS CENTROS EMOCIONALES DE LA MENTE
El sistema límbico se localiza a lo largo de las orillas de la parte baja del neocórtex. Es una unidad funcional del cerebro hecha con porciones del tálamo, hipotálamo, de la formación hipocampal, la amígdala, el núcleo caudado y el mesencéfalo, todas asociadas de una sola manera por rutas de fibras que son estructuras que controlan varios comportamientos, incluyendo la expresión emocional, la actividad de los ataques y el almacenaje de los recuerdos, así como
su evocación.
Una de las estructuras clave en el sistema límbico es el hipocampo, que a menudo se considera como la “compuerta de los recuerdos” y, por tanto, la “compuerta hacia el inconsciente”. Después de que ha ocurrido un acontecimiento, el hipocampo desempeña un papel muy importante en la organización de los recuerdos. El tálamo, que está arriba de él, es responsable de que la huella se convierta a largo plazo en un recuerdo permanente. Cuando, por ejemplo, una persona sufre de amnesia, a veces se da el caso de que la orden de imprimir la huella nunca se dé porque algo interfirió con el funcionamiento del tálamo.
Ese procesamiento de las huellas se puede expresar de la siguiente manera:
1. Vemos o sentimos algo, percibimos un estímulo, y el hipocampo recibe la información.
2. El hipocampo la comunica al tálamo para que imprima la huella o la escena original.
3. En cuanto este proceso ha tenido lugar, durante unas pocas horas de demora y mientras tienen lugar los cambios bioquímicos para convertir el recuerdo en algo acontecido a largo plazo, nada podrá borrar ese recuerdo, permanecerá por el resto de la vida.
4. Cuando el recuerdo es traumático, el mensaje de esa emoción se redirige a otro lugar en el sistema límbico, incluyendo el tálamo y la amígdala. Ellas
manejan parte del componente del sufrimiento en la huella.
Cuando alguna de estas estructuras se lesiona o sufre interrupciones, el tálamo puede redirigir la información dolorosa hacia afuera del sistema límbico, hacia el neocórtex, o cerebro pensante. Pero el neocórtex, aunque sí recuerda y evoca con gran detalle, no sufre, pues es necesario un estímulo o un disparador para activar y liberar su componente del sufrimiento, desde el sistema límbico hasta la conciencia cortical. De otra manera el recuerdo permanecerá sin tener sustancia emocional y literalmente será descorporeizado.
La importancia de la relación entre el sistema límbico y el córtex, o cerebro pensante, radica en que hace posible que cada uno comprenda su comportamiento, solamente en el nivel cortical, para recordar de manera puntual detalles de la propia infancia, aunque mientras tanto estemos apartados de los sentimientos que constituyen los fragmentos de ese recuerdo. La memoria cortical puede ser detallada y compleja, y al mismo tiempo permanecer separada del factor de sufrimiento. El sufrimiento del que hablo está más allá de la descripción y no tiene nada que ver con suspiros o lágrimas. Por eso está desconectado.
Sin una reconexión del pensamiento o de la memoria emocional, el componente de sufrimiento o dolor asociado con el recuerdo permanece como energía circulante, aunque bloqueada. Hemos encontrado un método terapéutico para encontrar ese componente de sufrimiento que, en pequeñas dosis, puede
integrarse exitosamente en la personalidad hasta que en el inconsciente queda relativamente muy poco de ella; porque el inconsciente está hecho precisamente de dolor no integrado.
El sistema límbico y su bodega de emociones son los que dan forma a nuestras percepciones y a nuestras proyecciones acerca de cómo vemos la realidad. La amígdala está cargada de endorfinas y no sólo funciona como almacén del dolor, sino también ayuda a la función de bloqueo, de modo que el lugar donde están organizadas las emociones es, al mismo tiempo, el lugar donde se las suprime. Cuando las emociones muy dolorosas salen del sistema límbico, en dirección al córtex y a la conciencia, los opiáceos —como la morfina— bloquean su ruta. Cuando están en la conciencia cortical, ese hecho significa dolor, y al mismo tiempo, resolución del dolor (siempre que éste pueda ser integrado). Cuando uno se dirige hacia abajo del área del procesamiento cortical, en dirección al sistema límbico, encontramos concentraciones más altas de opiáceos. Así que, cuando estamos frente a sentimientos estremecedores, organizados previamente en el hipotálamo, las estructuras como la amígdala son capaces de producir las endorfinas necesarias para bloquear el camino de esos sentimientos hacia la conciencia.
