LA DESESPERACIÓN: RAÍZ DE LA ENFERMEDAD
El parasimpático ha luchado y ha sido vencido por hechos insuperables. Él o ella desarrollan una actitud de “No tiene caso”, porque, ¿qué caso tenía? Si el
sistema inmune pudiera hablar, diría exactamente lo mismo. De modo que no es tan vigoroso, no está listo para el combate y se desespera a su manera. Para el
simpático luchar significa no sobrevivir. Si la madre tenía un gran tumor y el bebé no podía salir, tendrá los mismos sentimientos de confrontar resultados
insuperables. Aun más tarde en la vida, cuando esas posibilidades no sean tan insalvables, responderá del mismo modo a los hechos, no solamente de manera
psicológica, sino también fisiológica.
Las condiciones para enfrentar las preocupaciones suicidas del parasimpático son un exacto duplicado del nacimiento: una gran agitación, no encontrar una
salida, tratar pero fallar y… rendirse. Para el parasimpático la huella de la muerte, la desesperación y la pérdida están dondequiera, y lo conducen a una
enfermedad catastrófica. Ahora es parte de la fisiología, exactamente como esos gránulos de tinta china que mencioné antes. Los estímulos dañinos se convierten
en parte de la fisiología de la amiba, y también en parte de nosotros, primero para convertirlos en inocuos y, segundo, para almacenarlos hasta que puedan
sentirse e integrarse. En su actitud general de “destino y desesperanza”, el parasimpático trata de validar en la actualidad una realidad que ya fue. Es una tentativa de la mente para hacer real externamente aquello que sólo existe internamente. Por tanto, es una tentativa —como en toda neurosis— de coherencia, cohesión y armonía, aunque de una armonía neurótica. Lo que finalmente mata al parasimpático son los acontecimientos que dieron lugar al sentimiento de que, en realidad, “Nada de lo que yo pueda hacer será suficiente, realmente no merezco vivir”. Si abandonar el vientre fue traumático para el parasimpático, entonces todo cambio para él significa desastre. Esta experiencia prototípica va a dictar una personalidad conservadora, cauta, que desconfía de los cambios abruptos, que no puede alterar fácilmente sus programas y que necesita predecir todo con antelación. Si más tarde descubrimos que ese conservadurismo se asocia con alguna enfermedad, no deberá sorprendernos. No quiero decir que el conservadurismo causa la enfermedad, es simplemente que ambos están basados en las mismas reacciones impresas.
En condiciones de estrés, el parasimpático es hipoactivo y tiende hacia una presión sanguínea baja, a un pulso lento, baja temperatura corporal y baja
tiroides. La buena noticia es que si el parasimpático puede evitar una enfermedad catastrófica como el cáncer, puede sobrevivir al “simpático” simplemente a causa de su bajo metabolismo (asumiendo que el parasimpático ha llevado una vida suficientemente saludable). Todo en el parasimpático parece más bien lento. Los patrones del habla son lentos y a veces laboriosos. Los pensamientos son medidos y pesados cautelosamente. El parasimpático se acerca a la muerte, pues ha llegado a la vida sin posibilidad de luchar. El miedo a sentirse demasiado vivo, exuberante y feliz puede derivar del siguiente paradigma: “El destino fatal, sigue a la vida”. No existe, como en el simpático, la frase: “lucha y triunfarás”. En lugar de ello, la lucha se aborta muy rápidamente, por ejemplo, cuando una anestesia masiva persiste en el sistema, dejándolo inconsciente y cercano a la muerte. Se trata de “luchar y fallar”.Más tarde, cuando la persona encuentre obstáculos, se inclinará a rendirse porque no tiene experiencias con la tenacidad y el éxito. Su pesimismo sobrepasará cualquier posterior enfrentamiento valeroso. Su cautelosa
determinación, su aproximación conservadora, en la que cualquier catástrofe posible está esperando detrás de cada decisión, puede ser adecuada en un contador, pero no la capacita para dar los pasos necesarios para terminar un proyecto de una manera vigorosa. Ella está anticipando un peligro que en realidad ya ha sucedido, una especie de maldición de la que no se ha percatado: ve desesperanza en dondequiera. Está comenzando con el pasado en su rostro y no lo sabe. Éste es el elemento clave para llegar a una enfermedad catastrófica, es la causa de que los animales que son atrapados, se enfermen sin ninguna otra alternativa. Su situación no tiene esperanza.
