LA NATURALEZA DE LA TENSIÓN
La tensión es una rigidez en los músculos y en las articulaciones, un peso en el pecho, un cuello tieso. La tensión y los dolores de cabeza son parte de un desarrollo tardío del sistema nervioso. Los traumas que nos ponen tensos ocurren tardíamente en nuestro desarrollo. Antes de entrar en tensión, nos sentimos ansiosos. La tensión es sobre todo un fenómeno de la pared corporal, relacionado con un sistema nervioso altamente evolucionado.
En estado de ansiedad, la gente aprende a usar la tensión como una defensa.
Como su musculatura no está tan implicada, el dolor es poco menos que un rebote. La tensión les rodea y absorbe. La persona impulsada por la ansiedad es perdedora o está fragmentada en pedazos: carece de la estructura que le ofrece la tensión. En los círculos freudianos algunas veces se le denomina “histérica”: es la persona tensa, rígida, prisionera de sí misma y contenida en exceso. La persona impulsada por la ansiedad es mucho más vulnerable y dependiente, dado que la huella que da lugar a la ansiedad ocurrió muy temprano. La víctima de la ansiedad está más abierta a sus necesidades porque su estructura total ha sido sacudida muy temprano por un terror avasallador. En su desarrollo no ha tenido la oportunidad de generar un mecanismo contra esa necesidad. En estados de tensión las necesidades se retienen, tensándose contra un dolor anticipado, del mismo modo que nos ponemos tensos cuando asistimos al consultorio dental. La diferencia es que psicológicamente nunca abandonamos ese consultorio.
La persona que en el consultorio del dentista está tensa, va a actuar de modo más maduro ante una inyección que un individuo ansioso. Primero porque está
más lejos de su infancia y, segundo, porque puede reestructurar y perfeccionar un acto; es menos espontáneo, más conservador y más cauto. En cambio, la persona nerviosa es avasallada por los impulsos, que apenas logra contener. El ansioso tiembla y se sacude interiormente. Así lo expresó un paciente ansioso al
decir: “Me siento desgarrado”, parecía destruido, tenso; en cambio, parece estar en control —y sí lo está—de sí mismo y de sus sentimientos. Tener mucho control y muy poco acceso a sus sentimientos es característico de la gente tensa; son fáciles de tratar en una terapia convencional, en la que la estructura es muy importante, pero son difíciles de tratar en la terapia primal, donde la estructura trabaja en contra de los sentimientos. Las personas ansiosas, mucho más que las tensas, sufren de diferentes síntomas. Comienzan a vivir con más cólicos y se inclinan a tener problemas estomacales, acaban con ulceras y colitis. Los tensos son artríticos, padecen de dolores de cabeza y tienen problemas con su espalda. Suelen dislocarse las rodillas, los codos o los hombros. Su enfoque está sobre la pared corporal. El tenso rechina los dientes en la noche; el ansioso suele tener pesadillas.
En la terapia ayudamos a las personas propensas a la ansiedad a construir defensas contra ella y desmantelamos las defensas del tenso. Los estados de ansiedad necesitan de estructura, que es exactamente lo que el tenso no necesita porque suele estar muy enfocado a otros intereses; si es un científico o un matemático, se sumerge en su trabajo y excluye todo lo demás. El ansioso no matemático, se sumerge en su trabajo y excluye todo lo demás. El ansioso no puede concentrarse y permanecer ocupado en sus cosas, las esparce por todo el lugar. Esto es porque el primer input que tuvo fue catastrófico, literalmente fragmentó cualquier clase de mecanismo de defensa y quedó carente de cohesión. El ansioso está extremadamente apegado, el tenso es lo contrario.
EL DOLOR: UN ANTÍDOTO CONTRA LA ANSIEDAD
Finalmente, el acceso a las huellas tempranas proporciona al terapeuta una ventana hacia la fuente de estados de ansiedad y tensión. Nos permite localizar
cómo y cuándo empezó la neurosis, así como buscar en el nivel de ideas, las fuentes generadoras de ellas. Sentir el dolor y el terror tempranos es un pleno y simple antídoto contra los estados de ansiedad y tensión. Es una experiencia que ha servido como una solución sistemática y predecible contra la ansiedad que
padecen miles de pacientes. Este axioma ha sido válido tan a menudo —en los casos de tantos pacientes—, que no lo podemos poner en duda.
Debemos recordar que en nuestra investigación el paciente yace quieto en un colchón. Lo único que le está sucediendo es en la memoria. Hemos medido a
aquellos que descargan su energía en su entorno, sin tener algún recuerdo específico —estado conocido como abreacción— y en ellos no se han encontrado los cambios que predictivamente se encuentran en quienes reviven recuerdos dolorosos específicos. Conforme el recuerdo doloroso se acerca, el paciente sufre hasta que se permite expresar su sentimiento. Entonces el sistema nervioso parasimpático se hace cargo y, justo antes de que el sentimiento ocurra, el paciente está en una fase preprimal conocida como “ataque de ansiedad”.
