Un Punto de Vista Primal
Desde que entré a la terapia a la edad de veintisiete años, he revivido muchos episodios traumáticos en mi vida temprana y los he conectado a los patrones de mi neurosis. Quiero emplear los insights así ganados para hacer un breve repaso de mi episodio con las drogas, desde el punto de vista primal. Para lograrlo, debo empezar desde mucho tiempo antes. De la edad de nueve meses hasta el año y medio viví en hogares sustitutos.
En la segunda mitad de este periodo estaba aterrorizada porque diariamente recibía golpes, humillaciones, privación en la satisfacción de muchas de mis necesidades básicas, como sueño, toma de líquidos, acceso al baño, etc. Durante el último periodo fui abusada sexualmente por mi padrastro, y el comportamiento de su esposa no sólo era deliberado, sino peor, era imprevisiblemente sádico. Los únicos medios disponibles para limitar el dolor era escondiéndome, y cuando no podía hacerlo, pretender una completa indiferencia hacia sus ataques. No debía mostrarme lastimada o con temor porque eso aumentaba la violencia.
Cuando regresé a vivir con mi madre y mi padrastro, el terror reprimido al principio se manifestó en pesadillas que me despertaban (monstruos debajo de la
cama). Dos años más tarde, cuando nació mi medio hermano, me sentía aterrorizada por mi padrastro, cuyo comportamiento era más y más severo,
incluso sádico. Mi madre no me protegía, no me apoyaba y no era reconfortante.
Esto reprodujo el sentimiento del hogar sustituto. De que ella no estaba ahí y que cualquier cosa me podía suceder. En mi adolescencia la relación con mi padrastro no mejoró. En este periodo yo actuaba “viviendo peligrosamente” de diversas maneras. También tenía pesadillas recurrentes y aterradoras cuyos temas principales eran situaciones de vida o muerte, ser tomada por sorpresa o la indiferencia de todo el mundo… A lo largo de toda mi infancia, desde los años más tempranos, me inclinaba inconscientemente hacia la muerte, con el fin de tratar de conseguir amor. Fui una criatura de cuatro años que tragaba envoltorios de dulces con el fin de morir (aunque más bien, intentaba que mi madre acudiera a mí). También a los quince años tomé éter y me privaba de comer. Estaba actuando una y otra vez el mismo escenario. Cuando traté de suicidarme a los dieciocho años, no podía llamar a mi madre, que no me escuchaba, porque primero necesitaba que vinera a casa a verme.
Cuando dejé mi casa formé una vida entera de peligros: sin hogar, sin padres, sin dinero, etc. Un episodio más en esa etapa fue que consumí drogas, era sólo un paso más en esa secuencia de frustraciones (un caso más de alguien que elije vivir en el peligro). Sin embargo, considerando sus últimas consecuencias, todo iba a ser diferente. Hablando primalmente, es fácil ver las alucinaciones, los episodios psicóticos que ahora tenían lugar, pues mi sistema de defensas se estaba tambaleando. Mi propósito al consumir drogas era romper las barreras de mis inhibiciones en torno al contacto sexual y a la cercanía emocional. Todo esto tenía consecuencias inesperadas que me dejaban abierta al “viejo terror”.
Las drogas habían destruido mi sistema de compuertas, que en mi caso nunca se había desarrollado adecuadamente. Al cambiar la química de mi cuerpo, permitiendo a los mensajes pasar a través de los canales previamente cerrados, los recuerdos del terror que tuve en la infancia empezaron a acercarse cada vez más hacia la conciencia. Cuando traté de mantener mis defensas contra el dolor, el cerebro creó escenas de espanto que expresaban el terror de forma simbólica.
Al parecer, el sentimiento de estar dividida era un último canal de defensa para evitar que el recuerdo impreso en el cerebro y en el cuerpo llegara a la
conciencia. La impresión de ser dos personas corresponde al yo real que trata de recordar, mientras que el yo neurótico, sintiendo el peligro, trata de reprimir y mantener el control de la situación. Una vez que mis defensas se rompían, permanecían conscientes, de modo que los ataques de pánico detonaban al cesar el uso de las drogas; sólo así se puede entender el estado de indefensión en el que vivía.