NO HAY SALIDA PARA EL NEURÓTICO
El parasimpático está en un tren oscuro, con las ventanas cerradas y selladas. Cada compartimento está aislado de los demás, sin ningún destino real y sin
sentido de dirección. Así es como se siente: solo en la oscuridad, encerrado, perdido, sin opciones, vencido. El tren avanza hacia su destino inevitable. Se ha
convertido en el “tren de la agonía” al que uno se sube en el nacimiento, sin señales de salida porque originalmente no existía ninguna. El parasimpático —
más que el simpático— casi siempre está consciente de su dolor.
Recuerdo a una mujer que describió el sentimiento parasimpático como el de estar en una especie de cascarón protector —o una gruesa concha— que no podía romper para liberarse. Ella fue la segunda nacida, de unas gemelas, tuvo problemas para nacer y pasó su vida sintiéndose “atorada”. Después de sentirlo, decía: “Ahora me puedo mover libremente”. La mayor parte de su vida se sentía prisionera en un “ovillo desordenado” donde nunca había tenido oportunidad de
vivir.
Tiempo atrás yo había tenido problemas con un joven terapeuta que era muy agresivo y entrometido con sus pacientes, los forzaba a ir demasiado rápido.
Toda exhortación fue en vano, hasta que logró captar el sentimiento de “Cuando me sentí atorado, no sabía qué hacer, así que empujé”. No había algo más
complicado que estas sensaciones durante el nacimiento, que eran las que estaban interfiriendo. Victoria es un ejemplo del parasimpático.
Victoria
La otra mañana me desperté sintiendo que todo era demasiado para mí; incluso el pensamiento de tener que levantarme para hacer el desayuno o para andar
errante por las tiendas. Durante el día me sentía tan avasallada por todo, que no podía levantarme de la cama. Quería llorar y traté de hacer contacto con el
sentimiento. Lo primero que dije fue: “Todo esto es demasiado para mí, simplemente no lo puedo hacer”. Entonces lloré durante un rato, y cuando lo estaba haciendo, recordé lo que había soñado esa noche: mi marido y yo estábamos de vacaciones y entrábamos a moteles que estaban por nuestro camino. Cuando estábamos en los cuartos, yo tenía el presentimiento de que ahí había un peligro, nada específico, era solamente un sutil sentimiento del peligro
de que ahí estaba alguien que nos podía lastimar, alguien que nos estaba esperando, con un sentido inevitable de amenaza.
Mientras lloraba a causa del sueño, recordé que estaba terriblemente asustada y lo había estado toda mi vida y cómo revisaba todas las noches, asomándome
debajo de la cama y en el armario, bajo las faldas del tocador y conservando la luz prendida por la noche. Esto lo hice hasta a la edad de veintiún años, cuando seguía rígidamente acostada en mi cama, esperando que alguien llegara a lastimarme. Este sentimiento me condujo hacia mi madre, pues cuando mi padre
salía de viaje de negocios, ella hacía una cuerda con corbatas para que, en el caso de que alguien llegara para asesinarnos, pudiéramos bajar por la ventana.
También ponía un montón de platos encima de la mesa y en la ventana, para arrojarlos a casa del vecino, el administrador de la granja, en caso de que el
asesino cortara las líneas telefónicas. Luego, cerraba con llave la puerta del dormitorio donde ella, mi hermano y yo dormíamos juntos. Cuando mi madre estaba asustada, yo siempre me sentía tan aterrorizada, pensando que debería haber algo tan grande y aterrador allá afuera, algo que podría matarnos a los tres.
Si ella que parecía tan grande, estaba tan asustada, ¿quién podría protegernos?
Esperaba ansiosamente que mi padre llegara a casa para hacer que nos sintiéramos seguros.
Mi madre era una persona tan histérica que siempre estaba aterrada por todo: por las figuras de autoridad, por el dinero y por el mundo en general, como si
todo “allá en el exterior, fuera potencialmente muy peligroso y dañino. Sus temores eran algo muy infeccioso. Como yo solía llorar por las cosas más
pequeñas —pues había vivido asustada desde niña—, llegué a tocar el sentimiento de haber nacido sin poder respirar bien, pues inmediatamente después de nacer, me dejaron sola, a pesar de que era muy obvia mi necesidad de cercanía con mi madre. Ella expresaba su miedo y pánico durante el parto
gritando de forma incontrolable y azotando su cabeza contra el poste de la cama.
