EL ACT-OUT O REPRESENTACIÓN DEL TRAUMA DEL NACIMIENTO
En este caso no es fácil comprender el act-out o representación del prototipo del nacimiento, porque es la esencia de la vida neurótica y, de muchas maneras, es lo
que solemos describir como neurosis. Revisemos el tema: cualquier sentimiento muy temprano está compuesto y representado en varios niveles. Los sucesos de la infancia no necesariamente se acompañan de diferentes sentimientos, por ejemplo, de las elaboraciones de los sentimientos más tempranos, de la necesidad de ser dirigidos al exterior, de comunicarlos, de tener el tiempo necesario para darse la libertad de admitirlos; todas esas metas, forman parte de los sucesos de primera línea, vividos en el nacimiento.
Sentirse no deseado, ignorado, no valorado, forma parte de la elaboración y de la integración de significados. Casi cada cosa que hacemos en la vida adulta es una réplica de los impresos tempranos que yo he descrito como act-outs (actuaciones o representaciones simbólicas).
La cuestión es la siguiente: ¿por qué constantemente actuamos el prototipo del nacimiento? ¿Por qué con frecuencia no deseamos obstáculos en nuestro
camino? ¿Por qué nos sentimos ansiosos cuando esperamos en una fila larga? ¿Por qué elegimos a aquellas personas que nos hacen la vida más difícil? ¿Por que nos aterra cada nuevo encuentro y por qué tenemos miedo a los cambios? ¿Por qué tememos estar en las garras de alguien más?
Lo que pasa es que tenemos miedo de estar, una y otra vez, en los mismos medio ambientes tempranos traumáticos, reviviendo constantemente el pasado en el presente. ¿Por qué? Primero, porque nunca reconocimos al suceso temprano y por lo tanto quedó reprimido, dejando un residuo de tensión que se debe elaborar y liberar hasta el final, y se debe descargar de forma constante para lograr la homeostasis, o equilibrio. El simple hecho de tocar repetidamente, con los pies o con las manos, es una forma de provocar la descarga. También el constante hablar o tener sexo es elegir otras formas de lucha. La persona debe descargar un suficiente exceso de tensión que tiene que elaborar y liberar. Las personas deben descargarlo para normalizar su sistema y conducirlo a un nivel óptimo de comodidad.
Segundo: la completa panoplia que rodea al impreso comprende: el sentimiento de prepararse para actuar, las defensas presentes en el propio sentir y las reacciones corporales. Estos tres elementos forman una Gestalt que, para lograr la salud, constantemente se transporta al presente. Es una tentativa de llegar a la maestría y a la resolución, aunque sea de manera simbólica. De modo que la actuación es una tentativa de recrear el trauma temprano, con la esperanza
de lograr un final feliz. Sin embargo, como originalmente no hubo un final diferente, tratamos de crear las condiciones exactas con el mismo final, de modo que de forma constante estamos creando agujeros para poder trepar por ellos y salir: cuando comenzamos a tener éxito y podemos hacer algo para asegurar el error o la falla (el análogo compuesto del proceso de nacimiento, o cuando podemos casi llegar a lograrlo y luego a renunciar a ello no podemos soportar ninguna forma de restricción o constricción. Dejamos todo sin completar (originalmente) porque hacerlo con éxito podría significar un desastre, etcétera.
Tercero, la actuación simbólica asegura la inconsciencia porque nos mantiene enfocados en el presente, y de ese modo ayuda a las fuerzas represoras.
La clave de la función de la actuación, y también de mantenernos ignorantes de saber por qué lo estamos haciendo, nos conduce a actuar un sentimiento ya viejo,
pero el acto, por sí mismo, nos hace creer que se trata del presente. Cuando aislamos a una persona y evitamos que emplee sus defensas usuales, el viejo sentimiento aparece de inmediato y la persona de pronto se enferma y no puede “actuar”, se ve arrojada al pasado y comienza a sentirse ansiosa y tensa, generalmente sin saber por qué. De modo que actuamos en una gran paradoja para mantener vivo el pasado, pero al mismo tiempo lo queremos muerto.
