EL SISTEMA INMUNE COMO CONCIENCIA
El sistema inmune es un sistema de conciencia que reconoce, codifica, recuerda y responde. Cuando hay un nivel suficientemente alto de estrés, el sistema
inmune deja de funcionar y no reconoce, destruyendo a todos sus enemigos. En concreto, el estrés trastorna la percepción del sistema inmune de la misma
manera que irrumpe en la percepción organizada por el córtex. Los sistemas nerviosos inmune y central reconocen los estímulos y elaboran las respuestas
apropiadas, la diferencia es que el sistema inmune tarda mucho más en reaccionar que el sistema nervioso, y sus células se mueven en torno al cuerpo,
mientras que las células del cerebro y del sistema nervioso central son moderadamente estacionarias. Podemos condicionar al sistema inmune del mismo modo que es posible condicionar al sistema nervioso. En general el sistema inmune tiene un excelente sistema de memoria, pero el dolor parece nublar la memoria, de modo que las células T dejan de ser capaces de reconocer la rareza de un virus intruso y equivocadamente se les permite entrar al sistema.
Lo que hace el dolor impreso es producir cierta inconsciencia en los muchos niveles de la conciencia, incluso en el nivel inmune, lo que significa que estas células ya no son capaces de reconocer a sus enemigos, de ahí que el sistema pueda atacarse a sí mismo. En el nivel menos dañino, el dolor impreso deja al sistema inmune en un estado crónicamente suprimido, haciéndonos más susceptibles a las infecciones y resfriados.Tal parece que el sistema inmune atraviesa por la misma clase de crisis de identidad que la que nosotros sufrimos psicológicamente, y a pesar de su extraordinaria memoria a causa de millones de antígenos, de pronto se encuentra indeciso debido al surgimiento del dolor psicológico. Durante esta amnesia, el sistema no puede recordar qué le pasó anteriormente y, por tanto, pierde la memoria que le permitiría combatir la enfermedad. Conforme el número de células disminuye a causa de los impresos dolorosos, aquéllas que permanecen también parecen “quedar sin energía”, ya no elaboran clones de ellas mismas para detener a los invasores, por tanto, el ejército inmune queda agotado y no puede pelear.
Para las células del sistema inmune —que son naturalmente asesinas— es muy importante mantener su vigor. Ahora poseemos conocimientos suficientes
(incluida nuestra investigación) para mostrar que el dolor y el estrés alteran significativamente la efectividad de estas células, y nos queda muy poca duda de que un vigoroso sistema natural asesino puede evitar el desarrollo del cáncer en los humanos, por eso es tan importante que comprendamos las relaciones entre
los estados psicológicos y el sistema inmune. Decir que el cáncer puede deberse a una actividad insuficiente de las células destructoras pasa por alto un hecho
vital: que el descenso de la actividad es un reflejo de qué tan temprano y cuánto dolor se ha suprimido.
Aun si fuéramos capaces de “curar” un cáncer inyectándole poderosos elementos del sistema inmune, por ejemplo el interferón o interleukin 11, no podríamos asumir que la causa del cáncer era orgánica, genética o si se trataba de la insuficiencia de esos elementos, esto equivaldría a la misma lógica que expresa que porque las aspirinas curan el dolor de cabeza, la causa de los dolores de cabeza se debe a que hay insuficiencia de aspirina.
En diversas ocasiones he notado que inhibir las endorfinas es una terapia útil contra el cáncer en animales. Sin embargo, esto no significa que el aumento de
endorfinas sea la causa del cáncer. En primer lugar debemos preguntarnos por qué aumentan las endorfinas. En cuanto hayamos comprendido que éstas son secretadas en forma proporcional al dolor, el cuadro total se hace más claro.
Los pacientes quemados a quienes se les transplanta piel, a menudo reciben drogas con el fin de evitar el rechazo del fenómeno (recordemos que en el trasplante se usan tejidos ajenos para suprimir la reacción inmune). Aquellos que son sometidos a una terapia de inmunosupresión a largo plazo, están mucho más propensos a ciertas clases específicas de cáncer. Un virus común que normalmente sería atacado por estas células, al final podría acabar como un tumor o un cáncer. Ésa es la manera que tenemos para saber que un sistema inmune competente puede servir como un preventivo contra el cáncer (en particular, al protegernos contra tumores inducidos viralmente).
La clase de persona que es más propensa al cáncer es aquélla que tuvo un nacimiento traumático —generalmente de la variedad parasimpática—, seguido
por una profunda depresión que se formó a partir de una infancia carente de amor. El individuo más reprimido y que tiene más posibilidades de enfermar es el que tiene todo guardado dentro de sí, que no se da alternativas de acción, y está muy atento en su aspecto exterior y en su punto de vista moral.
El profesor Marvin Stein, de la Escuela de Medicina Monte Sinaí, en Nueva York, ha demostrado claramente que los pacientes deprimidos tienen un sistema
de linfocitos menos eficiente. Esta clase de personas tienden a ser muy inhibidas, en exceso moralistas y limitadas en el aspecto mental, de modo que literalmente no pueden encontrar un modo de escapar de sus problemas. Se retiran en sí mismos, lejos de la gente, aumentando con ello su depresión y su susceptibilidad a un cáncer posterior. K. Achte ha encontrado que la persona “cerrada” sufre los cánceres más avanzados. En un estudio de la Universidad de Helsinki, en 1966, encontró que aquellos que sufrían más eran los que no querían saber la verdad acerca de su condición, y más bien tendían a reprimirla aun cuando estaban informados de ella. Claramente, la represión es carcinogénica.