Estrés, Ansiedad y Tensión: Síntomas de la Enfermedad
El estrés, la ansiedad y la tensión tienen mucho en común. En nuestra vida, la ansiedad es la forma clave del estrés, y la tensión es lo que hacemos con la
ansiedad. En la escala filogenética, la ansiedad llega mucho antes que la tensión, es más primitiva y viene de un área diferente del cerebro. ¿Existe una ansiedad
normal? ¿Necesitamos un poco de ansiedad para tener éxito en nuestra vida?
Examinaremos estos síntomas y sus orígenes desde una perspectiva diferente del punto de vista convencional.
¿QUÉ ES EL ESTRÉS?
Actualmente se discute mucho a este respecto. El estrés laboral, el marital, el parental y el financiero, todos han sido tratados en revistas populares y en publicaciones científicas: desafortunadamente pocas veces se define el estrés. En general, cuando empleamos el término “estrés” nos referimos a algo que nos pone “nerviosos” o bajo presión. Realmente el estrés es una respuesta de la mente-cuerpo a los sucesos que causan alarma y ponen a las personas en estado de alerta.
Hans Selye, una autoridad en el tema de estrés, identificó tres etapas en la respuesta de estrés: 1) alarma, 2) resistencia y 3) fatiga. En la etapa de alarma,
una persona reconoce lo que parece causar el estrés y se prepara para la acción, ya sea para pelear o escapar (la muy conocida respuesta “pelear o huir”). En este punto, muchos de los indicadores familiares del estrés se experimentan como irritación y sobreexcitación, por tanto, hay fuertes latidos del corazón, sequedad en la boca, temblor y rechinar de dientes. En general, las personas bajo estrés están sorprendidas o alarmadas. Sufren de insomnio, sudoración, tienen necesidad de orinar con frecuencia, padecen diarrea e indigestión, así como dolor muscular en el cuello y en la espalda baja. Esto sólo es el principio de la lista. En la primera etapa de estrés ocurre el daño dirigido al cuerpo, que es posible reparar, pero el dolor asociado con la etapa de alarma puede dejar una huella semejante a la de un trauma.
Si el estrés continúa, la respuesta de la persona se mueve más allá de la resistencia y el agotamiento. El cuerpo ya no puede reparar el daño y aparecen los desórdenes crónicos del estrés. La investigación médica ha estudiado sus efectos dañinos a largo plazo. Por ejemplo, actualmente el estrés parece jugar un papel importante en los altos niveles de colesterol, también inhibe las funciones inmunes, aumenta la susceptibilidad a las enfermedades relacionadas con virus y facilita el desarrollo de tumores. Todas estas funciones surgirán de nuevo en el contexto de nuestras discusiones sobre la enfermedad.
LA RESPUESTA DE PELEAR O HUIR
En la primera etapa de estrés, la respuesta de pelear o huir es una tentativa para asegurar la supervivencia, logrando que el sistema “esté listo para el combate”.
Si la pelea es posible, el modo de respuesta es: agresión. Si ésta no es posible, entonces la respuesta estará indicada por el miedo, la huida y el escape. Lo que
raramente se discute y se comprende menos es el estrés primario, interno, que todo el tiempo reside en el sistema. Es un estrés duradero, surgido de un dolor
grabado o impreso, que puede mantener al cuerpo en estado de alerta, aun cuando no haya razones externas para ello. Los niveles de la hormona del estrés
pueden elevarse, junto con la presión arterial, la temperatura corporal y los latidos del corazón. La vigilancia inmune disminuye. El sistema está respondiendo a un evento del pasado, como si estuviera sucediendo en el presente y, por cierto, desde un punto de vista real: lo está.
Supongamos que una pequeña observa a su padre dando una severa golpiza a su hermano mayor. El sentimiento inarticulado es que “papá es violento”, “papá
puede matar”, “papá me puede matar a mí, si no cumplo con sus órdenes”. A partir de entonces, habrá miedo y aprehensión continua y, específicamente, un
gran temor al padre, a quien la niña considera como una grave amenaza. Es en este punto cuando comienza el bloqueo y la represión. Las vías de la
noradrenalina informan a todo el cerebro la necesidad de movilizarse ante el reconocimiento de esa reacción del estrés. La serotonina, que es otra clase de neurojugo inhibitorio, y las endorfinas se precipitan tratando de rescatar y aplacar el dolor. La persona ahora está bajo un estrés no impreso. Lo que estaba afuera, ahora está adentro. El miedo a papá y a su violencia, por una parte, no se aleja porque el terror es muy grande y, por la otra, porque papá está presente ahí, cada día, como un recordatorio de que: “Te alíneas, ocultas tus sentimientos y obedeces pasivamente”.
Si en la vida de la pequeña hay suficientes situaciones aterradoras, si papá realmente vuelca su violencia contra ella y mamá es débil y no la apoya, la represión se reproduce y no puede hacer un trabajo eficaz, la pequeña se convertirá en una niña nerviosa y aprensiva, asustada de casi todo, y sufrirá de lo que hemos llamado “unas débiles compuertas” y “una represión defectuosa”.
El estrés indica que el sistema está bajo asalto, ya sea a causa del ataque de un perro, una reprimenda de la madre o la administración de muchas inyecciones en un tiempo corto. El cuerpo se preparará para luchar o retraerse y todos sus subsistemas se alistarán para esa eventualidad. El perro que nos mordió, el
regaño de la madre, el tránsito pesado que nos retrasó, un trabajo desagradable y el profesor autoritario; todos estos son estresores temporales de los que nos recuperaremos relativamente pronto. Pero un profesor que es severo y constante —cuando estamos asistiendo a nuestra primera clase a la edad de seis años—
puede dejar un impacto estresor duradero, y si el niño no tiene los medios suficientes para manejar esta clase de estrés traumático, entonces es posible que
le quede impreso y afecte su aprendizaje posterior.
