LA PREDICTIBILIDAD DE LA NEUROSIS
El prototipo nos ayuda a hacernos predecibles, explica una gran cantidad de comportamientos y síntomas que, considerados en su conjunto, parecen ser aspectos de una experiencia temprana. Por ejemplo, he observado que la manera como nos levantamos cada mañana es exactamente como primero nos enfrentamos al mundo durante nuestro nacimiento. Cada día recreamos nuestro nacimiento. El parasimpático se encuentra cada día como si acabara de despertar de un anestésico, duerme hasta muy tarde, se arrastra fuera de la cama y se acuesta ya entrada la noche. Es una persona nocturna.
El simpático salta de la cama, listo para salir. Está consciente y alerta mucho más rápidamente que el parasimpático. Éste amanece cada día como si le hubieran dado cinco tazas de café y una dosis de anfetaminas. En otras palabras, el simpático está muy galvanizado, como lo estuvo durante el nacimiento, y el
parasimpático está en la niebla, como lo estuvo al nacer. Ésta es la razón por la que la marca típica del parasimpático es la confusión, pues no conoce nunca su
propia mente, jamás sabe qué pedir, hasta que descubre lo que las demás personas ordenaron. Nunca sabe qué hacer con su vida, ni tomar decisiones.
Cuando hemos examinado el comportamiento característico y la personalidad de nuestros pacientes, apenas podemos predecir la clase de nacimiento que vivió.
Contrario a lo anterior, conocer los detalles del nacimiento de una persona predice la personalidad que encontraremos.
Michael
Fue el día antes del que pensaba dejar la terapia. Comencé a pensar en qué tan seguro me había sentido siempre en este cuarto y lloré porque no me quería
retirar de él; entonces algo extraño me empezó a suceder. Era como si todo se volviera negro y en calma, y yo estaba enrollando algo como una pelota, inconsciente de todo. Este sentimiento de seguridad desencadenó un proceso diabólico. Me parecía que yo estaba en el vientre materno y que mis movimientos para salir desencadenaron mi proceso de nacimiento. Era una horrenda cadena de eventos de un dolor agonizante; parecía tratar de salir, pero todo estaba lleno de bordos y arrugado. Ahora me di cuenta de porqué siempre tuve tanto miedo de dejar cualquier cosa, incluyendo el Instituto Primal. El Instituto había sido hasta ahora un lugar en el que estuve en calma, seguro, comprendido; por eso mi proyecto de salir era como la amenaza de una terrible ansiedad que me hacía esperar que alguna vez sucediera una calamidad: después de que tuve este sentimiento me di cuenta de que no me iba a ser tan difícil irme y que podía enfrentar y manejar el abandono muy fácilmente. Sé que ahora estoy más relajado, de una manera que antes me era imposible. No puedo enfatizar lo suficiente este buen sentimiento que tengo, porque es la primera vez en mi vida que me he sentido calmado y tranquilo. Tengo la impresión de que no habría vivido mucho tiempo cargando siempre con tanta presión a mi alrededor.
Jennifer
Lentamente he empezado a sentir (después de dieciséis meses de terapia) un sentimiento temprano, el cual creo que gobierna mi vida y está en la base de mi neurosis. Es el sentimiento de estar constantemente luchando por mi vida: todo el tiempo debo pelear para permanecer viva. Ésa es una realidad que está presente en mí, el tener que luchar en mi vida cotidiana para poder pararme en mis dos pies. Mi “natural” (debí decir neurótica) inclinación a rendirme y no luchar ha sido una constante en mi vida. El ciclo es así: lucha, llega a donde sea, ríndete, desea morir, decide no morir y lucha de nuevo, llega a donde sea y continúa así. El ciclo se repite una y otra vez y con él está el sentimiento de que no importa lo que yo haga, no llego a ninguna parte, así que ¿para qué intentar?,
¿por qué luchar? Lo que puedo hacer es rendirme y morir. Pero quiero vivir (desesperadamente).
Mientras más cuido de mí en el presente, más tengo este sentimiento. Cuidar de mi misma me hace sentir lo dura que es mi soledad, y no encuentro a nadie que me ayude. Tratar de integrar mi vida significa empezar a vivir realmente en el presente, experimentar lo que es sentir para luchar para vivir. El recuerdo más lejano que tengo del sentimiento de que debo luchar para estar viva, es a la edad de un año (excepto por un ligero sentimiento de nacimiento que tuve y del que hablaré más tarde). Siento que estoy acostada en la cuna, esperando a mi madre.
Espero, espero y espero pero ella nunca llega y yo la necesito intensamente.
Después de esperar, llega un momento en que empiezo a ahogarme y a carraspear, respiro pesadamente y siento que si ella no llega a buscarme, me voy a morir.
