LA IMPORTANCIA DE ESTA INVESTIGACIÓN
En suma, nuestra investigación indica que: 1) el dolor es un elemento central en la neurosis, 2) tratar con el dolor altera la neurosis (la mayoría de los pacientes
se sintieron mejor después de la terapia), 3) la alteración de la neurosis incluye procesos fisiológicos específicos, y 4) necesitamos continuar observando los
procesos inmunes en la neurosis para descubrir cómo se relacionan estos dos factores. Estoy convencido de que esas relaciones se harán más evidentes en
cuanto refinemos nuestras técnicas de investigación.
La conclusión de que en la psicoterapia el progreso o su ausencia se pueden registrar a niveles fisiológicos es indudable, pues se basa en una teoría específica
del dolor y la neurosis y en la hipótesis de que el dolor está íntimamente relacionado con el sistema inmune. Siempre que la psicoterapia permanezca en el dominio de la psique, en oposición al cuerpo, este tipo de investigación no será tomada en cuenta y, con ello, tampoco la oportunidad de ver qué factores
psicológicos serán cruciales en una enfermedad catastrófica. No hay error en aislar los factores psicológicos en el estudio de los resultados de una psicoterapia: siempre que no nos decepcionemos de ellos, nos relatarán la historia completa. Lo que necesitamos es un cierto número de otros indicadores biológicos (como los que hemos encontrado en el estudio de las hormonas) que, en conjunto, nos proporcionen un cuadro de los profundos cambios en la neurosis.
No es suficiente para los terapeutas tomar decisiones ad hoc acerca de los criterios que deberán elegir para medir los cambios en sus pacientes. Esos criterios deben reflejar la escala total de cambios fisiológicos en el cuerpo. Si demostramos que ciertos neurotransmisores están implicados en la neurosis, tarde o temprano esos criterios tienen que ser tomados en cuenta al medir los progresos en la psicoterapia. No podemos seguir construyendo una teoría de la neurosis que ignore los indicadores biológicos. En tanto encontremos más indicadores, surgirán por su cuenta más criterios específicos y serán más precisas nuestras mediciones.
Lo que hace la represión es, literalmente, dividir en dos a la persona. Por desgracia, quienes están a cargo del tratamiento han continuado esa división y la
tratan, en estos casos, como un estado normal. El paciente se ha bifurcado, su mente queda disociada de su cuerpo porque se destina a estudios y tratamientos
fisiológicos, mientras que en la medicina el cuerpo se ha separado de la mente y se le trata como una entidad viable y discreta.
INVESTIGACIONES RECIENTES SOBRE EL SISTEMA INMUNE
Robert Ader, investigador pionero en este campo, siguiendo la reciente psiconeuroinmunología, administró dos químicos diferentes a unos animales: eran ratas a las que se les inyectaba ciclofosfamida manide, una droga que suspende la función inmune. Al mismo tiempo, les daba a beber sacarina con agua. Después de cierto periodo, a las mismas ratas sólo se les daba la sacarina con agua y su función inmune quedaba suprimida, exactamente como si les hubieran dado la droga original inmunosupresora. En otras palabras, el sistema inmune recuerda y responde como si el viejo entorno todavía estuviera ahí, de forma idéntica como lo hace el sistema nervioso. Tiene una memoria extraordinaria, por eso la inoculación realizada en la infancia contra la enfermedad tiene un efecto de por vida. El sistema recuerda el ataque original y monta una defensa permanente en su contra.
Hemos aprendido que las células inmunes producen las mismas endorfinas que produce el cerebro. Aunque las endorfinas tienen una gran variedad de
funciones, parece que en una célula inmune es capaz de crear algo que mata el dolor, aun cuando esté relacionado con las funciones inmunes. Por eso, muy
temprano en su vida, un niño víctima de abuso puede recordar no sólo con sus células cerebrales, sino también con sus células inmunes. De hecho, casi todo
neurotransmisor que se relaciona con el estrés y el dolor lo produce el sistema inmune y el cerebro, de modo que podemos ver en el sistema inmune la confluencia de la psique y el soma (cuerpo), al mismo tiempo que el significado real de lo psicosomático. En realidad, los sistemas nervioso e inmune forman un único sistema de comunicación: uno envia su propio mensaje al otro.
En Suiza, el doctor Hugo Besedovsky encontró que las células inmunes no sólo son receptivas a la información del cerebro, sino que el propio sistema inmune envía mensajes al cerebro —en particular al hipotálamo— y a parte del sistema límbico, que juega un gran papel en la mediación de las emociones. Las células inmunes pueden “convocar a una asamblea” y “enviar delegados” al cerebro, en la forma de mensajes químicos. No están enviando palabras al cerebro, pero sí están mandando información. Si dicha información causa un “choque” y es sobrecogedora, el sistema empieza a romperse y provoca una enfermedad severa. En cualquier nivel del sistema solamente puede haber tanta información como la que puede aceptar, una vez que el sistema orgánico está en peligro —como lo podemos reconocer en el cáncer—, la información a menudo consiste en futilidades y desesperación. Eso es lo que se procesa psicológicamente.