Mantenemos el pasado vigente en el presente y reprimimos el contexto real, para que no fragmente nuestra conciencia. Recordemos que la plena conciencia puede significar la muerte, y por esa razón necesitamos estar pendientes de su resolución, en virtud de que la toma de conciencia puede significar la muerte, y
también porque la toma de conciencia significa la desintegración (en un sentido primal).
Actuar conlleva una esperanza implícita porque casi siempre encontramos una profunda desesperanza en el trauma original. Repetimos, una y otra vez, los patrones empleados en el nacimiento porque fisiológicamente debemos repetir aquello que salvó nuestra vida, en cualquier situación, nueva o extraña. Lo que hacemos no es una elección, es algo automático. Intentar cambiar estas actuaciones es, en efecto, una tentativa de borrar la historia, y eso no se puede hacer tan fácilmente. La principal razón por la que duplicamos el medio ambiente del pasado en el presente, es porque en el presente todo tiempo pasado existe en el cerebro y en el cuerpo. Atendemos hacia el viejo ambiente exactamente de la misma forma y durante todo el tiempo. Reaccionamos a él porque justo está ahí y hacemos lo que debemos hacer para mantener coherente y racionalmente un estado constante de alerta en el cerebro. Nos seguimos moviendo, nos mantenemos ocupados, sintiendo que lo que amamos es la constatación de la excitación, porque inconscientemente el movimiento significa vida, y la inmovilidad significa la muerte. Nunca sentimos el contexto original porque nos mantenemos en movimiento. Estar encerrado en casa significaría acercarse a los verdaderos sentimientos y, con ello, experimentaríamos una terrible ansiedad.
La fuerza de la actuación radica en la valencia de las huellas, o impresos, y aun cuando en ella radican fuerzas infantiles, la actuación (léase comportamiento neurótico) no puede ser plenamente resuelta hasta que lo básico para lograrlo se encuentre profunda y remotamente en el inconsciente. Al sentir las cosas que
ocurrieron en la infancia podemos reducir la fuerza de la actuación y, aunque la actuación persista, se necesitará de una gran estimulación para lograr resolverla.
Cuando los traumas en el nivel más profundo se revivan y se resuelvan, podremos decir que la neurosis se ha terminado. ¿Acaso todo lo anterior significa que no hay ninguna experiencia que pueda cambiar la neurosis, ni siquiera una terapéutica? Sí, eso es lo que significa, porque no hay experiencia que pueda penetrar en la coraza de la represión, debajo de la cual está vivo un ambiente de una inmensa magnitud. En primer lugar, el impreso interno es una constante en el medio ambiente en el que reaccionamos. Predomina sobre cualquier otra experiencia, a menos que la nueva experiencia sea amenazadora para la vida y que haya ocurrido temprano y exija una nueva clase de respuesta.
A pesar de todo, no existe nada que pueda cambiar la neurosis, excepto desbloquear la represión y liberar el impreso. Nuevamente la actuación neurótica se formó como respuesta a un hecho cercano a la muerte: el primer mecanismo de defensa que aprendemos será el primer refugio para la defensa.
LA COMPOSICIÓN DEL PROTOTIPO
La terapia primal no se refiere sólo al nacimiento: el nacimiento tiende a poner en marcha a la neurosis, le otorga una dirección, e indudablemente un medio ambiente benigno, amoroso y generoso atenúa el impacto del prenacimiento y los traumas del mismo. Un parasimpático que crece en un hogar frío, austero y no amoroso sufre de un “complejo de dolor”, porque en el prototipo general de su personalidad él responderá cediendo aún más. Si los padres del niño de tipo simpático son débiles e ineficientes y el niño es agresivo, demandante y suele salirse con la suya, entonces va a ser más beligerante, agresivo y asertivo, y como esas actitudes le dan resultado, con el tiempo esas tendencias se verán reforzadas.
