MIDIENDO LA NEUROSIS: EL ÍNDICE DE REPRESIÓN
Hemos desarrollado un “índice de represión” en el cual empleamos varios parámetros, como la presión sanguínea, la función de las ondas cerebrales, el
pulso y la temperatura corporal (en suma: los signos vitales que forman una red en la cual colocamos las medidas del paciente para determinar su estado
general). De este modo somos capaces de cuantificar la cantidad de represión en el sistema de la persona. No podemos medir el dolor directamente, pero podemos medir su procesamiento. La conclusión es evidente: mientras más temprano es el trauma, sus consecuencias son más lejanas y las secuelas son más devastadoras y duraderas.
Esto es cierto tanto en las esferas mentales como en las fisiológicas, por eso en las terapias alteramos nuestra personalidad y también alteramos la susceptibilidad a las enfermedades. Un recién nacido que tiene eczema, cólico o neurodermatitis, en realidad ha nacido con un sistema inmunológico inconsciente. Debido a su trauma de nacimiento, el sistema inmune ha disminuido la memoria y no puede reconocer a sus enemigos, ni puede apoyarse en su historia para ayudarse. Más tarde, ese niño comienza a desarrollar problemas de aprendizaje, un golpeteo incesante de sus pies y es hiperquinético; todos estos son aspectos de una misma huella. Lo que es menos evidente es la destrucción que está sucediendo en su intestino, en sus pulmones o en los pasajes nasales. Cada vez, la energía de la huella viaja a un nuevo sitio, se busca consulta con un nuevo especialista, y cada uno de ellos trata de separar cada síntoma como si se tratara de enfermedades distintas, ignorando las fuentes idénticas que subyacen y que son el origen del problema.
Cuando uno se da cuenta de que hemos sido capaces de cambiar los niveles de las hormonas del estrés —de cincuenta a sesenta por ciento— mediante la
estrategia de revivir las experiencias, comenzamos a comprender cómo podemos reforzar un sistema inmunológico que depende de un bajo estrés para su
funcionamiento óptimo.
Se han hecho muchos estudios que correlacionan enfermedades, como el cáncer, con ciertos tipos de personalidad. Los estudios mencionan la frialdad en el hogar, la supresión de la rabia, la depresión y otras. Lo que se ha ignorado es cómo ambos estados pueden tener el mismo fundamento. No se trata de que la rabia “cause” o conduzca al cáncer. Expresar la rabia en la terapia ayuda mucho, pero se debe hacer en un contexto, no será curativa hasta que se dirija exactamente al impreso.
La neurosis está dondequiera en el sistema. Para encontrarla, sólo tenemos que mirar cuidadosamente hacia casi cualquier proceso biológico. Se trata de
modos de medir la neurosis, de determinar qué tan neuróticos estamos. Por ejemplo, hemos tomado fotografías infrarrojas de la cara de los pacientes antes y después de experimentar un sentimiento. En una investigación dirigida por los doctores Harry Sobel y David A. Goodman, del Centro de Neurociencias de Los
Ángeles, se tomaron termogramas (con un UTIS Espectrotermo Modelo 801) escaneando con una cámara infrarroja. La cara se dividió en once regiones clave
y se tomaron fotografías infrarrojas a cada persona de cada una de esas regiones.
Después de un número importante de meses dedicados a los sentimientos, el flujo periférico de sangre en la cara aumentó significativamente, como resultado
del dolor que se resolvía: menos dolor, era igual a menos constricción y mejor flujo. En la mayoría de las regiones el flujo de sangre periférica aumentó en los pacientes avanzados. Lo que parece evidente en la investigación termográfica, es que el flujo sanguíneo periférico fortalecido era el resultado de la resolución del
dolor. Además, el profesor Leónidas Golstein, de la Universidad de Rutgers, y el doctor Eric Hoffman, de la Universidad de Copenhague, habían hecho estudios
de nuestros pacientes y encontraron un cambio significativo en la función cerebral, como resultado de las experiencias de revividas.
