Actuando la Neurosis: la Representación Simbólica
En los neuróticos coexisten dos “yo”: el yo real, que es el dolido, el que tenemos que sentir para convertirnos en seres “reales”, y el “otro yo”, que es el irreal, el
que hace las regresiones y se encarga de la opresión del yo real. Se olvida de lo que es real y se apega a la magia, a lo místico y a lo que está más allá del
conocimiento hecho palabra. El neurótico es una víctima eterna de lo que está más allá de su conocimiento y todo el tiempo actúa atendiendo a esas dos fuerzas. Las actúa en el presente como si fuera el pasado, en una tentativa constante por resolver las necesidades y los traumas pasados que vivió simbólicamente. Entonces el acting-out simbólico actúa en el presente, aunque con la fuerza original de la necesidad inconsciente. El ser irreal debe permanecer en una niebla, ocupándose de propósitos y abstracciones triviales, con la finalidad de no sentir el dolor.
Antes hablé de las necesidades de un niño y de lo que espera de sus padres: ser amado, aceptado y totalmente aprobado; protegido, querido y respetado.
Espera todo esto porque es lo normal, y lo es porque la satisfacción de las necesidades es una condición humana heredada. Instintivamente el sistema sabe qué es lo que necesita: un padre y una madre adultos, que estén en contacto con sus sentimientos. Sabe lo que son las necesidades y está dispuesto a satisfacerlas.
Un adulto a quien la satisfacción de sus necesidades le ha sido negada, no será capaz de satisfacer las necesidades de su hijo. Sólo que ese niño no puede
encontrar una razón para esperar o para contentarse con una falta de satisfacción.
No puede imaginar que él o ella llegaron a este mundo como bebés no deseados, que todo fue un accidente o consecuencia de un impulso de lujuria. No se puede
imaginar que esté de más, o que nació al azar, sin ser deseado. Tristemente puede empezar a percibirlo y aprenderlo muy pronto con las actitudes de sus padres,
que son “todo su mundo”. Si ellos no lo aman o adoran, si no lo aprueban o no lo aceptan tal como es, más tarde buscará una plenitud sustituta, tratando de alcanzar lo que nunca tuvo. Eso es lo que yo llamo esencialmente ” El acting- out simbólico “.
EL MUNDO COMO SUSTITUTO DE LOS PADRES
En el caso de un adulto, cuyas necesidades no fueron satisfechas cuando era niño, el mundo se convierte en un sustituto de lo que sus padres debieron hacer.
Sus necesidades deben ser satisfechas de algún modo, porque son esenciales para un crecimiento normal y para la supervivencia. Los niños institucionalizados que crecen sin amor, no crecen físicamente a un ritmo adecuado, se enferman más a menudo que los niños que crecen en un hogar, aprenden más lentamente y su coordinación física es más pobre. Todo esto sucede porque no los abrazaron, no se les acarició lo suficiente, ni recibieron afecto durante sus momentos más
tempranos sobre la Tierra.
El problema es que los padres no son reemplazables. Sus necesidades tienen que satisfacerse desde que el niño es un recién nacido. En los primeros días de su vida sus padres deben abrazarle estrechamente, cargarlo con frecuencia, porque ese contacto es crítico para su supervivencia. Años más tarde, todo el amor que
puedan recibir de un novio o novia, jamás podrá cubrir totalmente la necesidad insatisfecha de que los hayan tocado y acariciado. El sistema humano siempre está tratando de buscar lo que le falta, por ello el niño, y más tarde el adulto, buscan satisfacciones sustitutas, o fuentes de satisfacción simbólica.
El niño que es ignorado o atormentado por unos padres indiferentes, tratará de ser el centro de la atención, y en su vida adulta puede ser calificado de “narcisista”, pero lo que realmente importa es que ha sido ignorado, y un niño que fue ignorado suele sentir que no vale nada y que no merece la atención de nadie. Dependiendo de las posteriores circunstancias de su vida, puede actuar sus sentimientos de minusvalía hacia su entorno, desplegando una cierta timidez en situaciones sociales y una aprensión hacia los demás.