La amígdala recibe fibras del córtex, pero también manda fibras que se proyectan hacia la superficie en el córtex. Los sentimientos que ascienden son bloqueados por los opiáceos internos, pero continúan enviando su energía hacia arriba y hacia afuera. Están tratando constantemente de escapar del almacén emocional y se conectan con su propia sede en la conciencia. Es así como los sentimientos surgen en la conciencia para resolverse, mientras que las puertas de bloqueo lo evitan. Desde ese momento en adelante cambiará la forma como nos vemos a nosotros mismos y al mundo.
En cuanto hay una carga de dolor inconsciente, ningún acto consciente de voluntad puede convertirnos en reales o directos. Las compuertas no escuchan los ruegos, unas veces son clementes y otras, inclementes. El hecho de que haya una red de fibras en dos direcciones, entre el sistema límbico y el córtex, significa que la información llega de afuera y de inmediato es controlada por una información prepotente que se envía desde el interior. Por eso no nos percibimos de forma adecuada ni vemos el mundo externo como realmente es.
La huella de la memoria no es una “cosa”, no se puede localizar en un lugar específico del cerebro. Más bien, la huella se extiende como una energía por todo el sistema. La memoria puede sostenerse mediante cambios en la química de las neuronas gracias a ciertos patrones de electricidad en forma de ondas, también por cambios en las células de la sangre, e incluso en el contenido de nuestra saliva. Con toda seguridad podemos decir que los recuerdos están en cada una de las células de nuestro cuerpo.
HUELLAS, DOLOR, Y SENTIMIENTO
El hecho de que las necesidades y los sentimientos estén bloqueados en el camino a la conciencia, nos permite actuar simbólicamente nuestros sentimientos con pensamientos derivados de nuestros sentimientos, pero sin conexión directa, de modo que actuamos indirectamente. Por ejemplo, en lugar de sentir la desesperanza de nunca haber sido amados, nos esforzamos duro y de manera inteligente con el fin de sentirnos amados, porque el sentimiento de desesperanza generalmente está almacenado y llega al córtex en la forma de esperanza (que es su contraparte dialéctica). En el camino, la desesperanza se ha transformado en su opuesto.
En algún lugar, a lo largo del viaje hacia los logros externos, la realidad se ha convertido en irrealidad. La represión dispone de una estrategia para mantenernos fuera de la realidad en ciertos momentos de nuestra vida. La neurosis llega cuando somos más irreales que reales, cuando somos más inconscientes que conscientes. Claramente, hay niveles de neurosis que dependen de qué tan inconscientes estamos. La neurosis representa un cambio verdadero en la psicofisiología, derivado de una experiencia temprana. Una vez que la persona se instala en la irrealidad, puede convertirse en una verdadera creyente, encontrando esperanza en los más increíbles lugares y, dado que nuestra esperanza tiene que encontrar un lugar, descubrimos dietas especiales, vitaminas y cualquier alternativa en la que podamos creer, al considerarla básica y al depositar en ella nuestra confianza. Solamente cuando todos los caminos hacia la esperanza desaparecen, podemos volver a entrar en contacto con la huella interna de la desesperanza porque, para el neurótico, ser irreal significa supervivencia; debe tener esperanza, sin importar lo irreal que ésta pueda ser.
Bastará con que la desesperanza repose profundamente en el nivel bajo para que vuelva a brotar de forma continua. Esa desesperanza es la que da forma a la
manera como uno ve el mundo, con pesimismo o con optimismo (aunque puedan considerarnos unos optimistas perpetuos). La otra alternativa sería sumergirse en las profundidades del pesimismo y la desesperación. El optimismo, aunque sea un rasgo saludable, puede ser únicamente un buen mecanismo de defensa. La persona puede ver la improductividad de cierto programa, proyecto o esfuerzo, pero se inclina a ignorar la realidad: la original.