Sexo, Sensualidad y Sexualidad
Los problemas sexuales reflejan lo que somos como seres humanos totales y, por ello, también reflejan nuestra neurosis. Para extraer de la condición humana el
problema del sexo, sería necesario considerar a la persona nada menos que como un manojo de partes que aquí y allá necesitan un arreglo, punto de vista, por
cierto, muy mecánico.
Los problemas sexuales son muy parecidos a nuestros sueños, son una condensación de nuestras vida completa, pero circunscrita, y que reflejan y simbolizan profundos procesos inconscientes. Un problema sexual raramente es sólo un problema sexual porque, sin importar qué tan fijado esté el neurótico, él o ella no pueden ser verdaderamente sexuales a causa de la neurosis, que en realidad es la represión del sentir, lo que sin duda es desexualizante. Para la persona sensible, cada acto sexual es un acto sexual. Para el neurótico, el sexo está cargado de viejas necesidades neuróticas que nunca pueden satisfacerse y, en consecuencia, es una erotizada descarga de tensión.
LA FRIGIDEZ EN DOS MUJERES
Permítanme describir a dos mujeres que conocí recientemente. Ambas estaban en terapia primal. La primera mujer no podía tener orgasmos, se consideraba
frígida y había visitado a un terapeuta sexual para aprender técnicas sexuales, pero no tuvo caso. Las técnicas no cambiaron el estado de sus sentimientos;
podía excitarse, pero simplemente se apagaba. Conforme progresaba su terapia, la situación cambió. Después de ocho meses, de algún modo logró excitarse
sexualmente, pero luego tuvo carraspeos descontrolados y sentía que se sofocaba. Después de un año y dos meses de terapia, ya podía excitarse mientras
permanecía consciente, pero entonces descubrió algo extraño: en un momento de la excitación, ella desembocaba en un primal de nacimiento, se encorvaba, se
arqueaba, se retorcía, se arrastraba y posteriormente convulsionaba, aunque permanecía consciente.
Se dio cuenta de que su frigidez se derivaba de un profundo trauma de nacimiento que le producía una represión masiva, que bloqueaba todas sus experiencias sensibles (incluido el sexo). Se trataba de una represión temprana, aunque profunda, que bloqueaba todos sus sentimientos y experiencias. Era como si el trauma de nacimiento reprimido se instalara encima de cualquier otra experiencia relacionada con sentimientos y, durante el sexo, ese trauma y su represión se presentaba antes de que pudiera ocurrir otro sentimiento. No había manera de que ella experimentara un orgasmo convulsivo y que al mismo tiempo estuviera reprimiendo un trauma convulsivo que se originaba en el principio de su vida.
En el segundo año en que estuvo en la terapia, empezó a tener primales de nacimiento. Un día, después de dos años y medio, y de haber pasado por cerca
de cincuenta primales de nacimiento, descubrió que estaba muy lubricada. Eso sucedió después de haber revivido un episodio que no estaba directamente
relacionado con el sexo, pero que sin embargo era, y siguió siendo, liberador. En el tercer año su frigidez había disminuido radicalmente y experimentaba orgasmos. Había revivido un trauma convulsivo y oculto y entonces pudo convulsionar de placer. Fue un logro monumental que ocurrió cuando la paciente no estaba atacando directamente su problema sexual. Si hubiéramos podido ver los cientos de horas de agonía por los que pasó en sus primales, nos habríamos dado cuenta de la cantidad de dolor y represión que bloqueaban su experiencia sexual.
En la terapia, la segunda mujer descubrió que tenía una montaña de tristeza dentro de sí. Siempre que tenía un orgasmo, lloraba y lloraba. Cuando trataba de
experimentar sensaciones sexuales, también le llegaban otras sensaciones que se unificaban: cuando se sentía excitada su tristeza aparecía, y todo lo sentía al
mismo tiempo.