Un buen ejemplo de esa actuación, o acting-out, lo explicó uno de mis pacientes:
Nunca fui directamente en busca de amor. Las chicas que me buscaban como si estuvieran interesadas en mí, me ponían muy ansioso. Últimamente, a los cuarenta años, estuve con una chica a la que había cortejado por largo tiempo. Ella se mostraba indiferente la mayor parte del tiempo y, en otros momentos, ligeramente afectuosa. Por último me dijo que pensaba que debíamos romper nuestra relación porque yo no era, y nunca iba a ser, el hombre de su vida.
Correcto: luché como un loco para hacer que ella me quisiera. Le propuse matrimonio inmediatamente y ella se resistió. Le escribía, la llamaba por teléfono y ella nunca se rindió, hasta que pude vivir el sentimiento: el más obvio de todos los sentimientos: mi mamá nunca me había amado y nunca me mostró afecto. Finalmente había encontrado una mujer sustituta con quien pudiera luchar, necesitaba a alguien que no me amara porque básicamente mi madre me hizo sentir indigno de amor. Estar con alguien que me amara sería como “ir contra mi tipología”.
El comportamiento neurótico es como una profecía que uno mismo cumplirá.
Una mujer puede sentir que no vale nada y anda por la vida tratando de probar que ésa es la verdad. Cuando está con otros actúa como si estuviera ausente y,
entonces, la tratan así, “como si no existiera”, reforzando su problema. Lo que ella espera, en secreto, es que los otros se den cuenta de su temor y aprensión y
la acerquen a ellos, pero eso pasa muy rara vez.
No es normal ser una persona tímida y vergonzosa. Esa persona que puede guardarse todo para sí, lo hace porque muy temprano en su vida sintió que no podía hablar con sus padres sobre ella misma, pues sus padres estaban muy ocupados tratando de resolver sus propias necesidades. El hombre se casa y tiene problemas maritales porque su esposa se queja de que él “se guarda todo” y, además, no confía en ella. Pero éste es solamente un problema secundario. El
problema real (como es el caso tan frecuente) gira en torno a patrones de conducta que pertenecen al pasado. Parece fácil aconsejar a este hombre diciéndole: ¿Por qué no aceptas a esa mujer tal y como es? No puede contestar fácilmente, porque ésa no es la manera como es él, sino como “lo hicieron en su hogar… donde nunca lo amaron”
Una persona en esas circunstancias puede cambiar, pero no empujándolo a salir de su actitud. Sólo puede cambiar si siente la necesidad original de ser alentado por sus padres para satisfacerlo. Cuando logre expresar su necesidad que es: “Escúchame, óyeme, interésate en mí. Yo soy tu hijo, ámame”, al sentir todo esto, él solamente podrá reconocer su desesperanza y ésta será la clave para su cambio. Cuando él se permita sentir la necesidad de ser valorado, descubrirá de nuevo, lo poco que les importaba a sus padres. Y al guardar la conciencia de ello, encontrará algún camino para mantenerse alejado de su dolor.
EL NACIMIENTO DEL ACT-OUT (REPRESENTACIÓN)
Las representaciones (acting-outs) no necesariamente son el resultado de un solo trauma. A menudo resultan de una serie de pequeños traumas que sucedieron
durante años y se sumaron en un significado como el siguiente: “Me quieren quitar del camino”. “Nadie me quiere”. “No pertenezco a nadie”.
Esos son sentimientos comunes que mucho más tarde producirán el act-out.
Una paciente que tenía que afiliarse compulsivamente a alguna organización, de forma inconsciente estaba tratando de esconder su dolor, intentando sentir que
pertenecía a alguien o a algo, sentimiento que nunca había tenido de niña. En su hogar, durante la comida y en las conversaciones de sobremesa, sus padres
siempre la excluyeron y ella se quedaba con ese sentimiento de no pertenecer a esa experiencia y de no tener un lugar en donde se la tomara en cuenta. Cuando
esa persona vaya con el psicoterapeuta, éste le podrá advertir: “Pareces tener la necesidad de ingresar a muchos grupos”. La paciente reflexiona, “Sí, es verdad,
creo que necesito pertenecer”. Eso no alivia la constante agonía que sufría cuando la dejaban fuera de la sobremesa, en la comida o en la cena, una y otra
vez. Ella se sentía abandonada debido a que sus padres vivían el uno para el otro, sin percatarse de que la niña quería tener su atención y cariño.