1 Las relaciones entre los hemisferios derecho e izquierdo cambiaron, como lo hizo la relación entre el cerebro frontal y el posterior (cerebelo, puente y médula oblongada ). En otros estudios realizados en el Brain Research Institute, de la UCLA, 2 después de un año de terapia encontraron una amplitud de ondas cerebrales disminuida en nuestros pacientes. Estaban trabajando menos neuronas y el cerebro estaba menos ocupado, por tanto, la tarea de la represión se había
reducido. En otros estudios sobre las ondas cerebrales hemos encontrado que las personas deprimidas tienen una cifra más baja en sus EEG (banda alfa) que
aquellos que tienen acceso a sus sentimientos, incluyendo a los que tenían frecuentes ataques de ansiedad. Y, en realidad, la ansiedad implica un nivel de conciencia menos coherente. Solamente con las medidas obtenidas, podemos predecir muy bien el curso de la terapia. Los pacientes con bajas ondas se llevarán más tiempo para llorar y mucho más para tocar sus sentimientos más profundos.
Aquellos que están iniciando la terapia y los que sufren intensamente, también tienen las cifras más altas en los voltajes de EEG. Más tarde, como resultado de la terapia, todos los pacientes tienen un más bajo voltaje en sus EEG.
Esto significa que los mecanismos represivos se hacen menos necesarios y menos efectivos conforme progresa la terapia. En el estudio de la UCLA con
pacientes primales, se encontró que un voltaje del cerebro en descanso era de quienes tenían cinco años de terapia, lo que representaba un tercio de su valor
inicial.
Dado que las ondas cerebrales están muy relacionadas con otras funciones vitales, las considero un aspecto más del síndrome de los signos vitales. El “significado” psicológico de las medidas obtenidas se obtiene por algunas correlaciones psicológicas con los estados psicológicos. Al mirar las ondas cerebrales en corto, podemos decir algo sobre la personalidad y viceversa. ¿Es imposible revivir una cirugía a la edad de cinco años? En los pacientes que lo han hecho, hemos encontrado aumentos espectaculares en sus signos vitales, incluida la actividad cerebral. Así es como hemos reconocido la veracidad de tales experiencias. Recordamos los progresos hechos en la medición porque no podemos escupir en un tubo (como se hace en nuestra investigación) y tenemos que hacer una relectura de la saliva, para encontrar el nivel de las hormonas del estrés (cortisol); así conocemos el nivel de estrés que tiene el sistema. Cuando correlacionamos ese factor con ciertos signos en las ondas cerebrales y otros signos vitales, empezamos a tener un índice efectivo de los niveles de estrés y de represión.
Con el índice de represión hemos podido ver qué clase de traumas tienen la valencia más pesada y cuáles hacen la mayor diferencia en la contribución a una
enfermedad posterior. No es un capricho que reconozcamos el trauma de nacimiento o el incesto como los más serios contribuyentes a la represión, pero sigamos investigando.
Como resultado de nuestra investigación estamos comenzando a tener una idea acerca de qué tan normal parece la biología. Sabemos que disponemos de
estándares fisiológicos con los que podemos juzgar las psicoterapias actuales.