Los únicos problemas verdaderamente sexuales son aquellos que resultan de una falta de educación y de experiencia. En tales casos, que son raros, un problema sexual es un problema sexual. Eso es cierto para quienes no pueden sentir o que tienen una experiencia sexual limitada. En esos casos, la educación y la técnica son de gran ayuda. Sin embargo, las personas sensibles se las arreglan para aprender a hacer por sí mismas lo que es naturalmente instintivo.
¿Acaso esto cancela la experiencia de muchos de nosotros, para quienes la atmósfera en el hogar era desde no sexual hasta antisexual? No, no la cancela.
Los padres sensibles también están a favor del sexo. Permiten en sus hijos todos los sentimientos desde que empiezan a gatear, y no los suprimen. Por otra parte,
los padres que no son sensibles, es de esperar que sean represores en todas las esferas. Un padre que exige obediencia y respeto, que no le permite al niño
enojarse, sentirse celoso, ser demandante o sentirse excitado y entusiasta, transmitirá esa supresión al área sexual, aunque jamás se haya referido a un tema
relacionado con el sexo.
Más tarde, como adultos, podemos encontrar a esa abuela amistosa que habla abiertamente sobre el sexo y lo admite. A su modo ayuda lo mejor que puede, a
cambiar la atmósfera en torno al sexo; sin embargo, es muy poco lo que puede cambiar de lo aprendido en la infancia. Nuestra vida sexual pudo arruinarse en
una atmósfera general relativa a los sentimientos, que prevaleció en el hogar. Si, cuando más tarde es tiempo de entregarse en total abandono, ya no será posible.
Los recuerdos tempranos que formaron nuestra voluntad, se entrometerán.
Una niña estaba muy apegada a su padre, el único sano de la pareja. A la edad de seis años quedó devastada por el trauma de su muerte y “aprendió” a
nunca más involucrarse emocionalmente con alguien. Siempre, después de aquella pérdida, mantuvo una distancia emocional, ya no pudo aceptar su
sexualidad con plenitud. En cuanto se sentía muy apegada o excitada, se cerraba completamente. Si alguien la atraía, trataba de mantener una considerable
distancia emocional, pues la vieja herida se entrometía. Cuando su cuerpo se sentía bien y anticipaba la posibilidad de amar, recordaba la pérdida de su padre
y revivía su propia agonía: esto le impedía sentir, y ninguna voluntad consciente podía lograr que se sobrepusiera al viejo dolor.
Es claro que en los momentos en que tenía problemas con su excitación sexual, no recordaba cuando su padre la dejó; los recuerdos fijados en su cuerpo
eran lo que producía su problema: la excitación sexual que sentía su cuerpo. Esa memoria en el cuerpo era la que producía el problema con el sexo. Tenía que
viajar hacia el pasado en las rutas de su historia y encontrar un recuerdo específico, con la finalidad de deshacer el problema físico. No podía haber otros sustitutos, porque en ese recuerdo físico estaba el problema y su resolución.
La sexualidad irradia de alguien, del mismo modo que irradia la falta de sexualidad. Uno siente su presencia o su ausencia en otros. La persona que está
sintiendo, tiene un aura que no tiene nada que ver con intentar de ser sensual. Lo eres o no lo eres.
LOS PROBLEMAS SEXUALES SON PROBLEMAS HUMANOS
Un problema sexual no es realmente un problema sexual. ¿Qué es entonces? Es un problema humano. Tenemos que hablar acerca de esa condición humana antes de llegar al llamado “problema sexual”. ¿Qué significa el término “condición humana”? Significa, entre otras cosas, los hechos que nos suceden temprano en
nuestra vida y que nos envuelven. La condición principal para este proceso de envolvimiento es lo que tenemos que hacer para ser amados. Se refiere a cómo
tenemos que torcer a nuestros yos naturales y espontáneos y dejarlos fuera de forma, para conseguir lo que, al menos, se parece al amor. Insisto: “Lo que se
parece a…” Porque el verdadero amor no requiere de ese esfuerzo. En el momento en que haces un esfuerzo consciente o no consciente, lo que consigues no es un verdadero amor, sino un sustituto insatisfactorio. Una vez que estamos “fuera de forma o torcidos”, estamos completamente fuera de forma, y no en una
parte o en un fragmento u otro de nosotros.