La desesperanza es el argumento de tanto acting-out. Recuerdo haber visto a un activista radical que constantemente estaba comprometido con una causa u
otra, tratando de contribuir a hacer un mundo mejor. El sentimiento que tenía en la terapia era: “Tengo que hacer una mejor vida de hogar, o me voy a morir”. El
mundo que estaba haciendo en el exterior era un sustituto del mundo mejor que necesitaba tener su casa. Su lucha en el mundo social era una alternativa para
mantener a raya su desesperanza. Por tanto, a pesar de todas las traiciones, la corrupción y la degradación que veía en el mundo exterior, nunca renunció a su
lucha como activista.
LA LUCHA POR RECREAR LOS IMPRESOS
Los símbolos son representaciones de las necesidades reales. Más tarde, nos comprometemos con aquellas personas que pueden recrear nuestra vida temprana. Uno se casa con una persona muy crítica, como era nuestro padre, y luego lucha para atraer su aprobación, aunque sea simbólicamente.
Una mujer que necesita ser dependiente e infantil, actuará su dependencia con otras personas. Esperará que la cuiden y la traten como a bebé. Su compañero no lo querrá hacer porque tiene necesidades propias, y con toda seguridad, de ahí surgirán los problemas.
Cuando una neurótica en plena agonía está resintiendo el pasado puede decir:
“Tú debes saber que yo estoy muy bien, tal como soy. Ellos son los que no estaban bien”. Sin embargo, al buscar relaciones nunca fue directamente con
alguien que la pudiera amar y que la aprobara de inmediato. Su historia la hizo sentirse siempre desaprobada. Al elegir a un compañero con el que pudiera
luchar, ella estaba creando un símbolo de su pasado, porque para esta mujer, encontrar un compañero que la amara sin reservas, la dejaba tensa e insatisfecha.
Si eligiera a ese compañero amoroso, llegaría a un estado de desesperanza porque seguiría sintiéndose no amada. La mujer tenía que luchar por un amor,
porque en esa lucha radicaba su esperanza. Sentirse totalmente no amada por alguno de los padres, detendría el acting-out simbólico.
Cuando eres rechazado y criticado a la edad de cinco o seis años, eso te hace creer que hay algo radicalmente malo en ti. Al entrar en lucha por ser aprobado
en el presente, al menos nos ubicamos en el camino correcto. El símbolo es removido de la realidad, pero apenas en un escalón. Por ejemplo, una persona
actúa muy dulcemente y trata de agradar a todos, lo hace porque en ese comportamiento yace la esperanza de ser amada y aprobada. Su comportamiento se hace continuo porque no puede soportar una gota más de desaprobación que se agregue a su pasado. En cambio, le ayuda a evitar cualquier reacción que le dispare el terrible dolor de su infancia. Sin importar las veces que esa persona sea pisoteada o traicionada, la dulzura permanecerá en ella, porque esa actitud es lo que le proporciona la continuidad de su personalidad neurótica.
Los padres que colocan a sus hijos en una lucha sin fin porque no les permiten ser ellos mismos —por ejemplo, cuando los sobajan—, los obligan a luchar para sentirse bien consigo mismos y deben luchar por el aprecio o la aprobación de sus padres. El niño denigrado trata de normalizar la situación,aunque no sabe que ser denigrado es algo anormal. Por eso crece con un déficit del que no está consciente y seguirá luchando para sentirse satisfecho. Pero si, como aprendió de niño, de todos modos no había nada que él pudiera hacer para sentirse aprobado, simplemente llegará el día que deje de luchar. Los padres que ignoran al niño y no le dan un sentido o dirección a su lucha (una vía para ser neurótico con el fin de, al menos, sentir algo parecido al amor), harán que ese niño sufra y esté crónicamente ansioso; crecerá sin defensas efectivas y siempre estará apegado a su dolor, pero no logrará tener una profunda, sistematizada y compacta neurosis. En suma, quizá podrá tener acceso a sí mismo, pero mucho más tarde Un padre que rechaza a uno de sus hijos, a menudo es realmente como un niño que está resentido por tener que actuar en el rol de padre, cuando lo que desearía es actuar como niño. Cuando ese padre es muy crítico e irritable, crea una nueva necesidad en el niño: la de actuar de algún modo que le permita hacer cambiar a su padre. El niño estará tan ocupado actuando su nueva necesidad, que pierde contacto con su propia y verdadera necesidad: la de ser amado únicamente por el simple hecho de estar vivo. En la terapia debe sentir la necesidad que le fue creada e implantada, y quizá meses después llegará a sentir la necesidad real de decirle: “Ámame”. Esa posibilidad permite a la persona volver a ser auténtica. Ésa es la necesidad que estaba perdida desde hacía mucho tiempo en la última línea, y que va a permitir ahora corregir el sistema, hasta que la persona pueda sentir y decir: “No te enojes conmigo, por favor” y “¡Quiéreme!” La secuencia de esta revivencia debe seguir ese orden en reversa. En la terapia no podemos saltar esos pasos.