Me siento muy vacía y necesito algo. Necesito a mi madre, necesito que me cuide. Tengo este sentimiento en diferentes ocasiones. A menudo surge cuando me está empezando una migraña. Otras veces es después de que tengo un orgasmo en una relación sexual. La mayoría de las veces, mientras más fuerte es el orgasmo, es más fuerte el sentimiento. Es como si el placer me trajera un dolor instantáneo. A menudo me encuentro tratando de retener el pleno disfrute del orgasmo a causa del dolor que con frecuencia trae consigo. Todavía no pienso que mi vida está en una buena forma, la suficiente para sentir el absoluto dolor de este sentimiento. La mayor parte del tiempo el dolor de la migraña me presiona, indicándome que mi dolor sigue ahí.
Así que en mi etapa actual estoy muy enojada por haberlo pasado tan duro durante toda mi vida. En quince minutos tengo lo que llamo un “dolor de cabeza corajudo”. Está localizado en mi sien izquierda, en el ojo, en el cuello y en el hombro. Es un dolor similar a las migrañas que me dan del lado derecho, pero un poco menos intenso. Los primeros pensamientos que llegan a mi mente son:
“Aquí estoy de nuevo, luchando un día más”. Estoy cada día más enojada, desde que fui de vacaciones al Caribe y pasé tres días maravillosos en los que no tuve que luchar, simplemente viví y me di cuenta de todo lo que me he perdido en mi vida. Creo que cuando salga de este tremendo ultraje voy a profundizar en el
sentimiento, como vía para resolverlo.
Bajo el sentimiento de luchar por vivir yace otro sentimiento que sólo he experimentado ligeramente. He regresado a la sensación de estar atorada durante mi nacimiento. He tenido que luchar para salir del canal de nacimiento: ¡por fin ha salido mi cabeza!, pero el resto de mí no lo ha logrado. Este sentimiento es una notable analogía con mi vida: mi cabeza está afuera (siempre estoy pensando y pensando) pero el resto de mí permanece inactivo. Mi cuerpo no se siente conectado. He vivido tanto en mi cabeza que sólo recientemente he empezado a sentir mi cuerpo como una parte mía.
Regresando al sentimiento del nacimiento, me siento atorada y me duele el cuello. Me duele hasta cuando escribo acerca de esto. Se siente como si alguien estuviera jalándome del cuello y eso es muy doloroso. Mi cabeza se balancea de un lado al otro y mi voz deja escapar pequeños aullidos que expresan mi miedo.
De nuevo estoy luchando por mi vida y parece que no hay ayuda. Hasta he tenido que nacer por mi propio esfuerzo. Mi madre no me ayudó a salir. Ésa ha sido una constante toda mi vida, desde el principio, sin ayuda: ¡a luchar por mí misma!
¿Por qué los traumas más tempranos son tan decisivos en la personalidad?
En primer lugar, ésta no es una simple teoría acerca de los efectos del trauma.
Hemos medido el trauma del nacimiento, lo hicimos durante el proceso de revivirlo y posteriormente revertimos todas las modalidades seguidas por una enfermedad seria, después de que los pacientes revivieron estos acontecimientos.
Judy
Toda mi vida la he sentido alejándose de mí. También yo he tratado de alejarla de mí. Cuando tenía catorce años me preocupaba que a los quince ya fuera una vieja solterona. Por eso me casé a los diecinueve, pero entonces me preocupaba porque sería una mujer mayor a los veintidós, antes de que pudiera tener un bebé. Tuve el primero a los veintiún años. No pudimos pagarlo. No pudimos pagar el pequeño ataúd en el que fue enterrada la bebé. Ahora me preocupaba llegar a los treinta y cuarenta años. Gracias a la terapia primal ahora no me preocupan los cincuenta. Suelo llorar por los años que me fueron robados, pero no entro en pánico. En dos ocasiones traté de cometer suicidio, y todavía soy lo suficiente suicida de un modo pasivo. Puedo yacer en la playa, con mi cuerpo mojado calentándose a la luz del sol, acariciada gentilmente por el viento que en ocasiones esparce un líquido salado, y entonces pienso que ése es un día muy hermoso para morir. Qué bello morir en un día en que me siento bien.
Tengo la cabeza grande, mi madre sólo tenía cinco pies de altura y dio a luz a un bebé de once libras, después de una labor de parto tan larga, que ambas estuvimos en peligro de morir. Yo sé que casi morí, quería rendirme, pero no pude. Casi morí en el fluido que me ahogaba. Me sofoqué mientras mi cabeza estaba golpeando contra la pelvis de mi madre. De ahí contraje el dolor en mi cuello, cabeza y hombros. Es un dolor que a veces hace que mis brazos vibren hasta la punta de mis dedos. Hasta la parte más pequeña de mi espalda me duele.
La autopsia que le hicieron después de su muerte por aborto, mostró una pelvis que nunca se cerró completamente después de mi nacimiento. Su familia recuerda que ella caminaba muy chistoso después de que yo nací, y luego de eso no sé cuánto tiempo transcurrió antes de que ella pudiera caminar.