Recientemente comprendí que los ataques de pánico —sucediendo al mismo tiempo que el recuerdo del terror de la infancia— son la perfecta defensa contra
ese recuerdo, es decir, que es posible hacer consciente el pasado. Por el hecho de haber tenido el sentimiento de un peligro extremo constantemente repetido y vuelto a experimentar en el estado presente, ya no tengo la necesidad de actuarlo una vez más. Mi ataque de pánico es un estado en el que todas las defensas han sido eliminadas; se siente como si todo el cuerpo recordara reaccionando a la situación anterior, pero sin tener una conexión consciente con el presente. Esta
desconexión entre el cuerpo y la “mente” produce pánico.
He identificado los ataques de pánico como las defensas perfectas contra el viejo terror. Considerando mi alto nivel de dolor, la secuencia uso de drogasruptura de defensas-ataques de pánico se pudo romper con la ayuda de la terapia primal, la cual me ha proporcionado una vía para sanar. Si hubiera continuado actuando el terror, parecería lógico que yo me decidiera por una de dos opciones: continuar con las explosiones heroicas (me sentía fuertemente atraída a actividades agitadas y a profesiones peligrosas, como espía o detective); quizá habría muerto “accidentalmente”. O, la otra alternativa, me habría convertido en guitarrista clásica (estaba realmente interesada, tenía talento y motivación, hasta que esta posibilidad fue abortada por mi padrastro). Me imagino que de haber llegado a ser famosa, habría permanecido tímida, inhibida y apartada, enfocando mi energía en ser famosa y quizá me hubiera muerto de cáncer, pues luchaba por ser conocida y “amada”
Cómo usé las drogas: Howard
Tomé drogas de 1969 a 1984. Empecé con la mariguana, pasé por el alcohol y los relajantes, al ácido y al opio y de ahí a la cocaína. Las únicas constantes en mi vida fueron el temor y la soledad. Vengo de una familia muy represiva, con un padre brutal que nunca me vio, y una madre que jamás estaba ahí. Parece obvio que en el tiempo que tomaba drogas lo hacía como una reacción a mi medio ambiente familiar en la edad temprana. Sin embargo, mi comprensión del problema no tuvo efecto con la ingesta de drogas. Odiaba el sabor del alcohol y los sentimientos que me llegaban con los relajantes; me ponía como loco con el ácido y la mariguana y detestaba mi reacción física. Durante un tercio de mi vida seguí usando todas las drogas en combinaciones muy curiosas. Estaba fuera de control pero de algún modo sentía que estaba tratando de controlarme.
Por mi madre conozco muchos detalles de mi nacimiento. Fue al Hospital de la Cruz Blanca en Columbus, Ohio, a revisión cuando ya tenía nueve meses de
embarazo. Saliendo de ahí, se tropezó y cayó sobre su cara y su estómago ocasionando que se le rompiera la fuente y se iniciara la labor de parto.
Inmediatamente la llevaron a la sala de partos y la drogaron en un sueño profundo, un poco en estado de conciencia y otro poco fuera de la conciencia.
Casi de inmediato las contracciones cesaron, y luego de varias horas le dijeron que había tenido una falsa labor de parto y la regresaron a la casa. Un día más tarde, la droga dejó de tener efecto y de nuevo comenzaron las contracciones.
Nací menos de una hora después. El patrón de mi nacimiento ha sido el patrón de mi vida. Empiezo mis proyectos y después de un largo periodo de pasividad, en el que siento como si estuviera esperando algo que no soy capaz de identificar (puedo decir que necesitaba ayuda, pero sentía que nunca iba a llegar). Siempre he sido físicamente débil porque sentía que no podía mantener la energía necesaria para el esfuerzo físico, pero ponía toda la que tenía en lo que hacía, cuando sentía que era importante.
El otro aspecto de mi nacimiento se relaciona con el abuso de las drogas.
Empecé a beber desde que me gradué de la High School. Bebía hasta ponerme en un estado obnubilado. No sentía dolor, así que me ponía en el límite de sentirme vivo. Odiaba el sabor del alcohol, pero bebía la cosa más fuerte que podía encontrar y, cuando era demasiado, ya no podía detenerme y descansar. Tomaba relajantes y metacualona con el mismo efecto. Sólo puedo describir que me sentía como “aproximándome al límite”. Sabía que si me detenía, algo
terrible me podía suceder. Empecé a fumar mariguana justo cuando empecé a beber y a consumir LSD. Un año después, jugaba combinando las drogas, así que
mi vida se convirtió en un acto de equilibrio en el que podía ajustar mis altas y mis bajas, buscando un estado perfecto en el que pudiera descubrir que
realmente existía, pero sólo lograba que fuera de manera transitoria.
