La Enfermedad como Grito Silencioso
Discusión
La infelicidad es letal. La angustia psicológica es mortal. El dolor oculto y el sufrimiento inconsciente, son asesinos. ¿Por qué nos enfermamos? ¿Por qué estamos enfermos y no lo sabemos? Actualmente consideramos a la neurosis como la clave de la enfermedad. Tiene tantas manifestaciones, que parece abarcar docenas de enfermedades. Es la más intangible e insidiosa de las enfermedades porque no tiene una localización única, ningún enfoque, ningún olor, ni una mirada ni una estructura obvia; y para hacer peores las cosas, la persona no está advertida de su enfermedad, y cuando se le confronta con esa posibilidad, niega su existencia. Sin embargo, una vez que la neurosis se establece sólo es cosa de tiempo para que aparezcan los síntomas, ya sean físicos o mentales.
Mientras más escondida esté esta enfermedad, mayor es su daño: el más arcano y, por tanto, el más increíble de los hechos —como aquellos que ocurren cerca del nacimiento— tienden a hacer el mayor daño porque están cayendo en un cerebro ingenuo y vulnerable. Esos hechos son la causa de que en muchas enfermedades catastróficas, como en el cáncer, el trauma que los origina es tan
grande, que parece estar más allá de la lógica.
Es diabólico e injusto que aquello que nos hace sufrir más, generalmente sea lo más difícil de localizar. El proceso de tratamiento es difícil a causa de que no
llega a la verdad de la condición. La conexión entre un trauma pasado y la enfermedad actual reside sólo en el paciente, no en la mente de un experto. En
efecto, la verdad está constantemente tratando de expresarse en todo lo relacionado con nosotros, sólo para ser golpeada por la pesada mano de la represión. Recordemos que el sistema represivo ha sido perfeccionado a lo largo de millones de años. Hasta el humilde gusano terrestre posee mecanismos de represión (al producir endorfinas). Necesitamos a la inconsciencia para mantener a la sociedad en marcha, así como requerimos un adecuado sistema social para mantener al inconsciente en marcha. Ésta es la prevalente inconsciencia que finalmente será nuestra reparación: el legado de las perfectas endorfinas y de los sistemas de bloqueo que servirán para borrarnos de la tierra.
El cuerpo no miente ni exagera. Es el tabernáculo de la verdad. Los recuerdos del cuerpo no son aproximados, son precisos, como lo es el daño que
provocan. Los gritos del cuerpo son acallados por el síntoma que absorbe la energía del trauma, lo filtra y lo purifica. ¿Cuánta gente es tratada por
hipertensión, enfermedad que es, por ejemplo, un asesino silencioso sin referencia a su historia? En nuestra investigación hemos visto qué tan impreso está el dolor que tiene relación directa con los niveles de la presión sanguínea.
Si no hacemos un recuento de la historia personal, es muy fácil desviarse en el diagnóstico y el tratamiento. El paciente será tratado como una entidad ahistórica que tiene éste o aquel síntoma, ya sea de migraña o de compulsiones y, por tanto, fuera de contexto, sin raíces antecedentes.
Todavía existe la tendencia a confundir los síntomas con la enfermedad. De ahí que la supresión de los síntomas se tome como equivalente de la cura, porque
esconde el síntoma e imagina que la enfermedad ya no existe. En nuestra terapia, cuando transformamos un síntoma en su realidad, desde su silencio hasta los
gritos, vemos cuál es el rol que está jugando el dolor en la enfermedad. El achaque, repito, es la neurosis.
Claramente, los síntomas tienen su propia realidad y así deben atenderse. El problema es que los especialistas se hacen expertos en las minucias detalladas de
las afecciones específicas. Aprenden más y más acerca del síntoma y menos de sus orígenes y de los humanos que tienen los síntomas. Irónicamente, un tratamiento efectivo de la aparente enfermedad puede acortar nuestra vida, porque la traición de la neurosis es lo que nos anula. Por ejemplo, tenemos una más baja presión, pero también hay un aumento de presión en alguna otra parte. El doctor que está tratando la enfermedad en busca de un producto final de algo que quizá empezó a la edad de seis meses, ahora se ve confrontado por un paciente de cuarenta años, enfermo, cuya causa reposa en las “antípodas de su inconsciente”. Esa inconsciencia lo conduce hacia una silente pero continua descarga de energía. El paciente entonces se hace pruebas de sangre y el examen de varias células, en una tentativa para comprender su enfermedad, cuando de hecho hay fuerzas históricas ocultas que ya han deformado sus células desde hace muchos años. Peor aún, la represión ha hecho que se olviden los traumas tempranos. Así que tememos unas células deformadas que han sido alteradas por hechos que no se pueden recordar ni reconocer.