Esto se refleja en nuestra vida sexual que, les recuerdo, es como nuestros sueños: condensaciones de nuestra total experiencia pasada. Por tanto, es el
núcleo de nosotros, la raíz central, es lo que puede decirnos “qué o quién somos realmente” y cómo hemos sido o torcidos o transformados. De hecho, hay una fuerte equivalencia entre los sueños y el sexo. Ambos tienen que ver con los sentimientos, los dos comprenden condensaciones de nuestra vida completa, ambos operan en un nivel donde los sentimientos se transforman en imágenes.
LOS SENTIMIENTOS, LOS SÍMBOLOS Y LA PERVERSIÓN
Cuando uno está excitado sexualmente, hay una excitación general en todo el sistema. La excitación sexual significa la excitación de todos nuestros sentimientos, pues hasta los viejos sentimientos ascienden y provocan la creación de símbolos: en ciertas perversiones, los sentimientos pueden dispararse y transformarse de inmediato en rituales sexuales. Entonces el dolor primal queda erotizado, de modo que ese dolor nunca se siente por lo que realmente es.
Para algunos es el sexo, para otros puede ser la comida. El impulso hacia el sexo o la comida es igual a la fuerza del dolor. Si no podemos actuar de inmediato,
comenzamos a sufrir, no por la falta de sexo o de comida, sino por el dolor real enmascarado por el ritual. Por ejemplo, en el exhibicionismo, varias personas
informan que cuando están en el paroxismo de su ritual sexual, sienten como si estuvieran en otro mundo. La exhibición es un símbolo de su vida en el cual
predomina un viejo sentimiento de la infancia. Esto es lo que le da a la persona el sentimiento de estar “en otro mundo”. El mundo de los sentimientos infantiles.
En alguna ocasión traté a un exhibicionista, solía ir a los estacionamientos oscuros donde había mujeres que estaban colocando sus compras en sus coches.
¿Estaba tratando de probar su hombría, como lo habría planteado el psicoanálisis? No, simplemente estaba tratando de trastornar a esas mujeres para que mostraran alguna emoción. Solía exagerar hablando de su madre, porque ella estaba tan “muerta” que una simple emoción no le provocaba nada.
Necesitaba tener a una mujer emocional que le respondiera, dado que en otros aspectos de su vida —relacionados con el sexo— había una combinación de
motivos y un problema localizado en el área sexual.
Otro hombre que tuvo el mismo tipo de madre, se convirtió en un fenómeno de revista pornográfica. Era un ejecutivo de una gran corporación; se avergonzaba de tener muchas “compañeras” en salas porno, pero su intelecto no podía detenerlo. ¿Qué es lo que perseguía? Deseaba ver el placer en la cara de una mujer, tan simple como eso. Las mujeres en esas revistas disfrutaban el sexo y hasta parecían extasiadas, razón para declarar esas revistas fuera de la ley.
Nuestra cultura, en este grandioso terreno, se las arregla para censurar las revistas de sexo, quizá porque las mujeres que aparecen en ellas simulan una
gran alegría mientras están teniendo sexo. Esto es acorde con la vieja norma cultural de que una “mujer buena” es únicamente una participante pasiva en el acto, respecto a “su hombre”, y nunca disfruta del sexo o lo busca por su iniciativa. Ese paciente compraba estas revistas, y mientras veía la cara de las mujeres se masturbaba continuamente. En realidad se trataba de un acto a sexual hecho con su órgano sexual… que le brindaba alivio a su necesidad básica.