En 1973 me mudé a Portland, Oregón, y abandoné mi pesada forma de beber, pero continué con la mariguana. No dejé de consumirla hasta que tuve varias
infecciones en los riñones que me asustaron lo suficiente como para darme cuenta de que me estaba haciendo daño a mí mismo. Un año antes de entrar a
terapia descubrí la cocaína. Con la coca había una reacción inmediata que me hacía sentir que estaba vivo, y luego venía una constante lucha para obtener de
nuevo ese sentimiento (antes de que la desesperación se apoderara de mí). Me sentía sin esperanza en todo, pero estaba “esa línea” que en el fondo de mi mente
me daba la esperanza de que esta vez fuera diferente y que lo iba a lograr… iba a ganar. Gasté seis mil dólares en seis meses, y para entonces sentía palpitaciones irregulares y un constante golpeteo en mi pecho que me parecía como si me fuera a morir en unos pocos segundos. Pero no podía detenerme. El día que me aceptaron en la terapia, dejé todo.
Lo que entiendo ahora es que mi abuso de las drogas estaba recreando mi nacimiento y una reacción en su contra. Durante mi nacimiento pude crear un análogo al estupor causado por la droga, y entonces traté de darme a mí mismo un final distinto.
En mis primales estoy regresando a aquellos sentimientos, y leer esto me hace llorar porque las circunstancias de mi abuso son exactamente como las sensaciones de mi nacimiento, y una cosa dispara a la otra. Cuando siento los temblores y sacudidas en mis manos, la incapacidad de respirar y pienso en la muerte inminente durante un primal, la aceleración desaparece. La terapia primal hizo lo que las drogas nunca pudieron: cambió mi vida.
La Enfermedad Poliquística y el Dolor Temprano
Leslie
La enfermedad poliquística ovárica es una forma crónica de anovulación asociada con el hirsutismo, la obesidad y los ovarios bilaterales poliquísticos. El
ataque de anovulación crónica a menudo se deriva en la pubertad y por un notable aumento de peso En mi caso, empecé a menstruar pronto, a la edad de once años, y nunca he sido regular. Toda mi vida he luchado contra el sobrepeso. Mi peso corporal fue normal hasta los cuatro años, tiempo en que mi padre me molestaba constantemente. Me dirigí a la comida como la única cosa que yo podía controlar en mi entorno.
Empecé la terapia primal en enero de 1979, en el Instituto. Desde que comencé a menstruar mis periodos eran irregulares, pero mi diario indica que estaba asistiendo al grupo “sintiendo” que mis periodos se detenían. No lo había sentido desde junio de 1981 y tenía dos sentimientos, uno conectado con mi padre, molestándome, y el otro, tenía que ver con pedirle a mi madre que me ayudara. La noche después de que experimenté estos sentimientos soñé que
había tenido un bebé. Al día siguiente comenzó mi periodo después de ciento cincuenta y un días. Junio fue el último mes en el que tuve un “sentimiento”.
En agosto de 1988 terminé la terapia de nuevo. En aquel tiempo estaba tomando píldoras y tenía periodos artificiales. Dejé de tomarlas en marzo de 1989, cuando dejé de trabajar en “sentir” la terapia primal, hasta que volví al Centro, en octubre de 1990.
Consulté a un especialista en infertilidad y me diagnosticó la enfermedad PCO. No había menstruado en todo un año y estuve fuera de la terapia durante dos años. Estaba totalmente reprimida y mi cuerpo se detuvo, permitiendo un proceso muy natural. Rechacé los tratamientos tradicionales de infertilidad basados en drogas, que son sobre todo hormonas.
Diciembre 5. Empecé a asistir al grupo y a tener sesiones de nuevo en noviembre de 1990. En mi primera sesión afloraron sentimientos de mi nacimiento. Llegué diciendo que me sentía desconectada y afuera de mi cuerpo.