Me comunicaba su terror, y durante el nacimiento y después de él, ese sentimiento aumentaba al sentirme sola, cuando obviamente necesitaba que me
cargaran y confortaran. No sabía que alguien vendría a reconfortarme. Para mí no existía el tiempo, sino una eterna soledad. Mi padre decía, mirando por la
ventana del cunero, que yo estaba gritando con todas mis fuerzas, y que fácilmente se podían distinguir mis gritos de los de todos los demás bebés en el cunero.Este sentimiento describe muy de cerca por qué siempre me he enfrentado a algo nuevo con la inmediata reacción de “No, no puedo hacerlo, aún no estoy
lista”. Mi primera experiencia de cosas nuevas fue aterradora. Segundo, porque mi madre no podía ayudarme a nacer a causa de su propio terror y, luego, por no
haber sido cargada en sus brazos acabando de nacer. Conforme fui creciendo, mi madre continuó reforzando los temores originales con todos sus miedos reales e
imaginarios. Sin importar cuál sea la situación, yo estoy en contra de ella, y sin importar qué tan calificada esté para hacer algo, siempre pienso que no puedo lograrlo. Esto también sucede cuando estoy haciendo las cosas bien y sé que puedo lograrlas. Ahora comprendo la razón: hacer cosas nuevas me pone de
inmediato frente a mi nacimiento y a los sentimientos de soledad que experimenté en la infancia. Cuando este sentimiento me presiona, siento que no puedo hacer nada, a pesar de todas las evidencias de lo contrario y de que la gente me dice que sí puedo.
Esa necesidad de reasegurarme, que por cierto nunca tiene éxito, está alojada en mi más temprano dolor. La razón de que no hay palabras que de verdad
puedan reasegurarme de esos sentimientos, es porque se trata de un sentimiento de nacimiento y no existen palabras para describirlo. Parece que tengo una coraza de miedo e inseguridad, los cuales son mis sentimientos centrales. Mi terapeuta dice que cuando estoy en estado de solicitar reaseguramiento, es como
si estuviera tratando de atrapar todo a mi alrededor, pero nada de lo que me digan me reasegura verdaderamente. Él tiene razón, siento como si estuviera cayendo en el espacio y que no hay nadie que me pueda devolver la seguridad.
Mi mente se dirige compulsivamente a cualquier problema que yo tenga, tratando de encontrar su sentido, pero no hay ninguno. Aun después de que he comprendido cómo corregir un error, no estoy satisfecha y continúo pensando en él, con la misma obsesividad.
Para mí no existen palabras de reaseguramiento, sólo el desconcertante sentimiento original hace que se detenga mi preocupación obsesiva. Por eso siempre he dicho que ese sentimiento que tuve al nacer, es algo que abrazo con felicidad porque la tortura mental que he sufrido en mi obsesión, es para mí una agonía, no sólo un sentimiento traumático. Realmente me siento aliviada cuando puedo conectar un sentimiento, porque sé que no pasará mucho tiempo para que me sienta en paz. Toda mi vida he dicho: “Sólo quiero descansar”. Mi cuerpo nunca descansa. Estoy constantemente en vigilia, preparada para una reacción, después de algo que no llega, y sólo después de haber logrado evocar un sentimiento de nacimiento, me puedo sentir relajada y sana. De modo que pensar en que “Ya quiero descansar” es una afirmación tanto física, como emocional.
Cuando termino de sentir todo lo anterior, no puedo esperar a seguir adelante con mis deberes, todo el día, ansiosamente. La amenaza ha desaparecido, de hecho, miro y limpio un espejo que, por cierto, ya está muy deteriorado en mi baño, pues he vivido con él durante cuatro años. Un decorador de interiores me dijo que no se podía reparar y yo acepté su veredicto, pero ahora, interrogando a varias personas en la tienda de pinturas, descubrí que sí había una manera de repararlo. En el pasado, jamás lo hubiera hecho, habría aceptado su pronunciamiento como un hecho irreversible. Ahora descubrí que ese sentimiento me libera de las constricciones sobre mi imaginación, las cuales me han mantenido alejada de todas las posibilidades de un comportamiento creativo.