De lo que hemos visto antes, podemos decir que un pervertido es alguien que ha sido pervertido, no sólo sexualmente sino en todos los aspectos, en particular
en su búsqueda de amor. Cuando era un niño pequeño estaba cobijado por su medio ambiente, y se volvió pervertido cuando maduró sexualmente. No es
posible que alguien sólo “sea un poco raro” en el sexo y perfectamente normal en otros aspectos. Puede parecer normal, pero como todos los neuróticos, tiene una vida interna secreta que no es tan aparente. Sólo cuando te involucras emocionalmente con él, puedes descubrir esa faceta de su personalidad, a menudo escondida como una perversión sexual.
EL YO DIVIDIDO Y LA SEXUALIDAD
¿Qué es lo clave en la neurosis? Es el yo dividido: un sentimiento del yo que se encuentra atrapado y muy lejos de poder comprenderse a sí mismo. Esto a
menudo pasa con una persona que está empezando a sentir, pero que de pronto se “divide”. Observa a su yo, en lugar de reaccionar a él. El yo real es el que
comienza a sentir, pero el yo neurótico se “divide”, aborta el proceso de sentir y deja que su comportamiento se hunda en un canal simbólico.
De la división neurótica surgen toda clase de complicaciones. Recuerdo a uno de mis pacientes, que es un ejemplo dramático de la división del yo en la
neurosis: era un reportero muy conocido, “la imagen de la elegancia”, pero se lo podía encontrar atravesando los parques en la oscuridad de la noche, buscando a
muchachos para tener sexo. No solamente tenía bien escondida su sexualidad, sino que era la clase de homosexualidad que indicaba que tenía un nivel
emocional de un niño de diez años. (El sexo, incidentalmente, también revela el nivel emocional en el que nos encontramos.)
Este reportero de deportes estaba casado con una mujer madura, pero sus necesidades no satisfechas predominaban y lo dirigían a sus actos sexuales. Su
padre era un hombre frío y distante. Su hermano mayor dejó el hogar cuando mi paciente tenía sólo diez años de edad. Ese gran trauma detuvo su desarrollo
emocional y le dejó un profundo vacío, una necesidad que nunca pudo satisfacer, y optó por un satisfactor simbólico. Continuó actuándolo hasta que sintió la
necesidad agonizante en su contexto temprano.
Él o ella tienen necesidades y van tratando de satisfacerlas, ocultándose o no, al menos el homosexual está buscando amor. Las circunstancias de la vida lo
pervirtieron en su orientación sexual. Era el mejor atleta en la escuela, y a causa de su imagen de macho, nunca tuvo que actuar sus necesidades. Además, no
había nadie en su hogar que pudiera acompañarlo en sus sentimientos. La presión aumentó hasta que ya no pudo contenerse, entonces comenzó a llevar
una vida secreta. Pero como se vio compelido a guardar su imagen, la división se volvió insoportable y su nivel de tensión era muy alto. Bebía y fumaba para
aliviarla. Estos hábitos autodestructivos, que empleaba para aligerar su carga, pronto lo colocaron en la tumba. Éste es el verdadero significado de morir por
falta de amor.
Los homosexuales latentes que he visto, hombres y mujeres, a menudo son grandes bebedores y adictos a las drogas. Constantemente están negando su avasalladora necesidad que los fuerza a buscar algo que les alivie un poco. La persona alcohólica es tratada por ese motivo, como si ése fuera el problema,
cuando en realidad es la tentativa de una solución. Cuando estás sufriendo, es normal tratar de acabar con el dolor, no es una aberración.
De algún modo, el homosexual es mucho más directo que algunos heterosexuales, pues él o ella tienen necesidades y tratan de satisfacerlas, acosados o no. Al menos el homosexual está buscando amor: un heterosexual que es un homosexual latente, niega sus necesidades y está muy lejos de resolver su problema básico, porque ya no está tratando de encontrar amor, y en la mayoría de los casos puede llegar a negar que esa necesidad existe.