Finalmente nací por mi propio esfuerzo; no había nadie para mí, no había nada para mí. Lo único que tenía era una pobre e inconsciente madre. Yo estaba viva y no tenía a nadie. Me sentía muy desesperanzada. Si el túnel al final, con la luz del día, es solamente una metáfora, ¿por qué estoy llorando al escribir estas
palabras?
Chris
Sólo recientemente he tenido sentimientos acera de mi nacimiento, pero parece que me explican bastantes cosas. He echado una mirada a las respuestas a un
montón de preguntas que me he venido haciendo a mí mismo durante los pasados diez o quince años. Estoy comenzando a entender por qué soy como soy. Nací por cesárea y mi madre me dice que no quería salir. Yo creo que hice lo más que podía para nacer, pero mi madre se puso muy tensa y me mantuvo adentro. Me esforcé tanto por salir, que creo que casi morí. Conociendo cómo es mi madre, estoy seguro que su cuerpo se tensó demasiado por el miedo y la ansiedad.
Todo ha sido siempre difícil para mí, la tarea más pequeña con frecuencia me avasallaba (y todavía lo hace). Las situaciones físicas son siempre muy difíciles, mi cuerpo se duele muy fácilmente y se recobra del estrés de forma muy lenta.
Me sobrecaliento con mucha facilidad, sudo demasiado y lo odio. Siento como si mi cuerpo siempre trabajara muy duro en lo cotidiano. Cuando se trata de un trabajo, me estreso tanto física como mentalmente sólo para “hacerlo” (quizá nunca me recuperé del todo de mi nacimiento). Mojé mi cama a diario hasta cumplir catorce años y nunca entendí por qué lo hacía, o por qué mi madre me humillaba por ello.
Siempre sentí mi cuerpo débil, tenso y cansado. Pienso que me quedé atorado en mis sentimientos durante el nacimiento y, por tanto, no me quedó energía para hacer algo más. Hay momentos en mi vida en que me siento como un hombre viejo y gastado, listo para rendirse y morir. Pienso que casi morí al nacer. He tenido algunos sueños en los que, de repente, me estoy enfrentando con una muerte certera. Generalmente me estoy cayendo, y el sentimiento me abruma tanto que cuando despierto mi corazón late furiosamente y estoy seguro de que lo que pasó en el sueño es cierto y real.
Cuando siento algo sobre mi nacimiento, me encuentro luchando, lleno de dolor para salir. La única manera en que puedo revivir el dolor es gritando con
todas mis fuerzas en estado agónico; me retuerzo, pateo y fuerzo mi cuerpo, primero aprieto la cabeza contra la pared y mi espina dorsal se arquea y tensa por el dolor. Ahora sé por qué mi cuello y mi espalda están tiesos y tensos.
Cuando era muy joven, solía soñar que alguien estaba sentado en mi pecho. Esa presión regresa ocasionalmente y entonces percibo que es el dolor de nacimiento que regresa. El dolor era tan grande que solía pensar que tenía una úlcera o algo parecido.
Recuerdo que cuando era adolescente, en la High School, siempre deseaba que mi vida pudiera recomenzar: las clases, los días de escuela, las tareas, los años escolares, las relaciones con colegas estudiantes: ¡mi vida completa! Yo deseaba que esta vez pudiera hacer bien las cosas. Esta esperanza era lo único que me podía sostener para seguir adelante. Instintivamente sabía que tener mejores padres y mejores circunstancias, harían mi mundo diferente. De forma
inconsciente adoptaba esta actitud. Mi vida miserable estaba condenada al fracaso. En cualquier cosa que intentaba fallaba espantosamente, hasta el punto
en que dejé de esforzarme porque siempre esperaba que los resultados fueran los mismos. La historia de mi vida se basó en su inicio. Mi nacimiento fue muy duro. Toda mi vida ha sido muy dura. Lo que es asombroso del comportamiento prototípico es que sea tan duradero.
Es como si todos los años que han intervenido, las décadas, no hayan hecho ninguna diferencia. Avanzan en su modo alegre, dictando el comportamiento como si otras experiencias no hubieran ocurrido. ¿Acaso la experiencia cambia a la gente? Una vez que el prototipo ha quedado establecido, la experiencia parece no tener un efecto significativo. Más bien atenúa la potencia del prototipo, de forma ligera o reforzándolo, pero raramente hay un cambio profundo. Si existiera una masa de inconsciente colectivo, como lo propuso Jung, indudablemente sería debido a los traumas de nacimiento. Estos traumas dentro del vientre son los más invisibles, los más dañinos y los engendrados más inconscientemente. Lo que yace en el inconsciente es una realidad que es difícil de percibir, aceptar y comprender, sin embargo es el hecho más persistente de nuestras vidas. La plaga de una inconsciencia masiva ha resultado en enfermedades catastróficas, como el cáncer, la enfermedad del corazón y la enfermedad mental. Ahora hay algo que podemos hacer al respecto.