LA DESESPERACIÓN MALIGNA
El doctor Liebeskind, de la UCLA, ha realizado experimentos con ratas a las que se les inyectaron células del tejido de un tumor, y luego las sometieron a un
choque en sus patas. Las ratas estaban sin ayuda y sin esperanza, no tenían ninguna opción que pudiera aliviar su sufrimiento. Después de algún tiempo
sometidas a esta experiencia desarrollaron tumores. Cuando el estrés y la desesperación se infligieron a su organismo, las células que se inyectaron a esos
tumores se convirtieron en malignas. El estado psicológico de los animales de Liebeskind evidentemente disminuyó la función inmune, lo que les causó
crecimientos cancerosos.
En otra investigación, Hans Selye puso a unos roedores en unos montículos resbalosos. Arregló el experimento de tal forma que en cuanto los animales se
quedaban dormidos, caían al agua, con lo que quedaron crónicamente fatigados y estresados, y desarrollaron cáncer en su eje pituitario y adrenal (la pituitaria es
una estructura central que estimula la secreción de endorfinas). Ese medio ambiente fue demasiado para los animales, en realidad carecieron de ayuda y
quedaron vencidos, sin poder hacer nada con su situación.
Estas ratas fueron vencidas por razones contundentes: quedaron sujetas a una gran cantidad de dolor del que no se percataban, y nada podían hacer al respecto.
El tema común en la investigación actual, sin temor a equivocarnos, nos dice que la desesperación, la desesperanza y los sentimientos de estar vencidos, son las
semillas de la malignidad. Hacen al sistema vulnerable a todas las demás fuentes tóxicas en el entorno. Empleo de forma deliberada la palabra “semillas” porque
se trata de las fuentes profundamente arraigadas en una lejana historia en el pasado, por mucho tiempo hemos estado cortando hierbas, imaginando que con
eso resolvíamos el problema. Debemos buscar los más profundos factores psicológicos en muchas de las enfermedades comunes, desde el síndrome de
Epstein Barr, hasta la esclerosis múltiple, pues aunque éstas no causan directamente la enfermedad, sí preparan el terreno para se den.
La investigación con ratas no es muy diferente a lo que los niños tienen que sobrellevar en sus hogares: no se necesita hacerles sentir desamparados, ya están
desamparados. Cuando sus células corticales expresan desesperación, estas células están diciendo: “Efectivamente, vamos a rendirnos, no tiene caso”. La desesperación puede expresarse en una falta general de reconocimiento del peligro que proviene del sistema inmune, o por la falta de agresividad y la incapacidad de clonarse lo suficiente para construir un “ejército” poderoso. Estos procesos son la contraparte del neocórtex cuando expresa la actitud de: “qué caso tiene”, “me voy a rendir”, “ni siquiera lo voy a intentar”. Entonces el cerebro y las células inmunes funcionan como una unidad destinada a traducir la desesperación, en la forma de una disfunción inmunológica y, al mismo tiempo, en una desesperanza psicológica.
Las ratas se enferman porque están en una situación desesperada. Los seres humanos que no tienen esperanzas, se enferman y no pueden encontrar la
conexión entre ambas cosas. Lo que es peor, a menudo no están conscientes de su desesperanza. Tenemos todavía mucho que aprender acerca de los humanos.
En estos estudios que se hacen con animales, en favor de los humanos, la falta de opciones ha sido un elemento muy importante en el desarrollo de enfermedades
catastróficas, y éstas se debieron al hecho de que los animales no tenían ningún control sobre su dolor; pues es cierto que cuando éstos tienen control sobre su
dolor, es menos probable que desarrollen un cáncer.
Es interesante hacer notar que uno de los tratamientos para la enfermedad de Epstein Barr es un antidepresivo. Hemos tratado esta enfermedad que tiene una
base viral, pero que ocurre casi siempre en el parasimpático. En mi opinión, lo exhaustivo en esta enfermedad no sólo se debe a un virus, se remonta a los
orígenes de la respuesta parasimpática, que no sólo reprime al sistema inmune, sino a la huella de languidez ocasionada durante el nacimiento en la batalla por
vivir. Los síntomas de la enfermedad de Epstein Barr puede ser también el síntoma de un trauma temprano y de las reacciones parasimpáticas. Cuando le das un antidepresivo a un parasimpático que padece esta enfermedad, estás tratando una represión global. La persona puede mostrar una mejoría, pero no
como consecuencia de la píldora sobre la enfermedad aparente, sino porque está trabajando en la que subyace en aquélla.
Un estudio realizado en la Clínica Mayo encontró entre personas cuyos cónyuges habían muerto recientemente, que el índice de cáncer era cinco veces
más alto de lo que se esperaba. Una mujer que a los setenta y dos años pierde a su marido, tiene pocas opciones: ya no puede sumergirse en su trabajo, en su
familia o en la vida nocturna. Evidentemente no tiene control sobre la muerte de su esposo y sufre de manera intensa, porque ya no hay nada que pueda hacer; es
poco probable que a su edad encuentre un remplazo o que pueda esperar alguno.
Su pesar es tumoroso.
La investigación en la Escuela de Medicina Monte Sinaí, en Nueva York, mostró una cantidad muy reducida (en la respuesta inmune) de personas deprimidas, que por esa razón habían sido hospitalizadas. Las viudas mostraron la misma supresión inmune durante sus días de duelo. Además se ha encontrado
que las mujeres recientemente separadas, tienen una función inmune muy pobre cuando se las compara con un grupo de mujeres casadas. Entre las que estaban
casadas, pero que percibían su matrimonio como muy pobre, se encontró la misma situación.