Un jugador de futbol, alcohólico, vino a mí porque temía que podía ser homosexual. Después de un año de tratamiento constante se percató que había
sido privado del amor de su padre. Él no tenía miedo de ser homosexual, como muchos otros, aunque estaba asustado por su desesperación de actuar la
necesidad de tener a un hombre a quien amar. Se preocupaba mucho por tener esos sentimientos “chistosos”: cuando tacleaba y abrazaba al jugador opuesto, se
sentía presionado por su necesidad de amor, y como adulto la convirtió en un temor a la homosexualidad. Hasta que sintió esa necesidad como realmente era, gritó y abrió los brazos diciendo: “¡abrázame, papá abrázame!”, después ya no sintió esos temores. Sobra decir que su necesidad de beber disminuyó radicalmente.
El actuar (act-out) se hace complicado. Una vez traté a un hombre “muy bien vestido”. Su padre murió cuando él era muy joven y su hermano mayor tomó el
liderazgo de la familia; este hermano estaba más cerca de la edad de sus hermanas, a las que parecía favorecer, y de algún modo no del todo consciente,
nuestro joven comenzó a pensar que ser una chica significaba ser amada. Estaba tan dolido y tan lleno de necesidad, después de la muerte de su padre, que ante la más ligera indicación en su medio ambiente, cambió su actitud y su comportamiento.
Otro paciente se vestía con ropa interior de mujer cuando se masturbaba: quería vivir con una mujer, pero no podía porque tenía miedo de que ella se diera
cuenta de su compulsión secreta. Su madre trabajaba y lo había dejado solo la mayor parte de su infancia. Cuando tenía seis años, en su casa comenzó a
abrazar las pantaletas que su madre dejaba en el piso de su recámara. Más tarde empezó a oler esas pantaletas para recordarla emocionalmente por su olor. Ya
adolescente, comenzó a ponérselas. El hábito tomó vida propia y desde hace mucho tiempo olvidó por qué lo hacía. La costumbre adquirió fuerza propia y él
se sentía indefenso ante su poder. Las pantaletas lo excitaban porque la todavía era la necesidad de su madre, algo a lo que nunca se pudo sobreponer.
Había un hueco en su crianza y educación que no era enfermizo, era real. Tenía que sentirlo. No había otra cosa que hacer.
Una mujer, paciente mía, se volvió homosexual por las más obvias razones: su madre era muy fría y dura, y nunca la tocó. Necesitaba el amor de una madre
y más adelante la quería en posición de “cuchara”, en la que ella abrazaba a su compañera desde atrás. Apenas tenía cuatro meses en la terapia cuando revivió
el trauma de haber abrazado a su madre de esa forma a la edad de dos años, pero su madre la arrojó de la cama diciéndole que ya estaba muy grande para dormir con ella. El recuerdo de ese trauma la estremeció, porque se dio cuenta que lo que más la confortaba (su padre era un alcohólico violento) era abrazar a su
madre de aquel modo, y como ya no lo haría nunca más, había pasado su vida adulta buscando hacerlo de nuevo.
Supongamos que llamamos “perversión” a lo que le sucedió. En mis días analíticos, aprendí que cualquier proclividad sexual, a excepción de todas las demás, era una perversión y que se debía intentar reacondicionar ese “mal” hábito. ¿Pueden darse cuenta de cuán simple y vano puede ser eso? Sería un ejercicio inútil para cualquier comportamiento sexual indeleble, o la falta definitiva de éste, como en la frigidez.
Recuerdo haber tratado a una mujer que sentía un temor mortal a los hombres: su padre era terriblemente dominante. Ella se sentía cómoda y podía llegar a un orgasmo parcial, cuando a ella le tocaba estar encima —posición en la que dominaba—. ¿Ese simple hábito se debe tratar con terapia sexual, cuando lo que refleja son muchas experiencias vividas con su padre a diario, y su terror hacia él? El miedo al hombre formaba parte de su personalidad en general. Se
casó con un individuo débil y cobarde sólo para no sentir temor hacia él. Por supuesto, todo lo hizo inconscientemente, pues nunca tuvo conciencia de su
temor o de cómo hacía su elección de parejas maritales.