Con las herramientas de nuestra investigación seremos capaces de asegurar a cuánta presión está sometida cada persona. Tendremos índices predictivos acerca
de la posibilidad de enfermedades posteriores; eso será cierto independientemente de qué tan buena piense la persona que es. Incidentalmente, yo creo que hasta que en esos hospitales mentales y las prisiones no sean capaces de hacer revivir traumas, es muy alta la posibilidad de que quienes están recluidos allí continúen con su comportamiento aberrante en cuanto estén en el exterior. Esto será así en tanto ellos sean víctimas de sus huellas infantiles impresas. Lo que podrá hacer la mejor terapia convencional es medicar, empujar para siempre el dolor hasta el fondo y esperar algo bueno. Pero hay una alternativa: hasta ahora, cuando una enfermedad no está clara se le llama “psicosomática”. La noción de enfermedad psicosomática ha sido la canasta en que arrojamos todo lo que no podemos explicar. La usamos particularmente en las situaciones en que somos incapaces de tratar con efectividad una enfermedad con bases médicas. “Debe ser psicosomático”, dice el doctor y nadie tiene una idea de lo que eso significa, excepto que el paciente de algún modo piensa que está loco o que la enfermedad que tiene es culpa suya. Esa etiqueta dada por el doctor refleja su culpa por no ser capaz de curar al paciente. Aun si estuviera en lo correcto, suponiendo que el problema médico sea causado psicológicamente, los factores exactos nunca serán enumerados porque nadie sabrá de qué se trataban.
El término psicosomático nunca se ha usado como un diagnóstico primario o como un acercamiento positivo a las contribuciones de la psique a una
enfermedad particular. Generalmente es un signo de exasperación: “No sé lo que está mal, así que debe ser algo psicosomático”. A nadie le gusta que le digan: “Si
no puedo tratarte, debe ser tu culpa”.
Lo que estamos aprendiendo de nuestra investigación es que la neurosis no es una cosa, no es un comportamiento o una actitud. Es un concierto de
reacciones que proporcionan las claves fundamentales para comprender muchos defectos o malos funcionamientos de las malformaciones en los sistemas.
Este hecho sugiere los orígenes fisiológicos comunes entre los llamados síntomas psicosomáticos de la enfermedad y la neurosis. Lo que parece ser normal es el nivel más bajo de la represión, consistente con la función cortical: el estado de la integración máxima posible entre los niveles de la conciencia.
Tú no eres normal porque actúas como normal, y no eres normal sólo porque no tienes signos psiquiátricos obvios. Tú no eres normal aun contestando de manera saludable cada pregunta de un cuestionario psicológico, porque el cuerpo tiene que hacer sus pruebas y debe dar las respuestas correctas al aplicante, que en general es una máquina, y ésta te pregunta a su modo: “¿Tu pulso es normal?”, y la respuesta es, con un pulso de 95, “¡definitivamente no!”
Liz
En octubre de 1977 me sucedió algo sorprendente. Estando en el consultorio de mi doctor, mi pulso era de 72. Para mí era asombroso porque tenía una historia de pulso rápido, mi pulso nunca había estado debajo de 80, y en los años noventa era normal. No era raro que mi pulso llegara hasta 100-106. A menudo, acostada en mi cama en la noche, sentía que mi pulso mecía todo mi cuerpo. Una vez fui a un hospital para una prueba rutinaria de tiroides. Durante tres semanas leía mi
pulso cada mañana, consistentemente era alto (entre 80 y 90) y llegaba hasta 100-106; en mí ese pulso era frecuente en cuanto me despertaba o antes de
hacerlo. De modo que llegar a los 72 era raro en mí. Al principio pensé que esa lectura tan baja era única, era la primera vez y no se repetiría. Sin embargo, en
las subsecuentes visitas al doctor continuaba la baja lectura. El 20 de octubre mi pulso era de 64, con 32 latidos, más bajo que mis lecturas anteriores (de 96). Es
más, durante los últimos diez años mi presión sanguínea se había elevado a 135/85; luego bajó hasta 110/80.
Estoy verdaderamente asombrada, excitada y aliviada respecto a mi pulso y presión sanguínea. Apenas puedo creer que sea cierto, excepto porque en general coincide con mi sentimiento de haber dejado el tremendo peso que me había quitado. No puedo creer el gran peso de esos sentimientos. Tampoco puedo creer
cuánto me habían removido todos aquellos sentimientos que estaban agitando mi cuerpo continuamente. Tanta ira y tanta rabia reprimidas literalmente me estaban matando, y haberlas sentido me está reviviendo.