El comportamiento del niño es como un sistema de radar: la más ligera esperanza de amor expresada por su padre, encaminará al chico a ser lo que el padre necesita para sentirse satisfecho. Ése es el camino —casi genético— que la neurosis recorre de una generación a otra. Las necesidades insatisfechas del padre privan al niño de su amor y producen la misma necesidad insatisfecha, pero ahora en su hijo. Un padre que se siente inferior, solamente podrá sentirse importante si sobaja a su hijo con la intención de sentirse superior, al menos, frente a su hijo. En efecto es fácil que el niño se sienta inferior a su padre varias décadas después, y cuando ese niño tenga un hijo, inconscientemente actuará la misma historia: tratará de sentirse superior a su hijo, sin importar que eéste sea sólo un tierno bebé.
Otra forma de acting-out es la incapacidad de decir “no”. Si los padres siempre exigieron a su hijo una completa obediencia y nunca se les permitió expresar su propia voluntad, más adelante en su vida continuarán con ese comportamiento sumiso, sin tener la capacidad de resistirse o negarse a cualquier exigencia de los demás. Sentirán que siempre tienen que decir “sí” a todo. El dolor implícito en esa actitud es muy simple, porque expresar su propia voluntad
significa para él la posibilidad de un castigo, desaprobación y falta de amor. La aceptación incondicional se convertirá en su ley.
Una paciente tuvo una institutriz que se hizo cargo de ella durante toda su infancia temprana, pues sus padres eran miembros de la alta sociedad y siempre
estaban viajando. La niña desarrolló el sentimiento de ser alguien de importancia secundaria para sus padres. Siempre que le preguntaba a su nana por su madre,
se avergonzaba de ser “la bebé que era”. Pasó su vida sin preguntarse qué era lo que ella quería y siempre se siguió sintiendo “como una persona secundaria”.
Cuando iba a comprarse ropa, siempre escogía la que realmente no deseaba, recreando de ese modo la poca importancia y el poco valor que había sentido de parte de sus padres. En otras relaciones también optaba por quedar en un lugar secundario, expresando así su lucha por mantener viva la esperanza de ser realmente importante para los demás.
Una mujer anoréxica tuvo el siguiente insight: “Necesito amor, no comida”. “Me rellenaron de alimentos, en lugar de darme amor”. “Ahora, cuando como, siento que algo anda mal”. “No estoy recibiendo lo que realmente necesito, de modo que mi cuerpo rechaza la comida y la vomito. Estoy hambrienta sólo para mantener viva mi esperanza”. Inconscientemente ella sentía que si comía, perdería la oportunidad de recibir lo que en realidad necesitaba. Dejó de alimentarse y adelgazó muchísimo.
Otra paciente que traté, fue abandonada por sus padres y la enviaron a vivir con sus abuelos. Ahí siempre se sintió incómoda e insatisfecha, como si nunca hubiera tenido realmente un hogar. Necesitaba un hogar verdadero, como el que tenían sus compañeras de escuela. Mucho más tarde, cuando inició una relación amorosa, sintió de nuevo esta clase de sentimiento “equivocado” y rompió su relación. Simplemente no aceptó ningún sustituto para el hogar que nunca tuvo cuando era niña, y se sentía compelida a “actuar” (act-out) su necesidad en el presente. Este act-out era la causa de una gran parte de su dolor adulto que le impedía sostener una relación. Aunque se tratara de una buena oportunidad, se sentía obligada a romper sus relaciones con cualquier excusa. No tenía ni la menor idea de que ella estaba actuando. Irónicamente, lo que estaba tratando de hacer con su comportamiento neurótico —sentirse amada y en su hogar— era lo que le evitaba conseguir “lo que realmente quería”: tener amor en un hogar, en el aquí y el ahora. Otro de mis pacientes era un hombre que, cuando tenía ocho años, repentinamente fue enviado a un orfanatorio. De ahí lo reenviaron en varias ocasiones a hogares sustitutos. Cuando creció, nunca pudo establecerse en un
solo lugar porque no encontraba el que fuera adecuado (el lugar que había perdido en su vida temprana). Su indecisión estaba basada en la esperanza inconsciente de encontrar un hogar real, pero nunca lo consiguió. Jamás, en ninguna circunstancia, se sintió en su hogar (y en realidad no estaba, ni estuvo en él). Cuando sentía que ya había estado demasiado tiempo en algún lugar, lo abandonaba y seguía buscando.