Antes de sentir, me parecía que todo lo que esto implicaba era demasiado para mí. Después de experimentar el sentimiento, ahora soy libre de hacer con
facilidad cualquier cosa que desee.
El caso anterior es ilustrativo de lo que llamo “integrar”, es decir, el trauma de nacimiento era integrado por circunstancias muy similares, por ejemplo, con su
familia ella tuvo un nacimiento aterrador, todo el tiempo se sentía sola y asustada, y luego su madre —que era histérica y siempre estaba temerosa—
logró transmitirle esos sentimientos.
También recuerdo el caso de una niña que durante su nacimiento fue retenida por la enfermera, esperando a que el médico estuviera presente. A pesar de que
la pequeña estaba luchando, ahí había una mano que la retenía, asegurándose de que ella no naciera. Sus signos vitales, durante la experiencia de revivir su
nacimiento, representaron un esfuerzo demasiado grande cuando ella luchaba por salir, por lo que estaba a punto de rendirse. En ese punto, la presión en el
sistema casi fue fatal. Además de sus altos signos vitales, experimentaba un sentimiento de derrota y desesperación: el terreno para una posterior y grave
enfermedad. Estamos ante un caso de síndrome de lucha y derrota, que a menudo conduce a una depresión maniaco-depresiva: primero, porque todos los
sistemas entran en un franco frenesí maniaco y, segundo, por la sensación de quedar exhausta y rendirse a la lucha (síndrome depresivo).
En el caso anterior, la joven tenía una pesada carga de cursos en el colegio, y aunque hacía lo que podía, reconocía que estaba fallando. La situación presente la arrastraba a la experiencia del pasado y eso significaba demasiado para ella.
Se rindió y cayó en una fuerte depresión. Nadie sabía por qué, y en la clínica del colegio fue diagnostica como poseedora de una enfermedad mental denominada
“depresión endógena severa”. En este caso “endógena” quería decir “No entendemos de dónde viene esta depresión, pero de cierto modo parece derivar
de alguna razón no aparente”.
La resolución de su profunda desesperación y de su depresión requerían de una reactivación y de revivir la lucha que la tuvo cercana a la muerte, la cual
incluía casi todos aquellos signos letales. Incidentalmente, esos signos fueron los que nos hablaron de que, sin lugar a duda, ella estaba atrapada en un viejo recuerdo. Por eso se encontraba de nuevo en la siguiente dialéctica: estaba deprimida porque en su vida actual se habían establecido un conjunto de recuerdos inconscientes tempranos que le producían esa depresión; entonces, con el fin de mejorar su problema, y para resolverlo, tuvimos que hacerla evocar —
esta vez conscientemente— el recuerdo, el mismo que significó un final diferente. Después de evocar el sentimiento, cuando todos esos signos disminuyeron, comenzaron los insights. Fue capaz de reconocer cómo, aun ante la más ligera suposición, su cuerpo reactivaba el recuerdo de barreras irremontables. Reaccionaba cavando y buscando, para luego rendirse.
Justamente, y de manera importante, la resolución de sus recuerdos cambiaba su flujo sanguíneo, su tono muscular y su producción hormonal, de tal modo que
cambiaba la configuración de todo su cuerpo, incluyendo la textura de sus cabellos y su complexión.
Sentirse sin esperanza no significa estar reprimida. Las enfermedades más serias derivan de la represión de la desesperanza, no de su experiencia. Lo que desde muy temprano en la vida llega con el sentimiento de desesperanza, puede significar la muerte. Así que elige tus armas: puedes morir como un bebé, sintiendo una desesperación catastrófica, o puedes reprimirla y mucho más tarde morir de ella.
Estoy seguro de que si le digo a alguien que la razón de haber desarrollado un cáncer a los cincuenta años, se debe a lo que pasó en su nacimiento, podrá sentirse escéptico, cínico e incapaz de creerlo. ¿Cómo es posible que creas en algo que no puedes ver, sentir, oler o tocar? Es como pedirle a alguien que crea en el ratón que cambia los dientes por una moneda.