Los mismos principios se aplican cuando consideramos por qué algunas mujeres logran un orgasmo mientras se masturban, pero jamás con un compañero sexual. Hay muchas razones, pero ninguna de ellas la conocen por sí mismas mejor que alguien más. Podrían tocar su clítoris directamente, con un compañero que no lo acostumbra hacer. Lo que es más importante: con un compañero sexual necesariamente hay una relación que refleja todo lo que sucedió en el pasado en sus relaciones clave, con alguno de sus padres. La masturbación elimina la relación y las complicaciones inherentes. La mujer que se masturba no es juzgada, nadie está observando si es o no es sexual, si llega al clímax, si actúa bien, etc. Todo esto la reasegura y evita su ansiedad.
En la neurosis, el amante es sólo un sustituto del hecho real, situación que, por cierto, es la causa de muchas infidelidades. Él siempre deja a la compañera
sexual deseando satisfacerse porque ella no es la persona real a la que él estaba buscando, por esa razón ella busca otros amantes y otros encuentros sexuales, a
causa de la necesidad masiva de una madre que no puede quedar satisfecha sólo con un marido. La persona neurótica tiene como patrón o modelo tener muchos
compañeros, en una tentativa inútil de llenar el vacío que tiene dentro de sí. Esto se llama infidelidad, pero en realidad se trata de una “niña” buscando el amor de
su madre.
TRATANDO PROBLEMAS SEXUALES SIN SEXO
El neurótico suele confundir el placer con la liberación de la tensión; siempre que hay una descarga —como en el orgasmo—, es una descarga de tensión. Esta
tensión se erotiza para que pueda sentirse como sexualidad.
Mientras más global es la represión, mas disminuye el impulso sexual. Por eso en la depresión profunda el impulso sexual es casi inexistente. Mientras más
inclinada a la ansiedad sea una persona, la represión será defectuosa y aumentará más el impulso sexual. No es de sorprender que se haya encontrado que una
persona mayor que bebe varias tazas de café al día, aumenta su impulso sexual.
Por supuesto el café no está relacionado directamente con el sexo, sólo activa al sistema en contra de la represión.
Hasta cierto punto, la psicología parece seguir a la anatomía en lo que concierne al sexo. Los problemas de una mujer son errores de omisión internos;
los problemas de los hombres, como la eyaculación precoz, son externos o errores de comisión. Cuando el cuerpo neurótico trata de retener en el orgasmo
sus viejos sentimientos y no se deja ir, el hombre se queja de una eyaculación dolorosa y la mujer habla de frigidez. Ella sufre por dentro, él sufre por fuera.
Tuve un paciente cuya madre fue un verdadero terror, era impredecible, violenta y volátil. En consecuencia, él temía a las mujeres. Este temor se
mostraba en la rapidez en su vida sexual (eyaculaba al minuto de que se excitaba), pero también se reflejaba en el hecho de que estaba cargado de un
dolor muy temprano en la línea media. Cuando se dejaba ir, todo empujaba hacia arriba y hacia afuera al mismo tiempo. Todos sus impulsos llegaban para surgir
hacia delante y para derramarse. En la infancia solía mojar su cama, hecho que es un antecedente frecuente de un problema sexual en la adultez. El pene fue el
foco de la descarga de su tensión.
Generalmente, los problemas relacionados con el sexo son los más difíciles de tratar y los últimos en desaparecer. Son el centro de nuestro ser porque implican directamente al amor y al afecto. Su mejoramiento requiere de la resolución previa de muchos otros problemas. Cuando una persona ha tenido que ver con toda clase de traumas no sexuales, el problema sexual comienza a desvanecerse. No hay un modo de ignorar una vida entera de falta de amor,
abuso y negligencia, y aun así, esperar a tratar con problemas sexuales. Porque resolver las dificultades sexuales significa resolver nuestra historia traumática.
En la terapia primal alentamos a los pacientes a enfrentarse con sus fantasías y luego los ayudamos, guiándolos para llegar hasta sus sentimientos. Nunca se
les alienta a cambiar sus fantasías, todos tienen derecho a ellas y sólo son el símbolo de la necesidad.