El doctor está en desventaja, puede ver la hipertensión que está frente a él, pero no puede ver al niño de seis meses llorando en la cuna, solo y aterrorizado;
ni a un niño de cinco años que está todo “arrollado” por unos padres críticos y tiránicos. En un sentido, el doctor no está solo, pues el mismo el paciente tampoco puede verse a sí mismo como un niño. Aun si esos traumas tempranos fueran reconocidos, sería difícil para un especialista comprender que han permanecido en el sistema durante décadas y totalmente sin cambios.
Como si esto no fuera suficiente, los traumas de los que he hablado pueden no ser sucesos tan traumáticos, es más, a menudo no lo son. Se trata de una falta
de afecto un día sí y otro no, o se trata de una madre constantemente tensa y un padre enojado. Con los años, hay pequeños sucesos que después se acumulan
como traumas mayores. ¿Tuviste una infancia feliz?, pregunta el doctor. A menudo el paciente reprimido responde de forma afirmativa. Consideremos, por tanto, la tarea monumental que enfrenta el doctor, pues ya tiene suficiente trabajo al tratar con el síntoma. Él o ella estarán felices, porque al menos lo ven desaparecer. Imagínense lo que significa todo el trabajo invertido en tratar al individuo como totalidad. Peor aún, al tratarlo con todo y su historia completa.
LA UNIDAD DEL DOLOR Y EL SÍNTOMA
Consideremos que el dolor forma una unidad con sus síntomas, obviamente es un error retirar al síntoma de su contexto histórico. Ahora consideremos el
suicidio en adolescentes: uno puede investigar toda clase de procesos sociológicos actuales que explican el aumento en la tasa de suicidios, pero hay
evidencias recientes que indican que un nacimiento en el cual un niño estuvo muy cerca de la muerte, es uno de los indicadores clave de posteriores tentativas
de suicidio. En la revista científica Lancet se han publicado investigaciones en las que se encontraron frecuentes relaciones entre el suicidio de adolescentes y el
estrés respiratorio, que se sufrió durante más de una hora al nacer.
También se menciona la ausencia de un cuidado prenatal adecuado. Esta clase de investigaciones habría sido impensable hace pocos años. Sin embargo,
es exactamente lo que se necesita para atender las complejidades médicas. De ningún modo estoy en contra del tratamiento que se hace a las enfermedades en
los centros especiales de atención, donde podemos recibir apoyo para luchar contra la adicción a drogas o al alcoholismo; la ayuda profesional también ayuda
a enfrentar los problemas cotidianos. Debemos controlar nuestra dieta para reducir la hipertensión, y usar drogas para controlar sus fluctuaciones. Pero éstas
son tareas si fin: sacudir la historia no es lo mismo que resolverla.
Cada vez es mayor el número de pacientes con cáncer de mama, cuyos padres se divorciaron antes de que ellas cumplieran quince años, lo dicen las estadísticas, pero pensemos en las implicaciones que ello tiene. Primero, algo sucedió fuera de la persona para predisponerla a una potencial enfermedad fatal.
Segundo, ese hecho persiste en el sistema como si fuera el invitado menos bienvenido, aunque no haga ruido ni cause algún problema. Tercero, su estancia podría ser letal. La cuestión es, ¿cuál es el proceso en el que dos padres pelean y finalmente, quizá dentro de una década o dos, su separación se traduce en un
tumor en el pecho de su hija? La primera implicación está clara. Algo que sucede fuera de nosotros se las arregla para trasladarse dentro, para cambiar
nuestra fisiología lo suficiente para poco tiempo después enfermarnos. No sólo enfermarnos, sino que enfermarnos lo suficiente para morir. En suma, el divorcio
de los padres puede matar.
Implicación número dos: se trata de una experiencia psicológica que se registra en las células (y también en el cerebro), lo cual, a causa de tal recuerdo, en algún momento se transforma en una malignidad. La necesidad de estabilidad, confianza y seguridad ha sido sacudida en una joven. La chica puede tratar de “sobreponerse”, pero sin importar lo mucho que lo intente, aunque llegue a creer que lo ha logrado, el cuerpo nunca se sobrepondrá. Un día encontrará un bulto en su pecho. Traten de convencerla que la causa es el divorcio de sus padres, hecho que sucedió diez años atrás.