Ese sentir progresó hacia un sentimiento de primera línea y yo pensaba: “No lo voy a lograr”. En la siguiente sesión el sentimiento se disparó y yo sentía que necesitaba estar cerca de un terapeuta que me ayudara y acompañara. Luego avancé a un sentimiento con la intensa necesidad de mi madre: Sentía que me moriría sin ella, que mi vida dependía de ella. Toda yo pude sentir en cada célula que la quería a mi lado, necesitaba que me tocara, lloraba, estaba desesperada.
Pensé que no era cierto que pudiera sentir todo esto y salí del sentimiento.
Diciembre 8. Grupo. Sentí algo más del sentimiento de que necesitaba a alguien que me tocara (abrazara) para que me pudiera conectar con mi cuerpo.
Nací desconectada de él debido a que mi madre estuvo drogada durante mi nacimiento. Necesitaba y quería tener a alguien que me tocara para poder sentir mi cuerpo. El significado de todo esto era que nunca había sido capaz de confiar en mi cuerpo, porque había nacido desconectada de él. Nací insensible.
Realmente no sentía mi cuerpo así que, ¿cómo podía esperar ser capaz de comprometerme a algo (a mi cuerpo) si no lo podía sentir?
Diciembre 9. De nuevo tuve un sueño en el que tenía un bebé. Empecé a descubrir manchitas de mi menstruación. El 10 de diciembre comenzó mi periodo, diecisiete meses después del último que tuve. La ausencia de menstruación está claramente conectada con el dolor de la primera línea y su represión. Fui incapaz de sentir durante el resto del mes y el principio de enero.
Ese mes no tuve periodo. En la sesión del 30 de enero los primales se enfocaron hacia mí, en la segunda y tercera líneas del sentimiento, que me estaban dejando sufrir. El primero de febrero tuve otra sesión: con el sentimiento de que “no lo voy a lograr, nadie ve cómo estoy sufriendo”. Sentí como si me fuera a morir. El sentimiento es que yo estaba en una pila sucia, porque de algún modo estoy dañada. Creo que algo no anda bien en mí.
El 21 de febrero, todavía en el grupo, estaba conectando los sentimientos durante el nacimiento. Sentí que no podía seguir adelante, que el sentimiento duraría para siempre. Mi periodo comenzó el 4 de febrero sintiendo el nacimiento, pujando en su camino a la conciencia. Me desperté sintiéndome frágil y desprevenida, como si no fuera a ser capaz de lograrlo durante el día (manteniéndome unida). No conozco todas las conexiones específicas con el dolor de la primera línea y la amenorrea, pero en mi caso, los dos están claramente conectados.
Yo, las drogas y la Terapia Primal
Empecé a consumir alcohol y mariguana a la edad de nueve años, fue la primera vez que me sentí en lo alto. En ese tiempo también inhalé gasolina y removedor
de pintura. No empecé a usar esas sustancias regularmente hasta que tenía doce o trece años. Comencé a fumar tabaco y mariguana durante la secundaria; la fumaba tanto como me fuera posible, a veces en el camino a la escuela, en el almuerzo y al salir de la escuela. Era capaz de funcionar en la escuela aunque estuviera en “lo alto”. Fue la primera vez que volé muy alto. También podía asistir a las clases de álgebra estando muy drogada. Comencé a probar otras drogas, principalmente LSD, metacualonas y polvo de ángel. Sólo dejé el LSD en tres ocasiones, prefería tomar hongos y también fumé polvo de ángel en un cigarro de marihuana. Durante la secundaria le robaba a mi madre medicamentos contra el dolor, ella los tomaba porque estaba luchando con el cáncer y los mezclaba con alcohol y mariguana.
Usaba estas sustancias para escapar del dolor de mi vida. Me gustaba estar en lo alto porque me hacían sentir diferente. Algunas veces me hacían reír, otras me obnubilaban totalmente, sin que pudiera tener ningún sentimiento. Mi propósito era tener menos dolor emocional. Entre los diez y veinte años a menudo pensaba en el suicidio, y sentía que sólo quería morir. Creo que me habría suicidado de no ser por mi amiga Carol. Ella me dio esperanza, sin ella me mantenía en la
desesperanza.
Al sentir el dolor de mi vida y restaurando los recuerdos conscientes de los traumas reprimidos (especialmente el abuso sexual y el dolor del nacimiento), pude remplazar el uso de las drogas para sentirme diferente. Ya no tuve que reprimir el dolor, podía permitirme su plena expresión. Cuando el dolor del nacimiento está llegando a la conciencia, si no siento nada, mi primera respuesta son pensamientos de muerte o de tomar drogas.