Lo que generalmente sucede en la terapia convencional es que la persona llega a la sesión llena de ansiedad, después de haber hecho compras en una tienda departamental llena de gente, o tras hacer una presentación en clase. A menudo, la medicación empieza a suprimir el síntoma. En la terapia convencional suele haber tentativas de trabajar considerando la situación actual, por ejemplo, cuando se tiene la ansiedad provocada al presentar un trabajo en clase. Esta actividad puede ayudar a algunos, porque están trabajando en la tercera línea, con la representación del terror actual, lo cual al menos es un paliativo para ellos. De todos modos, aunque el terapeuta puede encontrar en el presente muchas explicaciones ostensibles y plausibles sobre la ansiedad, no hace el seguimiento del sentimiento hasta sus raíces.
El cerebro es bastante lógico, y en la terapia nos permite traer los dolores a la conciencia en una secuencia que va desde el más corriente e inocuo descenso, hasta el más remoto y el más dañino: cuando nos confrontamos con el dolor más temprano y amenazante, ya ha tenido lugar una buena parte de la integración y
reforzamiento de la personalidad. El peligro del “renacimiento” y otros procedimientos surge cuando se trata el dolor en un orden contrario, que está interfiriendo con el sistema de defensas normal que, a toda costa, debe estar aplacando esos terrores. Las sesiones de renacimiento hechas por charlatanes son extremadamente peligrosas, sobre todo porque producen una psicosis benigna.
Cualquier técnica artificial —respiración profunda, golpear paredes, etc.— es muy peligrosa porque invariablemente provoca el dolor fuera de una secuencia lógica.
La relajación torna ansiosa a la gente ansiosa. En el Magazine Omni (noviembre de 1986) se hace notar que la relajación “Puede ser peligrosa para la salud”. Los investigadores —entre ellos David Barlow, director de la Clínica de
Desórdenes de Fobia y Ansiedad, del estado de Nueva York— encontraron que los pacientes parecen ponerse ansiosos cuando se les sugiere que se relajen. Una
mujer “lo estaba haciendo bien y comenzaba a relajarse, de pronto, y para nuestra sorpresa y obviamente para la suya, tuvo un ataque masivo de un absoluto y completo terror, durante el cual los latidos del corazón se duplicaron en un minuto”.
Después de examinar a diversos pacientes con el mismo síndrome, Barlow comenzó a considerar la existencia de una tendencia general. Más de la mitad de
sus pacientes experimentaron terror cuando comenzaron a relajarse. Lo que estaba quedando claro es que cuando bajamos nuestras defensas, nos sentimos en
peligro. Cuando el neurótico relaja sus defensas, todo lo que está embotellado surge violentamente. Así que en lugar de que la ansiedad sea la amenaza, la relajación nos pone ansiosos y se convierte en amenaza. Entonces la tensión se hace un estado normal de “relajación”. ¡Con razón tanta gente no sale de vacaciones!
LA ANSIEDAD COMO MECANISMO DE SUPERVIVENCIA
No debemos olvidar que un recuerdo que estamos tratando con ansiedad es un recuerdo de supervivencia, por eso perdura —y lo que debe durar—, pero eso
también es un peligro que casi todo el tiempo vivimos los adultos. Desgraciada y simultáneamente, aquello que hicimos para sobrevivir está amenazando nuestra
existencia.
Sin alguna clase de represión, un recién nacido que alcance un veloz índice de latidos cardiacos (como sucede con nuestros pacientes cuando están reviviendo dolores pasados) eventualmente podrían expirar. Algunos recién nacidos han sufrido lo que parece un paro cardiaco, y cuando lo viven una primera vez, lo vivirán una segunda. Incidentalmente, es posible que un bebé de seis meses se quede solo en su cuna y en la oscuridad pueda morir a causa de un trauma en ascenso que no se atendió de forma oportuna. Es posible que muera a causa del terror disparado —durante su nacimiento— por un trauma temprano, sobre todo si no hay un adulto cerca que lo calme y haya tenido que permanecer sólo en la oscuridad, resonando, aterrorizado por un trauma temprano que tiene efectos letales. Su terror no se atenúa, permanece en un estado general de alarma, sin ayuda, sin apoyo y, sobre todo, sin comprender qué está pasando; mientras tanto, los mecanismos de supervivencia continúan incólumes, hasta que el sistema cede totalmente.
CONCLUSIÓN: LA EDAD DE LA REPRESIÓN
La edad de la ansiedad parece hacer cedido su lugar a la “edad de la represión”.
Estamos más cómodos con nuestras neurosis porque la sociedad recompensa los valores neuróticos y su gran ambición e impulso: vemos más obsesivoscompulsivos porque la obsesividad parece ser un modo cultural en el cual se recompensa a la gente concentrada y exitosa, y solamente cuando la
autodirección se les va de las manos, parecen preocupados. El paso a la edad de la ansiedad es, en cierto modo, la pérdida de nuestra inocencia. Mientras que la
energía neurótica se dirige a las metas de éxito, prestigio, honor y a otras simbólicas, la represión es apoteósica. Sólo dejamos de sentirnos ansiosos cuando hemos dejado de sentir.