LA PRESIÓN DEL IMPRESO
El neurótico está bajo acecho, el ataque se debe a un recuerdo doloroso y enajenante que trata de entrar a su conciencia. En una paradoja extraña, la conciencia, el más alto logro de la humanidad, se convierte en un enemigo. Toda la vida del neurótico transcurre tratando de mantenerse inconsciente, aun cuando esté expandiendo su capacidad de percatación. Por cierto, algunas personas de las más eruditas, son las más inconscientes. Su extenso conocimiento lo emplean al servicio de la represión. No es de asombrar que cuando la conciencia se acerca a los pacientes para desarrollar fiebre y una alta presión sanguínea, está tratando
de combatir la enfermedad “de sentir” con una infección. La fiebre ayuda enviando células sanguíneas blancas al sitio. En la neurosis, el cuerpo trata a la conciencia como si fuera un virus, como si fuera el enemigo, porque en la infancia sí lo era. La conciencia, por tanto, es la medicina específica para una gran variedad de enfermedades, mientras que la inconsciencia es el elemento esencial de la enfermedad. Desde el distrés cardiaco a la hipertensión, de las
hemorroides a la diabetes, de la colitis a la migraña, la enfermedad responde a la conciencia y, en efecto, recibe tratamiento por medio de ella.
La tarea de sentir los sentimientos nos acerca a la conciencia que libera a la memoria y amplía su poder de percatación. En el vehículo del tiempo, conduce a
los sentimientos que regresan al pasado, libera al presente y abre las puertas de acceso al inconsciente. Dudo seriamente que una porción significativa de las
enfermedades más graves se manifiesten sin un sustrato de sentimientos reprimidos. No hay sustituto para la conciencia. Cuando sufrimos, es tentador querer mejorar de inmediato, por eso probamos con la hipnosis (la antítesis de la conciencia) como cura para dejar de fumar, beber o para alguna enfermedad
física.
Hemos llegado a aceptar el alivio como si fuera lo mismo que la cura, cuando realmente no lo es. Acudimos a la magia: a esta píldora o a aquélla, esta cura instantánea o esta vitamina o aquélla; a tal seminario o ese retiro de fin de semana, a la conferencia o al grupo de confrontación. Tomamos litio como una panacea para nuestra depresión sin preguntanos “por qué esta depresión”. Dado que la respuesta es tan remota, la mayoría de la gente prefiere no hacerse la
pregunta. Fuera de una desesperanza básica, la esperanza nos salpica con fuerzas eternas y nos obliga a encontrar algo en donde poner nuestra fe. Ya sea en una dieta macrobiótica o en un gurú.
Para asegurarnos: se trata de una gran distancia entre el padre que deja el hogar, cuando el niño tiene dos años, y tres décadas después surge la artritis en
esa misma persona. La laguna entre fumar en cadena, a los cuarenta, y quedarse encerrado en su cuarto repetidamente a la edad de cuatro años es tan grande,
como invitar al ridículo, si tal conexión fuera la única implicada. Sin embargo, por fortuna los expertos no tienen que hacer la conexión; y si se dan las
circunstancias correctas, los pacientes la harán en su lugar. Cuando un grupo de pacientes con las mismas, o similares, enfermedades reviven traumas específicos
y se recuperan de su enfermedad, se hace evidente la conexión entre la historia pasada y el síntoma actual.
LA CONSPIRACIÓN SILENCIOSA ACERCA DE NUESTRO DOLOR
Parece existir una conspiración silenciosa acerca de nuestra neurosis. La mitad de los anuncios en la televisión están vendiendo calmantes del dolor. Nadie se
atreve a decirle al público: “Estás sufriendo dolor”, simplemente se asume que es algo implícito, anunciado a “sotto voce”. Los calmantes son para el dolor de cabeza, el distrés en el estómago o dolores de espalda; pero el hecho simple es que muchos de nosotros estamos lastimados o adoloridos y no sabemos cómo
llamar a nuestro dolor. Ni siquiera le tenemos un nombre. ¿Cómo llamar al dolor infringido por una madre que todo el tiempo estaba deprimida, o a un padre que
era impaciente y demandante?
El dolor es una clase de “absoluto” en estos días. Nuestros dolores, que yacen en la profundidad, suben a la superficie, y aunque encuentran diferentes canales para expresarse —desde la ansiedad a las fobias, de la migraña a los problemas estomacales—, el tratamiento siempre es el mismo: calmantes y tranquilizantes, del alcohol al Valium, finalmente todos son “sólo calmantes”.
Porque el dolor es parte del cuerpo, nos estamos matando lentamente, estamos tratando con una dis ease (es fácil), pero no con una disease (enfermedad).