Primera Declaración en la Tercera Línea, en la Terapia Primal y en mi vida
Yo no tenía vida antes de la terapia primal. Consciente e inconscientemente sólo esperaba morir. Estaba en un estado constante de dolor emocional. El primal me
ha dado y me sigue dando lo siguiente: volver a la vida, física y emocionalmente, haciéndome consciente de nuevo. Me ha permitido obtener y sostener una relación saludable con mi marido y con otras personas. Completé los estudios y, al fin, tengo una vida presente sólo parcialmente encauzada y reprimida por el inconsciente. La terapia primal no es algo que se te aplique a ti.
El daño está almacenado en el inconsciente para ayudarnos a preservar la vida.
Para mí, la terapia primal es una elección de vida, para vivirla de forma plena y consciente —no reprimida—, y reactiva por completo física y emocionalmente.
A menudo me he preguntado si la presión de la primera línea durante décadas, en unas células cerebrales críticas, tiene que ver con la enfermedad del
Alzheimer. Primero uno tiene que ver la presión en acción durante los primales, para comprender lo que le pueden estar haciendo a las células del cerebro. Estoy
especulando que quizá durante un nacimiento traumático, suceda que el aparato neurotransmisor que produce la serotonina y la endorfina esté dañado o comprometido de algún modo, así que más tarde no puede producir lo requerido para una represión efectiva
La persona deficiente en neurohormonas inhibitorias, a causa de un ambiente temprano carente de amor, posiblemente llegue a ser candidata a tener —más
tarde en su vida— ataques de ansiedad crónica, por no decir a una seria enfermedad mental. Aquí encontramos una doble relación: el trauma que daña la producción del transmisor represivo es el mismo trauma que requiere ser reprimido durante el resto de su vida. Lo que hacen la mayoría de los tranquilizantes es suavizar a la persona deficiente en opiáceos. Estas drogas suelen tomarse para permitir a la persona entrar en la zona de sus sentimientos (en donde yace el yo real). Los tranquilizantes regresan los opiáceos a un nivel óptimo. Si la persona tiene deficiencias en la tiroides, no es oprobioso tomar tiroideas; pero si la deficiencia es en los niveles de opiáceos, los tranquilizantes los regresan a un nivel óptimo, ayudando a transformar una enfermedad crónica en un estado de relativa comodidad.
La llamada “personalidad adictiva” se refiere a alguien que ha encontrado una droga (puede ser alcohol o drogas duras) que la ayuda a sentirse normal nuevamente, y a sentirse cómodo y relajado quizá por primera vez en su vida. Si nunca había probado esas drogas, no se le llamaría “adicto”. Pero para esta
persona es un gran descubrimiento encontrar que alguien que apuesta por un déficit físico crónico, al fin le puede hacer sentir de nuevo que es alguien “medio decente”. Se dice que “Una vez alcohólico o adicto, siempre lo seguirá siendo”.
Es verdad que incluso un solo trago, por ejemplo, puede poner la adición de nuevo en marcha. Mientras que a nivel fisiológico exista un déficit de abastecimiento de serotonina/endorfina, el cuerpo necesitará algo más. Tendrá una verdadera necesidad de alcohol o drogas. Para ser más exacto: la verdadera necesidad que no se satisfizo en la infancia se transforma en una necesidad real que debe suprimir el dolor de su privación. Cuando el dolor se remueve y el sistema se iguala, ya no existe un problema. Esto es más fácil de decir que de hacer, porque una vez que los sistemas represivos han sido dañados o han quedado disfuncionales, no todas las personas pueden normalizarse otra vez. Sin embargo, felizmente, la mayoría de los que he tratado han podido volver a la normalidad.
Si en la adultez no hemos podido liberarnos del dolor, lo mejor opción es tratar de llenar las necesidades de la infancia: encontrar un grupo de apoyo que sea comprensivo, tolerante, con el que uno pueda expresar sus sentimientos y problemas, un sustituto de familia, si queremos verlo así. Además, debemos agregar un sistema ideacional que proteja las defensas contra el dolor. Realmente no importa el contenido de la ideación, en tanto que reasegure, cobije, apoye y haga sentir a la persona que no está sola, que hay un poder más alto que le ayudará, etcétera.