EL SIGNIFICADO OCULTO DEL COMPORTAMIENTO
El acting-out, o actuación simbólica, es probablemente tan diverso como la gente. Por ejemplo, una persona tiene que acumular dinero para llegar a ser rica, y cuando lo logra, necesita más y más dinero para evitar encontrarse con que no había nada a lo que pudiera aspirar. El dinero se convierte en un sustituto de la falta de amor. Aquellos que han sido privados de bienestar en la vida temprana, a menudo tienen un deseo desordenado de dinero; unos simplemente lo roban, quieren tener algo a cambio de nada; tener amor, sin que hagan nada para lograrlo. El robo es un símbolo claro de esa necesidad.
Hay otras personas que son sexualmente promiscuas con la finalidad de llenar el vacío de falta de afecto y de contacto en su vida cotidiana. Lo que comienza como una necesidad sin complicaciones, termina ramificándose de muchos modos distintos. Por ejemplo, un joven que de niño perdió a su madre y siempre estaba ligeramente enfermo, en su vida adulta siempre tenía alguna “enfermedad” y transcurría en una especie de “vaga espera”. Cuando estaba de vacaciones, tenía que correr a su casa para revisar sus correos: ¿qué era lo que esperaba? Sucedió que lo que esperaba era una carta de su madre. Hasta que sintió lo profundamente que la amaba, supo que en realidad la extrañaba y
reconoció su incapacidad para aceptar su muerte. De ese modo fue como arregló su vida, esperando siempre cualquier cosa, difería todos sus placeres porque estaba esperando las noticias correctas. Compulsivamente jugaba lotería en la televisión, siempre esperando las buenas noticias. Esta pobre alma nunca podía relajarse, siempre esperaba a su madre. La espera y la ligera tensión le eran esenciales. Siempre que conseguía algo que quería, se sentía decepcionado. Incluso su coche nuevo no significaba nada para él. No era el carro que realmente quería. ¿Estar decepcionado de tu auto puede ser neurótico? En este caso sí. Le ponía “peros” a múltiples detalles, aunque en realidad, ésas no eran las verdaderas razones de su decepción. Este hombre estaba atrapado en un deseo infantil. El eventual sentimiento y reconocimiento de sus necesidades era liberador: le liberaba de la esperanza, porque su esperanza había anidado en la espera.
Recuerdo que traté a un psicoterapeuta que había practicado sus habilidades como entrevistador. Toda su vida estuvo haciéndole preguntas a la gente porque había una cuestión crítica que nunca se atrevía a preguntar: ¿Dónde está mi mami? Ella murió repentinamente cuando él tenía cinco años. Nadie le dijo nada y él nunca se atrevió a preguntar qué le había sucedido. Todo lo consideraba misterioso, mientras tanto, actuaba de forma simbólica y, aunque no parecía nada neurótico, desarrolló una habilidad que le hizo productivo como adulto, nunca habría podido sacar esa conclusión si no hubiera tenido un sentimiento que aclaró el significado de su actuar. Queda claro cómo el comportamiento simbólico en la neurosis puede ser bastante sutil y las tentativas de medirla y revelarla, deben ser también muy sutiles.
Un niño que crece con padres decepcionantes puede tener la necesidad de confiar, para poder sentir que al fin puede depender de alguien. En la vida adulta
coloca su confianza en experiencias o personas equivocadas, porque necesita desesperadamente confiar. La necesidad domina su realidad y lo obliga a involucrarse con personas nada confiables. La lucha continúa, y al sentirse decepcionado, considera que fue su error y… sí lo es, le sucederá una y otra vez.
Uno necesita estar totalmente vulnerable para experimentar el sentimiento de que no podíamos confiar en nuestros padres y que la vida temprana era inestable.