¿Por qué será que la gente que es “muy dulce” suele tener cáncer? Porque se ha rendido a no satisfacer sus propias necesidades. Pues cuando éstas difieren de los otros, tratan de agradarlos hasta donde les es posible, únicamente para obtener algo parecido al amor. Por eso es que se convierten en personas muy inofensivas, inocuas, plegables y nada demandantes, porque cuando todo esto está apoyado en el tipo de escuela que los padres represivos tienden a elegir para sus niños (como las escuelas militarizadas o las religiosas), la criatura será todavía más reprimida. No tendrá casi ni una sola oportunidad de fortalecerse.
Cuando este niño tenga diez años, será un individuo exageradamente reprimido.
También será un candidato a la depresión y a las enfermedades inmunes. El cuerpo joven puede tener los recursos para combatir esa situación durante muchos años, pero cuando llegue a la vejez, sus resistencias comenzarán a fallar.
Un equilibrio normalizado que esté funcionando adecuadamente entre el simpático y el parasimpático es bueno para una buena salud. Cuando, con el tiempo, los pacientes logran revivir su dolor, normalizando en consecuencia su metabolismo, muestran mejor salud y un sistema más equilibrado. Esto no se logra como un acto de voluntad, sino que sucede automáticamente. El sistema ha “rectificado”, y también la emocionalidad perturbada, la que a menudo ha sido denominada como “desequilibrada”. Ahora comprendemos por qué.
Maryanna
Hasta donde puedo recordar, siempre fui deprimida y aislada socialmente, en la escuela y en mi hogar. Casi nuca tuve amigas o amigos, jamás sentí una gran alegría por algo y nunca tuve mucha energía. Mi padre abandonó a mi madre por otra mujer cuando yo tenía seis años, tuvieron dos niños y él prácticamente se
olvidó de mí. Me dejó con una madre que estaba loca, con la que no podía hablar. Me parece como si toda mi vida hubiera estado esperando que mi padre regresara y, como intuí que nunca regresaría, he sido arrastrada hacia una enorme depresión. En la boda de mi hermana me sentí gravemente deprimida,
porque mi padre asistió. No lo había visto durante tres años y apenas me dijo “hola”. Entonces me di cuenta que todo se había acabado con él, y me percaté de cuánta desesperanza había significado esa situación para mí. Nunca tuve hacia donde ir con mis sentimientos, así que los guardé toda mi vida. Mientras más los logro sacar ahora en la terapia, más le ruego a mi papi que regrese y comienzo a sentirme mejor.
Pienso que he estado deprimida desde el comienzo de mi vida. Permanecí retenida al nacer, porque a la hora de mi nacimiento mis padres no pudieron encontrar un doctor. Desde entonces he sentido la inutilidad de intentar hacer cualquier cosa. Mi pulso siempre ha sido extremadamente bajo (en toda mi vida, cerca de 45) y pienso que es la causa de que no he tenido mucha energía.
Caminar significaba para mí un gran esfuerzo, como si estuviera arrastrando mi cuerpo por doquier. Pienso que todo se cerró para mí cuando no pude salir adelante y por lo exhausta que me sentía en la lucha por nacer, eso es algo que me ha determinado desde entonces. Esa debilidad que me mantenía exhausta me hizo rendirme cuando mi padre se fue. Supongo que estaba muy enojada, pero nunca lo pude expresar: “¿Qué caso tiene?” ¡Ése era el tema de mi canción!