“Estoy completamente sola, nunca he encontrado a nadie que me ayude, a nadie le importo, no ha habido ni hay alguien que me apoye y me guíe”. Esos son los verdaderos sentimientos que resultan de miles de experiencias de la infancia, por eso muchas personas se adhieren a los grupos religiosos de apoyo.
A menudo la ideación religiosa es suficiente, siempre que asegure, apoye y haga sentir a la persona que no está sola y que tiene la solución en sus manos. Las
necesidades fuerzan a la imaginación a satisfacerse, porque la satisfacción es la única cosa que puede atenuar la enfermedad crónica. Ésa es la función de los
sistemas de creencia, crean la satisfacción que no existe para atenuar la necesidad, y tratan de normalizarla.
Por supuesto que eso ayuda siempre que exista un grupo real que esté disponible para la persona. Pero si no es el caso, podemos presionar al sistema ideacional hasta sus límites y llegar a creer que está ahí, aunque no sea así. Los mismos sentimientos de apoyo que resultan del vaciamiento de los neurojugos (por si a alguien le importa, gracias Candace Pert por la frase), son esperanzadoramente contrarios por las nociones opuestas que soportan a esos
jugos.
La asistencia a grupos de apoyo, con su particular ideología, es tan adictiva como las drogas previamente ingeridas. Y debe continuar durante años porque la necesidad básica insatisfecha continúa ahí, sin ser advertida, es tratar con el mismo dolor pero de una manera diferente. La terapia que reciben estos adictos está implicada del mismo modo en alguien que va al analista durante años “para llenar” inconscientemente sus viejas necesidades, ante la presencia de una persona que está ahí para cuando la llamen y que se interesa, comprende, escucha, empatiza y se enfoca en el paciente desde el principio y en el futuro. La persona debe llevar a cabo diversas tareas para comprender, desarrollar intuiciones, analizar sueños y adoptar un argot especial y una ideación terapéutica; mientras que en un nivel más bajo trata de llenar (simbólicamente) las necesidades reales. Lo que es realmente adictivo en estas terapias es la idea de satisfacción durante la situación terapéutica. La terapia será tan interminable, como la necesidad insatisfecha.
Silvia
Siempre he vivido con listas: tengo una lista general para usarla día tras día y otra para los fines de semana. A pesar de esta semiorganización, soy una persona
desordenada, nunca siento que lo tengo todo arreglado. Mi bolsa es un desorden cargado con lo esencial, que son cosas que nunca necesito, pero que no puedo dejar de cargar porque a mí nunca me cuidaron cuando niña. Mi padre nos dejaba y mamá se iba a trabajar, nunca pude desarrollar una confianza en mí misma. No confío en mí para recordar y me aterra cometer un error, por eso amontono lista tras lista, pero generalmente me las arreglo para perderlas o guardarlas sin recordar dónde están. Aun así, esas listas me dan seguridad.
Me molesto cuando alguien llega temprano o inesperadamente rompe mi rutina. No me adapto fácilmente al cambio; necesito que me adviertan, como no
lo hicieron cuando nací (experimentando un dolor crucial). Necesito sentirme en control de cualquier situación. Mis ideas preconcebidas tienen precedencia sobre
mis sentimientos. Necesito tener un cierto régimen y me aferraré a algo sin importar las inconveniencias o incomodidades. Odio y amo las reglas. Detesto las situaciones sociales no estructuradas en las que puedo encontrar personas extrañas y no sé ni qué decir. Temo cómo vamos a reaccionar yo o los otros, y luego me siento atorada, como lo estuve en mi nacimiento y después en mi loco hogar. Mi constante preocupación es no ser capaz de cuidar las cosas
apropiadamente, es una parte del desamparo que viví cuando era niña. En la escuela me preocupaba todo el tiempo porque podía perder mis libros, la
sombrilla, las llaves, etc. Necesitaba que mi madre me ayudara y me hiciera sentir segura. Ella trabajaba y me dejaba sola, yo sentía que todo era demasiado
para mí: cuidar de mí misma siendo tan pequeña. Cuando recibía instrucciones, debían ser absolutamente claras y precisas y en un orden lógico. Si me
interrumpían, siempre tenía que recomenzar con la letra “A”. Cuando mi maestra me decía algo agradable, me sentía desesperada, como si no mereciera sus
palabras, de modo que las escribía y las ponía en mi bolsa. Durante semanas tenía ahí guardado el papel y lo sacaba con frecuencia para mirarlas y sentirme
bien. Cada vez que lo hacía, era como recibir un poco de amor. Obviamente estaba guardando malos sentimientos hacia mí misma. Ahora puedo darme
cuenta de cuántos de mis cientos de rituales estaban destinados a mantener lejos de mí la ansiedad y esos malos sentimientos. Nunca hubo nadie en mi casa que
me reasegurara. Al menos mis rituales servían a esa función.