Sólo entonces el presente dejará de estar dominado por la vieja necesidad.
LA REPRESENTACIÓN SIMBÓLICA DE NUESTRO NACIMIENTO
La representación simbólica (acting-out) puede suceder cuando estamos formados en una línea de personas que esperan llegar a una meta, y de pronto, desarrollamos un sentimiento de tremenda impaciencia, casi un estado de pánico.
Puede haber transcurrido algo análogo cuando estábamos por nacer, esperando y tratando de salir. También es posible que la vida en el hogar fuera terrible y la
persona ya no podía esperar el momento de salir de él. Una historia de fracasos debida a esa impaciencia puede derivar de un trauma, aun cuando el nacimiento
haya durado sólo unos minutos. La habilidad de ver a través de los acontecimientos, de trabajar pacientemente hacia una meta, de estudiar para lograr un propósito a largo plazo, desarrollar relaciones duraderas, todas estas metas pueden ser limitadas y hasta impedidas por la incapacidad de esperar.
Por supuesto, no siempre se evidencia de inmediato que un cierto comportamiento signifique una representación simbólica. No existen pruebas psicológicas con este propósito. Pero cualquier cosa que una persona haga — puede o no ser neurótica—, todo depende de la historia detrás de los hechos. No se trata de algo que alguien pueda decidir: “¿Esto es neurótico? ¿Yo soy neurótico? Podemos preguntarlo, pero realmente nadie es capaz de responder. El individuo es el único archivista de su historia, y en esa historia yace la respuesta.
Otra de mis pacientes, cuya terapia avanzaba muy lentamente, no parecía comprender los sentimientos por los que había atravesado. Parecía un poco tonta y era exasperante. Por fin tuvo el sentimiento de “No querer saber nada”. Para ella, saber era algo muy doloroso. Podría decir: “He tratado tanto de no saber la dolorosa verdad de por qué nunca les gusté”. Su falta de curiosidad y aparente estupidez eran actuaciones. Ella llegaba incluso a ser incapaz de ver las noticias en la televisión o leer el periódico, porque todo le era muy doloroso. Conocer significaba “dolor”: ésa era la ecuación que gobernaba su vida.
Aun el comportamiento que parece muy normal puede decepcionarnos. La persona que actúa como “joven” y parece estar en pleno vigor (como era el caso de un paciente), se rehusaba a actuar “de acuerdo con su edad”. Tenía que permanecer joven, porque actuar conforme a su edad significaba perder la esperanza de encontrar el amor que no había recibido cuando era niño. “Mami, no voy a crecer hasta que tú me ames”, parecía que eso era lo que quería decir inconscientemente.
La “transferencia” freudiana es otra manera de “actuar” simbólicamente. En ella los viejos sentimientos hacia los padres se transfieren al terapeuta. No hace
ningún bien analizar esa transferencia y tratar de comprender cuál es la actuación del terapeuta. Es mucho mejor sentir la fuente de su origen, el símbolo se evaporará por sí solo. Hay miles de eventos cargados de sentimientos que juegan un papel importante en la representación simbólica. Los lectores pueden abastecernos con sus propios ejemplos. Típicamente, en una representación la intensidad del comportamiento se basa en la fuerza de la necesidad (la cantidad de privaciones) o en la valencia del trauma.
LA RESOLUCIÓN DEL ACT-OUT (REPRESENTACIÓN)
Hay muchas clases de terapias diferentes que se han dirigido a la neurosis y a sus actuaciones simbólicas. Por ejemplo, hay una llamada “Ensoñación despierta
directiva e imaginería guiada” en la cual el terapeuta realmente crea historias para la persona y la dirige hacia su resolución. Se cree que este simbolismo resuelve el comportamiento neurótico (y sí lo hace), pero de sólo de forma simbólica; desafortunadamente su actitud no cambiará las necesidades y los sentimientos subyacentes. Un escenario así puede moverse de esta forma: “La esposa es crítica: el jefe no lo dejará ascender”. “Vamos a imaginar que nos dirigimos hacia él para decirle: ¡Sé asertivo…! Ah, ¿ya ves?, ¡sí lo lograste!”
Fue un bonito sueño, un bonito estado de salud imaginaria.