EL SIMPÁTICO COMO OPTIMISTA
El simpático adulto claramente es un optimista. Lo ha sido desde el día que nació y ha tenido buenas razones para serlo. Podemos decir que el optimismo previene el cáncer, o que una vez que el cáncer ha aparecido, el optimismo ayuda en la remisión de sus síntomas. Pero en realidad no se trata nada más de una actitud de optimismo, sino de una “fisiología del optimismo”. El optimismo es el aspecto psicológico de una completa fisiología agresivo-asertiva. En su propio modo, las células son asertivas y optimistas. Ellas también trabajan duro: energetizadas y orientándose al éxito; en su conglomerado dan forma a una clase específica de personalidad. Todas estas varias reacciones físicas y psicológicas son ramificaciones del prototipo. El movimiento dirigido y los éxitos subsecuentes son el antecedente de una Julia, una simpática que exhibe esos rasgos.
Julia
Cuando estaba en Los Ángeles no podía esperar para salir de ahí. Me estaba sintiendo avasallada por la situación en que estaba viviendo, por mi trabajo y mi vida personal o toda yo. Sólo podía pensar en un viaje en el que me alejara de ahí. Pero cuando finalmente logré viajar al exterior, continuaba teniendo el sentimiento de tener que alejarme del lugar donde estaba, exactamente como lo había sentido en Los Ángeles. Al principio había un sentimiento de alivio cuando llegaba a algún lado, porque en realidad había actuado el sentimiento y había logrado alejarme. Pero cuando había estado en este lugar, aun por poco tiempo, regresaba el sentimiento y sólo podía pensar en que me quería ir de ahí.
Así que me trasladaba al siguiente lugar y, después de poco tiempo, regresaba el sentimiento de querer alejarme de ahí. Y cuando estaba en un nuevo lugar… la historia se repetía. El sentimiento que tenía es uno que tuve al nacer: “Tengo que salir de aquí”. Es un sentimiento terriblemente compulsivo que se apodera de mí.
Sólo quiero ir de un lugar a otro, y al siguiente, y deseo mudarme una vez más, para liberarme de ese mal sentimiento.
Ayer estaba en una oficina de turismo comprando un boleto, hecho que significaba que de nuevo me estaba cambiando, y tuve un gran sentimiento de alivio; pero cuando llegué a casa, me di cuenta y me dije: “Pues ni modo, ya lo hice”, y de nuevo regresó a mí el sentimiento. Es como si me fuera imposible deshacerme de él, pareciera que sólo puedo alejarlo de mí. Al minuto de que llego a un nuevo lugar, por un momento estoy bien, pero luego, en cuanto ya estoy establecida y comienza una nueva rutina, me obligo a dejarlo.
Lo mismo me pasa con cualquier trabajo rutinario, es por eso que siempre he evitado cualquier ocupación de ese tipo. No hay movimiento en la rutina, ésta es como un ambiente muerto, y lo mismo debió suceder cuando estaba en el vientre (antes de sentir la urgencia de salir de ahí). Siento que quizá los parasimpáticos respondan mucho mejor a la rutina, porque a ellos no les gusta el cambio, quizá para ellos el cambio signifique un peligro. Para mí un cambio nunca significó un peligro. La cosa es que cuando huyes de algo y después regresas, siempre está ahí, y realmente es cuando por fin logras llegar ahí. Mientras más me muevo a otro lugar, el sentimiento se traslada conmigo. Estoy segura de que si yo siguiera presionada por esos los cambios, a muy temprana edad me habría colapsado de un ataque cardiaco.
La presión en realidad es una sensación física de la que probablemente estoy inconsciente en muchos aspectos, pero eso sí, estoy bien consciente de la presión. Es como si estuvieras dirigida o empujada por algo en tu cuerpo, por eso nunca puedo quedarme quieta. Siempre tengo que estar haciendo algo, en la cocina, cuando me levanto, hago esto o aquello, siempre en movimiento.
Supongo que para mí, el movimiento significa vida, o al menos sobrevivir. Lo más horrible de mi situación es que nunca puedo estar en paz. La paz se convierte en rutina. Hay tanta turbulencia dentro de mí, que tengo que salir, manejar hacia cualquier lugar para poder tener paz. La única paz que parece que conozco es la del movimiento, así que nunca puedo relajarme y sólo dedicarme a descansar.