Amaba los exámenes en la escuela porque podía mirar los grados obtenidos y “saber” que yo era una buena y no mala alumna. Por eso era la consentida del
profesor. Todos los demás odiaban los exámenes.
Cuando estoy sola mi mente trabaja tiempo extra, ocupándose de mis últimos esquemas para hacer mi vida mejor. Me preocupo tanto de ello, que apenas lo noto. Es un modo de vida. Si alguien lastima mis sentimientos, me obsesiono con ello; constantemente estoy pensando en qué tenía que haber dicho o hecho o
qué voy a decir. Repaso una y otra vez los errores de mi jefe, lo que es idéntico a lo que hacía con mi madre, me disgustaba porque me abandonaba y, al mismo
tiempo, la necesitaba desesperadamente.
El ejemplo más claro de todo esto se resuelve en torno al romance y al sexo.
Si alguien me llega a interesar, paso horas despierta pensando en él, elaborando cientos de fantasías acerca de cómo estaremos juntos (miradas, caricias, besos,
romance y sexo). Ahora me doy cuenta de que estas fantasías surgen del anhelo de mi cuerpo de ser abrazado y amado. Es mitad placer y mitad dolor. Se
relaciona con el anhelo de estar con mi madre cuando era pequeña. Cuando mis necesidades se dejan sentir, mis pensamientos se hacen más y más obsesivos y,
literalmente, me siento como un animal en celo.
Necesito el amor de mi madre con cada una de las células de mi cuerpo, puedo sentirlas como si estuviera en la cuna, sólo que… nunca nadie llegó a calmarme. Ahora tengo que elaborar situaciones en las que puedo recrear el sentimiento del anhelo que sentía por mi madre. De esa misma manera me obsesiono también con los hombres, pues mi necesidad se ha vuelto erótica.
Mientras más siento mi necesidad temprana, me obsesiono menos eróticamente con los hombres en mi vida. Mi necesidad se convierte en lo que realmente es:
una necesidad de mi madre, a la que nunca tuve cerca. Pienso que cuando tenía todos estos sentimientos básicos, entonces mi hogar era tan compulsivo que
aprendí a canalizarlo como una obsesión. La comida debía estar siempre lista, en caso contrario, mi padre se ponía irritable. Abría la puerta de mi recámara todas
las mañanas y decía “Cinco minutos más”, luego: “Es hora de levantarse” y después “Un minuto más”, etc. Todo en mi casa estaba reglamentado, incluidas
las vacaciones, los cumpleaños y los días festivos. Mi papá era el primero en estar listo y luego se paraba al pie de las escaleras y comenzaba a contar lentamente hasta diez, entonces teníamos que estar listas junto a él.
Puedo ver cuán caótica me siento en mi interior al tratar de poner un orden fuera de mí, es algo que me hace sentir más segura. Creo que si llega a haber un
caos afuera, eso sería demasiado para mí. Parte de mis sentimientos están tan fuera de control, que soy yo quien debe tener todo controlado. Siento que si no
puedo mantener todo unido, voy a volar en pedazos. Mi nacimiento y mi vida en el hogar fueron un puro caos, por eso necesito estabilidad y rutina, así que la hago donde quiera que esté. Si tomo tranquilizantes que eviten que surjan todos esos sentimientos, podré por poco tiempo sentir como si estuviera totalmente
integrada. Cuando la píldora se consume, me obsesiono por mantenerme íntegra.
Felizmente, ya no soy tan obsesiva como solía serlo. En la mayoría de las situaciones ya puedo ser espontánea y no quedar abrumada por cosas impredecibles. Ya no necesito una rutina que me haga sentir estable ni listas para sentirme segura. He sentido la verdadera razón. Así es como me he llegado a sentir