El principio que dice que “el estrés actual moviliza al estrés impreso en el pasado”, está claramente representado en el ejemplo anterior de la mujer que en su infancia recibió numerosas inoculaciones. Su cuerpo desarrolló y sufrió regularmente una fiebre, que estaba basada en un ataque sucedido tiempo atrás.
Las inyecciones que recibió recuerdan la impresión del trauma que debe revivirse. La situación original tiene que redespertar cuando el cuerpo esté tratando de dominarla de nuevo. Eso es lo que pasa en el trauma, de un modo u otro nos fuerza a luchar durante nuestra vida. Por ejemplo, un paciente que estaba dedicado a la compra-venta jugaba pesada y obsesivamente en el mercado, aunque no tuviera suficiente financiamiento. Tenía que ganar y lo intentaba, aun cuando las apuestas estuvieran en su contra. De forma inconsciente, para él perder significaba morir: su juego obsesivo era sólo un sustituto simbólico de su huella pasada, la experiencia cercana a la muerte acompañada del mismo pánico y frenesí que ahora caracterizaba su comportamiento especulativo. El juego no lo ponía en estado de estrés, pero él ponía el estrés en el juego.
La pérdida de un novio puede ser catastrófica cuando se vincula con la pérdida de un padre a la edad de seis años. El sistema de defensas ya no puede enfrentarse a esa doble carga de estrés y no es posible aplacar el dolor. Lo que permanece activo es la ansiedad, la tensión, la depresión, la incapacidad para concentrarse o funcionar. En general todo esto acarrea un colapso de la personalidad normal.
Es raro que, por sí solo, un estrés de tipo común tenga tal impacto, a menos que sea de un poder tan extraordinario que pueda igualarse con la potencia del estrés impreso durante toda la vida. Efectivamente, si un adulto pierde a toda su familia en un accidente automovilístico, el poder de ese hecho puede ser enorme y podría ponerlo en una clase de estrés crónico como el que estoy analizando. Si la historia infantil de uno es más bien benigna, es difícil que en la adultez el estrés cause un quiebre del sistema en la neurosis.efecto, toda clase de dolor es estresante. Un adulto que en la infancia vivió una gran desesperanza o que nunca se sintió amado, está en un gran peligro porque para un pequeño el amor significa vida. Los niños a la edad de tres o cuatro años no pueden andar por ahí simplemente sintiendo la hostilidad y la falta de amor: cuando esa certeza entra en la conciencia, todo se moviliza contra ella. Bajo esas condiciones, es imperativo permanecer inconsciente.
EL SÍNDROME DE ESTRÉS
La mayoría de nosotros podemos funcionar con base en un día, y luego otro, cuando solamente tenemos que luchar con el dolor de nuestro estrés pasado. Lo hacemos fumando, bebiendo, tomando tranquilizantes, etc. Pero cuando en el presente resuena algo devastador con algo que sucedió en el pasado, sufrimos un “síndrome de estrés”. Es cuando se recomienda que dejes a tu esposa y tu trabajo y te vayas a otra ciudad, porque la situación presente, vista como un todo, te
causará un quiebre. En realidad la situación actual tendrá una valencia de tres, opuesta a una valencia de diez, derivada del trauma original.
El estrés impreso es la forma más insidiosa de estrés porque es intangible.
No se puede ver, oler o sentir; no se puede señalar o encontrar en algunas de nuestras células: vive su vida furtivamente, royendo nuestras bases ocultas,
como las termitas que destruyen la estructura de nuestra casa. Así que podemos imaginar que estamos de pie, sólo hasta que la estructura se destruya.
La gente que está enferma tiene aspecto de enferma; la razón por la que se ve así es porque está bajo el estrés causado por un virus, una bacteria, un tumor o cualquier sistema estresor. Verse como enfermo es parte del síndrome de estrés.
Los neuróticos también se pueden ver enfermos, pero a causa de diversos estímulos y no porque estén invadidos por un virus. Están invadidos por el dolor.
Consideremos el caso que sigue:
Rosanna: enferma del corazón
Solían asaltarme terribles ataques de ansiedad. Desde los quince años de edad he vivido un miedo mortal de tener un ataque al corazón. Cada vez que tenía un
ataque de ansiedad montaba en pánico; débil y sudorosa, me ponía muy pálida y a veces me desmayaba. No hay palabras para describir la soledad y la indefensión que sentía en esos momentos. Sentía que ya no había esperanza para mí, que estaba condenada a sufrir. Estos ataques se convirtieron en el símbolo de mi desesperanza. Ahora ya no tengo esos ataques y la razón es simple: ya no construyo una avasalladora ansiedad y estrés. A veces me duele, todavía lloro o
me enojo y reacciono a eso, pero en lugar de aferrarme como lo hacía antes, lo dejo ir. Mi pecho solía ser una olla de presión. Mis sentimientos no expresados
creaban esa gran presión en mi pecho (que actualmente la consideraría como un síntoma de un ataque cardiaco). Todos esos sentimientos dentro de mí, tratando de salir, empujando contra mi pecho, me hacían sentir que me iba a morir… sin amor.
Actualmente dejo pasar la corriente. Me ha hecho tanto bien llorar por mi padre, por la necesidad de que me hable, me toque y me ayude; por todas las
cosas de las que he estado privada. Todo el tiempo lloro por mis necesidades y entro en contacto conmigo misma y logro ponerme menos tensa. Suena extraño, pero la verdad es que sentir ese dolor me ayuda a reducir el estrés, la tensión y la horrible ansiedad en mi vida.