Las actuaciones fingidas son neurosis efectivas. Las que no son efectivas, surgen cuando —aunque funcionen bien— no nos dejan satisfechos. En cambio, cuando no funcionan, nos encontramos cara a cara con nuestro dolor. Es cuando alguien va con un terapeuta para que le arregle su neurosis y generalmente recibe drogas para sentirse mejor. La represión trabaja de nuevo, esta vez inducida por las drogas y asegura la continuidad de la actuación simbólica. No se trata de que una personalidad esté representando una actuación. Llevarla a cabo es parte de la personalidad y casi todo lo que el neurótico hace, es representar. Esto se debe a que casi todo lo que es neurótico está dirigido por sentimientos no reconocidos.
La manera como sostenemos nuestra quijada, nuestra postura, el guiño de los ojos, el tono con el que uno habla, actúa y camina se incluyen en este espectro.
Nada se les escapa. Nada puede hacerlo.
Lo que ofrecen las terapias convencionales son sólo percataciones de las representaciones, o act-outs, de los pacientes. El terapeuta generalmente tiene que adivinar la exacta motivación que está detrás de ella y, hasta que el paciente llegue a sentir, tendrán que estar adivinando. No podemos esperar que el cerebro alto, o superior, conozca los secretos confiados al nivel más bajo, porque el cerebro cognoscente llegó millones de años después que el cerebro sensible. En
efecto, desarrollamos un córtex para no enterarnos o para racionalizar; de no ser así, estaríamos todo el tiempo inundados por los sentimientos (generalmente los
más dolorosos). Comprender lo que es una actuación, o hasta entender que uno es neurótico, no cambiará nada. Estaríamos empleando la misma lógica defectuosa de imaginar que comprender a un virus, podría curar una infección.
Sin embargo, muy a menudo la comprensión sofisticada de una actuación se convierte en otra actuación: en una defensa contra el sentimiento. De esta forma
podríamos llegar a la moción de aliviarnos, sin el dolor implícito.
Lo que el neurótico elige para su terapia es algo que generalmente logra sostener su neurosis, o sea, una psicoterapia sin raíces para un paciente ausente e
ignorante de su propia historia. El yo irreal está trabajando y eligiendo su actuación. En nombre del progreso, la mayoría de las psicoterapias dinámicas
tratan con el yo irreal, se enfocan en el aquí y ahora y se imaginan que han ofrecido algo real al paciente. El problema es que, durante años, siempre se habían enfocado en el pasado, pero solamente estaban hablando de él, en lugar de revivirlo, de ese modo todo era en vano. El problema no era el enfoque hacia el pasado, sino en la manera de aproximarse a ese enfoque: ser libre significa liberar al yo real.
La oración es otra forma de un representar o actuar simbólicamente.
Rezamos pidiendo protección, amor y cuidado. Con sólo darle una vuelta a la frase, podemos dirigir también estas súplicas a los padres que nos privaron de amor y atención. Sin embargo, y a pesar de todo, a veces se necesitan muchos meses para capacitar a los pacientes para que comiencen a pedir algo a sus padres —y mucho menos para rogarles— de aquello que en sus rezos le piden todos los días a Dios. La razón es simple: una profunda desesperación y desesperanza yace en estas necesidades, una desesperanza que es muy difícil de confrontar. El paciente diría: “Qué caso tiene? Ellos no pueden amarme, así que, ¿para qué pedirles…? Es más seguro pedirle a Dios. Ya sea que los padres puedan amar o no, eso no importa. La necesidad permanece, y cuando la persona pide a sus padres lo que necesita, aparece el dolor. Cuando esos pacientes le piden amor a sus padres, en la terapia, se topan con su propia desesperanza.
Como dijo un paciente: “La súplica primal original (o el ruego convertido en
oraciones), en la terapia se convierte en mi agonía”
Una vez que la necesidad real se reprime y redirige, forzosamente nos hacemos más directos y más simbólicos. No puede ser de otra manera. Por eso los pacientes primales avanzados tienen sueños directos y no simbólicos. Por eso aquellos que han sentido su necesidad y su dolor, consiguen una cualidad directa en ellos: son más perceptivos, pues ya han percibido las realidades más importantes de su vida. La neurosis es una sentencia de por vida, una prisión con barrotes invisibles que circunscribe nuestras elecciones, intereses y alternativas.
Somos y seremos para siempre sus víctimas, hasta que logremos sentir.